Reseñas
Cerebro y trascendencia
Juan Antonio Martínez de la Fe , 22/07/2014
Ficha Técnica
Título: Cerebro y trascendencia
Autor: Ramón María Nogués
Edita: Fragmenta Editorial, Barcelona, 2013
Colección: Fragmentos
Traducción: Marta Ballester Braut
Encuadernación: Tapa blanda con solapas
Número de páginas: 252
ISBN: 978-84-92416-65-3
Precio: 19 euros
“La mente humana es sorprendente y desconcertante. Seguramente tanto como el cerebro. “ Son las primeras palabras de esta obra y suponen mucho del fundamento en que se apoyará su argumentación, porque parte ya de la base de diferenciación entre ambos conceptos, mente y cerebro; una diferenciación no aceptada por todos, aunque puedan sus defensores ser una minoría, y con muchos matices entre quienes la aceptan.
Otro de los principios desde los que arranca el autor es la abundancia que de ambos, cerebro y mente, tenemos los seres humanos, una abundancia que supera con creces las necesidades de la especie para su supervivencia, según la teoría de Darwin. “Los humanos –dice Nogués- presentamos obsesivamente actividades de lujo: la búsqueda de la belleza, la preocupación por una ética utópica, la organización de actividades esplendorosas de ocio y juego, y la realización de actividades simbólicas aparentemente inútiles basadas en mitos que crean una nueva realidad por encima de las realidades observables con evidencia experimental.”
Pues bien, ese punto de fuga, por el que circulan todas las culturas y que acaba siendo uno de los rasgos más valorados y característicos de cada una de ellas, es lo que el autor llama trascendencia. Es importante, pues, definir qué entendemos aquí, como para debatir cualquier tema, por trascendencia, fijar su definición. Y Nogués acepta el reto: “La trascendencia es una forma peculiar de conocimiento y de expresión compleja, abierta, que configura nuestra originalidad mental y resulta imprescindible para coronar ‘desde arriba’ las otras formas más funcionales del saber. Es la forma que permite a la mayoría conformar el sentido del vivir.” Esto supone superar la idea de que la trascendencia tiene un carácter exclusivamente religioso; evidentemente, lo incluye, pero también abarca la estética, la ética, el nacionalismo, la pasión amorosa, la palabra, el símbolo, etc.
¿Objetivo que se planteó el autor a la hora de acometer la redacción de este ensayo? Lo deja bien claro en esta Introducción que comentamos: “Lo que pretendo es ayudar a entender dónde se afinca la desconcertante trascendencia.” Ni más, ni menos.
Tras la Introducción, la obra se divide en siete grandes bloques o capítulos: I. El organismo, el cerebro y la mente; II. La singularidad humana: la emergencia del yo; III. El bordado del mundo mental: una necesidad innecesaria; IV. La trama fina de la trascendencia; V. Modalidades de la trascendencia; VI. Las dimensiones hondas: siempre más allá; y VII. Las configuraciones de la trascendencia: religiones, sabidurías y espiritualidades.
En el capítulo primero, El organismo, el cerebro y la mente, postula Nogués, fundamentalmente, el emergentismo. Lo inicia precisando lo que ya se reclamaba en la Introducción: “En definitiva, cuando hablamos de mente siempre nos referimos a una capacidad principalmente atribuible al cerebro.” Y “el cerebro es una estructura que centraliza el sistema nervioso de un ser viviente animal.” Dicho esto, el autor recurre a la ley de la complejidad-conciencia de Pierre Teilhard de Chardin, según la cual la conciencia es una propiedad de la materia que se manifiesta de forma clara solo cuando la estructura material presenta un índice de complejidad suficiente. A partir de ahí, sucede el análisis de la estructura cerebral de los seres vivos más simples, cuya complejidad es creciente según se asciende en la escala evolutiva, hasta llegar a los primates y al homo sapiens en los que la actividad de las redes neuronales alcanza las máximas cotas de complejidad. Al llegar aquí, plantea una nueva filosofía de la mente, una nueva manera de reflexionar sobre ella, apoyada en la base de que los aspectos materiales del cerebro no explican suficientemente la aparición de propiedades emergentes, como es la empatía, por ejemplo, en contraposición a un reduccionismo simplificador. Y finaliza con la inclusión de un listado de competencias y funciones mentales que requieren algún tipo de conciencia y que afloran en vertebrados muy desarrollados y, en algunos aspectos, solo en humanos. Destacando el hecho de que las funciones mentales, cuanto más complejas, más mecanismos de socialización requieren.
El capítulo segundo se dedica a La singularidad humana: la emergencia del yo. Plantea, desde el inicio, la problemática suscitada por parte de la comunidad científica, que intenta reducir la singularidad del ser humano hasta extremos inimaginables; y, junto a la crisis de esta singularidad, hemos asistido, en los últimos cincuenta años a diversas crisis (del liberalismo, del marxismo y, finalmente, del progreso técnico) dando como resultado que todo el modelo de progreso se ha roto, instaurándose una idea de la marcha de la cultura humana como un tanteo azaroso que va dando golpes de ciego. Dice el autor: “la ciencia biológica, observadora privilegiada de la especie humana, [ha] asimilado, con devoción y fidelidad, la convicción de que el proceso evolutivo en su conjunto permanece a la deriva y sin ninguna dirección coherente, motivo que desautoriza la propia noción de progreso.” Seguidamente, analiza el proceso genético para identificar los genes que determinan la peculiaridad de nuestra especie. Le sigue su profundización en el progreso estructural del cerebro, situándose en una posición equilibrada entre quienes afirman cosas como que “el cerebro humano es una chapuza que vive para engañarnos” (E. Punset) y quienes se mueven en elogios ditirámbicos sobre nuestro cerebro y sus posibilidades. Luego, el capítulo se ciñe a lo esencial de su argumentación, que se centra en el emergentismo en general, para descender al detalle: de un cerebro complejo emerge el psiquismo y en el psiquismo humano emerge un yo consciente que, a juicio de Nogués, solo se da en nuestra especie. Viene el estudio del yo, del que dice: “el yo es psicológicamente la clave de bóveda de la experiencia mental humana, y su desorganización lleva simplemente a la demencia”; recorre este concepto, confrontándolo con el de alma, en diferentes culturas: hebrea, griega, hindú y china, para desembocar en Descartes, ya en la modernidad. Y concluye: “Actualmente, la propia reflexión filosófica realizada por el cristianismo no se considera obligada a admitir una realidad como el alma, ontológicamente distinta al cuerpo, pese a defender que la conciencia y el yo no son epifenómenos simples y secundarios del funcionamiento del cerebro. Esta visión proviene de modelos emergentes sólidos que recuerdan posturas como las de Teilhard de Chardin y son consideradas compatibles con la fe cristiana.” Tras estas reflexiones, la conclusión del autor es que “en definitiva, la descripción completa y exhaustiva de la conciencia humana y del yo continúa siendo actualmente, desde todos los puntos de vista, una operación imposible.” Como se puede apreciar, se trata de un capítulo que suscita apasionados debates.
El bordado del mundo mental: una necesidad innecesaria. Así se encabeza el tercer capítulo de la obra. ¿Qué lugar ocupa en el proyecto del autor? “Intentar considerar aquellas estructuras cerebrales y sus correspondientes funciones que intervienen en la estructuración de la vida mental y esta enigmática y cuantiosa manifestación cerebral humana que es la trascendencia.” Para alcanzar su objetivo, introduce un primer epígrafe, La construcción de la experiencia mental; parte de dos principios neurobiológicos: en primer lugar, que el mundo mental no es una experiencia que pueda remitirse únicamente al cerebro, sino a todo el organismo. Y, en segundo lugar, recordar que el sistema nervioso está formado por una red citológica muy compleja y extendida por todo el cuerpo, disponiendo de un sistema humoral que algunos llaman el cerebro húmedo; este cerebro húmedo participa de manera decisiva en la elaboración y consolidación de la experiencia mental. A partir de aquí, Ramón María Nogués pasa a detallar conjuntos estructurales del sistema encefálico, aunque este sea un todo integrado: tronco cerebral, cerebelo, hipotálamo e hipófisis, sistema límbico, córtex cerebral, hemisferios, … Entra, seguidamente, en quizás el punto más sensible del capítulo, las experiencias de subjetividad. Para el autor, es indudable que las experiencias mentales presentan un tono inevitablemente subjetivo; tal vez, la experiencia mental más central que está en la base de cualquier dimensión psíquica humana es SOY y HAY; soy, como la identificación básica de un núcleo de referencia que me identifica; y hay, como la percepción inicial de la alteridad, con la que identifico la realidad exterior a mí. Se detiene en el papel que juegan las emociones y cómo la conciencia reflexiva, junto con la razón, unifica el amplio panorama que se abre con el raciocinio; no deja de lado el papel del inconsciente y lo que se ha venido en llamar el cerebro social, es decir, todo el entramado cerebro-sociedad.
El siguiente paso es el conocimiento, del que dice el autor que “lo que llamamos conocimiento como actividad de la mente humana se manifiesta en un abanico amplio y variado de posibilidades.” Para este conocimiento, propone dos grandes dimensiones, la experimental y la experiencial. Define así la primera: “aquella capacidad cognoscitiva que está relacionada sobre todo con la observación y la medida de la realidad con la intención de determinar, hasta donde sea posible, cómo son las cosas.” Por su parte, la dimensión experiencial se centra más directamente en la percepción subjetiva y afecta al mundo de los qualia o a los matices con que adjetivamos la experiencia de nosotros mismos y del mundo. Y, dentro de este conocimiento experiencial, distingue tres apartados, que detalla: el conocimiento iluminador o estético, el simbolizador o abierto a la trascendencia, y el que se caracteriza por la creatividad transformadora expresada en la ética y en la técnica. Pues bien: dentro de este complejo panorama del conocimiento se inscribe la experiencia de lo trascendente; y lo resume así: “Quizás precisamente porque contamos con un cerebro hipertrofiado por la abundancia, la supervivencia debe expresar una necesidad no necesaria, que es la de entregarse a lo trascendente”, enlazando así con la misma idea ya expresada más arriba. Y reitera que trascender significa ir más allá de la realidad inmediata y, concretamente, más allá de las necesidades estrictas; no es necesaria esta trascendencia y por eso es, en cierto modo, prescindible, pero puede ser equilibradora y estabilizadora. Eso sí: no hay que pensar que ella, la trascendencia, gracias a su seductora promesa de esclarecer las últimas preguntas, está a salvo de constituir un espejismo, si no va acompañada de las medidas cautelares correspondientes y necesarias.
El cuarto capítulo de esta interesante obra lleva por título La trama fina de la trascendencia. En resumen, trata de la inextricable relación entre el razonar y las emociones. Afirma el autor que la razón pura o la razón fría no es sino una quimera, una abstracción del funcionamiento real del cerebro, que parte de la suposición de que puede aislarse una capacidad mental del resto y hacerla funcionar de manera aislada, concluyendo que ni la razón ni la emoción actúan entre ellas de manera independiente. Da, así, entrada al tema de la emoción, que pasa a analizar detenidamente en el epígrafe La estructura de la emoción, en la que evoca el cognitivismo, estudia el miedo, como una emoción fundamental y se basa, sobre todo, en la exposición de los planteamientos de Damasio. A renglón seguido, aborda el tema de la inteligencia, deteniéndose en los ocho tipos que distingue Gardner: lingüística, lógico-matemática, espacial, musical, corporal-cenestésica, intrapersonal, interpersonal y naturalista, a las que añade la inteligencia espiritual y la inteligencia moral; y destaca el siguiente aspecto: “Tras el reconocimiento de las riquezas y de los matices que presenta la inteligencia, los análisis neuroculturales han manifestado también que ni siquiera la inteligencia lógica puede considerarse universal”; lo que lleva a concluir, con la natural humildad, lo erróneo que es pensar que mi observación adecuadamente tratada con una lógica sencilla conduce a una conclusión irrebatible; sencillamente, porque mi observación argumentada está inevitablemente sesgada por innumerables factores. Nuestra vida mental, por tanto, viene dada por el conjunto de intersecciones entre el mundo de los sentimientos y el de los razonamientos, concluyendo, con Damasio, que “la razón no trabaja correctamente si no es asistida emocionalmente.” Aquí, Nogués se detiene en el “marcador somático”, hipótesis planteada también por Damasio, que “sugiere la existencia de un proceso prácticamente subliminal e inconsciente que, reuniendo recursos de la razón, la memoria y las emociones, nos orienta en nuestras decisiones desde planteamientos anteriores y que aparece como una decisión voluntaria explícita en el mundo consciente.” Llega así al punto culminante de su planteamiento; como ya ha dicho, la trascendencia es lo que va más allá de las simples capacidades de supervivencia, según las tesis evolucionistas; se trata, pues, de un exceso, un desbordamiento de aquellas capacidades; y, dentro también de la idea de la evolución, dicha excrecencia no es algo inútil, sino que supone una oportunidad positiva; lo que, en definitiva, da carta de razonabilidad a su existir.
Modalidades de la trascendencia es el contenido del quinto capítulo de la obra. Se trata de un capítulo en el que el autor comenta cómo la trascendencia no es solo una función sobrante u opcional, sino una situación normal de la mente expresada en numerosas experiencias diarias de la vida concreta. Y lo hace ante la proliferación de opiniones que consideran a la trascendencia como una opción o, incluso, un error o engaño de la mente, dado que la pura realidad es que el cerebro es un procesador de información que se ajusta estrictamente a las necesidades de supervivencia. Estas opiniones, según Nogués, constituyen una visión reduccionista del cerebro que es, en realidad, mucho más que un captador y un procesador de información, ya que, entre sus funciones, se incluyen fenómenos tan sorprendentes como la creatividad, la intuición, la previsión de futuro, la necesidad de sentido o la conciencia personal. Y, para apoyar su planteamiento, el autor se refiere en este capítulo a aspectos no específicamente racionales del funcionamiento mental. Así, aborda la trascendencia de sentirnos limitados, el valor añadido estético, el desbordamiento ético, la inmensidad amorosa, las trascendencias en la identidad grupal y, finalmente, las modulaciones de la trascendencia por las diferencias sexuales; aspectos que constituyen los títulos de los diferentes epígrafes que contiene el capítulo.
El sexto capítulo es Las dimensiones hondas: siempre más allá. Parte de la idea de que la mejor forma de comprender la normalidad de la vida nace cuando se produce lo extraordinario, como acontece con la trascendencia; “vivimos la trascendencia en las condiciones habituales del funcionamiento de la mente, pero su perfil se distingue más claramente en las manifestaciones explícitas, cuando la trascendencia adquiere unos contornos casi excesivos y la persona se siente fascinada por una realidad más allá de la realidad.” Y aquí llegamos a la gran cuestión de la búsqueda de la verdad. Un primer escollo: definir qué es la verdad; hay que admitir que existen muchas verdades vigentes y que no siempre es fácil armonizarlas; al igual que hay que aceptar nuestra limitación tanto en la indagación como en la expresión de lo que consideramos la verdad. Lo que nos ha de llevar a una postura de humildad, equidistante tanto de un relativismo ingenuo como de un exclusivismo que pretenda monopolizar las formas del conocimiento; así, afirma: “puede decirse que toda forma de conocimiento que excluya sistemáticamente otras formas por defecto (por ejemplo, un cientificismo que excluyese la subjetividad o la reflexión filosófica) corre el riesgo de promover una situación de agnosia en cuanto a la totalidad del conocimiento.” Una agnosia similar a la que se produce cuando nuestro cerebro se ve incapacitado para reconocer la coherencia conjunta de lo que se percibe. Dentro de esta realidad se incluye, por supuesto, la trascendencia, que, según Nogués, se desdobla en cuatro grandes direcciones: el Todo, el Adentro, el Arriba y el Otro. A cada una de estas direcciones dedica el autor varias páginas, del mayor interés. El Todo representa la mayor fascinación de la trascendencia y analiza su presencia en el mundo antiguo, el hindú, la tradición judía y la cultura china, deteniéndose en aquellas visiones que relacionan a Dios a ese Todo: Einstein, Barrow, Hawking, Dawkins y Walsch; en cuanto a el Adentro, dice: “si en vez de mirar afuera dirigimos la atención hacia dentro de cada uno de nosotros, la trascendencia tropieza con el ego y su consistencia.” Es el tema del yo, que estudia desde las diferentes perspectivas que se dan en Oriente y Occidente; el Arriba “es como la tendencia a buscar lo trascendente de manera antitética a como lo hacemos cuando lo buscamos ‘adentro’, en lo más profundo de todo. La tendencia a buscar lo trascendente Arriba depende probablemente de un registro neurológico evolutivo muy arraigado”; el Otro es la contrapartida de mi mundo interior y, para poder captar adecuadamente la cualidad del otro, los matices de la propia han de estar bien afianzados; cuando el otro es percibido como trascendente, aparecen la benevolencia y la fraternidad y abre a la persona a la dimensión social y a un realismo utópico, motor de la humanización social. No es tarea fácil seguir estas cuatro direcciones de la trascendencia, pues requiere un ejercicio mental y espiritual muy fino; Nogués distingue cuatro aspectos que caracterizan la comprensión de la trascendencia: un agnosticismo de calidad que sabe que habla de una realidad que no podemos describir; enriquecedoramente atónito ante la inmensidad de la realidad; abierto por la conciencia darwiniana de nuestro origen y de nuestra naturaleza limitada; y, finalmente, cálido, para amar la vida y porque sin amor la vida implosiona. Se trata de un capítulo muy sugerente y sugestivo.
Llegamos así al séptimo y último capítulo de la obra: Las configuraciones de la trascendencia: religiones, sabidurías y espiritualidades. En él, Nogués trata de configurar la experiencia de la trascendencia: “La trascendencia es una experiencia inicialmente subjetiva, una dimensión de la actividad mental lujosa humana que aparece de modo más o menos sutil en diferentes situaciones y que se orienta en direcciones distintas y que finalmente se configura explícitamente en las grandes dimensiones culturales como por ejemplo las religiones, las tradiciones de sabiduría o los movimientos espirituales.” Aunque reconoce que no es fácil establecer unos límites y fronteras definidos entre estos tres tipos de realidades, acomete una aproximación a cada una de ellas, advirtiéndonos que cualquier configuración de la trascendencia que aspire a ser completa debe atender a los dos frentes del mundo de la razón y el de las emociones. En cuanto a la configuración religiosa de la trascendencia, nos dice que “suele estructurarse a propósito de cuatro nociones principales: la existencia de Dios, el carácter personal de la divinidad, la existencia de un alma humana y la existencia de la vida después de la muerte.” Dentro del apartado de sabidurías, el autor engloba las configuraciones de la trascendencia que no contemplan, de manera específica, la idea o noción de Dios, aunque antropológica y socialmente funcionan como religiones en el sentido descriptivo del término y su ámbito cultural es típicamente oriental. Finalmente, trata de aclarar qué se entiende por espiritualidades, que son un conjunto de configuraciones de la trascendencia muy variables que pueden llegar, incluso, a negarla; para el autor, “el nervio de las espiritualidades quizá podría situarse en la calidad de la búsqueda de la trascendencia.” Eso sí: se impone un control de calidad de estas configuraciones de la trascendencia, pues tras su apariencia pueden esconderse algunas no fiables; el autor propone unos cuantos criterios para calibrar la calidad de tales configuraciones: monoteísmo universalista en el caso de las religiones, compatibilidad interreligiosa e intertradiciones, lenguaje culturalmente inteligible, calificación antropológica y, por último, instituciones homologables. Añade, además, tres ejes en los que situar las polaridades entre las que debe situarse un buen sistema de configuración: un primer eje que conecta la inmanencia y la trascendencia, un segundo representaría la conexión entre la razón y la emoción, y un tercer eje que relacione las polaridades del mundo interior y del mundo exterior. Para concluir, el autor propone una triple dinámica que pueda orientar un camino de colaboraciones y de sinergias humanizadoras que abran paso a un nuevo paradigma de las relaciones estado-religiones/sabidurías; en primer lugar, la salidas de la religión desde la religión; en segundo lugar, los valores religiosos transferidos a la república; y, por último, nuevas perspectivas entre estado y religiones; aspectos con los que Nogués pretende contribuir con sus propuestas a las actuales vicisitudes entre la res pública y las religiones y espiritualidades. Y concluye: “Si las religiones aciertan a encontrar un sentido vivo en su presencia en las sociedades, pueden constituir un factor esencial en la importante misión de recordar a la sociedad el valor incondicional de sus mejores opciones, un valor que difícilmente puede deducirse del juego político que el Estado garantiza.”
Una larga serie de referencias bibliográficas completa este libro, de muy recomendable lectura, junto a un índice onomástico que facilita su consulta; siendo una referencia de la vasta labor investigadora y reflexiva de Nogués, echamos en falta la cita de algunos nombres indispensables en el estudio del cerebro, como el de Dick Swaab, lo que, sin embargo, no resta mérito a la calidad de esta profunda obra.
Índice
Introducción
I. El organismo, el cerebro y la mente
1. La mente, coexistente con la vida
2. Redes elementales
3. Redes más complejas
4. El sistema nervioso y la mente en los vertebrados
5. La nueva filosofía de la mente
II. La singularidad humana: la emergencia del yo
1. La crisis de la noción de progreso
2. El progreso genético
3. El progreso estructural cerebral
4. Consideraciones globales
5. La emergencia del yo
a. El fenómeno emergente
b. De un cerebro complejo emerge el psiquismo
c. En el psiquismo humano emerge un yo consciente
d. El yo consciente y el alma
III. El bordado del mundo mental: una necesidad innecesaria
1. La construcción de la experiencia mental
2. Niveles estructurales
3. Experiencias de subjetividad
4. Un conocimiento muy variado
5. Lo trascendente: una necesidad innecesaria
6. Pequeño balance
IV. La trama fina de la trascendencia
1. El bordado mental: el juego de la razón y de la emoción
2. La estructura de la emoción
3. Variedad de inteligencias
4. Intersecciones. La razón asistida emocionalmente
5. El marcador somático
6. La estructura de la trascendencia: confianza razonable
V. Modalidades de la trascendencia
1. La trascendencia de sentirnos limitados
2. El valor añadido estético
3. El desbordamiento ético
4. La inmensidad amorosa
5. Trascendencias en la identidad grupal
6. Las modulaciones de la trascendencia por las diferencias sexuales
VI. Las dimensiones hondas: siempre más allá
1. El Todo
2. El Adentro
3. El Arriba
4. El Otro
5. Las dimensiones de la trascendencia y el cortocircuito de la imaginación
VII. Las configuraciones de la trascendencia: religiones, sabidurías y espiritualidades
1. La configuración religiosa
2. Las sabidurías
3. Las espiritualidades
4. Religiones, sabidurías y espiritualidades fiables
5. Una perspectiva de futuro: la religión saliendo de la religión y el estado asumiendo la trascendencia
a. La “salida de la religión” desde la religión
b. Los valores religiosos transferidos a la república
c. Estados y religiones: nuevas perspectivas
Referencias bibliográficas
Índice onomástico
Título: Cerebro y trascendencia
Autor: Ramón María Nogués
Edita: Fragmenta Editorial, Barcelona, 2013
Colección: Fragmentos
Traducción: Marta Ballester Braut
Encuadernación: Tapa blanda con solapas
Número de páginas: 252
ISBN: 978-84-92416-65-3
Precio: 19 euros
“La mente humana es sorprendente y desconcertante. Seguramente tanto como el cerebro. “ Son las primeras palabras de esta obra y suponen mucho del fundamento en que se apoyará su argumentación, porque parte ya de la base de diferenciación entre ambos conceptos, mente y cerebro; una diferenciación no aceptada por todos, aunque puedan sus defensores ser una minoría, y con muchos matices entre quienes la aceptan.
Otro de los principios desde los que arranca el autor es la abundancia que de ambos, cerebro y mente, tenemos los seres humanos, una abundancia que supera con creces las necesidades de la especie para su supervivencia, según la teoría de Darwin. “Los humanos –dice Nogués- presentamos obsesivamente actividades de lujo: la búsqueda de la belleza, la preocupación por una ética utópica, la organización de actividades esplendorosas de ocio y juego, y la realización de actividades simbólicas aparentemente inútiles basadas en mitos que crean una nueva realidad por encima de las realidades observables con evidencia experimental.”
Pues bien, ese punto de fuga, por el que circulan todas las culturas y que acaba siendo uno de los rasgos más valorados y característicos de cada una de ellas, es lo que el autor llama trascendencia. Es importante, pues, definir qué entendemos aquí, como para debatir cualquier tema, por trascendencia, fijar su definición. Y Nogués acepta el reto: “La trascendencia es una forma peculiar de conocimiento y de expresión compleja, abierta, que configura nuestra originalidad mental y resulta imprescindible para coronar ‘desde arriba’ las otras formas más funcionales del saber. Es la forma que permite a la mayoría conformar el sentido del vivir.” Esto supone superar la idea de que la trascendencia tiene un carácter exclusivamente religioso; evidentemente, lo incluye, pero también abarca la estética, la ética, el nacionalismo, la pasión amorosa, la palabra, el símbolo, etc.
¿Objetivo que se planteó el autor a la hora de acometer la redacción de este ensayo? Lo deja bien claro en esta Introducción que comentamos: “Lo que pretendo es ayudar a entender dónde se afinca la desconcertante trascendencia.” Ni más, ni menos.
Tras la Introducción, la obra se divide en siete grandes bloques o capítulos: I. El organismo, el cerebro y la mente; II. La singularidad humana: la emergencia del yo; III. El bordado del mundo mental: una necesidad innecesaria; IV. La trama fina de la trascendencia; V. Modalidades de la trascendencia; VI. Las dimensiones hondas: siempre más allá; y VII. Las configuraciones de la trascendencia: religiones, sabidurías y espiritualidades.
En el capítulo primero, El organismo, el cerebro y la mente, postula Nogués, fundamentalmente, el emergentismo. Lo inicia precisando lo que ya se reclamaba en la Introducción: “En definitiva, cuando hablamos de mente siempre nos referimos a una capacidad principalmente atribuible al cerebro.” Y “el cerebro es una estructura que centraliza el sistema nervioso de un ser viviente animal.” Dicho esto, el autor recurre a la ley de la complejidad-conciencia de Pierre Teilhard de Chardin, según la cual la conciencia es una propiedad de la materia que se manifiesta de forma clara solo cuando la estructura material presenta un índice de complejidad suficiente. A partir de ahí, sucede el análisis de la estructura cerebral de los seres vivos más simples, cuya complejidad es creciente según se asciende en la escala evolutiva, hasta llegar a los primates y al homo sapiens en los que la actividad de las redes neuronales alcanza las máximas cotas de complejidad. Al llegar aquí, plantea una nueva filosofía de la mente, una nueva manera de reflexionar sobre ella, apoyada en la base de que los aspectos materiales del cerebro no explican suficientemente la aparición de propiedades emergentes, como es la empatía, por ejemplo, en contraposición a un reduccionismo simplificador. Y finaliza con la inclusión de un listado de competencias y funciones mentales que requieren algún tipo de conciencia y que afloran en vertebrados muy desarrollados y, en algunos aspectos, solo en humanos. Destacando el hecho de que las funciones mentales, cuanto más complejas, más mecanismos de socialización requieren.
El capítulo segundo se dedica a La singularidad humana: la emergencia del yo. Plantea, desde el inicio, la problemática suscitada por parte de la comunidad científica, que intenta reducir la singularidad del ser humano hasta extremos inimaginables; y, junto a la crisis de esta singularidad, hemos asistido, en los últimos cincuenta años a diversas crisis (del liberalismo, del marxismo y, finalmente, del progreso técnico) dando como resultado que todo el modelo de progreso se ha roto, instaurándose una idea de la marcha de la cultura humana como un tanteo azaroso que va dando golpes de ciego. Dice el autor: “la ciencia biológica, observadora privilegiada de la especie humana, [ha] asimilado, con devoción y fidelidad, la convicción de que el proceso evolutivo en su conjunto permanece a la deriva y sin ninguna dirección coherente, motivo que desautoriza la propia noción de progreso.” Seguidamente, analiza el proceso genético para identificar los genes que determinan la peculiaridad de nuestra especie. Le sigue su profundización en el progreso estructural del cerebro, situándose en una posición equilibrada entre quienes afirman cosas como que “el cerebro humano es una chapuza que vive para engañarnos” (E. Punset) y quienes se mueven en elogios ditirámbicos sobre nuestro cerebro y sus posibilidades. Luego, el capítulo se ciñe a lo esencial de su argumentación, que se centra en el emergentismo en general, para descender al detalle: de un cerebro complejo emerge el psiquismo y en el psiquismo humano emerge un yo consciente que, a juicio de Nogués, solo se da en nuestra especie. Viene el estudio del yo, del que dice: “el yo es psicológicamente la clave de bóveda de la experiencia mental humana, y su desorganización lleva simplemente a la demencia”; recorre este concepto, confrontándolo con el de alma, en diferentes culturas: hebrea, griega, hindú y china, para desembocar en Descartes, ya en la modernidad. Y concluye: “Actualmente, la propia reflexión filosófica realizada por el cristianismo no se considera obligada a admitir una realidad como el alma, ontológicamente distinta al cuerpo, pese a defender que la conciencia y el yo no son epifenómenos simples y secundarios del funcionamiento del cerebro. Esta visión proviene de modelos emergentes sólidos que recuerdan posturas como las de Teilhard de Chardin y son consideradas compatibles con la fe cristiana.” Tras estas reflexiones, la conclusión del autor es que “en definitiva, la descripción completa y exhaustiva de la conciencia humana y del yo continúa siendo actualmente, desde todos los puntos de vista, una operación imposible.” Como se puede apreciar, se trata de un capítulo que suscita apasionados debates.
El bordado del mundo mental: una necesidad innecesaria. Así se encabeza el tercer capítulo de la obra. ¿Qué lugar ocupa en el proyecto del autor? “Intentar considerar aquellas estructuras cerebrales y sus correspondientes funciones que intervienen en la estructuración de la vida mental y esta enigmática y cuantiosa manifestación cerebral humana que es la trascendencia.” Para alcanzar su objetivo, introduce un primer epígrafe, La construcción de la experiencia mental; parte de dos principios neurobiológicos: en primer lugar, que el mundo mental no es una experiencia que pueda remitirse únicamente al cerebro, sino a todo el organismo. Y, en segundo lugar, recordar que el sistema nervioso está formado por una red citológica muy compleja y extendida por todo el cuerpo, disponiendo de un sistema humoral que algunos llaman el cerebro húmedo; este cerebro húmedo participa de manera decisiva en la elaboración y consolidación de la experiencia mental. A partir de aquí, Ramón María Nogués pasa a detallar conjuntos estructurales del sistema encefálico, aunque este sea un todo integrado: tronco cerebral, cerebelo, hipotálamo e hipófisis, sistema límbico, córtex cerebral, hemisferios, … Entra, seguidamente, en quizás el punto más sensible del capítulo, las experiencias de subjetividad. Para el autor, es indudable que las experiencias mentales presentan un tono inevitablemente subjetivo; tal vez, la experiencia mental más central que está en la base de cualquier dimensión psíquica humana es SOY y HAY; soy, como la identificación básica de un núcleo de referencia que me identifica; y hay, como la percepción inicial de la alteridad, con la que identifico la realidad exterior a mí. Se detiene en el papel que juegan las emociones y cómo la conciencia reflexiva, junto con la razón, unifica el amplio panorama que se abre con el raciocinio; no deja de lado el papel del inconsciente y lo que se ha venido en llamar el cerebro social, es decir, todo el entramado cerebro-sociedad.
El siguiente paso es el conocimiento, del que dice el autor que “lo que llamamos conocimiento como actividad de la mente humana se manifiesta en un abanico amplio y variado de posibilidades.” Para este conocimiento, propone dos grandes dimensiones, la experimental y la experiencial. Define así la primera: “aquella capacidad cognoscitiva que está relacionada sobre todo con la observación y la medida de la realidad con la intención de determinar, hasta donde sea posible, cómo son las cosas.” Por su parte, la dimensión experiencial se centra más directamente en la percepción subjetiva y afecta al mundo de los qualia o a los matices con que adjetivamos la experiencia de nosotros mismos y del mundo. Y, dentro de este conocimiento experiencial, distingue tres apartados, que detalla: el conocimiento iluminador o estético, el simbolizador o abierto a la trascendencia, y el que se caracteriza por la creatividad transformadora expresada en la ética y en la técnica. Pues bien: dentro de este complejo panorama del conocimiento se inscribe la experiencia de lo trascendente; y lo resume así: “Quizás precisamente porque contamos con un cerebro hipertrofiado por la abundancia, la supervivencia debe expresar una necesidad no necesaria, que es la de entregarse a lo trascendente”, enlazando así con la misma idea ya expresada más arriba. Y reitera que trascender significa ir más allá de la realidad inmediata y, concretamente, más allá de las necesidades estrictas; no es necesaria esta trascendencia y por eso es, en cierto modo, prescindible, pero puede ser equilibradora y estabilizadora. Eso sí: no hay que pensar que ella, la trascendencia, gracias a su seductora promesa de esclarecer las últimas preguntas, está a salvo de constituir un espejismo, si no va acompañada de las medidas cautelares correspondientes y necesarias.
El cuarto capítulo de esta interesante obra lleva por título La trama fina de la trascendencia. En resumen, trata de la inextricable relación entre el razonar y las emociones. Afirma el autor que la razón pura o la razón fría no es sino una quimera, una abstracción del funcionamiento real del cerebro, que parte de la suposición de que puede aislarse una capacidad mental del resto y hacerla funcionar de manera aislada, concluyendo que ni la razón ni la emoción actúan entre ellas de manera independiente. Da, así, entrada al tema de la emoción, que pasa a analizar detenidamente en el epígrafe La estructura de la emoción, en la que evoca el cognitivismo, estudia el miedo, como una emoción fundamental y se basa, sobre todo, en la exposición de los planteamientos de Damasio. A renglón seguido, aborda el tema de la inteligencia, deteniéndose en los ocho tipos que distingue Gardner: lingüística, lógico-matemática, espacial, musical, corporal-cenestésica, intrapersonal, interpersonal y naturalista, a las que añade la inteligencia espiritual y la inteligencia moral; y destaca el siguiente aspecto: “Tras el reconocimiento de las riquezas y de los matices que presenta la inteligencia, los análisis neuroculturales han manifestado también que ni siquiera la inteligencia lógica puede considerarse universal”; lo que lleva a concluir, con la natural humildad, lo erróneo que es pensar que mi observación adecuadamente tratada con una lógica sencilla conduce a una conclusión irrebatible; sencillamente, porque mi observación argumentada está inevitablemente sesgada por innumerables factores. Nuestra vida mental, por tanto, viene dada por el conjunto de intersecciones entre el mundo de los sentimientos y el de los razonamientos, concluyendo, con Damasio, que “la razón no trabaja correctamente si no es asistida emocionalmente.” Aquí, Nogués se detiene en el “marcador somático”, hipótesis planteada también por Damasio, que “sugiere la existencia de un proceso prácticamente subliminal e inconsciente que, reuniendo recursos de la razón, la memoria y las emociones, nos orienta en nuestras decisiones desde planteamientos anteriores y que aparece como una decisión voluntaria explícita en el mundo consciente.” Llega así al punto culminante de su planteamiento; como ya ha dicho, la trascendencia es lo que va más allá de las simples capacidades de supervivencia, según las tesis evolucionistas; se trata, pues, de un exceso, un desbordamiento de aquellas capacidades; y, dentro también de la idea de la evolución, dicha excrecencia no es algo inútil, sino que supone una oportunidad positiva; lo que, en definitiva, da carta de razonabilidad a su existir.
Modalidades de la trascendencia es el contenido del quinto capítulo de la obra. Se trata de un capítulo en el que el autor comenta cómo la trascendencia no es solo una función sobrante u opcional, sino una situación normal de la mente expresada en numerosas experiencias diarias de la vida concreta. Y lo hace ante la proliferación de opiniones que consideran a la trascendencia como una opción o, incluso, un error o engaño de la mente, dado que la pura realidad es que el cerebro es un procesador de información que se ajusta estrictamente a las necesidades de supervivencia. Estas opiniones, según Nogués, constituyen una visión reduccionista del cerebro que es, en realidad, mucho más que un captador y un procesador de información, ya que, entre sus funciones, se incluyen fenómenos tan sorprendentes como la creatividad, la intuición, la previsión de futuro, la necesidad de sentido o la conciencia personal. Y, para apoyar su planteamiento, el autor se refiere en este capítulo a aspectos no específicamente racionales del funcionamiento mental. Así, aborda la trascendencia de sentirnos limitados, el valor añadido estético, el desbordamiento ético, la inmensidad amorosa, las trascendencias en la identidad grupal y, finalmente, las modulaciones de la trascendencia por las diferencias sexuales; aspectos que constituyen los títulos de los diferentes epígrafes que contiene el capítulo.
El sexto capítulo es Las dimensiones hondas: siempre más allá. Parte de la idea de que la mejor forma de comprender la normalidad de la vida nace cuando se produce lo extraordinario, como acontece con la trascendencia; “vivimos la trascendencia en las condiciones habituales del funcionamiento de la mente, pero su perfil se distingue más claramente en las manifestaciones explícitas, cuando la trascendencia adquiere unos contornos casi excesivos y la persona se siente fascinada por una realidad más allá de la realidad.” Y aquí llegamos a la gran cuestión de la búsqueda de la verdad. Un primer escollo: definir qué es la verdad; hay que admitir que existen muchas verdades vigentes y que no siempre es fácil armonizarlas; al igual que hay que aceptar nuestra limitación tanto en la indagación como en la expresión de lo que consideramos la verdad. Lo que nos ha de llevar a una postura de humildad, equidistante tanto de un relativismo ingenuo como de un exclusivismo que pretenda monopolizar las formas del conocimiento; así, afirma: “puede decirse que toda forma de conocimiento que excluya sistemáticamente otras formas por defecto (por ejemplo, un cientificismo que excluyese la subjetividad o la reflexión filosófica) corre el riesgo de promover una situación de agnosia en cuanto a la totalidad del conocimiento.” Una agnosia similar a la que se produce cuando nuestro cerebro se ve incapacitado para reconocer la coherencia conjunta de lo que se percibe. Dentro de esta realidad se incluye, por supuesto, la trascendencia, que, según Nogués, se desdobla en cuatro grandes direcciones: el Todo, el Adentro, el Arriba y el Otro. A cada una de estas direcciones dedica el autor varias páginas, del mayor interés. El Todo representa la mayor fascinación de la trascendencia y analiza su presencia en el mundo antiguo, el hindú, la tradición judía y la cultura china, deteniéndose en aquellas visiones que relacionan a Dios a ese Todo: Einstein, Barrow, Hawking, Dawkins y Walsch; en cuanto a el Adentro, dice: “si en vez de mirar afuera dirigimos la atención hacia dentro de cada uno de nosotros, la trascendencia tropieza con el ego y su consistencia.” Es el tema del yo, que estudia desde las diferentes perspectivas que se dan en Oriente y Occidente; el Arriba “es como la tendencia a buscar lo trascendente de manera antitética a como lo hacemos cuando lo buscamos ‘adentro’, en lo más profundo de todo. La tendencia a buscar lo trascendente Arriba depende probablemente de un registro neurológico evolutivo muy arraigado”; el Otro es la contrapartida de mi mundo interior y, para poder captar adecuadamente la cualidad del otro, los matices de la propia han de estar bien afianzados; cuando el otro es percibido como trascendente, aparecen la benevolencia y la fraternidad y abre a la persona a la dimensión social y a un realismo utópico, motor de la humanización social. No es tarea fácil seguir estas cuatro direcciones de la trascendencia, pues requiere un ejercicio mental y espiritual muy fino; Nogués distingue cuatro aspectos que caracterizan la comprensión de la trascendencia: un agnosticismo de calidad que sabe que habla de una realidad que no podemos describir; enriquecedoramente atónito ante la inmensidad de la realidad; abierto por la conciencia darwiniana de nuestro origen y de nuestra naturaleza limitada; y, finalmente, cálido, para amar la vida y porque sin amor la vida implosiona. Se trata de un capítulo muy sugerente y sugestivo.
Llegamos así al séptimo y último capítulo de la obra: Las configuraciones de la trascendencia: religiones, sabidurías y espiritualidades. En él, Nogués trata de configurar la experiencia de la trascendencia: “La trascendencia es una experiencia inicialmente subjetiva, una dimensión de la actividad mental lujosa humana que aparece de modo más o menos sutil en diferentes situaciones y que se orienta en direcciones distintas y que finalmente se configura explícitamente en las grandes dimensiones culturales como por ejemplo las religiones, las tradiciones de sabiduría o los movimientos espirituales.” Aunque reconoce que no es fácil establecer unos límites y fronteras definidos entre estos tres tipos de realidades, acomete una aproximación a cada una de ellas, advirtiéndonos que cualquier configuración de la trascendencia que aspire a ser completa debe atender a los dos frentes del mundo de la razón y el de las emociones. En cuanto a la configuración religiosa de la trascendencia, nos dice que “suele estructurarse a propósito de cuatro nociones principales: la existencia de Dios, el carácter personal de la divinidad, la existencia de un alma humana y la existencia de la vida después de la muerte.” Dentro del apartado de sabidurías, el autor engloba las configuraciones de la trascendencia que no contemplan, de manera específica, la idea o noción de Dios, aunque antropológica y socialmente funcionan como religiones en el sentido descriptivo del término y su ámbito cultural es típicamente oriental. Finalmente, trata de aclarar qué se entiende por espiritualidades, que son un conjunto de configuraciones de la trascendencia muy variables que pueden llegar, incluso, a negarla; para el autor, “el nervio de las espiritualidades quizá podría situarse en la calidad de la búsqueda de la trascendencia.” Eso sí: se impone un control de calidad de estas configuraciones de la trascendencia, pues tras su apariencia pueden esconderse algunas no fiables; el autor propone unos cuantos criterios para calibrar la calidad de tales configuraciones: monoteísmo universalista en el caso de las religiones, compatibilidad interreligiosa e intertradiciones, lenguaje culturalmente inteligible, calificación antropológica y, por último, instituciones homologables. Añade, además, tres ejes en los que situar las polaridades entre las que debe situarse un buen sistema de configuración: un primer eje que conecta la inmanencia y la trascendencia, un segundo representaría la conexión entre la razón y la emoción, y un tercer eje que relacione las polaridades del mundo interior y del mundo exterior. Para concluir, el autor propone una triple dinámica que pueda orientar un camino de colaboraciones y de sinergias humanizadoras que abran paso a un nuevo paradigma de las relaciones estado-religiones/sabidurías; en primer lugar, la salidas de la religión desde la religión; en segundo lugar, los valores religiosos transferidos a la república; y, por último, nuevas perspectivas entre estado y religiones; aspectos con los que Nogués pretende contribuir con sus propuestas a las actuales vicisitudes entre la res pública y las religiones y espiritualidades. Y concluye: “Si las religiones aciertan a encontrar un sentido vivo en su presencia en las sociedades, pueden constituir un factor esencial en la importante misión de recordar a la sociedad el valor incondicional de sus mejores opciones, un valor que difícilmente puede deducirse del juego político que el Estado garantiza.”
Una larga serie de referencias bibliográficas completa este libro, de muy recomendable lectura, junto a un índice onomástico que facilita su consulta; siendo una referencia de la vasta labor investigadora y reflexiva de Nogués, echamos en falta la cita de algunos nombres indispensables en el estudio del cerebro, como el de Dick Swaab, lo que, sin embargo, no resta mérito a la calidad de esta profunda obra.
Índice
Introducción
I. El organismo, el cerebro y la mente
1. La mente, coexistente con la vida
2. Redes elementales
3. Redes más complejas
4. El sistema nervioso y la mente en los vertebrados
5. La nueva filosofía de la mente
II. La singularidad humana: la emergencia del yo
1. La crisis de la noción de progreso
2. El progreso genético
3. El progreso estructural cerebral
4. Consideraciones globales
5. La emergencia del yo
a. El fenómeno emergente
b. De un cerebro complejo emerge el psiquismo
c. En el psiquismo humano emerge un yo consciente
d. El yo consciente y el alma
III. El bordado del mundo mental: una necesidad innecesaria
1. La construcción de la experiencia mental
2. Niveles estructurales
3. Experiencias de subjetividad
4. Un conocimiento muy variado
5. Lo trascendente: una necesidad innecesaria
6. Pequeño balance
IV. La trama fina de la trascendencia
1. El bordado mental: el juego de la razón y de la emoción
2. La estructura de la emoción
3. Variedad de inteligencias
4. Intersecciones. La razón asistida emocionalmente
5. El marcador somático
6. La estructura de la trascendencia: confianza razonable
V. Modalidades de la trascendencia
1. La trascendencia de sentirnos limitados
2. El valor añadido estético
3. El desbordamiento ético
4. La inmensidad amorosa
5. Trascendencias en la identidad grupal
6. Las modulaciones de la trascendencia por las diferencias sexuales
VI. Las dimensiones hondas: siempre más allá
1. El Todo
2. El Adentro
3. El Arriba
4. El Otro
5. Las dimensiones de la trascendencia y el cortocircuito de la imaginación
VII. Las configuraciones de la trascendencia: religiones, sabidurías y espiritualidades
1. La configuración religiosa
2. Las sabidurías
3. Las espiritualidades
4. Religiones, sabidurías y espiritualidades fiables
5. Una perspectiva de futuro: la religión saliendo de la religión y el estado asumiendo la trascendencia
a. La “salida de la religión” desde la religión
b. Los valores religiosos transferidos a la república
c. Estados y religiones: nuevas perspectivas
Referencias bibliográficas
Índice onomástico
Notas sobre el autor
Ramon Maria Nogués (Barcelona, 1937) es catedrático emérito de antropología biológica de la Universidad Autónoma de Barcelona. Ha hecho estudios de pedagogía, filosofía y teología, y es doctor en biología por la Universidad de Barcelona. Trabaja en genética de poblaciones, especialmente en poblaciones humanas aisladas. Ha estudiado temas de neurobiología evolutiva y ha colaborado en equipos interdisciplinares de neuropsiquiatría con la Fundació Vidal i Barraquer. En este contexto, ha analizado cuestiones relativas a la neurobiología de la religiosidad. Ha intervenido en estudios de bioética y en comisiones oficiales sobre esta disciplina. Es escolapio desde 1955 y presbítero desde 1961. Ha publicado, entre otros muchos, los libros Dioses, creencias y neuronas. Un acercamiento científico a la religión, Mujeres en la Iglesia, Deu creences i neurones: un acostament cientific a la religio, e Ingeniería genética y manipulación de la vida: bases para la educación.
Ramon Maria Nogués (Barcelona, 1937) es catedrático emérito de antropología biológica de la Universidad Autónoma de Barcelona. Ha hecho estudios de pedagogía, filosofía y teología, y es doctor en biología por la Universidad de Barcelona. Trabaja en genética de poblaciones, especialmente en poblaciones humanas aisladas. Ha estudiado temas de neurobiología evolutiva y ha colaborado en equipos interdisciplinares de neuropsiquiatría con la Fundació Vidal i Barraquer. En este contexto, ha analizado cuestiones relativas a la neurobiología de la religiosidad. Ha intervenido en estudios de bioética y en comisiones oficiales sobre esta disciplina. Es escolapio desde 1955 y presbítero desde 1961. Ha publicado, entre otros muchos, los libros Dioses, creencias y neuronas. Un acercamiento científico a la religión, Mujeres en la Iglesia, Deu creences i neurones: un acostament cientific a la religio, e Ingeniería genética y manipulación de la vida: bases para la educación.
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Tendencias 21 (Madrid). ISSN 2174-6850