CRISTIANISMO E HISTORIA: A. Piñero
San Bartolomé en su Hechos Apócrifos
Hoy escribe Gonzalo del Cerro

Confesión del demonio y destrucción del templo

En un cuarto capítulo, narra el relator del apócrifo el cumplimiento de la promesa de Bartolomé. Desenmascaró en efecto al demonio y le obligó a confesar sus fechorías. Cuando los pontífices estaban ofreciendo sacrificios a los ídolos, se oyeron los gritos del demonio que les imprecaba pidiendo que cesaran de ofrecerle sacrificios no fuera que resultaran castigados tanto como él. Reconocía que se encontraba “atado con cadenas de fuego por los ángeles de Jesucristo” (c. 6,1).

El que fuera crucificado y muerto por obra de los judíos había vencido a la muerte, reina de los demonios, y había encadenado con vínculos de fuego a su príncipe, marido de la muerte. Otorgó el signo de la cruz a sus apóstoles y los envió a predicar su evangelio a todo el mundo. Uno de ellos estaba allí y era el que lo tenía atado. Pedía a sus compañeros que intercedieran por él ante aquel apóstol para que le diera la libertad de marchar a otras regiones.

Bartolomé le preguntó quién y cómo lastimaba a todos los que en aquel templo padecían tan distintas enfermedades. El demonio se sintió obligado a dar todas las explicaciones solicitadas. Su príncipe, el Diablo, los enviaba a lastimar en la carne a los hombres, porque no podían dañarlos en el alma. Cuando los enfermos ofrecían sacrificios de súplica, cesaban los demonios de hacerles daño, lo que era interpretado por los curados como señal de que los ídolos eran dioses y escuchaban sus plegarias. Pero la realidad es que eran demonios, servidores de aquel a quien encadenó Jesús cuando estaba en la cruz. Desde el día en que llegó al país su apóstol Bartolomé, el demonio interpelado confirmaba que estaba encadenado con vínculos de fuego. Si ahora hablaba, es porque se lo ordenaba aquel hombre, ante quien no se atrevían a pronunciar palabra ni él ni su mismo príncipe.

Siguió un largo diálogo entre Bartolomé y el demonio. Quería saber el apóstol por qué los demonios no acababan de salvar a los enfermos. El demonio respondió que ellos procuraban dañar también a las almas, lo que conseguían cuando los hombres creían que eran dioses y les ofrecían sacrificios. Bartolomé se dirigió a los presentes con toda solemnidad y les ofreció el auxilio del Dios verdadero, creador del universo y que habita en los cielos. Debían dejar de creer en las piedras vanas. Si querían que todos aquellos enfermos se vieran libres de sus dolencias, tenían que deshacerse de aquel ídolo, quitarlo de en medio y hacerlo trizas. En tal caso, dedicaría aquel templo al nombre de Jesucristo y a todos los presentes los consagraría con el bautismo.
En aquel momento, a una orden del rey, todos trajeron cuerdas y poleas para derribar la estatua del ídolo. Como no eran capaces de conseguirlo, Bartolomé imprecó al demonio que habitaba en aquella estatua diciendo: “Si quieres que no te haga caer en el abismo, sal de esta estatua y hazla trizas. Luego, vete a los desiertos donde ni el ave vuela, ni el campesino ara, ni se ha oído jamás la voz del hombre” (c. 6,4). El demonio salió inmediatamente e hizo trizas toda clase de ídolos desde los mayores a los más pequeños y borró hasta las mismas pinturas. El pueblo entero prorrumpió en un grito uniforme confesando que sólo hay un Dios verdadero, el que predicaba Bartolomé.

El apóstol ratificó la confesión del pueblo recordando algunos pasos de la historia de la salvación a partir del Dios de Abrahán, Isaac y Jacob, que envió al mundo a su Hijo para que salvara a los hombre con su sangre. Ese Dios permanece siempre inmutable “Padre uno con el Hijo, y uno también con el Espíritu Santo” (c. 7,1). Es el Dios que ha enviado al mundo a los apóstoles, dotados con el poder de curar enfermedades, expulsar a los demonios y resucitar a los muertos. Después de recordar la promesa de Jesús de que “todo lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo concederá”, Bartolomé pidió la curación para todos los presentes con el objetivo de que todos creyeran en el único Dios que devuelve la salud en el nombre de Jesucristo.

Cuando todos respondieron con el “amén”, apareció un ángel dotado de alas quien, volando por los cuatro ángulos del templo, esculpió con su dedo el signo de la cruz en las piedras talladas. El ángel comunicó a los presentes que de la misma manera que los enfermos habían quedado limpios de toda dolencia, el templo quedaría puro de toda presencia diabólica. Pero antes de que desapareciera para siempre, el apóstol lo haría visible a los ojos de todos. Para que nadie se asustara, debían hacer sobre sus frentes la señal de la cruz, y todos los males huirían de ellos para siempre.

El diablo que apareció era un ser a la manera de “un egipcio enorme, más negro que el hollín, con el rostro ovalado y luenga barba, el cabello hasta los pies, ojos de fuego como hierro incandescente, que echaba chispas por la boca; de sus narices salía una llama de azufre, con las plumas de las alas llenas de espinas como un puerco espín. Estaba con las manos atadas a la espalda y sujeto con cadenas de fuego” (c. 7,3). El ángel del Señor habló al demonio diciéndole que por su obediencia a la orden dada por Bartolomé de purificar el templo de inmundicias, le daba la libertad para marchar al desierto y permanecer en él hasta el día del juicio. El demonio echó a volar y desapareció para siempre mientras el ángel regresó volando al cielo.

(Cuadro de san Bartolomé)

Saludos cordiales. Gonzalo del Cerro


Domingo, 16 de Diciembre 2012


Editado por
Antonio Piñero
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.





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