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Reseñas

La experiencia de la pérdida Juan Antonio Martínez de la Fe , 26/08/2022
La experiencia de la pérdida
Ficha Técnica

Título: La experiencia de la pérdida
Autor: Joan-Carles Mèlich
Edita: Fragmenta Editorial, Barcelona, 2022
Colección: Fragmentos
Traducción: Marta Rebón
Encuadernación: Tapa blanda con solapas
Número de páginas: 124
ISBN: 978-84-17796-60-0
Precio: 12,90 euros

Editorial Fragmenta ofrece la colección Fragmentos, una serie de textos, no muy extensos generalmente, pero de una gran profundidad. Y, en la presente ocasión, no decepciona con este título que comentamos.

Desde el Pórtico que abre este ensayo, Mèlich nos avisa de que estamos condenados a la desazón y a la zozobra, en el que la plenitud es la muerte. Ella llama a nuestra puerta continuamente porque se lleva a seres queridos, hasta que nosotros pasemos a ser los protagonistas y nuestra partida deje un vacío en quienes nos quieren.

Un vacío que nunca volverá a llenarse o, cuando menos, que nadie volverá a llenar de la misma manera. Siempre se echa de menos a alguien que ya se fue; lo que no constituye un suceso, por el que mi vida no se ve alterada de manera sustancial, sino un acontecimiento que produce una grieta en mi tiempo y nada puede volver a ser como antes.

Ocurre también en el terreno de la metafísica. Desde que Nietzsche anunció la muerte de Dios, es decir, la muerte de la metafísica, vivimos en orfandad, atacados por tres enfermedades: nostalgia, vacío e idolatrías, frutos todas ellas de la ausencia de lo Absoluto.

La finitud

Somos siervos de la finitud. Una finitud que no es solo la muerte, sino la manera que tenemos los humanos de ser en el mundo; finitud es muerte, sí, pero además vulnerabilidad y despedida. Somos finitos porque somos corporeidad y porque no podemos evitar que pase lo imprevisible. Y, por supuesto, vivir una vida finita supone, entre otras cosas, “que no hay posibilidad alguna de encontrar un principio absoluto que ofrezca un único sentido a la vida”. Dios ha muerto y la vida no tiene sentido.

Por el contrario, todo pensamiento metafísico tiene un anhelo: encontrar un principio que sea firme, trascendente al espacio y al tiempo, a la historia; y, a la vez, indudable por ser tranquilizador porque da razón de todo, que lo explica todo. Pero, ante la vida, aparte de la metafísica, existe un punto de vista literario, que es el que utiliza el autor en este ensayo y que orienta una filosofía antropológica de la finitud, que no teme al sinsentido y acepta el fracaso metafísico de toda existencia. Y, desde este punto de vista, tenemos que aceptar el hecho de tener que orientar nuestras vidas sin tener criterios seguros y fiables. No se trata de ser nihilistas negando todo principio, sino, simplemente, no aceptar ninguna referencia que pueda operar más allá del espacio y del tiempo, aunque estos referentes nunca podrán llenar el vacío de existir.

Memoria y olvido

Por otro lado, vivimos en una tensión entre el recuerdo y el olvido, una tensión que es el lugar la memoria: no podemos eludir nuestra realidad de herederos de secuencias espaciotemporales. La memoria es un acontecimiento inquietante: siempre nos hace presentes a los ausentes, aunque hay que tener en mente que ninguna sociedad recuerda de la misma manera.

¿Qué nos quiere decir el autor? Pues que un ser finito tiene que aceptar vivir en un mundo en el que no podrá esquivar la experiencia de haber perdido a alguien. Y hemos de considerar si seremos capaces de convivir con las grietas, las cicatrices y los traumas causados por esas pérdidas.

Vivir en un mundo humano es implicarse en vidas que no son las nuestras. Como bien dice Mèlich: “Nos guste o no, existimos abiertos a los que no están. A veces su recuerdo resulta insoportable porque abre un universo de nostalgia”.

En definitiva, la memoria nos recuerda que el mal no pertenece al pasado. Aconseja el autor no considerar el mal en el sentido metafísico, como ausencia de bien, sino hacerlo al modo antropológico, es decir, como insensibilidad frente al sufrimiento del otro. Eso es el mal: “insensibilidad, sufrimiento y alteridad son las tres palabras que configuran la gramática del mal”.

Compasión

El autor entra, luego, a tratar la pérdida de un ser querido. Ante ella, el duelo es una reacción normal; pero ya no lo es la melancolía, que reviste caracteres patológicos. “Si en el duelo hay una pérdida del objeto, en la melancolía hay una pérdida del yo”.

El melancólico piensa que la vida es un camino que lleva a la muerte y es incapaz de admitir que el estado natural de la existencia es defectuoso. Y del duelo y la melancolía surge la añoranza, la imposibilidad de despedirse definitivamente porque la ausencia es acosadora y surge contra la voluntad del que la sufre. Vienen a la mente las palabras de Gilbert Becaud en su tema Et maintenant: ·Et maintenant que vais-je faire, De tout ce temps que sera ma vie, De tous ces gens qui m'indiffèrent, Maintenant que tu es partie. Toutes ces nuits, pour quoi pour qui, Et ce matin qui revient pour rien”.

Y ¿qué podemos hacer frente a la experiencia de la pérdida? Nos queda la compasión ante quien sufre por la pérdida. Lo que hace que no seamos compasivos no es la falta de respuesta ante el sufrimiento del otro, sino el bloqueo de la compasión, de respuesta ética, por parte de mecanismos sociales, políticos o religiosos. La compasión es el núcleo de la ética.

¿Qué significa ser compasivo? Ser compasivo es estar ahí, no pasivamente, sino de forma activa, porque solo se produce manifestándose: se trata de ayudar activamente al otro a aliviar su sufrimiento. En este sentido, Mèlich aconseja alejarse de la filosofía metafísica para encontrar ejemplos de compasión y recurrir, más bien, a obras literarias, cinematográficas o pictóricas.

En ese estar ahí, además de compasión hay consuelo, un consuelo que nos muestra uno de los aspectos más relevantes de la existencia. Solo el consuelo puede ayudar, no a superar, sino a soportar el dolor de la pérdida. Y no olvidemos que no es la filosofía la que consuela, sino el abrazo; traducido a nuestro refranero, obras son amores y no buenas razones.

En esta obra, además del texto del autor, es destacable el Posfacio que firma Marta Rebón, bien conocedora de la obra de Joan-Carles Mèlich y que nos ofrece una profunda reflexión sobre la lectura de este ensayo.

Concluyendo

Es este un libro que afecta a cualquier tipo de lector. La experiencia de la muerte de un ser querido es lo habitual, como corresponde a nuestra humana condición. Ante este hecho, de nada vale que Wittgenstein nos niegue la experiencia de la muerte porque no es un acontecimiento de la vida, que la muerte no se vive. A través de las páginas de su ensayo, Mèlich nos conduce a la aceptación de esta experiencia y a aprender a acompañar compasivamente a quien la sufre porque alguien, objeto de su amor, ha trascendido las barreras del espacio y del tiempo.

El estilo del autor es próximo, cercano. Su mensaje parece acariciar como un bálsamo el hecho de tener que afrontar la pérdida. Algo así como si el autor buscara poner en práctica la compasión activa ante el sufriente. Y a fe que lo consigue.

Índice

1. Pórtico
2. Finitud y existencia
3. Una filosofía literaria
4. La pasión de la memoria
5. El ser en la ausencia
6. Poética del recuerdo
7. Presencias espectrales
8. El dolor de la escritura
9. El páramo de la nostalgia
10. La compasión y el consuelo
11. Telón
Lecturas y agradecimientos
Posfacio, por Marta Rebón






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26/08/2022 Comentarios



Redacción T21
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