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Reseñas

Inteligencia espiritual Juan Antonio Martínez de la Fe , 02/10/2014

Vivimos en un desierto espiritual


Inteligencia espiritual
Ficha Técnica

Título: Inteligencia espiritual
Autor: Francesc Torralba Roselló
Edita: Plataforma Editorial, 6ª edición, Barcelona, 2014
Colección: Plataforma Actual
Encuadernación: Tapa blanda con solapas
Número de páginas: 338
ISBN: 978-84-96981-74-4
Precio: 19,95 euros

Pero, ¿existe una inteligencia espiritual? Desde que Howard Gardner identificara ocho formas de inteligencia en el ser humano, autores varios han ido incorporando al elenco nuevas maneras de expresión de la inteligencia. Una de las que más éxito ha cosechado ha sido la inteligencia emocional, explicada por Daniel Goleman. La espiritual, de la que trata este libro, no es nueva, aunque su concreción se ha ido desarrollando a lo largo del tiempo, siendo conocida, también, con otros apelativos, tales como inteligencia existencial o trascendente.

En el Prólogo de su obra, Francesc Torralba trata de perfilar los límites de su propuesta, aunque, probablemente, se haya de recurrir al primer capítulo para acercarnos a las definiciones, que nos permitan centrar el tema. ¿Qué es la inteligencia? Es éste el título que encabeza este primer bloque del libro. En general, el autor nos explica que por inteligencia entiende “la capacidad y la habilidad para responder, de la manera más adecuada posible, a las exigencias que presenta el mundo. Permite reflexionar, cavilar, examinar, revisar e interpretar la realidad.” En definitiva, cumple la inteligencia una función adaptativa que nos permite vivir y pervivir.

Y ¿qué hay de la inteligencia espiritual? La inteligencia espiritual ha sido presentada a principios del siglo XXI por Danah Zohar como un tipo de inteligencia en la línea de la inteligencia emocional, pero con características propias, que merecen destacarse en el estudio de la mente. Abarca los comportamientos éticos, el sentido de la trascendencia y de lo sagrado, nos dice Gonzalo Haya. Es decir, en palabras del autor, que se “detectan en el ser humano una serie de operaciones, un campo de necesidades y de poderes que difícilmente se pueden explicar a partir del cuadro de inteligencias múltiples que ofreció, en su momento, Howard Gardner.” Lo que viene a suponer que ese tipo de capacidades solo puede explicarse adecuadamente si se reconoce en el ser humano, y solo en él, la inteligencia espiritual.

Sentido espiritual

Para sus fines, Torralba parte de la tesis según la cual el ser humano tiene un sentido espiritual, padece unas necesidades de orden espiritual, que no puede desarrollar ni satisfacer de otro modo que cultivando y desarrollando esta inteligencia espiritual. Con esta base, pretende, a través de este ensayo que comentamos, dar a conocer una primera presentación formal de los poderes de la inteligencia espiritual, su cultivo y sus beneficios para el desarrollo de la vida humana; igualmente, propone explorar las consecuencias dramáticas de la atrofia de esta inteligencia, tanto en el plano individual como en el colectivo.

Y deja claro el autor los terrenos vinculados a esta temática pero que no aborda en su trabajo, tanto el dualismo como el monismo antropológico; muy al contrario, concibe “al ser humano como una unidad multidimensional, exterior e interior, dotado de un dentro y de un fuera, como una única realidad polifacética, capaz de operaciones muy distintas en virtud de las distintas inteligencias que hay en él.” Por otro lado, el objetivo del libro es abordar las bases filosóficas de la inteligencia espiritual, pero no sus bases biológicas. Por todo ello, se limita a presentar las propiedades de esta inteligencia espiritual y su peculiaridad dentro del conjunto de las inteligencias múltiples.

Dicho esto, el autor, con buen criterio, hace un recorrido sobre El mapa de las inteligencias desarrollado por Gardner, deteniéndose en cada uno de sus tipos de manera resumida: La inteligencia lingüística, la musical, la lógico-matemática, la corporal y kinestésica, la espacial y visual, la intrapersonal, la interpersonal y, por último, la naturista. Si bien en la obra es oportuno este capítulo recordatorio, no merece mayor comentario por ser tema bastante conocido.

Y, ya en el capítulo III, aborda el núcleo: ¿Qué es la inteligencia espiritual? Comienza con un recorrido sobre lo más destacado de la amplia bibliografía aparecida desde el momento en que Zohar y Marshall acuñaron el término: Viktor Frankl, Robert Emmons, Kathleen Noble, Frances Vaughan, David B. King, Singh G., son, entre otros los autores citados en este espacio. Se detiene Torralba en la definición que da Gardner de la inteligencia espiritual: “la capacidad para situarse a sí mismo con respecto al cosmos, como la capacidad de situarse a sí mismo con respecto a los rasgos existenciales de la condición humana como el significado de la vida, el significado de la muerte y el destino final del mundo físico y psicológico en profundas experiencias como el amor a otra persona o la inmersión en un trabajo de arte.” Y de Singh G. destaca que la inteligencia espiritual, debidamente cultivada, hace del ser humano un homo religiosus, ya que la creencia religiosa es una manifestación del desarrollo de la inteligencia espiritual.

Es evidente que los términos espíritu y espiritual encierran unos conceptos difíciles de delimitar. Pero Torralba es claro cuando lo aplica al ser humano: “Cuando afirmamos que el ser humano es capaz de vida espiritual en virtud de su inteligencia espiritual, nos referimos a que tiene capacidad para un tipo de experiencias, de preguntas, de movimiento y de operaciones que solo se dan en él y que, lejos de apartarle de la realidad, del mundo, de la corporeidad y de la naturaleza, le permiten vivirla con más intensidad, con más penetración, ahondando en los últimos niveles.” Quiere esto decir que lo espiritual no se diluye en una situación, sino que siempre es capaz de distanciarse de ella sin diluirse en ella; la inteligencia espiritual no nos contrapone al mundo, sino que nos hace tomar postura frente a él, no es esclavo de sus instintos. Y, por supuesto, deja patente que la vida espiritual no es patrimonio de las personas religiosas.

Una vida así entendida, claro es que presenta una serie de necesidades que, según Torralba, han sido tabuladas y consideradas en los entornos sanitarios más sofisticados del mundo. Tales necesidades, que se exacerban en situaciones límite, las recoge siguiendo a Simone Weil: “la necesidad de sentido, la de reconciliación con uno mismo y con la propia vida, la de reconocimiento de la propia identidad como persona, la de orden, la de verdad, la de libertad, la de arraigo, la de orar, la simbólico-ritual y la de soledad y silencio.” Una relación con la que, con total seguridad, no todo el mundo está de acuerdo, pero es muy coherente con el desarrollo del planteamiento del autor, que sí quiere dejar claro que el materialismo radical ha sido incapaz de satisfacer tales exigencias. Y otra cosa queda clara: la espiritualidad no necesariamente ha de vincularse a lo religioso, surgiendo el concepto de espiritualidad laica; en apoyo de su tesis, cita a Bernard Besret, Luc Ferry, René Barbier, André Comte-Sponville o Gabriel Madinier.

Para finalizar este capítulo, Torralba aborda unas pocas cuestiones. La primera es la fina línea divisoria entre inteligencia espiritual y la intrapersonal de Gardner; ya este consideraba que la espiritual puede ser una amalgama de la interpersonal y la intrapersonal, aunque sostiene que puede ser una buena candidata para convertirse en una octava inteligencia en su listado; aunque advierte, eso sí, de la problemática que plantea su inclusión en dicho listado el hecho de que lo moral o lo espiritual depende mucho de las culturas. Torralba acepta la proximidad entre lo que defiende como inteligencia espiritual y la llamada intrapersonal, pero no acepta que sean totalmente coincidentes; para él, la primera abre la mente a una constelación de preguntas que resume en siete grandes bloques: preguntas por el yo, preguntas sobre el destino futuro (inmortalidad, …), preguntas sobre el propio origen, preguntas sobre el sentido de la vida, preguntas sobre la finalidad de la vida humana, preguntas sobre el origen del mundo y, finalmente, preguntas sobre la posibilidad de un Dios. El otro aspecto que toca es el de la estrecha relación entre la inteligencia espiritual y el cuerpo: es ella misma cuerpo, pero no solo cuerpo; gracias a ella, el ser humano es capaz de generar un mundo intangible; pero, no cabe duda: existe una estrecha relación entre la inteligencia corporal y la espiritual. Y cierra este bloque dedicando unas líneas a la inteligencia emocional.

Núcleo de la obra

Con el capítulo cuarto, Los poderes de la inteligencia espiritual, llegamos al núcleo de la obra. Cuenta con diecisiete apartados cuyo conjunto es el más amplio del libro. Son diecisiete posibilidades que nos brinda la inteligencia espiritual, que, con frecuencia, se diferencian poco entre sí, aunque cada una encierra matices que le otorgan su singularidad. Solo se esbozan aquí, en estas apresuradas líneas, pero son merecedoras de una reposada lectura que, por otro lado, no conducirá siempre a coincidir con los planteamientos de Francesc Torralba. La búsqueda de sentido es el primero de estos poderes; la inteligencia espiritual nos hace capaces de interrogarnos por el sentido de la existencia, por lo que realmente dota de valor y significado a nuestra estancia en el mundo. El preguntar último; no nos ofrece el autor un listado exhaustivo de aquellas cuestiones que nos plantea la inteligencia espiritual, pero sí ofrece algunas: ¿Para qué estoy en el mundo? ¿Qué sentido tiene mi existencia? ¿Qué puedo esperar después de mi muerte? ¿Qué sentido tiene el mundo? ¿Para qué sufrir, para qué luchar? ¿Qué es lo que merece la pena ser vivido? ¿Cómo dotar de sentido a mi vida? Preguntas sin respuesta, pero que estimulan el desarrollo filosófico, científico y tecnológico de la humanidad.

Sigue La capacidad de distanciamiento, el poder tomar distancia de la realidad circundante; es la condición de posibilidad de la propia consciencia de la singularidad y de la realización de la vida en un marco de libertad; concepto este, el de libertad, muy abordado, especialmente desde los estudios sobre nuestro cerebro. Viene, a continuación, La autotrascendencia, una facultad que nos permite movernos hacia lo que no conocemos, para ir hacia lo que no tenemos, para entrar en el terreno de lo desconocido; es evitar instalarnos en donde estamos, en el estadio que se conoce.

El asombro. Una cosa es existir y otra muy distinta es darse cuenta de que uno existe; una cosa es mirar y otra admirarse de la realidad; en palabras del autor, “es una experiencia mental y emocional, una sensación que también afecta a lo corporal, pero que tiene su raíz en la inteligencia espiritual.” El sexto poder que nos explica Torralba es el El autoconocimiento; la inteligencia espiritual nos faculta para adentrarnos por la infinita senda que conduce al conocimiento de uno mismo, lugar en el que convergen la inteligencia intrapersonal y la espiritual; y con esta última, podemos distinguir el personaje, del ser, la representación, de la esencia.

La facultad de valorar es la siguiente propuesta del autor; es decir, la capacidad de tomar distancia del mundo y de uno mismo para repensar el pasado y anticipar el futuro; para valorar y emitir juicios de valor sobre decisiones, actos y omisiones. Únicamente el ser humano es capaz de construir una escala de valores. A continuación, nos habla de El gozo estético o facultad para tomar consciencia de lo bello y valioso que hay en las acciones y omisiones del pasado y, también, para vivir la experiencia estética, deleitarse con la belleza de la realidad, para captar lo sublime de las cosas.

Le sigue El sentido del misterio, porque el desarrollo de las ciencias naturales no atrofia el sentido de lo misterioso, sino que, antes al contrario, lo desarrolla con más intensidad ya que, mientras más se adentra uno en los misterios de la naturaleza, va descubriendo más niveles de la realidad por conocer. La décima propuesta es La búsqueda de una sabiduría; nos dice Torralba: “Toda persona anhela, desde lo más profundo de su ser, una sabiduría vital, una visión global de la existencia, una orientación que le permita vivir una existencia feliz”, y la inteligencia espiritual nos permite elaborar una síntesis global del mundo y encontrar el lugar que cada uno ocupa en él.

Apartado once: El sentido de pertenencia al Todo. Mejor, las palabras del autor: “El desarrollo de la inteligencia espiritual faculta para tomar conciencia de la íntima relación de todo con todo, de la profunda y subterránea interconexión entre los seres del cosmos, entre todas las acciones y las omisiones, los procesos que acaecen en la naturaleza. Quien cultiva la inteligencia espiritual es capaz de sentirse miembro del gran Todo, estrechamente unido a cualquier entidad física, biológica, vegetal o irracional.” Es inevitable pensar en el poco cuidado que tenemos con nuestra casa, la Tierra. Y el doce: La superación de la dualidad. Se trata de la capacidad de borrar la línea fronteriza que, a los ojos de la razón, separa a un ser de otro ser; con el apoyo de la inteligencia espiritual, podemos ver al otro como una realidad que emana de un mismo principio, como un ser que forma parte del mismo Todo. Se trata, pues, de un hermano en la existencia.

El epígrafe trece es El poder de lo simbólico; la inteligencia espiritual nos permite trascender el mundo natural y a nosotros mismos; convierte los objetos naturales y los que fabricamos en realidades simbólicas, en instrumentos que comunican algo que está más allá de ellos. Y el siguiente bloque es La llamada interior; a medida que desarrollamos nuestra vida, nos damos cuenta de que estamos llamados a hacer algo con ella y que tenemos que descubrirlo por nosotros mismos, ya que nadie puede sustituirnos; en definitiva, la búsqueda de sentido de la vida es un ejercicio de escucha.

Alcanzando los tres últimos epígrafes de este más que interesante capítulo, nos encontramos, primeramente, con el quince: La elaboración de ideales de vida; se trata de objetivos, referencias personales, aspiraciones que deseamos hacer realidad a lo largo de nuestra vida; son la expresión concreta de lo que deseamos llegar a ser, de lo que nos proponemos lograr y tenemos intención de conseguir con esfuerzo, tesón y sacrificio. Otro de los poderes de la inteligencia espiritual es La capacidad de religación; en la medida en que el ser humano se interroga por lo eterno, por lo infinito, prepara la religiosidad, aunque ésta puede no irrumpir en la vida de una persona; “la religiosidad expresa la capacidad de religarse que tiene el ser humano, de vincularse a un Ser que reconoce como distinto de sí y con el que establece alguna forma de comunicación.” Aunque, eso sí, la espiritualidad no exige necesariamente la religación con un Ser superior, pero tampoco la excluye. Y el último epígrafe de este capítulo se refiere a La ironía y el humor, capacidades para las que hay que tomar distancia respecto del mundo, de uno mismo y de los otros, pues, en definitiva, la ironía es una forma de humor que se sobre esta posibilidad, nos explica Torralba.

Inteligencia espiritual

Con todas estas cualidades aquí enunciadas someramente, no es de extrañar que el siguiente capítulo se dedique a El cultivo de la inteligencia espiritual. En estas páginas, se nos ofrece una serie de consejos que nos ayudarán a estimularla. En primer lugar, figura la práctica asidua de la soledad, una soledad que no ha de interpretarse como una fuga del mundo y que se desarrolla en proporción inversa al crecimiento en edad. Viene luego el gusto por el silencio, correlato de lo antedicho; y no se trata solo del silencio físico, sino, sobre todo, el silencio interior. Le sigue la contemplación que, partiendo de los sentido externos, trasciende el plano de la percepción; no se trata de observar atentamente, ni de una mera visión, sino que se trata de ser receptivo a la realidad, ensanchar al máximo la sensibilidad para captar el latido de la realidad exterior, para conectar con lo que se oculta en ella, con ese trasfondo invisible a los ojos. También estimula nuestra inteligencia espiritual el filosofar, que incluye, además del estímulo a la inteligencia espiritual, el desarrollo de otros tipos de inteligencia, como la intrapersonal o la lógico-matemática. Siguiendo a Kandinsky, hay que buscar lo espiritual en el arte: cuando uno profundiza en una obra artística, se encuentra con una vida espiritual activa. También es buen ejercicio la práctica del diálogo socrático; no todo diálogo tiene dimensiones espirituales, pero cuando los interlocutores abordan cuestiones últimas, la inteligencia espiritual recibe especial cuidado. Y, aunque pueda parecer lo contrario, también el ejercicio físico beneficia a este tipo de inteligencia, pues estimula las distintas capacidades de la persona y dinamiza sus múltiples inteligencias. El dolce far niente, el dulce no hacer nada que, contrariamente a lo que se pueda pensar, no es necesariamente estéril o vacío. Y si esto es así, ¿qué decir de la experiencia de la fragilidad?; el conocimiento de la muerte, la consideración del sufrimiento y de la miseria de la vida son experiencias impulsoras de la inteligencia espiritual. Como lo es también el deleite musical, merced a la especial capacidad de la música para estimularla. Lugar importante ocupa la práctica de la meditación, es decir, ejercitar con método la atención y cultivar armónicamente la mente para potenciarla; se trata de prescindir del pensar, de purificar el interior para mejorar tanto la vida emocional como la mental y acceder al sosiego. Por último y no por ello menos importante, estimula nuestra inteligencia espiritual el ejercicio de la solidaridad, pues, cuando se practica, se hace porque se siente uno estrechamente unido al otro, a sus dolores y sufrimientos, porque es alguien que forma parte de nuestro propio mundo personal.

Lógico es que, tras conocer la manera de cultivar la inteligencia espiritual, sepamos qué frutos podemos recoger. Es a lo que dedica Francesc Torralba el capítulo sexto de la obra: Beneficios de la inteligencia espiritual; no se trata de un capítulo novedoso, pues sus aportaciones aparecen como consecuencias naturales de todo lo expuesto hasta ahora; es más: una lectura reposada de este elenco de beneficios nos permite percibir, como ocurre en otras de sus páginas, cierto solapamiento de conceptos pues interseccionan unos con otros. Arranca con los siete criterios que Hétu propone para identificar la madurez espiritual: apertura a la experiencia, toma de responsabilidad, cuidado de las relaciones interpersonales, superación de uno mismo, flexibilidad, búsqueda de sentido y, finalmente, cultivo de la interioridad. Torralba nos propone algunos beneficios más del cultivo de la inteligencia espiritual. En primer lugar, la riqueza interior; luego, profundidad en la mirada, es decir, mirar a fondo, habituar la vista a la calma, la paciencia, la serena espera, demorar el juicio, enfocar desde todos los lados posibles y abarcar el caso particular; a continuación, se refiere a la consciencia crítica y autocrítica, o, lo que es lo mismo, actitud crítica frente a uno mismo y al mundo; la calidad de las relaciones, en las que no se puede sustituir a una persona por otra, pues cada una es insustituible en su peculiaridad; la autodeterminación, saber regular nuestra vida desde nosotros mismos, para lo que es imprescindible tomar consciencia de quiénes somos; el sentido de los límites, identificarlos e identificar nuestras resistencias, compañeras inseparables de la vida humana; conocimiento de la posibilidades vitales, es decir, no solo conocer nuestros límites, sino, también nuestras posibilidades; transparencia y receptividad, ser receptivos a los estímulos, más capaces de impregnarnos de lo que acontece fuera del yo; equilibrio interior, pues, con ejercitar la inteligencia espiritual, producimos una transformación interior, tanto de las capacidades y nivel de consciencia, como de comportamientos y actitudes; la vida como proyecto, la capacidad de autodirigirnos, a pesar de nuestras limitaciones y determinismos parciales ya que podemos orientar nuestra existencia dotándola de un estilo peculiar y característico; capacidad de sacrificio; y, finalmente, vivencia plena del ahora, pues nuestra memoria nos faculta para recordar vivencias, hechos ya acaecidos, mientras que nuestra imaginación nos habilita para proyectar el futuro e identificar horizontes posibles. Es evidente que se trata de aportaciones descriptivas por lo general, sin un apoyo minuciosamente argumentado, puesto que no es ese el objeto de este ensayo. En todo caso, son postulados racionalmente asumibles, con independencia del mayor o menor acuerdo que se tenga con el autor sobre cada uno de estos beneficios que nos propone como frutos de la inteligencia espiritual.

Pero, así como se puede cultivar este tipo de inteligencia, que tanto bien nos proporciona, cabe, igualmente, la posibilidad de que la entorpezcamos, a lo que se dedica el capítulo séptimo, La atrofia de la inteligencia espiritual. Las propias palabras de Francesc Torralba nos indican el trasfondo de este capítulo: “La atrofia no es el fracaso. Es la consecuencia de la deseducación, del no cultivo, de la dejadez. Cuando uno fracasa, es porque ha intentado realizar un proyecto, aplicar una hipótesis de trabajo. Cuando uno se atrofia es porque no ha desarrollado un dispositivo que estaba en él. Lo que ocurre en la actualidad con la inteligencia espiritual, es que raramente se cultiva en el ámbito educativo formal; que permanece en un estado potencial.” Dicho esto, el autor nos propone una serie de elementos que contribuyen a la atrofia de la inteligencia espiritual, que es, justamente, el arma necesaria para combatirlos. Nos habla, así, del sectarismo, el cerrarse en una comunidad y aislarse del mundo, considerando que la verdad solo se encuentra allí y, fuera de ella, vive el error; el fanatismo, el deseo vehemente de obligar a los demás a cambiar, pues no se soporta que sean diferentes; el gregarismo, es decir, esa tendencia a imitar, a copiar, a meterse dentro del grupo, sin criterio alguno, a seguir los pasos de la multitud, a emular activamente lo que hacen los otros; la banalidad, ese estímulo ambiental que nos lleva a vivir en la superficialidad, a correr alocadamente de novedad en novedad, de emoción en emoción, sin tener en cuenta quiénes somos; el consumismo, ese reducir la vida a consumir objetos e informaciones, identificando lo real con lo que es objeto de una posible experiencia, con lo útil, respondiendo no a la pregunta de quiénes somos sino de cuánto tenemos; el vacío existencial es otra consecuencia de la atrofia de vida espiritual que nos lleva a una frustración existencial, a un sentimiento de falta de sentido de la propia existencia; el aburrimiento de vivir, la apatía y desgana vital tienen como antídoto perfecto el cultivo de la inteligencia espiritual; el autoengaño, por el que fabricamos una imagen irreal, inexacta de nosotros mismos, al intentar hacerla más aceptable; el gusto por lo vulgar, consecuencia de la incapacidad para ofrecer resistencia a un estímulo, dejando de lado el distanciamiento necesario de lo que nos viene de fuera; la intolerancia, la incapacidad de aceptar al otro por causa de sus ideas, convicciones o creencias; el narcisismo, la adoración del yo, el amor desordenado de sí mismo, el culto a la propia persona; y, finalmente, la parálisis vital, la desgana de vivir, la expresión del nihilismo práctico. Torralba nos describe sucintamente cada uno de estos obstáculos así como sus consecuencias en la vida diaria, explicando cómo el cultivo de la inteligencia espiritual nos ayuda a superarlos.

El octavo y último capítulo es Inteligencia espiritual, felicidad y paz. Se trata de una reflexión sobre todo lo expuesto en las páginas que le preceden. Torralba nos habla de la relación entre inteligencia espiritual y transformación social, dado que aquella, lejos de apartar al ser humano de su entorno natural y social, lo hace más receptivo, más sensible, más plenamente integrado en el entorno. Continúa con una reflexión sobre la necesidad de tener muy en cuenta la inteligencia espiritual en el desarrollo del proceso educativo, lo que no siempre sucede por el lastre de un laicismo mal entendido que elude el tema, espinoso sin duda, de la espiritualidad; aporta aquí algunos ejemplos de iniciativas pioneras, a modo experimental, de la educación de la inteligencia espiritual en el entorno educativo público y laico, aunque se detiene, de manera especial, en la publicación de las escuelas católicas madrileñas Reflexiones en torno a la competencia espiritual. La dimensión espiritual y religiosa en el contexto de las competencias básicas educativas, aunque advierte el autor de la necesidad de no confundir espiritualidad con fe. También considera la relación entre la inteligencia espiritual y la ética global, aportando la Declaración de una ética global, del II Parlamento Mundial de las Religiones. Igualmente, se refiere a la pacificación del mundo, un valor esencial para construir el futuro, por el cultivo de la inteligencia espiritual, para, a renglón seguido, unir esta con la consciencia ecológica: el ser espiritual tiene el sentido de pertenencia al Todo y despierta la actitud de respeto activo frente a cualquier forma de vida, desde las más simples hasta las más complejas. Y finaliza con un apartado dedicado al proyecto de una vida feliz, con cuyas palabras cierra su trabajo: “La inteligencia espiritual, en la medida en que nos abre a la cuestión del sentido y permite tomar distancia del propio ser y de la propia vida, faculta para identificar lo que en ella no anda bien, las debilidades y las flaquezas que hay en ella, también sus fortalezas y capacidades latentes. Esto es clave para diseñar inteligentemente el futuro.”

Es, en definitiva, una obra clara en sus objetivos, expuesta con suma claridad y precisión formal. No todos aceptarán sus postulados; es más: muchos procurarán rebatirlos con argumentos de tanto peso, al menos, como los que emplea Francesc Torralba. Pero siempre, el lector interesado encontrará en estas páginas un excelente compendio, muy al alcance de todos, de cuanto atañe a la inteligencia espiritual. El libro se cierra con una relación de fuentes bibliográficas y de bibliografía especializada.

Índice

Prólogo

I. ¿Qué es la inteligencia?

II. El mapa de las inteligencias
1. Inteligencia lingüística
2. Inteligencia musical
3. Inteligencia lógico-matemática
4. Inteligencia corporal y kinestésica
5. Inteligencia espacial y visual
6. Inteligencia intrapersonal
7. Inteligencia interpersonal
8. Inteligencia naturista

III. ¿Qué es la inteligencia espiritual?
1. Deshaciendo entuertos
2. Inteligencia espiritual y vida espiritual
3. Necesidades espirituales
4. ¿Una espiritualidad laica?
5. Inteligencia espiritual e intrapersonal
6. La inteligencia espiritual y el cuerpo
7. Inteligencia espiritual y emocional

IV. Los poderes de la inteligencia espiritual
1. La búsqueda de sentido
2. El preguntar último
3. La capacidad de distanciamiento
4. La autotrascendencia
5. El asombro
6. El autoconocimiento
7. La facultad de valorar
8. El gozo estético
9. El sentido del misterio
10. La búsqueda de una sabiduría
11. El sentido de pertenencia al Todo
13. El poder de lo simbólico
14. La llamada interior
15. La elaboración de ideales de vida
16. La capacidad de religación
17. La ironía y el humor

V. El cultivo de la inteligencia espiritual
1. La práctica asidua de la soledad
2. El gusto por el silencio
3. La contemplación
4. El ejercicio de filosofar
5. Lo espiritual en el arte
6. El diálogo socrático
7. El ejercicio físico
8. El dulce no hacer nada
9. La experiencia de la fragilidad
10. El deleite musical
11. La práctica de la meditación
12. El ejercicio de la solidaridad

VI. Beneficios de la inteligencia espiritual
1. La riqueza interior: la creatividad
2. Profundidad en la mirada
3. Consciencia crítica y autocrítica
4. La calidad de las relaciones
5. La autodeterminación
6. El sentido de los límites
7. El conocimiento de las posibilidades
8. Transparencia y receptividad
9. Equilibrio interior
10. La vida como proyecto
11. Capacidad de sacrificio
12. Vivencia plena del ahora

VII. La atrofia de la inteligencia espiritual
1. El sectarismo
2. El fanatismo
3. El gregarismo
4. La banalidad
5. El consumismo
6. El vacío existencial
7. El aburrimiento
8. El autoengaño
9. El gusto por lo vulgar
10. La intolerancia
11. El narcisismo
12. La parálisis vital

VIII. Inteligencia espiritual, felicidad y paz
1. Inteligencia espiritual y transformación social
2. La educación de la inteligencia espiritual
3. Inteligencia espiritual y ética global
4. La pacificación del mundo
5. Inteligencia espiritual y consciencia ecológica
6. El proyecto de una vida feliz

XI. Bibliografía

Fuentes bibliográficas
Bibliografía especializada


Inteligencia espiritual
Notas sobre el autor

Francesc Torralba Roselló (Barcelona, 1967) es Doctor en Filosofía por la Universidad de Barcelona (con premio extraordinario de licenciatura y doctorado) y en Teología por la Facultad de Teología de Catalunya. Dirige la cátedra ETHOS de la Universidad Ramón Llull dedicada a la ética de las organizaciones. Ha escrito más de setenta libros y ha recibido distintos premios de ensayo en lengua catalana. Parte de su obra ha sido traducida al francés, al alemán al portugués y al italiano. Imparte cursos y conferencias por todo el mundo y asesora a distintas organizaciones no lucrativas. Participa activamente en distintos medios de comunicación social, colabora en Catalunya Ràdio y escribe habitualmente en La Vanguardia y en Avui. Entre sus últimas publicaciones, El arte de saber escuchar, El sentido de la vida, Sosegarse en un mundo sin sosiego e Inteligencia espiritual en los niños.

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02/10/2014 Comentarios



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