Reseñas
Cuerpo, alma y espíritu. Ensayo filosófico
Juan Antonio Martínez de la Fe , 17/04/2022
Ficha Técnica
Título: Cuerpo, alma y espíritu. Ensayo filosófico
Autor: Salvador Anaya González
Edita: Editorial Senderos, Sevilla, 2020
Encuadernación: Tapa blanda con solapa
Número de páginas: 248
ISBN: 978-84-122414-2-6
Precio: 18 euros
Como bien reza el subtítulo, se trata de un ensayo filosófico. Lo que, en este caso, significa que aborda una aproximación a un tema complejo con propuestas, bien razonadas, para acometer su significado.
¿Qué movió a Salvador Arana a ofrecernos sus reflexiones sobre las preguntas fundamentales? Pues la incapacidad de la ciencia, pese a ser un conocimiento fiable, para darles adecuada respuesta. No se trata de cuestiones teóricas, un ejercicio de filigrana intelectual, no: necesitamos comprendernos a nosotros mismos para construir nuestra vida en consecuencia, por lo que deberíamos tener algunas respuestas aunque sea de manera precaria y provisional.
En este sentido, cabe destacar que lo que aquí se propone, desde un punto de vista objetivo, puede validarse a la luz de la ciencia actual porque no vulnera ninguno de sus principios de verdad, se basa en la experiencia directa que tiene el ser humano de sí mismo, deviniendo en un modelo coherente y una alternativa antropológica válida para dar cuenta de todo lo humano.
Ya, desde las primeras páginas, aborda el autor el problema de la conciencia, liberándolo de los márgenes de una antropología naturalista que la reduce a un subproducto o un epifenómeno de carácter físico, cuando de lo único que podemos predicar con propiedad el Ser es la conciencia. Probablemente, la nota más distintiva de los espiritualismos es la posibilidad de que haya algo en el ser humano que no pertenece al mundo natural.
De esta postura emanan conclusiones de gran trascendencia: “si la conciencia no se puede naturalizar, nada impide afirmar que es algo sobrenatural, ontológicamente distinta del cuerpo, de modo que es perfectamente asumible defender que no tendría que desaparecer con la muerte y, por tanto, en principio, nada impide apoyarse en ella para construir una antropología esencialista”.
Todo esto viene ampliamente desarrollado en lo que es la Introducción de la obra, donde se da cuenta de qué se entiende por alma y qué se entiende por espíritu, conceptos fundamentales para la comprensión de todo su amplio contenido. Así, el alma queda separada de sus tradicionales implicaciones biológicas y se emparenta con la conciencia, la subjetividad; y, para entender lo que la diferencia del espíritu es precisa la comprensión de lo que es cuerpo, desde el punto de vista ontológico.
El cuerpo
El cuerpo se construye a través de conexiones de células que se unen para desarrollar sus respectivas funciones, constituyendo un todo que es algo más que la suma de sus partes; en este sentido, y nuevamente desde el punto de vista ontológico, el todo de los cuerpos vivos no conscientes no es más que un todo funcional, de manera que el cuerpo, nuestro cuerpo, solo puede ser considerado como un todo cuando aparece la conciencia.
Entra en juego aquí la importancia de la biosemiótica, la disciplina encargada del estudio de la producción de signos a nivel básico. Será ella la que defienda que, en toda forma de vida, se dan necesariamente procesos de intercambio de mensajes, unos procesos de comunicación y significación que distinguen lo inerte de la vida. Y, si del cuerpo abstraemos la conciencia, la procesadora de la información, quedará reducido a una realidad procesual sin una unidad ontológica.
En este capítulo, el autor profundiza en diversas manifestaciones de la conciencia, como son la memoria, la percepción y la emoción, con especial dedicación a lo fenoménico y lo nouménico, su relación, que desemboca en la unidad psicofísica.
Y, por supuesto, destaca la relación del alma con el cuerpo. Analiza detenidamente los motivos por los que se rechaza el alma entendida en el sentido del hilemorfismo aristotélico, como la que da forma al cuerpo o materia, ya que, la realidad es que es el cuerpo el que da la forma al alma pues la faculta para actualizar sus potencialidades, a la vez que la delimita a aquello que puede hacer su cuerpo. En definitiva, el alma es el espíritu en el cuerpo que modifica radicalmente su forma de ser.
La conciencia
Basándose en el libro de Juan Aranas, La conciencia inexplicada, el autor manifiesta que “es perfectamente asumible que la conciencia no es algo natural y, por tanto, nada impide creer que no es una emergencia cerebral, sino un atributo del alma o del espíritu”, sin negar, lógicamente, la relación entre el sistema nervioso y la conciencia, que es una relación diferente a la naturalista fisicalista.
Es claro el valor adaptativo que ha tenido, y tiene, la conciencia en el desarrollo humano; pero, en lo que toca a su génesis, presenta algunos problemas. Sí parece evidente que su aparición supone un añadido, una emergencia de complicada explicación en su origen, con independencia de que se deje o no naturalizar. Implica un salto cualitativo del cual no tenemos una explicación ni definitiva ni provisional.
El organismo, como tal, tiene una unidad funcional que asume el conjunto de funciones que desarrolla el cuerpo; pero el sujeto humano “supone un nuevo tipo de unidad, una individualidad existencial en cuanto a que la naturaleza de su ser, aun concretándose estructural y funcionalmente, trasciende estas dimensiones físico-temporales en una unidad de existencia subjetiva que ya no se manifiesta como un proceso, sino como una realidad estable”.
Si la evolución es netamente una teoría física y si la conciencia subjetiva no es reducible a fenómenos físicos, esta, la conciencia, no quedaría explicada por la teoría evolucionista, aunque, evidentemente, para que haya conciencia se necesita la evolución de las pertinentes estructuras nerviosas.
Entonces, pues, ¿qué es la conciencia? Para el autor “es una facultad tan esencial al espíritu que se confunde con él”. Es, en pocas palabras, un fenómeno mental; y los fenómenos son el medio por el cual aprehendemos la realidad; pero es la conciencia la que los construye, por lo que no hay más fenómeno que el que se da a la conciencia.
Partiendo de estos mimbres, Salvador Anaya va analizando y aclarando conceptos relacionados con la conciencia, la subjetividad, la fenomenología y, con especial atención, a la conciencia pura; es decir, todos los pasos necesarios para llegar al apartado del espíritu.
El espíritu
Mejor, las propias palabras del autor: “Desde nuestros presupuestos el espíritu es un ser y, como tal, es uno, indiviso, una unidad sustantiva, pero siendo un ser tiene que tener ya alguna determinación; […] siendo una sustancia separada tiene en sí mismo su propio principio de individuación, su individualidad, aquello que hace lo que es y lo diferencia de los otros seres, de los otros espíritus individuales”.
Ontológicamente, el espíritu es ser y ser en acto, pero un acto puro, pues carece de toda determinación existencial. Ahora bien, dado que el ser humano no puede sino operar con categorías mundanas, no puede entender el espíritu en acto, sino solo en potencia de ser esto o aquello. De ahí que el espíritu no pueda considerarse en sus contenidos ni en sus actualidades, sino en sus facultades o potencialidades.
Para acceder a lo espiritual hay vías, como la introspección y, como algo muy en boga actualmente, mediante la relajación y meditación, préstamos tomados de las culturas orientales. Se habla, incluso, del misticismo como encuentro con el espíritu. Porque si se puede justificar como una realidad separada es porque es la conciencia la que puede desligarse de todo aquello que no esté relacionado con su verdadero y más esencial mundo interior.
Se abre aquí un amplio campo que aborda sabiamente el autor sobre el sentimiento, ya que en ese estado de profundidad interior, alejado de lo que perturbe su pureza, solo queda la pasividad, un puro padecer o sentir.
Ahora bien, si el criterio de verdad del mundo objetivo lo marca la ciencia, y si el de las ideas se mide por su valor intersubjetivo, “la verdad del espíritu solo se dirime en el sentimiento, pero solo en aquellos cuyo valor trasciende el mundo, valores trascendentales”. Unos valores que se reducen a tres Bien, Verdad y Belleza a los que el autor, con muy esmerado raciocinio, otorga una naturaleza muy superior a la que les concede el nominalismo o el conceptualismo, que los reduce a un recurso lingüístico pues para ellos lo universal, lo que trasciende, está en la mente, no en la realidad.
A estos tres valores les da el autor, tras detallado y minucioso estudio, la consideración de valor absoluto, con consistencia ontológica.
El alma
El alma no es el espíritu; tampoco el cuerpo; es el espíritu en el cuerpo. Es este un interesantísimo capítulo de la obra que comentamos, en el que se trata de “comprender cómo el espíritu se convierte en alma”, mediante el proceso por el que las categorías y facultades espirituales se determinan en el cuerpo y se convierte en facultades del alma.
“El alma se va llenando de todo lo que vivencia en el mundo, pero también el cuerpo se ‘llena del alma’, porque hace suyos e incorpora los estímulos conscientes y asume los movimientos aprendidos conscientemente”.
También el alma tiene sus valores, entre los que destaca el Amor, un valor trascendental que se alimenta del Bien y no puede ser explicado desde el evolucionismo y que se da solo en las formas sociales que pueden concretarse. Según explica el autor, el alma primero se determina por su vida corporal, atendiendo solo a los valores biológicos que la sumergen en la lucha por la supervivencia, valores, en definitiva, objetivos y egoístas; sin embargo, a medida que el yo entitativo se va construyendo, interiorizará los valores sociales que entran en conflicto con los biológicos, para intentar superar el egoísmo.
En el alma se entabla, pues, una lucha interna “porque descubre un nuevo deber ser que entra en conflicto con su propia naturaleza, con su forma de ser, pues ahora sabe que sus tendencias espontáneas, que sus deseos e inclinaciones no se corresponden con los valores espirituales”, por lo que debe purificarse: su crisol purificador es la lucha entre lo que se es y lo que se debe ser.
Así pues, primero el alma asume los hábitos instintivos corporales y los valores biológicos mediados por la conciencia sensorial; luego, cuando se va polarizando en la autoconciencia, se va desligando de ellos y se determina, en mayor medida, por los valores meramente sociales que también hace suyos; pero, a medida que se va polarizando en el espíritu, también se despega de ellos hasta que intuye el Bien objetivo y ya no persigue el Bien más que por el Bien mismo.
De especialmente interesante se puede calificar el apartado dedicado a la vida del alma más allá de la vida, cuando es un alma separada, así como al mundo del alma. Unas páginas que reconoce el autor como más especulativas, pero no por ello menos racionalmente fundadas.
Al tema del alma ha dedicado Salvador Anaya una monografía específica, ¿Qué es el alma?, editada bajo el mismo sello editorial y que comentaremos más adelante.
El libro se cierra con unos párrafos a modo de conclusión que resumen muy condensadamente las ideas principales desarrolladas en la obra. Este capítulo así como la Introducción constituyen dos elementos muy importantes para enmarcar convenientemente todo el desarrollo del ensayo que se va desenvolviendo en sus páginas.
Concluyendo
Nos encontramos ante un libro importante. La bibliografía sobre el cuerpo, sobre el alma o sobre el espíritu es abundante, debatiéndose en posturas con frecuencia enfrentadas acerca de la manera de entender cada uno de estos conceptos y, sobre todo, de relacionarlos entre sí.
Salvador Anaya afronta el reto y lo hace con un texto que requiere una lectura sosegada y reflexiva; no en vano se trata de un ensayo filosófico. Aun así, el lenguaje empleado, la nitidez de conceptos y la fundamentación lógica de sus propuestas hacen de la obra una apuesta que ofrece argumentos sólidos, a veces no exentos de especulación, para dar cimentación a una forma de entender y de entendernos a nosotros mismos.
Índice
INTRODUCCIÓN
1. Motivaciones
2. La antropología naturalista y el problema de la conciencia
3. El ser de la conciencia
4. Nuestra idea del alma
5. ¿Qué entendemos por espíritu?
6. Metafísica clásica: el modelo triádico
CAPÍTULO I: EL CUERPO
1. ¿Qué es un organismo desde el punto de vista ontológico?
2. Biosemiótica
3. Información y conciencia
4. Memoria corporales
5. Percepción y emoción
6. Fenoménico y nouménico: la unidad psicofísica
7. El todo de la conciencia
8. El principio formal. Animismo y vitalismo
9. Desustancialización del alma aristotélica
CAPÍTULO II: LA CONCIENCIA
1. Los fenómenos mentales: ¿la mente inconsciente?
2. Conciencia sensorial y sí-mismo
3. Sí-mismo y autoconciencia
4. Subjetividad, sujeto y conciencia
5. La fenomenología
5.1. Profundidad y espacio de representación
5.2. Autoconciencia: la conciencia psíquica
5.3. La conciencia pura: el reducto último
6. El yo trascendental. Kant
7. Edmund Husserl
7.1. Epojé
7.2. Reducción
7.3. El yo trascendental de Husserl
CAPÍTULO III: EL ESPÍRITU
1. Conciencia pura
2. Sentimiento puro
2.1. Vivencia del sentimiento puro
2.2. Angustia y esperanza
3. Conocimiento puro
4. El foco de atención mental: la voluntad pura
5. Memoria pura
6. La imaginación
7. La unicidad del espíritu
8. Los trascendentales: el Bien con mayúsculas
8.1. El bien de la vida
8.2. El bien del alma
8.3. Sentimiento del bien: la justicia
8.4. Sentimiento de misericordia
8.5. Sentimiento de esperanza
8.6. Sentimiento de belleza
8.7. Sentimiento de la verdad
CAPÍTULO IV: EL ALMA
1. El yo del alma
2. Las facultades del alma
3. Los valores del alma
4. La purificación del alma
5. La “vida” del alma más allá de la vida
5.1. El alma separada
5.2. El mundo del alma
CONCLUSIÓN
BIBLIOGRAFÍA
Título: Cuerpo, alma y espíritu. Ensayo filosófico
Autor: Salvador Anaya González
Edita: Editorial Senderos, Sevilla, 2020
Encuadernación: Tapa blanda con solapa
Número de páginas: 248
ISBN: 978-84-122414-2-6
Precio: 18 euros
Como bien reza el subtítulo, se trata de un ensayo filosófico. Lo que, en este caso, significa que aborda una aproximación a un tema complejo con propuestas, bien razonadas, para acometer su significado.
¿Qué movió a Salvador Arana a ofrecernos sus reflexiones sobre las preguntas fundamentales? Pues la incapacidad de la ciencia, pese a ser un conocimiento fiable, para darles adecuada respuesta. No se trata de cuestiones teóricas, un ejercicio de filigrana intelectual, no: necesitamos comprendernos a nosotros mismos para construir nuestra vida en consecuencia, por lo que deberíamos tener algunas respuestas aunque sea de manera precaria y provisional.
En este sentido, cabe destacar que lo que aquí se propone, desde un punto de vista objetivo, puede validarse a la luz de la ciencia actual porque no vulnera ninguno de sus principios de verdad, se basa en la experiencia directa que tiene el ser humano de sí mismo, deviniendo en un modelo coherente y una alternativa antropológica válida para dar cuenta de todo lo humano.
Ya, desde las primeras páginas, aborda el autor el problema de la conciencia, liberándolo de los márgenes de una antropología naturalista que la reduce a un subproducto o un epifenómeno de carácter físico, cuando de lo único que podemos predicar con propiedad el Ser es la conciencia. Probablemente, la nota más distintiva de los espiritualismos es la posibilidad de que haya algo en el ser humano que no pertenece al mundo natural.
De esta postura emanan conclusiones de gran trascendencia: “si la conciencia no se puede naturalizar, nada impide afirmar que es algo sobrenatural, ontológicamente distinta del cuerpo, de modo que es perfectamente asumible defender que no tendría que desaparecer con la muerte y, por tanto, en principio, nada impide apoyarse en ella para construir una antropología esencialista”.
Todo esto viene ampliamente desarrollado en lo que es la Introducción de la obra, donde se da cuenta de qué se entiende por alma y qué se entiende por espíritu, conceptos fundamentales para la comprensión de todo su amplio contenido. Así, el alma queda separada de sus tradicionales implicaciones biológicas y se emparenta con la conciencia, la subjetividad; y, para entender lo que la diferencia del espíritu es precisa la comprensión de lo que es cuerpo, desde el punto de vista ontológico.
El cuerpo
El cuerpo se construye a través de conexiones de células que se unen para desarrollar sus respectivas funciones, constituyendo un todo que es algo más que la suma de sus partes; en este sentido, y nuevamente desde el punto de vista ontológico, el todo de los cuerpos vivos no conscientes no es más que un todo funcional, de manera que el cuerpo, nuestro cuerpo, solo puede ser considerado como un todo cuando aparece la conciencia.
Entra en juego aquí la importancia de la biosemiótica, la disciplina encargada del estudio de la producción de signos a nivel básico. Será ella la que defienda que, en toda forma de vida, se dan necesariamente procesos de intercambio de mensajes, unos procesos de comunicación y significación que distinguen lo inerte de la vida. Y, si del cuerpo abstraemos la conciencia, la procesadora de la información, quedará reducido a una realidad procesual sin una unidad ontológica.
En este capítulo, el autor profundiza en diversas manifestaciones de la conciencia, como son la memoria, la percepción y la emoción, con especial dedicación a lo fenoménico y lo nouménico, su relación, que desemboca en la unidad psicofísica.
Y, por supuesto, destaca la relación del alma con el cuerpo. Analiza detenidamente los motivos por los que se rechaza el alma entendida en el sentido del hilemorfismo aristotélico, como la que da forma al cuerpo o materia, ya que, la realidad es que es el cuerpo el que da la forma al alma pues la faculta para actualizar sus potencialidades, a la vez que la delimita a aquello que puede hacer su cuerpo. En definitiva, el alma es el espíritu en el cuerpo que modifica radicalmente su forma de ser.
La conciencia
Basándose en el libro de Juan Aranas, La conciencia inexplicada, el autor manifiesta que “es perfectamente asumible que la conciencia no es algo natural y, por tanto, nada impide creer que no es una emergencia cerebral, sino un atributo del alma o del espíritu”, sin negar, lógicamente, la relación entre el sistema nervioso y la conciencia, que es una relación diferente a la naturalista fisicalista.
Es claro el valor adaptativo que ha tenido, y tiene, la conciencia en el desarrollo humano; pero, en lo que toca a su génesis, presenta algunos problemas. Sí parece evidente que su aparición supone un añadido, una emergencia de complicada explicación en su origen, con independencia de que se deje o no naturalizar. Implica un salto cualitativo del cual no tenemos una explicación ni definitiva ni provisional.
El organismo, como tal, tiene una unidad funcional que asume el conjunto de funciones que desarrolla el cuerpo; pero el sujeto humano “supone un nuevo tipo de unidad, una individualidad existencial en cuanto a que la naturaleza de su ser, aun concretándose estructural y funcionalmente, trasciende estas dimensiones físico-temporales en una unidad de existencia subjetiva que ya no se manifiesta como un proceso, sino como una realidad estable”.
Si la evolución es netamente una teoría física y si la conciencia subjetiva no es reducible a fenómenos físicos, esta, la conciencia, no quedaría explicada por la teoría evolucionista, aunque, evidentemente, para que haya conciencia se necesita la evolución de las pertinentes estructuras nerviosas.
Entonces, pues, ¿qué es la conciencia? Para el autor “es una facultad tan esencial al espíritu que se confunde con él”. Es, en pocas palabras, un fenómeno mental; y los fenómenos son el medio por el cual aprehendemos la realidad; pero es la conciencia la que los construye, por lo que no hay más fenómeno que el que se da a la conciencia.
Partiendo de estos mimbres, Salvador Anaya va analizando y aclarando conceptos relacionados con la conciencia, la subjetividad, la fenomenología y, con especial atención, a la conciencia pura; es decir, todos los pasos necesarios para llegar al apartado del espíritu.
El espíritu
Mejor, las propias palabras del autor: “Desde nuestros presupuestos el espíritu es un ser y, como tal, es uno, indiviso, una unidad sustantiva, pero siendo un ser tiene que tener ya alguna determinación; […] siendo una sustancia separada tiene en sí mismo su propio principio de individuación, su individualidad, aquello que hace lo que es y lo diferencia de los otros seres, de los otros espíritus individuales”.
Ontológicamente, el espíritu es ser y ser en acto, pero un acto puro, pues carece de toda determinación existencial. Ahora bien, dado que el ser humano no puede sino operar con categorías mundanas, no puede entender el espíritu en acto, sino solo en potencia de ser esto o aquello. De ahí que el espíritu no pueda considerarse en sus contenidos ni en sus actualidades, sino en sus facultades o potencialidades.
Para acceder a lo espiritual hay vías, como la introspección y, como algo muy en boga actualmente, mediante la relajación y meditación, préstamos tomados de las culturas orientales. Se habla, incluso, del misticismo como encuentro con el espíritu. Porque si se puede justificar como una realidad separada es porque es la conciencia la que puede desligarse de todo aquello que no esté relacionado con su verdadero y más esencial mundo interior.
Se abre aquí un amplio campo que aborda sabiamente el autor sobre el sentimiento, ya que en ese estado de profundidad interior, alejado de lo que perturbe su pureza, solo queda la pasividad, un puro padecer o sentir.
Ahora bien, si el criterio de verdad del mundo objetivo lo marca la ciencia, y si el de las ideas se mide por su valor intersubjetivo, “la verdad del espíritu solo se dirime en el sentimiento, pero solo en aquellos cuyo valor trasciende el mundo, valores trascendentales”. Unos valores que se reducen a tres Bien, Verdad y Belleza a los que el autor, con muy esmerado raciocinio, otorga una naturaleza muy superior a la que les concede el nominalismo o el conceptualismo, que los reduce a un recurso lingüístico pues para ellos lo universal, lo que trasciende, está en la mente, no en la realidad.
A estos tres valores les da el autor, tras detallado y minucioso estudio, la consideración de valor absoluto, con consistencia ontológica.
El alma
El alma no es el espíritu; tampoco el cuerpo; es el espíritu en el cuerpo. Es este un interesantísimo capítulo de la obra que comentamos, en el que se trata de “comprender cómo el espíritu se convierte en alma”, mediante el proceso por el que las categorías y facultades espirituales se determinan en el cuerpo y se convierte en facultades del alma.
“El alma se va llenando de todo lo que vivencia en el mundo, pero también el cuerpo se ‘llena del alma’, porque hace suyos e incorpora los estímulos conscientes y asume los movimientos aprendidos conscientemente”.
También el alma tiene sus valores, entre los que destaca el Amor, un valor trascendental que se alimenta del Bien y no puede ser explicado desde el evolucionismo y que se da solo en las formas sociales que pueden concretarse. Según explica el autor, el alma primero se determina por su vida corporal, atendiendo solo a los valores biológicos que la sumergen en la lucha por la supervivencia, valores, en definitiva, objetivos y egoístas; sin embargo, a medida que el yo entitativo se va construyendo, interiorizará los valores sociales que entran en conflicto con los biológicos, para intentar superar el egoísmo.
En el alma se entabla, pues, una lucha interna “porque descubre un nuevo deber ser que entra en conflicto con su propia naturaleza, con su forma de ser, pues ahora sabe que sus tendencias espontáneas, que sus deseos e inclinaciones no se corresponden con los valores espirituales”, por lo que debe purificarse: su crisol purificador es la lucha entre lo que se es y lo que se debe ser.
Así pues, primero el alma asume los hábitos instintivos corporales y los valores biológicos mediados por la conciencia sensorial; luego, cuando se va polarizando en la autoconciencia, se va desligando de ellos y se determina, en mayor medida, por los valores meramente sociales que también hace suyos; pero, a medida que se va polarizando en el espíritu, también se despega de ellos hasta que intuye el Bien objetivo y ya no persigue el Bien más que por el Bien mismo.
De especialmente interesante se puede calificar el apartado dedicado a la vida del alma más allá de la vida, cuando es un alma separada, así como al mundo del alma. Unas páginas que reconoce el autor como más especulativas, pero no por ello menos racionalmente fundadas.
Al tema del alma ha dedicado Salvador Anaya una monografía específica, ¿Qué es el alma?, editada bajo el mismo sello editorial y que comentaremos más adelante.
El libro se cierra con unos párrafos a modo de conclusión que resumen muy condensadamente las ideas principales desarrolladas en la obra. Este capítulo así como la Introducción constituyen dos elementos muy importantes para enmarcar convenientemente todo el desarrollo del ensayo que se va desenvolviendo en sus páginas.
Concluyendo
Nos encontramos ante un libro importante. La bibliografía sobre el cuerpo, sobre el alma o sobre el espíritu es abundante, debatiéndose en posturas con frecuencia enfrentadas acerca de la manera de entender cada uno de estos conceptos y, sobre todo, de relacionarlos entre sí.
Salvador Anaya afronta el reto y lo hace con un texto que requiere una lectura sosegada y reflexiva; no en vano se trata de un ensayo filosófico. Aun así, el lenguaje empleado, la nitidez de conceptos y la fundamentación lógica de sus propuestas hacen de la obra una apuesta que ofrece argumentos sólidos, a veces no exentos de especulación, para dar cimentación a una forma de entender y de entendernos a nosotros mismos.
Índice
INTRODUCCIÓN
1. Motivaciones
2. La antropología naturalista y el problema de la conciencia
3. El ser de la conciencia
4. Nuestra idea del alma
5. ¿Qué entendemos por espíritu?
6. Metafísica clásica: el modelo triádico
CAPÍTULO I: EL CUERPO
1. ¿Qué es un organismo desde el punto de vista ontológico?
2. Biosemiótica
3. Información y conciencia
4. Memoria corporales
5. Percepción y emoción
6. Fenoménico y nouménico: la unidad psicofísica
7. El todo de la conciencia
8. El principio formal. Animismo y vitalismo
9. Desustancialización del alma aristotélica
CAPÍTULO II: LA CONCIENCIA
1. Los fenómenos mentales: ¿la mente inconsciente?
2. Conciencia sensorial y sí-mismo
3. Sí-mismo y autoconciencia
4. Subjetividad, sujeto y conciencia
5. La fenomenología
5.1. Profundidad y espacio de representación
5.2. Autoconciencia: la conciencia psíquica
5.3. La conciencia pura: el reducto último
6. El yo trascendental. Kant
7. Edmund Husserl
7.1. Epojé
7.2. Reducción
7.3. El yo trascendental de Husserl
CAPÍTULO III: EL ESPÍRITU
1. Conciencia pura
2. Sentimiento puro
2.1. Vivencia del sentimiento puro
2.2. Angustia y esperanza
3. Conocimiento puro
4. El foco de atención mental: la voluntad pura
5. Memoria pura
6. La imaginación
7. La unicidad del espíritu
8. Los trascendentales: el Bien con mayúsculas
8.1. El bien de la vida
8.2. El bien del alma
8.3. Sentimiento del bien: la justicia
8.4. Sentimiento de misericordia
8.5. Sentimiento de esperanza
8.6. Sentimiento de belleza
8.7. Sentimiento de la verdad
CAPÍTULO IV: EL ALMA
1. El yo del alma
2. Las facultades del alma
3. Los valores del alma
4. La purificación del alma
5. La “vida” del alma más allá de la vida
5.1. El alma separada
5.2. El mundo del alma
CONCLUSIÓN
BIBLIOGRAFÍA
Redacción T21
Este canal ofrece comentarios de libros seleccionados, que nuestra Redacción considera de interés para la sociedad de nuestro tiempo. Los comentarios están abiertos a la participación de los lectores de nuestra revista.
Últimas reseñas
Poder y deseo
16/06/2024
De la desnudez
12/05/2024
Dominarás la tierra
26/04/2024
Breve historia del mandato
13/04/2024
La era de la incertidumbre
04/04/2024
Hacia una ecoteología
13/08/2023
Anatomía del cristianismo
21/04/2023
Diccionario de los símbolos
21/02/2023
Secciones
Archivo
Tendencias 21 (Madrid). ISSN 2174-6850