CRISTIANISMO E HISTORIA: A. Piñero
Hoy escribe Fernando Bermejo

Una de las experiencias más desesperantes –y más comunes– de un autor que dedica una parte de sus esfuerzos a recuperar de un modo históricamente creíble la figura de Jesús estriba en señalar de entrada el carácter sesgado e inverosímil de las fuentes disponibles para que, a continuación, alguien le ponga objeciones a su reconstrucción basándose en consideraciones que presuponen la completa credibilidad de esas mismas fuentes.

El problema –o quizás simplemente el hecho– es que hay mucha gente bienaventurada que considera fiable la práctica totalidad del texto de los Evangelios. (Dicho sea de paso, recientemente me he encontrado con libros sobre Jesús de un profesor de derecho romano que considera históricamente fiable todo el texto evangélico, incluyendo cosas como el episodio del sueño de la mujer de Pilato, el llamado “privilegio pascual” y hasta la frase de Mt 27, 25... La verdad, queridos lectores, aún no sé si es más razonable escribir una crítica de este autor o –lo que me ahorraría mesarme los cabellos muchas veces en el futuro– hacerme directamente el harakiri. Lo pensaré).

En fin, en esta línea un amable lector nos ha escrito para preguntarnos lo siguiente: si es verdad Jesús estuvo implicado en la resistencia antirromana –como han sostenido unos cuantos investigadores de muy distinta proveniencia ideológica a lo largo de dos siglos y medio, y como sostiene quien firma–, entonces ¿por qué no fue arrestado por el prefecto romano Poncio Pilato? La respuesta a esta pregunta está dada ya en el primer párrafo que hoy escribo, pero la explicitaré a continuación.

Como saben nuestros lectores, hace un año publiqué un artículo titulado “(Why) Was Jesus Crucified alone? Solving a False Conundrum” en el que comenzaba diciendo que la pregunta habitual formulada implícita o explícitamente por legiones de exegetas y adláteres está mal formulada. La pregunta que uno debe hacerse no es: “Si Jesús estuvo implicado en ideología y/o actividad antirromana, ¿por qué fue el único (de su grupo) crucificado?”, sino “¿Fue Jesús el único de su grupo en ser crucificado?”. La primera pregunta presupone la fiabilidad de la presentación evangélica y las paráfrasis del evangelio que se encuentran en innumerables obras de exegetas, teólogos y demás. La segunda no lo presupone, y conduce a conclusiones inesperadas.

Mutatis mutandis, lo mismo para la pregunta de nuestro amable lector. La pregunta “¿Por qué no arrestó Pilato a Jesús?” está mal formulada, porque presupone cosas que no son seguras. Presupone la fiabilidad histórica de fuentes sesgadas, apologéticas, hagiográficas e infestadas de incongruencias (¿cuándo vamos a tener la decencia de reconocer esto abiertamente, y de obrar en consecuencia? Quien no lo haga, está condenado a no entender nada). Pues bien, la pregunta bien formulada es: “¿Arrestó Pilato a Jesús?”. O, si lo prefieren: “¿Quién arrestó a Jesús?”. Cuando se plantea bien la pregunta, entonces tal vez pueda llegarse a una respuesta sensata. Si no se plantea bien, uno está destinado a dar vueltas, sin salida, como un pobre asno atado.

Por supuesto, esta manera de ver las cosas no es original de quien firma estas líneas. Los estudiosos independientes llevan actuando de esta forma desde hace mucho tiempo. De hecho, resulta que la cuestión de quién arrestó a Jesús fue planteada lúcida y explícitamente hace ya más de un siglo –sí, han leído bien: hace más de un siglo– y luego, de nuevo, en los años 30 del s. XX. Y en este caso no me refiero a estudiosos ateos, agnósticos o radicales. No, me refiero a estudiosos confesionales, hombres de fe, piadosos exegetas protestantes.

Estos caballeros –porque eran unos caballeros, además de respetadísimas luminarias de la exégesis de Francia y Alemania– llegaron a la conclusión de que una lectura crítica de los relatos evangélicos de la pasión conduce a la conclusión de que quienes arrestaron a Jesús no fueron con toda probabilidad las autoridades judías, sino… la autoridad romana. O sea, el prefecto Poncio Pilato.

Y ustedes, queridos lectores, se preguntarán: ¿Y por qué nadie nos habla de estos buenos exegetas? Buena pregunta. A estos señores no los cita prácticamente nadie, por varias razones. O porque la mayor parte de los exegetas confesionales (también algunos no confesionales) ni siquiera han leído sus obras sobre el asunto (aunque todos conocen sus nombres). O porque las han leído, pero no les interesa citarlos. Una de dos.

En su momento hablaremos de este asunto, que hoy ya me he alargado demasiado. Entretanto, termino con una reflexión elemental: las preguntas bien planteadas son aquellas que no presuponen más de lo que tienen que presuponer, e incluso aquellas que se atreven a poner en cuestión aquello que se presupone. Desde luego, las preguntas bien planteadas son aquellas que no presuponen la fiabilidad de fuentes tendenciosas e incongruentes, como -por ejemplo- los evangelios canónicos.

Saludos cordiales de Fernando Bermejo

Miércoles, 26 de Noviembre 2014


Editado por
Antonio Piñero
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.





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