CRISTIANISMO E HISTORIA: A. Piñero
San Bartolomé en los Hechos Apócrifos
Hoy escribe Gonzalo del Cerro

Martirio y sepultura de Bartolomé

El episodio quinto de la Pasión de san Bartolomé cuenta de la conversión del rey Polimio y de su bautismo en compañía de toda su familia. Con él se había convertido todo su ejército y todo el pueblo, dice el narrador con evidente hipérbole. También habían creído y se habían bautizado todos los habitantes de las ciudades vecinas. El rey se había quitado la corona y se había despojado de la púrpura.

Su retirada del poder fue aprovechada por los pontífices con la complacencia del sucesor de Polimio, su hermano mayor, de nombre Astriges. Los pontífices se dirigieron al nuevo rey para denunciar la conducta de su hermano, que se había sometido al mago extranjero, el que usurpaba los templos y destruía a sus dioses (c. 8,1). Lo mismo contaban entre lágrimas los pontífices de otras ciudades. El mago los había dejado en la miseria.

El rey Astriges, lleno de indignación, envió a mil soldados para que detuvieran a Bartolomé y se lo llevaran atado. Cuando lo tuvo delante, le preguntó si era él quien había pervertido a su hermano. La respuesta del apóstol ocultaba su decisión tras un juego de palabras: “Yo no lo he pervertido, sino que lo he convertido” (c. 8,2). El rey continuaba su interrogatorio preguntando a Bartolomé si era el que había hecho trizas las estatuas de sus dioses. El apóstol contó la realidad concreta. Había sido él quien, hablando a los demonios, que moraban en los ídolos, les ordenó que los destruyeran para que los hombres abandonaran el error y creyeran en el único Dios, creador de cielos y tierra.

El rey recurrió a las amenazas. De la misma manera que Bartolomé consiguió que su hermano abandonara a su dios para creer en el Dios cristiano, él haría que el apóstol abandonara a su Dios para creer en el dios del país y le ofreciera los acostumbrados sacrificios. Bartolomé respondió con la referencia de sus hechos. Había mostrado atado al demonio que Astriges veneraba, y le había obligado a destruir su propia imagen. Retaba luego al rey para que hiciera lo mismo con el Dios de los cristianos. Si lo hacía, se comprometía Bartolomé a ofrecerle sacrificios. Pero si no lo conseguía, el apóstol destruiría a todos los dioses del rey, quien tendría que creer en el Dios único y verdadero de Bartolomé.

En ésas estaban cuando le llegó al rey la noticia de que su dios Vualdat había caído de su altar y se había hecho trizas. El rey, en el colmo de su indignación, rasgó sus vestiduras de púrpura, “mandó azotar al santo apóstol Bartolomé; y después de azotarlo, lo mandó decapitar” (c. 9,1). El códice Véneto Marciano 362 añade en este pasaje el detalle de que el rey mandó que le arrancaran la piel y luego lo decapitaran. Es un detalle concreto de la tradición extendida en la comunidad cristiana. Bartolomé fue despellejado vivo antes de ser decapitado. Miguel Ángel daba artístico testimonio de esta tradición en el fresco del Juicio Final en la Capilla Sixtina.

Llegó entonces una turba numerosa de doce ciudades que habían creído en la fe de Bartolomé, recogieron su cuerpo en compañía del mismo rey y se lo llevaron con toda solemnidad. Construyeron una basílica espléndida, en la que depositaron sus sagrados despojos. A los treinta días, llegaron a la basílica del apóstol el nuevo rey y los pontífices, poseídos por los demonios. Todos confesaron muy a pesar suyo la dignidad apostólica de Bartolomé. Enseguida salió un demonio que los asaltó y estranguló. Era evidente que, a pesar de muchos pesares, los enemigos del Apóstol no se habían salido con la suya. El poder de los Apóstoles seguía actuando incluso después de la muerte. Los demonios no habían podido defender a sus protegidos del influjo inevitable de su enemigo. Por el contrario, los habían castigado por haber cedido creyendo en la dignidad y en el poder del apóstol de Cristo, Bartolomé.

(Detalle del Juicio Final de Miguel Ángel en la Capilla Sixtina)

Saludos cordiales y felicies fiestas. Gonzalo del Cerro


Lunes, 24 de Diciembre 2012


Editado por
Antonio Piñero
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.





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