CRISTIANISMO E HISTORIA: A. Piñero
Hoy escribe Antonio Piñero


Lo que sigue a continuación es el desarrollo del punto A. del final de la postal anterior. El primer argumento con el que Harris intenta explicar por qué surgió en el judaísmo el concepto de un mesías es simple: todos los pueblos antiguos, y algunos de los modernos, creían que no se podía ganar batallas sin la asistencia divina. En concreto, para sobrevivir como estado se necesitan guerreros con quienes cooperen ángeles o dioses.

Explica Marvin Harris en líneas muy generales y sencillas también:

El primer constructor de un reino judío, David fue denominado "mesías" –en hebreo massiah--, término que se aplicó no sólo a él sino igualmente a sacerdotes, profetas, a los escudos, al predecesor de David, Saúl, y al hijo del primero, Salomón. Es muy probable que al principio "mesías o ungido" (con aceite) en circunstancias especiales fuera sinónimo de “persona o cosa que poseyera santidad y poder sagrado”.

La historia del Israel antiguo fue todo menos feliz, y a pesar de que Dios había prometido a David (2 Sam 7, profecía de Natán) que nunca faltaría un rey (glorioso, se sobrentiende) sobre el trono de Israel y que éste sería próspero, etc., lo cierto es que esa promesa nunca se cumplió.

Los profetas y escritores sacros dieron una respuesta general a esta dificultad: Yahvé no había cumplido su promesa sencillamente porque los judíos no habían cumplido la suya a Yahvé. Pero si mediaba el arrepentimiento eficaz del pueblo, en un momento preciso de su historia Israel sería vengado de los ultrajes de las naciones.

Las profecías de Isaías, Jeremías y otros profetas sobre la derrota futura de los pueblos en torno a Israel (moabitas, sirios, amonitas, babilonios…) y las de Daniel (escritas hacia el año 165 a.C., sobre la derrota del último gran imperio, el greco-sirio de los Seléucidas, que extendía su cruel cruel sobre Israel, todas ellas –argumenta Harris— fueron compuestas en tiempos en tiempos y contextos de guerras reales de liberación de un Israel, guerras "anticolonialistas" conducidas por caudillos militares (aplíquesele o no el nombre de mesías) de carne y hueso:

“Tales guerras gozaron del apoyo popular no sólo porque pretendieron restaurar la independencia del estado judío, sino también porque prometían eliminar las desigualdades económicas y políticas que el domino extranjero había exacerbado hasta límites no soportables” (p. 143).

Se creó así, en los siglos que median entre David y el de Jesús –sobre todo desde la rebelión macabea—el concepto de un mesías, que se recreaba y revivificaba continuamente en una lucha por derrocar a enemigos que constituían un sistema explotador de colonialismo político y económico.

Opina M. Harris que durante el período de dominación romana podemos saber con bastante seguridad que el modo normal de concebir – y desear que viniera pronto- al mesías, era el de un mesías militar ayudado por Dios para derrocar a los adversarios... era, pues, un mesías vengativo.

Hasta aquí todo es conocido y normal. Pero a continuación desea M Harrys destacar que

“Los evangelios cristianos no exponen y ni siquiera mencionan la (probable o posible) relación de Jesús con la lucha de liberación de los judíos. Por los evangelios nunca comprenderíamos que Jesús pasó la mayor parte de su vida en el teatro central de una de las situaciones de guerrilla más feroces de la historia” (p. 144)

Aquí olvida Harris quizás que Tácito afirma que durante el reino de Tiberio en Palestina "hubo una relativa calma". Lo cual es cierto si compara con otros momentos. Pero más tarde, Harrys intenta probar su aserto (y lo anotaremos) hacienda un lista de los problemas que tuvo Poncio Pilato con los judíos, que no fueron pequeños. Y también hay que añadir a la observación de Harris que es sumamente extraño que los esenios (con ser por lo menos 4.000 en Palestina en tiempos de Jesús y muy influyentes, sin contar Qumrán) no sean nombrados en absoluto en los Evangelios. Como si no existieran.

Y continua Harris:

“Y ¡menos evidente aún resulta para los lectores de los evangelios , y del Nuevo Testamento en general, que esta lucha siguió intensificándose durante mucho tiempo después de la ejecución de Jesús. Nunca podríamos adivinar que el año 66 los judíos llegaron a lanzar una revolución total que requirió la presencia de seis legiones romanas al mando de dos futuros emperadores (Vespasiano y Tito) antes de conseguir dominarla. Y mucho menos habríamos sospechado alguna vez que el mismo Jesús murió víctima del Imperio romano a causa de su deseo de destruir la conciencia militar mesiánica de los revolucionarios judíos” (p. 144).

Estas observaciones hay que tenerlas en cuenta.
Saludos cordiales de Antonio Piñero.
Universidad Complutense de Madrid
www.antoniopinero.com

Miércoles, 26 de Octubre 2011


Editado por
Antonio Piñero
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.





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