Reseñas
Las religiones políticas
Juan Antonio Martínez de la Fe , 13/12/2014
Ficha Técnica
Título: Las religiones políticas
Autor: Eric Voegelin
Autores de la Presentación: Guillermo Graíño y José María Carabante
Edita: Editorial Trotta, Madrid, 2014
Colección: Estructuras y Procesos
Serie: Filosofía
Traducción: Manuel Abella y Pedro García Guirao
Encuadernación: Tapa blanda con solapas
Número de páginas: 143
ISBN: 978-84-9879-534-9
Precio: 13 euros
Nos encontramos ante un libro que, sin ser nuevo en su contenido (su autor falleció en 1985), sí nos ofrece textos en nuestro idioma, lo que, sin duda, los hace más asequibles, y, lo que es más destacable, la oportunidad de releerlos en momentos en los que la reflexión que nos aportan es más necesaria.
Guillermo Graíño y José María Carabante son los introductores de la edición. Y son ellos quienes nos ofrecen el pórtico necesario para acceder, de la mejor manera posible, a la lectura de estos ensayos de Voegelin, a través de la Presentación que llena las primeras páginas del libro. La titulan Eric Voegelin, filósofo del orden. Es la mejor descripción de lo que viene a continuación.
¿Qué movió a Voegelin a indagar, filosóficamente, en el entramado de ciertas propuestas políticas y superar sus paradigmas? Tres conceptos que revisten una indiscutible actualidad: la devaluación del lenguaje, la manipulación y el desorden social. Eso sí: no hay que olvidar que su trayectoria intelectual se vertebra sobre su experiencia personal.
En un primer apartado, nos desvelan la postura del autor sobre El totalitarismo como religión. “Voegelin concluirá que las derivas totalitarias son consecuencia de una ruptura de la tensión hacia lo trascendente, ruptura que ha volcado la sacralidad dentro de comunidades cerradas.” Para el filósofo, nos dicen, solo se puede entender cabalmente la historia aprehendiendo en toda su oculta amplitud las enormes repercusiones acaecidas por los cambios en el equilibrio entre el ámbito de lo sagrado y la esfera de lo profano.
Aborda un segundo apartado la relación entre Gnosticismo y Modernidad. El interés de Voegelin por el Gnosticismo nace por la necesidad de ampliar el horizonte simbólico e interpretativo con el que hacer inteligibles la política y la filosofía de nuestro tiempo. Su tesis sobre esta doctrina se hizo popular en el pensamiento político neoconservador y en sus doctrinas de la guerra fría.
Los símbolos del orden constituye el tercer apartado de esta Presentación. Fue proyecto de Voegelin la confección de una historia de los símbolos en los que se apoyan las vivencias humanas de orden, un repaso por las formas en que el ser humano ha intentado hacer inteligible la estructura de la realidad. Cuando Voegelin habla de orden, ¿a qué alude realmente? Nos dicen: “El orden, tanto como su antítesis, el desorden, apunta a la relación del hombre con el fundamento trascendente de su existencia, que puede configurarse en armonía o disonancia con aquel.”
Finalmente, un último apartado: Hacia una teoría de la conciencia. Voegelin alcanzó a comprender la imposibilidad de su proyecto inicial de confeccionar una historia de los símbolos, dada la amplitud de las simbolizaciones culturales, lo que la haría incompleta y fragmentaria; por lo que empeñó sus esfuerzos intelectuales en delimitar una teoría de la conciencia, resultado final de todas sus inquietudes políticas, filosóficas e históricas.
Unas líneas de estos autores, muy esclarecedoras, nos compendiarán bien lo que se ha venido exponiendo hasta aquí: “Es precisamente la tensión entre lo mundano y lo trascendente, elevada a conciencia por el filósofo, la que engendra el orden y la armonía, tanto espiritual como política.” Y: “en el agnosticismo la tensión se cancela y aflora esa conciencia servil de alienación que precede a la revuelta contra lo trascendente.”
Las religiones políticas
Tras esta necesaria Presentación, el libro aborda el primero de los ensayos de su contenido, aquel que le da título: Las religiones políticas. Se abre con un Prólogo del autor, Eric Voegelin, fechado en Massachussets durante la primavera de 1938, en el que, ante las posturas de diferentes personalidades sobre sus planteamientos, explica las causas que originaron el nacionalsocialismo y las razones de su postura personal en contra de esta teoría.
Un apretado resumen del contenido sería que el poder viene de Dios y el pueblo lo acepta; un poder que viene manifestado por los gobernantes, hasta que el pueblo entiende que tal poder emana de sí mismo, sustituyendo a Dios por la ciencia; pero, no puede eludir seguir haciendo uso de la simbología religiosa presente en aquel primer estadio.
Y entra en materia, explicando desde el inicio El problema, que no es otro que el considerar que religión y política son organizaciones de diferente índole, cuando no es así ya que los conceptos de lo religioso y lo político han ido a la zaga de las instituciones y sus símbolos. Y aclara que “para entender adecuadamente qué son las religiones políticas, debemos ampliar el concepto de religión, de forma tal que bajo él no solo caigan las religiones de salvación, sino también aquellos otros fenómenos que, en el desarrollo del Estado, creemos reconocer como religiosos.” Y, simultáneamente, hay que analizar el concepto de Estado, de manera que no solo recoja la idea de organización secular y humana, sino aspectos que corresponden al ámbito de lo religioso.
Define Estado: “es la unidad organizativa de un grupo de seres humanos sedentarios, dotada de poder soberano originario.” Y se extiende en ir aclarando cada uno de los términos de esta definición; una definición que, a su juicio, es incompleta si no se recurre a las fuentes históricas de las que surge, profundizando en las concepciones de Hegel.
No es tan concreto a la hora de referirse a la religión, a la que considera fruto de una experiencia vivencial íntima, basada en las emociones que tienen que ver con la condición de criatura; unas emociones, eso sí, que son profundas a diferencia de las más habituales, que son superficiales.
Así, pues, hace un recorrido histórico sobre los vínculos entre religión y estado, remontándose a la primera religión política profesada por un gran pueblo civilizado: el culto al sol, del que su principal figura es Akhenatón.
Partiendo de este análisis histórico, caracteriza alguno de los principales símbolos sacrales que permitieron poner en contacto el ámbito humano político con el divino. Es el primero la jerarquía. ¿Por qué? Porque es en ella donde se manifiesta “el símbolo de la irradiación que, desde la cúspide de la divinidad, recorre toda la jerarquía de los poderosos y sus subordinados y desciende hasta el último súbdito sometido a obediencia.”
El segundo símbolo es la ekklesía, el sentido de comunidad de un pueblo sujeto a la jerarquía que tiene origen divino. “El cierre de una comunidad organizada como estructura de poder requiere, ante todo, que dicha comunidad se perciba como unidad dotada de un centro existencial situado dentro de ella misma.” Afirma el autor que la ekklesía formada por Cristo se ha transformado en muchos sentidos, pero, en todos ellos subsiste una misma armazón fundamental, de la que proceden, por línea directa, todas las iglesias cristianas; pero, no solo encontramos esa armazón en ellas, sino que algunos de sus componentes fundamentales los hallamos en las comunidades estatales.
Ahora bien: tal ekklesía se ha visto sujeta a un doble ámbito, el espiritual y el terrenal, como lo atestiguan los escritos de San Agustín y Santo Tomás de Aquino, hasta que, con la excomunión decretada por Gregorio IX sobre Federico II, que se había proclamado rey-mesías, surge la primera religión política intramundana dentro de la ekklesía cristiana; pues, no en vano, el emperador se había apropiado de un simbolismo religioso hasta entonces cuasi exclusivo de la Iglesia. Es su apocalipsis, como revelación del reino; y la aparición de los reyes sagrados como mediadores de Dios y portadores de la personalidad comunitaria.
Hasta ahora, el autor se ha situado para su estudio desde una posición exterior. Pasa, seguidamente, a situarse en una nueva dimensión simbólica, para analizar interpretaciones de aquellos símbolos religiosos, desde dentro, por parte de los hombres y poderes involucrados.
“El proceso de disolución de la ekklesía occidental en las diferentes comunidades parciales de carácter estatal recorre toda la Edad Media y alcanza una clara eclosión en la época del absolutismo, cuando los estados se configuran desde la contraposición mutua.” Evidentemente, no es un proceso simultáneo en todas las regiones de Europa, pero fue en estos estados donde se desarrolló una teología de esta nueva ekklesía, en la que se compenetran aspectos político-seculares y sacrales y en la que estado e Iglesia se funden. Y el gran teólogo de esta particular ekklesía fue Hobbes, cuya teoría analiza detenidamente Voegelin.
En su desarrollo histórico, la comunidad intramundana deja de ser resultado de una emanación sacral desde una fuente suprema; pasa a convertirse ella misma en sustancia sacral originaria. La cosmovisión del hombre frente al mundo también varía, apoyándose en el avance de la ciencia. Pero, aunque el hombre pueda dejar que los contenidos mundanos se desarrollen hasta borrar del horizonte los conceptos de mundo y Dios, no puede eliminar la problemática de su propia existencia. A partir de aquí, el autor nos guía a través de Kant, Fichte, Comte, Marx, Gobineau, etc., concluyendo que el rasgo común de la nueva y surgente simbología es su pretendido carácter de ciencia. Aunque advierte de que, cuando la entidad colectiva intramundana ocupa el lugar de Dios, la persona deviene en miembro al servicio del contenido mundano sacralizado, es decir, en un instrumento: su modo de vida, de su existencia física y espiritual solo es importante en relación con la comunidad a la que pertenece. Lo que relaciona, entre otras cosas, con las situaciones que se dan en el nacionalsocialismo y el fascismo, alemán el primero e italiano el segundo. Es, en definitiva, la aparición del mal, encarnado en estas doctrinas. Dentro de la creación divina, existe el mal, “la magnificencia del ser queda empañada por la miseria de la criatura, el orden de la comunidad se construye a fuerza de odio y sangre, de dolor y apostasía.”
Un Epílogo cierra tan interesante ensayo, en el que, en dos páginas, resume el autor el planteamiento y curso de sus reflexiones en las hojas que las preceden.
Ciencia política y gnosticismo
La segunda parte del libro contiene dos nuevos ensayos; el primero, Ciencia, política y gnosticismo, en el que éste aparece como una categoría interpretativa para analizar el desarrollo intelectual y político de la Modernidad; el segundo, El sucedáneo de la religión: los movimientos gnósticos de masas de nuestros tiempos.
Antes de entrar en materia, el autor ofrece un Prefacio a la edición americana, en el que expresa que el primero de estos dos ensayos tuvo su génesis en una conferencia, pronunciada en la universidad de Munich en 1958, con la idea de aplicar al gnosticismo de Hegel, Marx, Nietzsche y Heidegger la visión de Von Balthasar, Hans Jonas o Albert Camus.
Comienza con una Introducción en la que intenta explicar la presencia del gnosticismo en la actualidad, basándose en los orígenes y significado de esta doctrina. Aduce que el desmoronamiento de los imperios ecuménicos sumergió al hombre en el desconcierto existencial, en el que se encontraba aherrojado como un prisionero; buscaba, pues, el ser humano una liberación de esa cárcel a través de una interpretación estoica de sí mismo, o de la visión de la ecúmene pragmática de Polibio, de las religiones mistéricas, de los cultos heliopolitanos de esclavos, de la apocalíptica hebrea, del cristianismo, del maniqueísmo y, cómo no, del agnosticismo. De este último aparecen diversas expresiones simbólicas, todas con una característica central: la experiencia del mundo como un lugar extraño, en el que el hombre se ha extraviado y en el que ha de encontrar el camino de vuelta a casa, de vuelta a aquel mundo distinto del que procede. Tanto Hegel como Heidegger utilizan la simbología gnóstica de “arrojado” a este mundo o “alienado” en él, para representar una situación similar de incertidumbre de la existencia humana; y nacen diferentes doctrinas que pretenden liberarlo de esas cadenas, mediante, por ejemplo, la suposición de un espíritu absoluto, o de una dialéctica materialista de la naturaleza, etc. En todo caso, su pretensión es siempre la de destruir el viejo mundo para inaugurar uno nuevo, cuyo instrumento de salvación es la gnosis, el conocimiento.
Concluye: “La autosalvación por medio del conocimiento tiene su propia magia, y esta magia no es inofensiva. […] El intento por destruir el mundo no destruye el mundo, sino que aumenta el desorden de la sociedad.”
Seguidamente, entra de lleno en el tema central de su estudio: Ciencia, política y gnosticismo. Son las fuentes históricas las que le dan pie a su argumentación. Fueron Platón y Aristóteles los fundadores de la ciencia política, aunque en ella había diferentes opciones (acerca del orden correcto del alma y de la sociedad) por lo que la cuestión fundamental era estudiar la posibilidad de que hubiese una opción que careciese de la huella del subjetivismo o la arbitrariedad.
Para Voegelin, las bases de la ciencia política clásica mantienen hoy su vigencia y la perfila a través del contenido, el método analítico y sus presupuestos antropológicos.
En cuanto al contenido, afirma que no es esotérico, sino que, muy al contrario, está próximo a las cuestiones cotidianas, interesándose por descubrir la verdad de las cosas de las que todo el mundo habla, como, por ejemplo, qué es la felicidad, qué tamaño de territorio y de población son mejores para una sociedad, qué clase de educación es preferible, etc. Es aquí donde interviene el filósofo, en su intento por superar la opinión y alcanzar la verdad a través del análisis científico.
El análisis científico difiere del formal, pues el primero es el que permite juzgar sobre la vedad de las premisas que sirven de base a la opinión.
Finalmente, por lo que respecta a los presupuestos antropológicos, el autor nos plantea que el análisis platónico-aristotélico no comenzaba con especulaciones sobre su propia posibilidad, sino que se basaba en la comprensión auténtica del ser, concluyendo que la ciencia política supera el simple examen de la validez de las proposiciones, encontrándose más relacionada con la verdad de la existencia. Añade, como cierre del apartado de su estudio con unas palabras que gozan de total actualidad: “Nos enfrentamos aquí, más bien, con personas que saben que sus opiniones no pueden sostenerse tras un análisis crítico, y por qué y que, por ello, prohíben que se analicen las premisas de sus dogmas.” Es el negarse a que se hagan preguntas.
Luego, se dedica Voegelin a presentar el fenómeno de la prohibición de las preguntas analizando algunas opiniones representativas, como son las de Marx, Nietzsche, Hegel y Heidegger. Con lo que da por completado su análisis, definiendo luego conceptual y terminológicamente sus resultados; para ello, toma de la interpretación de Heidegger del ser, el término parusía y habla de parusismo para referirse a la actitud que espera la liberación de los demonios del tiempo en el advenimiento, es decir, en la venida en toda su plenitud del ser concebido en términos inmanentes.
Antes de dedicar unas líneas sobre La filosofía de la Historia Universal, de Hegel y la correspondiente bibliografía, el autor incorpora unas páginas para tratar del asesinato de Dios. En ellas, parte de la proposición de que el objetivo del gnosticismo parusístico, en el sentido recogido en el párrafo precedente, es destruir el orden del ser, que se experimenta como imperfecto e injusto, y reemplazarlo don un orden justo y perfecto mediante el poder creador del hombre; es decir: el orden del ser no nos viene “dado” por poderes divinos o cósmicos, ni por un Dios trascendente, o como un orden esencial del ser; muy al contrario, es algo esencialmente a disposición del hombre y bajo su dominio, por lo que adueñarse del ser requiere destruir su origen trascendente, asesinar a Dios. No solo se sustituye el viejo mundo de Dios por el nuevo del hombre, sino que Dios mismo es una creación suya que éste, el hombre, puede destruir. Y con un recorrido histórico sobre el tema, se cierra el capítulo.
El último bloque de esta obra recoge el ensayo El sucedáneo de la religión: los movimientos gnósticos de masas de nuestro tiempo, publicado en Wort und Wahrheit en 1960, con la intención de presentar al gran público una explicación adicional sobre el simbolismo y la psicología de los movimientos de masas de nuestros días.
En su desarrollo, utiliza el método aristotélico, hablando primeramente de forma ilustrativa sobre la cuestión que se va a estudiar y, luego, cuando el tema está suficientemente aclarado, emprende propiamente el análisis, señalando como movimientos gnósticos, por ejemplo, el progresismo, el positivismo, el marxismo, el psicoanálisis, el comunismo, el fascismo y el nacionalsocialismo; como se ve, movimientos no solo políticos, sino, también, intelectuales.
Expone seis características de la naturaleza de la actitud gnóstica: 1. El gnóstico está insatisfecho con su situación. 2. Sostiene que los problemas de su situación se pueden atribuir al hecho de que el mundo está intrínsecamente mal organizado. 3. Cree que es posible la salvación del mal del mundo. 4. Cree que el orden de ser tiene que ser transformado en un proceso histórico, de un mundo desdichado debe históricamente evolucionar uno bueno. 5. Punto esencial, cree que la acción humana es capaz de modificar el orden del ser y que este acto redentor es posible gracias al esfuerzo del propio hombre. Y 6. La tarea del gnóstico es buscar la fórmula para lograr dicho cambio: el conocimiento.
Con la idea de expresarse de manera adecuada, la actitud gnóstica ha creado su simbolismo en los modernos movimientos de masas; de tales símbolos, recoge algunos, ante la imposibilidad de abarcarlos todos en un corto espacio. Habla, así, de la sanctificatio o perfección de origen cristiano; del simbolismo creado a partir de la especulación sobre la historia de Joaquín de Fiore; de los símbolos provenientes del averroísmo latino y el nominalismo o de la práctica de la oración islámica.
Nos encontramos, pues, ante una obra que, pese a los años transcurridos desde sus versiones originales (son varios ensayos los reunidos aquí) no ha perdido vigencia ya que su interpretación de hechos y circunstancias responde a un planteamiento filosófico, muy bien argumentado y con suficientes apoyos históricos. Una interpretación que, como es habitual en este tipo de estudios, no concita unanimidad de reacciones, pero que resiste muy bien cualquier análisis de sus propuestas. Por lo que se refiere al continente, sería muy de agradecer el uso de un cuerpo tipográfico algo mayor que, sin duda, contribuirá a una lectura más descansada de tan interesante aportación.
Índice
Presentación. Eric Voegelin, filósofo del orden. Guillermo Graíño y José María Carabante.
Nota a la presente edición
Bibliografía
LAS RELIGIONES POLÍTICAS
Prólogo
I. El problema
Estado Religión
II. Akhenaton
III. Jerarquía
Ekklesía
Espiritual y temporal
Apocalipsis
IV. Leviatán
V. La comunidad intramundana
Simbología
Fe
Epílogo
Nota bibliográfica
CIENCIA, POLÍTICA Y GNOSTICISMO: DOS ENSAYOS
Prefacio a la edición americana
Parte I. Ciencia, política y gnosticismo
1. Introducción
2. Ciencia, política y gnosticismo
3. El asesinato de Dios
4. Nota sobre la Filosofía de la historia universal de Hegel
Bibliografía
Parte II. El sucedáneo de la religión: los movimientos gnósticos de masas de nuestro tiempo
El sucedáneo de la religión
Título: Las religiones políticas
Autor: Eric Voegelin
Autores de la Presentación: Guillermo Graíño y José María Carabante
Edita: Editorial Trotta, Madrid, 2014
Colección: Estructuras y Procesos
Serie: Filosofía
Traducción: Manuel Abella y Pedro García Guirao
Encuadernación: Tapa blanda con solapas
Número de páginas: 143
ISBN: 978-84-9879-534-9
Precio: 13 euros
Nos encontramos ante un libro que, sin ser nuevo en su contenido (su autor falleció en 1985), sí nos ofrece textos en nuestro idioma, lo que, sin duda, los hace más asequibles, y, lo que es más destacable, la oportunidad de releerlos en momentos en los que la reflexión que nos aportan es más necesaria.
Guillermo Graíño y José María Carabante son los introductores de la edición. Y son ellos quienes nos ofrecen el pórtico necesario para acceder, de la mejor manera posible, a la lectura de estos ensayos de Voegelin, a través de la Presentación que llena las primeras páginas del libro. La titulan Eric Voegelin, filósofo del orden. Es la mejor descripción de lo que viene a continuación.
¿Qué movió a Voegelin a indagar, filosóficamente, en el entramado de ciertas propuestas políticas y superar sus paradigmas? Tres conceptos que revisten una indiscutible actualidad: la devaluación del lenguaje, la manipulación y el desorden social. Eso sí: no hay que olvidar que su trayectoria intelectual se vertebra sobre su experiencia personal.
En un primer apartado, nos desvelan la postura del autor sobre El totalitarismo como religión. “Voegelin concluirá que las derivas totalitarias son consecuencia de una ruptura de la tensión hacia lo trascendente, ruptura que ha volcado la sacralidad dentro de comunidades cerradas.” Para el filósofo, nos dicen, solo se puede entender cabalmente la historia aprehendiendo en toda su oculta amplitud las enormes repercusiones acaecidas por los cambios en el equilibrio entre el ámbito de lo sagrado y la esfera de lo profano.
Aborda un segundo apartado la relación entre Gnosticismo y Modernidad. El interés de Voegelin por el Gnosticismo nace por la necesidad de ampliar el horizonte simbólico e interpretativo con el que hacer inteligibles la política y la filosofía de nuestro tiempo. Su tesis sobre esta doctrina se hizo popular en el pensamiento político neoconservador y en sus doctrinas de la guerra fría.
Los símbolos del orden constituye el tercer apartado de esta Presentación. Fue proyecto de Voegelin la confección de una historia de los símbolos en los que se apoyan las vivencias humanas de orden, un repaso por las formas en que el ser humano ha intentado hacer inteligible la estructura de la realidad. Cuando Voegelin habla de orden, ¿a qué alude realmente? Nos dicen: “El orden, tanto como su antítesis, el desorden, apunta a la relación del hombre con el fundamento trascendente de su existencia, que puede configurarse en armonía o disonancia con aquel.”
Finalmente, un último apartado: Hacia una teoría de la conciencia. Voegelin alcanzó a comprender la imposibilidad de su proyecto inicial de confeccionar una historia de los símbolos, dada la amplitud de las simbolizaciones culturales, lo que la haría incompleta y fragmentaria; por lo que empeñó sus esfuerzos intelectuales en delimitar una teoría de la conciencia, resultado final de todas sus inquietudes políticas, filosóficas e históricas.
Unas líneas de estos autores, muy esclarecedoras, nos compendiarán bien lo que se ha venido exponiendo hasta aquí: “Es precisamente la tensión entre lo mundano y lo trascendente, elevada a conciencia por el filósofo, la que engendra el orden y la armonía, tanto espiritual como política.” Y: “en el agnosticismo la tensión se cancela y aflora esa conciencia servil de alienación que precede a la revuelta contra lo trascendente.”
Las religiones políticas
Tras esta necesaria Presentación, el libro aborda el primero de los ensayos de su contenido, aquel que le da título: Las religiones políticas. Se abre con un Prólogo del autor, Eric Voegelin, fechado en Massachussets durante la primavera de 1938, en el que, ante las posturas de diferentes personalidades sobre sus planteamientos, explica las causas que originaron el nacionalsocialismo y las razones de su postura personal en contra de esta teoría.
Un apretado resumen del contenido sería que el poder viene de Dios y el pueblo lo acepta; un poder que viene manifestado por los gobernantes, hasta que el pueblo entiende que tal poder emana de sí mismo, sustituyendo a Dios por la ciencia; pero, no puede eludir seguir haciendo uso de la simbología religiosa presente en aquel primer estadio.
Y entra en materia, explicando desde el inicio El problema, que no es otro que el considerar que religión y política son organizaciones de diferente índole, cuando no es así ya que los conceptos de lo religioso y lo político han ido a la zaga de las instituciones y sus símbolos. Y aclara que “para entender adecuadamente qué son las religiones políticas, debemos ampliar el concepto de religión, de forma tal que bajo él no solo caigan las religiones de salvación, sino también aquellos otros fenómenos que, en el desarrollo del Estado, creemos reconocer como religiosos.” Y, simultáneamente, hay que analizar el concepto de Estado, de manera que no solo recoja la idea de organización secular y humana, sino aspectos que corresponden al ámbito de lo religioso.
Define Estado: “es la unidad organizativa de un grupo de seres humanos sedentarios, dotada de poder soberano originario.” Y se extiende en ir aclarando cada uno de los términos de esta definición; una definición que, a su juicio, es incompleta si no se recurre a las fuentes históricas de las que surge, profundizando en las concepciones de Hegel.
No es tan concreto a la hora de referirse a la religión, a la que considera fruto de una experiencia vivencial íntima, basada en las emociones que tienen que ver con la condición de criatura; unas emociones, eso sí, que son profundas a diferencia de las más habituales, que son superficiales.
Así, pues, hace un recorrido histórico sobre los vínculos entre religión y estado, remontándose a la primera religión política profesada por un gran pueblo civilizado: el culto al sol, del que su principal figura es Akhenatón.
Partiendo de este análisis histórico, caracteriza alguno de los principales símbolos sacrales que permitieron poner en contacto el ámbito humano político con el divino. Es el primero la jerarquía. ¿Por qué? Porque es en ella donde se manifiesta “el símbolo de la irradiación que, desde la cúspide de la divinidad, recorre toda la jerarquía de los poderosos y sus subordinados y desciende hasta el último súbdito sometido a obediencia.”
El segundo símbolo es la ekklesía, el sentido de comunidad de un pueblo sujeto a la jerarquía que tiene origen divino. “El cierre de una comunidad organizada como estructura de poder requiere, ante todo, que dicha comunidad se perciba como unidad dotada de un centro existencial situado dentro de ella misma.” Afirma el autor que la ekklesía formada por Cristo se ha transformado en muchos sentidos, pero, en todos ellos subsiste una misma armazón fundamental, de la que proceden, por línea directa, todas las iglesias cristianas; pero, no solo encontramos esa armazón en ellas, sino que algunos de sus componentes fundamentales los hallamos en las comunidades estatales.
Ahora bien: tal ekklesía se ha visto sujeta a un doble ámbito, el espiritual y el terrenal, como lo atestiguan los escritos de San Agustín y Santo Tomás de Aquino, hasta que, con la excomunión decretada por Gregorio IX sobre Federico II, que se había proclamado rey-mesías, surge la primera religión política intramundana dentro de la ekklesía cristiana; pues, no en vano, el emperador se había apropiado de un simbolismo religioso hasta entonces cuasi exclusivo de la Iglesia. Es su apocalipsis, como revelación del reino; y la aparición de los reyes sagrados como mediadores de Dios y portadores de la personalidad comunitaria.
Hasta ahora, el autor se ha situado para su estudio desde una posición exterior. Pasa, seguidamente, a situarse en una nueva dimensión simbólica, para analizar interpretaciones de aquellos símbolos religiosos, desde dentro, por parte de los hombres y poderes involucrados.
“El proceso de disolución de la ekklesía occidental en las diferentes comunidades parciales de carácter estatal recorre toda la Edad Media y alcanza una clara eclosión en la época del absolutismo, cuando los estados se configuran desde la contraposición mutua.” Evidentemente, no es un proceso simultáneo en todas las regiones de Europa, pero fue en estos estados donde se desarrolló una teología de esta nueva ekklesía, en la que se compenetran aspectos político-seculares y sacrales y en la que estado e Iglesia se funden. Y el gran teólogo de esta particular ekklesía fue Hobbes, cuya teoría analiza detenidamente Voegelin.
En su desarrollo histórico, la comunidad intramundana deja de ser resultado de una emanación sacral desde una fuente suprema; pasa a convertirse ella misma en sustancia sacral originaria. La cosmovisión del hombre frente al mundo también varía, apoyándose en el avance de la ciencia. Pero, aunque el hombre pueda dejar que los contenidos mundanos se desarrollen hasta borrar del horizonte los conceptos de mundo y Dios, no puede eliminar la problemática de su propia existencia. A partir de aquí, el autor nos guía a través de Kant, Fichte, Comte, Marx, Gobineau, etc., concluyendo que el rasgo común de la nueva y surgente simbología es su pretendido carácter de ciencia. Aunque advierte de que, cuando la entidad colectiva intramundana ocupa el lugar de Dios, la persona deviene en miembro al servicio del contenido mundano sacralizado, es decir, en un instrumento: su modo de vida, de su existencia física y espiritual solo es importante en relación con la comunidad a la que pertenece. Lo que relaciona, entre otras cosas, con las situaciones que se dan en el nacionalsocialismo y el fascismo, alemán el primero e italiano el segundo. Es, en definitiva, la aparición del mal, encarnado en estas doctrinas. Dentro de la creación divina, existe el mal, “la magnificencia del ser queda empañada por la miseria de la criatura, el orden de la comunidad se construye a fuerza de odio y sangre, de dolor y apostasía.”
Un Epílogo cierra tan interesante ensayo, en el que, en dos páginas, resume el autor el planteamiento y curso de sus reflexiones en las hojas que las preceden.
Ciencia política y gnosticismo
La segunda parte del libro contiene dos nuevos ensayos; el primero, Ciencia, política y gnosticismo, en el que éste aparece como una categoría interpretativa para analizar el desarrollo intelectual y político de la Modernidad; el segundo, El sucedáneo de la religión: los movimientos gnósticos de masas de nuestros tiempos.
Antes de entrar en materia, el autor ofrece un Prefacio a la edición americana, en el que expresa que el primero de estos dos ensayos tuvo su génesis en una conferencia, pronunciada en la universidad de Munich en 1958, con la idea de aplicar al gnosticismo de Hegel, Marx, Nietzsche y Heidegger la visión de Von Balthasar, Hans Jonas o Albert Camus.
Comienza con una Introducción en la que intenta explicar la presencia del gnosticismo en la actualidad, basándose en los orígenes y significado de esta doctrina. Aduce que el desmoronamiento de los imperios ecuménicos sumergió al hombre en el desconcierto existencial, en el que se encontraba aherrojado como un prisionero; buscaba, pues, el ser humano una liberación de esa cárcel a través de una interpretación estoica de sí mismo, o de la visión de la ecúmene pragmática de Polibio, de las religiones mistéricas, de los cultos heliopolitanos de esclavos, de la apocalíptica hebrea, del cristianismo, del maniqueísmo y, cómo no, del agnosticismo. De este último aparecen diversas expresiones simbólicas, todas con una característica central: la experiencia del mundo como un lugar extraño, en el que el hombre se ha extraviado y en el que ha de encontrar el camino de vuelta a casa, de vuelta a aquel mundo distinto del que procede. Tanto Hegel como Heidegger utilizan la simbología gnóstica de “arrojado” a este mundo o “alienado” en él, para representar una situación similar de incertidumbre de la existencia humana; y nacen diferentes doctrinas que pretenden liberarlo de esas cadenas, mediante, por ejemplo, la suposición de un espíritu absoluto, o de una dialéctica materialista de la naturaleza, etc. En todo caso, su pretensión es siempre la de destruir el viejo mundo para inaugurar uno nuevo, cuyo instrumento de salvación es la gnosis, el conocimiento.
Concluye: “La autosalvación por medio del conocimiento tiene su propia magia, y esta magia no es inofensiva. […] El intento por destruir el mundo no destruye el mundo, sino que aumenta el desorden de la sociedad.”
Seguidamente, entra de lleno en el tema central de su estudio: Ciencia, política y gnosticismo. Son las fuentes históricas las que le dan pie a su argumentación. Fueron Platón y Aristóteles los fundadores de la ciencia política, aunque en ella había diferentes opciones (acerca del orden correcto del alma y de la sociedad) por lo que la cuestión fundamental era estudiar la posibilidad de que hubiese una opción que careciese de la huella del subjetivismo o la arbitrariedad.
Para Voegelin, las bases de la ciencia política clásica mantienen hoy su vigencia y la perfila a través del contenido, el método analítico y sus presupuestos antropológicos.
En cuanto al contenido, afirma que no es esotérico, sino que, muy al contrario, está próximo a las cuestiones cotidianas, interesándose por descubrir la verdad de las cosas de las que todo el mundo habla, como, por ejemplo, qué es la felicidad, qué tamaño de territorio y de población son mejores para una sociedad, qué clase de educación es preferible, etc. Es aquí donde interviene el filósofo, en su intento por superar la opinión y alcanzar la verdad a través del análisis científico.
El análisis científico difiere del formal, pues el primero es el que permite juzgar sobre la vedad de las premisas que sirven de base a la opinión.
Finalmente, por lo que respecta a los presupuestos antropológicos, el autor nos plantea que el análisis platónico-aristotélico no comenzaba con especulaciones sobre su propia posibilidad, sino que se basaba en la comprensión auténtica del ser, concluyendo que la ciencia política supera el simple examen de la validez de las proposiciones, encontrándose más relacionada con la verdad de la existencia. Añade, como cierre del apartado de su estudio con unas palabras que gozan de total actualidad: “Nos enfrentamos aquí, más bien, con personas que saben que sus opiniones no pueden sostenerse tras un análisis crítico, y por qué y que, por ello, prohíben que se analicen las premisas de sus dogmas.” Es el negarse a que se hagan preguntas.
Luego, se dedica Voegelin a presentar el fenómeno de la prohibición de las preguntas analizando algunas opiniones representativas, como son las de Marx, Nietzsche, Hegel y Heidegger. Con lo que da por completado su análisis, definiendo luego conceptual y terminológicamente sus resultados; para ello, toma de la interpretación de Heidegger del ser, el término parusía y habla de parusismo para referirse a la actitud que espera la liberación de los demonios del tiempo en el advenimiento, es decir, en la venida en toda su plenitud del ser concebido en términos inmanentes.
Antes de dedicar unas líneas sobre La filosofía de la Historia Universal, de Hegel y la correspondiente bibliografía, el autor incorpora unas páginas para tratar del asesinato de Dios. En ellas, parte de la proposición de que el objetivo del gnosticismo parusístico, en el sentido recogido en el párrafo precedente, es destruir el orden del ser, que se experimenta como imperfecto e injusto, y reemplazarlo don un orden justo y perfecto mediante el poder creador del hombre; es decir: el orden del ser no nos viene “dado” por poderes divinos o cósmicos, ni por un Dios trascendente, o como un orden esencial del ser; muy al contrario, es algo esencialmente a disposición del hombre y bajo su dominio, por lo que adueñarse del ser requiere destruir su origen trascendente, asesinar a Dios. No solo se sustituye el viejo mundo de Dios por el nuevo del hombre, sino que Dios mismo es una creación suya que éste, el hombre, puede destruir. Y con un recorrido histórico sobre el tema, se cierra el capítulo.
El último bloque de esta obra recoge el ensayo El sucedáneo de la religión: los movimientos gnósticos de masas de nuestro tiempo, publicado en Wort und Wahrheit en 1960, con la intención de presentar al gran público una explicación adicional sobre el simbolismo y la psicología de los movimientos de masas de nuestros días.
En su desarrollo, utiliza el método aristotélico, hablando primeramente de forma ilustrativa sobre la cuestión que se va a estudiar y, luego, cuando el tema está suficientemente aclarado, emprende propiamente el análisis, señalando como movimientos gnósticos, por ejemplo, el progresismo, el positivismo, el marxismo, el psicoanálisis, el comunismo, el fascismo y el nacionalsocialismo; como se ve, movimientos no solo políticos, sino, también, intelectuales.
Expone seis características de la naturaleza de la actitud gnóstica: 1. El gnóstico está insatisfecho con su situación. 2. Sostiene que los problemas de su situación se pueden atribuir al hecho de que el mundo está intrínsecamente mal organizado. 3. Cree que es posible la salvación del mal del mundo. 4. Cree que el orden de ser tiene que ser transformado en un proceso histórico, de un mundo desdichado debe históricamente evolucionar uno bueno. 5. Punto esencial, cree que la acción humana es capaz de modificar el orden del ser y que este acto redentor es posible gracias al esfuerzo del propio hombre. Y 6. La tarea del gnóstico es buscar la fórmula para lograr dicho cambio: el conocimiento.
Con la idea de expresarse de manera adecuada, la actitud gnóstica ha creado su simbolismo en los modernos movimientos de masas; de tales símbolos, recoge algunos, ante la imposibilidad de abarcarlos todos en un corto espacio. Habla, así, de la sanctificatio o perfección de origen cristiano; del simbolismo creado a partir de la especulación sobre la historia de Joaquín de Fiore; de los símbolos provenientes del averroísmo latino y el nominalismo o de la práctica de la oración islámica.
Nos encontramos, pues, ante una obra que, pese a los años transcurridos desde sus versiones originales (son varios ensayos los reunidos aquí) no ha perdido vigencia ya que su interpretación de hechos y circunstancias responde a un planteamiento filosófico, muy bien argumentado y con suficientes apoyos históricos. Una interpretación que, como es habitual en este tipo de estudios, no concita unanimidad de reacciones, pero que resiste muy bien cualquier análisis de sus propuestas. Por lo que se refiere al continente, sería muy de agradecer el uso de un cuerpo tipográfico algo mayor que, sin duda, contribuirá a una lectura más descansada de tan interesante aportación.
Índice
Presentación. Eric Voegelin, filósofo del orden. Guillermo Graíño y José María Carabante.
Nota a la presente edición
Bibliografía
LAS RELIGIONES POLÍTICAS
Prólogo
I. El problema
Estado Religión
II. Akhenaton
III. Jerarquía
Ekklesía
Espiritual y temporal
Apocalipsis
IV. Leviatán
V. La comunidad intramundana
Simbología
Fe
Epílogo
Nota bibliográfica
CIENCIA, POLÍTICA Y GNOSTICISMO: DOS ENSAYOS
Prefacio a la edición americana
Parte I. Ciencia, política y gnosticismo
1. Introducción
2. Ciencia, política y gnosticismo
3. El asesinato de Dios
4. Nota sobre la Filosofía de la historia universal de Hegel
Bibliografía
Parte II. El sucedáneo de la religión: los movimientos gnósticos de masas de nuestro tiempo
El sucedáneo de la religión
Notas sobre el autor
Eric Voegelin nació en Colonia en 1901, estudió derecho y ciencia política en la Universidad de Viena, donde se doctoró con Hans Kelsen. Durante los años treinta adquirió cierta notoriedad al criticar los postulados racistas del nazismo, lo que le obligó a emigrar a Estados Unidos en 1938, cuando la Alemania nacionalsocialista procedió a la anexión de Austria. Trabajó en diversas instituciones académicas americanas hasta 1942, año en que fue nombrado profesor de Ciencia Política y Gobierno en la Universidad de Luisiana. En 1958 regresó a su Europa natal para hacerse cargo de la cátedra de Ciencia Política de la Universidad de Múnich, donde también fundó el Institut für Politische Wissenschaft. Volvió a Estados Unidos en 1969, desarrollando desde entonces y hasta su muerte, en 1985, su labor investigadora en la prestigiosa Hoover Institution, de la Universidad de Standford.
Autor de numerosos ensayos y artículos, de su extensa obra se puede destacar los siguientes: Rasse und Staat (1933), Der autoritäre Staat (1936), The New Science of Politics (1952), Order and History (5 vols., 1956-1974) y Anamnesis (1966). En Editorial Trotta se ha publicado Fe y filosofía (2009), que recoge la correspondencia de Eric Voegelin con Leo Strauss.
Eric Voegelin nació en Colonia en 1901, estudió derecho y ciencia política en la Universidad de Viena, donde se doctoró con Hans Kelsen. Durante los años treinta adquirió cierta notoriedad al criticar los postulados racistas del nazismo, lo que le obligó a emigrar a Estados Unidos en 1938, cuando la Alemania nacionalsocialista procedió a la anexión de Austria. Trabajó en diversas instituciones académicas americanas hasta 1942, año en que fue nombrado profesor de Ciencia Política y Gobierno en la Universidad de Luisiana. En 1958 regresó a su Europa natal para hacerse cargo de la cátedra de Ciencia Política de la Universidad de Múnich, donde también fundó el Institut für Politische Wissenschaft. Volvió a Estados Unidos en 1969, desarrollando desde entonces y hasta su muerte, en 1985, su labor investigadora en la prestigiosa Hoover Institution, de la Universidad de Standford.
Autor de numerosos ensayos y artículos, de su extensa obra se puede destacar los siguientes: Rasse und Staat (1933), Der autoritäre Staat (1936), The New Science of Politics (1952), Order and History (5 vols., 1956-1974) y Anamnesis (1966). En Editorial Trotta se ha publicado Fe y filosofía (2009), que recoge la correspondencia de Eric Voegelin con Leo Strauss.
Redacción T21
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Tendencias 21 (Madrid). ISSN 2174-6850