Notas
Hoy escribe Gonzalo del Cerro
Bartolomé en el texto de su Pasión El Apóstol frente a los demonios La Pasión de san Bartolomé está estructurada en capítulos, el primero de los cuales trata de “Los santuarios y noticias del Apóstol”. El relato comienza con la descripción de los límites geográficos de la India, región en la que se desarrolla la historia narrada en el apócrifo. De las tres zonas en que se divide el territorio de la India, el ministerio de Bartolomé se desarrolla en la parte que limita con el océano Índico. Había allí un templo habitado por un demonio de nombre Astarot, quien aseguraba que sanaba a los enfermos, pero sólo a aquellos a los que él mismo había procurado males. De este modo, “sanar” venía a significar en el lenguaje de este demonio dejar de hacer daño. Las gentes, ignorantes del Dios verdadero, eran engañadas fácilmente para que ofrecieran sacrificios a Astarot, porque el demonio cesaba de hacerles daño, lo que en su ignorancia interpretaban como que los curaba. Y sucedía que mientras Bartolomé moraba en aquella tierra, Astarot cesaba de dar respuestas y hacer curaciones. La mera presencia del verdadero israelita bastaba para hacer enmudecer a Astarot y a ligar sus manos con los lazos de la impotencia más absoluta. Pero su templo estaba lleno de enfermos llegados de diferentes partes del país. A pesar de las plegarias y las incisiones rituales que se practicaban los devotos de Astarot, el dios guardaba silencio. Por ello, tomaron la decisión de trasladarse a otra ciudad, en la que se daba culto al dios denominado Berit. Con toda probabilidad puede tratarse del que el libro de los Jueces 9,46 denomina El Berith (“Dios de la Alianza”). Le preguntaban cuáles eran las razones del silencio de su dios Astarot. La respuesta no podía ser más explícita. La causa de su actitud era la presencia de Bartolomé. ¿Quién era tal personaje?, preguntaban los devotos de Astarot. Berit respondió con claridad: “Es amigo del Dios omnipotente”, un poderoso personaje que había venido para expulsar a los demonios del país. Insistían en preguntar datos sobre la apariencia física de Bartolomé con el objeto de poder localizarlo y controlarlo. Fue entonces cuando el demonio Berit dio las referencias precisas del apóstol, trazando un perfil del personaje desde el punto de vista puramente físico, poco menos que fotográfico. Es el que aparece en el fragmento que veíamos el lunes pasado. Dice así: “Los cabellos de su cabeza son negros y espesos, su tez blanca, los ojos grandes, las narices simétricas y rectas, las orejas cubiertas con el cabello de la cabeza, la barba luenga con algunas canas, de estatura media, no se puede decir que sea ni alto ni bajo. Viste una túnica de manga corta con ribetes de púrpura y se cubre con un manto blanco que tiene joyas color de púrpura en cada uno de sus ángulos. Hace veintiséis años que sus vestidos ni se ensucian ni se deterioran. Igualmente, sus sandalias de largas correas, no envejecen ya desde hace veintiséis años. Cien veces al día, se pone de rodillas y ora a Dios; y cien veces por la noche. Su voz es fuerte como el sonido de una trompeta” (c. 2,1). A los rasgos físicos añadía Berit otros datos de su situación espiritual. Con él caminaban los ángeles, que le comunicaban los privilegios de su estado. Porque Bartolomé ni se cansaba, ni padecía hambre o sed. Conocía todas las cosas tanto del presente como del futuro, porque los ángeles se las manifestaban. Era dueño de su propia apariencia hasta el punto de que, si quería, nadie podía descubrirlo. Por todo ello, suplicaba Berit a los devotos de Astarot, que si encontraban a Bartolomé, le rogaran que no viniera a aquel lugar para que no le hicieran sus ángeles lo que habían hecho a su colega (collega) Astarot. En dos días no pudieron encontrar al apóstol a pesar de disponer de la descripción precisa de sus rasgos. Pero lo delató un endemoniado que se puso a gritar señalándolo y diciendo: “Apóstol de Dios, Bartolomé, tus oraciones me están quemando” (c. 3,1). La reacción del apóstol al grito del demonio fue la tradicional de casos similares en forma y contenido: “Enmudece, y sal de ese hombre” (c. 3,1). El endemoniado, de nombre Pseustio, quedó inmediatamente liberado de la posesión diabólica. (Cuadro de san Bartolomé con sus rasgos físicos) Saludos cordiales. Gonzalo del Cerro
Lunes, 3 de Diciembre 2012
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Editado por
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.
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