CRISTIANISMO E HISTORIA: A. Piñero
Vida del apóstol Felipe según sus Hechos Apócrifos
Hoy escribe Gonzalo del Cerro

Hecho IV (cc. 37-44): Felipe en Azoto de Palestina

El Hecho IV (cc. 37-44) se desarrolla en Azoto, población de la costa de Palesina, y lleva como título “Curación de la hija de Nicoclides”. Los prodigios de Felipe atraían a muchos que eran curados de sus enfermedades. Pero siempre había diversidad de opiniones. Para unos era el apóstol un hombre de Dios; para otros, un mago. Algunos acusaban a Felipe de pretender separar los matrimonios y de hablar negativamente de la procreación.

El caso es que Felipe se alojó en casa de un hombre notable, de nombre Nicoclides, cuya hija tenía una úlcera grave en el ojo derecho. El apóstol oró pidiendo la salud del alma y del cuerpo para todos los que creían en Cristo. Caritina, la hija de Nicoclides, oyó las palabras de Felipe y se convenció de que aquel hombre podría proporcionarle la salud que no habían podido conseguir los numerosos médicos y curanderos que lo habían intentado. Habló a su padre del médico extranjero, el único que podía curarla. Había sentido incluso gran alivio sólo con escuchar sus palabras.

Nicoclides corrió a buscar al médico extranjero. Felipe le dijo que el médico era Jesús, el que cura toda clase de enfermedades, ocultas o manifiestas. Entró en casa de la enferma, que lloraba amargamente. Su dolencia era motivo de vergüenza entre sus compañeras. El apóstol la consoló diciéndole que las medicinas de Jesús le darían inmediatamente la salud. Aprovechó la ocasión para evangelizar a los presentes asegurando que si tenían fe en Cristo, quedarían curados de cualquier enfermedad. Felipe dijo a Caritina que pasara su mano derecha por su rostro diciendo: “En el nombre de Jesucristo quede curada la úlcera de mi ojo” (c. 43,2). Así lo hizo, con lo que al punto quedó curada de su dolencia.

El padre y la hija creyeron y se hicieron dignos de recibir el bautismo. Como ellos, muchos siervos, criadas y jóvenes creyeron en el Señor Jesucristo. Caritina, por su parte, se puso vestiduras de varón y siguió a Felipe dando gloria a Dios.

Hecho V (cc. 45-63): En Nicatera de Grecia

El Hecho V (cc. 45-63) traslada nuevamente al apóstol a Grecia hasta la ciudad de Nicatera. Entre otros comentarios populares, se decía que su doctrina fundamental producía el efecto de separar a los hombres de las mujeres. Enseñaba que los que practican la castidad eran amigos de Dios. Contra Felipe hablaban también los judíos de la ciudad porque disolvía sus tradiciones. Pero uno de ellos, rico, de nombre Ireo, conoció al apóstol y lo trató con respeto y deferencia. Era partidario de escuchar a Felipe y de juzgar honestamente su doctrina.
“Si te sigo, ¿qué será de mí?”, le preguntó Ireo. Felipe le prometió la salvación y, de acuerdo con la mentalidad encratita de la obra, le pidió que se separara de su mujer. El gesto produjo graves disensiones entre ambos cónyuges. Su mujer le echaba en cara que se había apartado del consejo de los sacerdotes y que hacía caso de un mago extranjero. En consecuencia no quería que el apóstol entrase en su casa. Pero el desarrollo de los acontecimientos y la intervención de Artemila, hija del matrimonio, vencieron la resistencia de Nercela, su madre, para gozo y felicidad de Ireo. Antes tuvo que enfrentarse Ireo con su recalcitrante mujer, que rechazó la idea de mostrarse sin velo a la vista del extranjero.

Al fin, se despojaron madre e hija de sus vestiduras de lujo, vistieron otras humildes y salieron de su alcoba. El modo de vestir de ambas mujeres era decoroso, cuenta el texto, tanto que nada de su cuerpo, salvo los ojos, quedaba al descubierto. Cuando entraron en donde estaba el apóstol, lo vieron como una gran luz que las llenó de temor. Pero Felipe se dio cuenta y recobró su aspecto natural. Nercela le rogó que se dignara habitar en su casa y le pidió perdón por su actitud anterior. Prometía hacer lo que el apóstol le mandara con tal de conseguir la vida eterna. “Yo también quiero salvarme”, añadía su hija Artemila.

Felipe pasó un mes instruyendo a todos los de la casa en la doctrina sobre el Hijo de Dios. Cuando estuvieron convenientemente preparados, los bautizó en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Todos los días acudía mucha gente para oír la palabra de Felipe. Los que tenían enfermedades eran curados y los espíritus inmundos huían expulsados por el poder de Dios.

(Mujeres con Niqab).

Saludos cordiales. Gonzalo del Cerro



Lunes, 6 de Febrero 2012


Editado por
Antonio Piñero
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.





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