CRISTIANISMO E HISTORIA: A. Piñero

Notas

Hoy escribe Fernando Bermejo

Tras estos días de la así llamada Semana Santa, en los que tanta prosa ha habido, me parece adecuado traer a colación algo de poesía del Siglo de Oro, y en particular algunos de los numerosos sonetos de Francisco de Quevedo en que el objeto es la muerte de Jesús, por supuesto en su versión cristiana.

Hay diversos aspectos interesantes en los sonetos sacros de Quevedo (no en vano graduado en teología por Valladolid y “teólogo seglar”), y no es el menor la combinación de excelencia poética y los estereotipos antijudíos destilados directamente de la descripción en los Evangelios canónicos, en que se responsabiliza de la muerte de Jesús al pueblo judío, exactamente tal y como hoy (de manera a menudo indirecta pero suficientemente clara) siguen haciendo los más eximios teólogos, incluso desde las mismas páginas de Religión Digital.

Son también interesantes, por ejemplo, los usos que hace el vate español de Mt 27, 51 (las piedras que se rompen; el dramático pasaje mateano le es caro) y Jn 10, 31-33 (y también, en algún caso, Jn 8). Una vez más, y como tan a menudo, se dan la mano de modo inquietante la distorsión operada por los prejuicios y la sublimidad del genio artístico.

Vinagre y hiel para sus labios pide,
y perdón para el pueblo que le hiere:
que como sólo porque viva, muere,
con su inmensa piedad sus culpas mide.

Señor que al que le deja no despide,
que al siervo vil que le aborrece quiere,
que porque su traidor no desespere,
a llamarle su amigo se comide,

ya no deja ignorancia al pueblo hebreo
de que es Hijo de Dios, si, agonizando,
hace de amor, por su dureza, empleo.

Quien por sus enemigos, expirando,
pide perdón, mejor en tal deseo
mostró ser Dios, que el sol y el mar bramando

***

Pues hoy derrama noche el sentimiento
por todo el cerco de la lumbre pura,
y amortecido el sol en sombra obscura
da lágrimas al fuego y voz al viento;

pues de la muerte el negro encerramiento
descubre con temblor la sepultura,
y el monte, que embaraza la llanura
del mar cercano, se divide atento,

de piedra es, hombre duro, de diamante
tu corazón, pues muerte tan severa
no anega con tus ojos tu semblante.

Mas no es de piedra, no; que si lo fuera,
de lástima de ver a Dios amante,
entre las otras piedras se rompiera.

***

Con sacrílega mano el insolente
pueblo, de los milagros convencido,
alza las piedras, más endurecido
cuanto el Señor atiende más clemente.

Muera quien el vivir eternamente,
que se negó a Abrahán, nos ha ofrecido;
murieron los profetas, y, escondido,
yace Moisés, caudillo más valiente.

Burló las piedras, que después miraron
con lástima a la Cruz de Dios vestida,
y de noche por Él, cielo y estrellas,

donde todas de invidia se quebraron
de que para instrumento de la vida
más quisiese a la Cruz que a todas ellas.

La poesía, claro es, no se refuta.

Saludos cordiales de Fernando Bermejo

Miércoles, 11 de Abril 2012


Editado por
Antonio Piñero
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.





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