CRISTIANISMO E HISTORIA: A. Piñero
Hoy escribe Fernando Bermejo

En mis últimas dos postales hice sendos llamamientos a un exegeta y a los lectores para que quienes creyeran que la hipótesis de un Jesús implicado activamente en la resistencia antirromana y al frente de un grupo armado está obsoleta tuvieran la oportunidad de enumerar públicamente en este blog los argumentos y objeciones en contra de la hipótesis. Constato que no se han recibido respuestas.<!--more-->

Aun así, veo que uno de nuestros amables lectores ha formulado la siguiente objeción aislada: “si el movimiento de Jesús era armado, ¿por qué detuvieron solo a él y, acaso, a un discípulo conocido por el Sumo Sacerdote?”. Obviando la discusión de algunos contenidos de este breve texto, en la presente postal me centraré en la cuestión esencial con objeto de dar una respuesta precisa.

La pregunta que el lector formula –a la que podemos referirnos en su formulación habitual “¿por qué las autoridades detuvieron únicamente a Jesús?” ha sido formulada anteriormente muchas veces en la historia de la investigación. Es, de hecho, una pregunta típica en las respuestas a las distintas versiones de la hipótesis de Jesús como sedicioso antirromano (en un tipo de resistencia que implicó el uso de armas).

En realidad, una respuesta teóricamente posible sería que, a menudo, las autoridades consideran que, cuando se elimina al cabecilla carismático de un grupo, la amenaza que el grupo supone se disuelve (“muerto el perro, se acabó la rabia”). Sin embargo, la respuesta que yo daré a la pregunta parte de la afirmación de que la pregunta misma está mal formulada: la pregunta presupone la verdad (o la verosimilitud) de la proposición “Jesús fue arrestado solo”, pero, como veremos a continuación, hay razones de peso para sostener que la presuposición es errónea.

Es de suponer que toda persona que ha pasado –por levemente que sea- por la criba del pensamiento crítico estará de acuerdo en que, a menudo, uno no puede fiarse de los relatos evangélicos de la Pasión, pues estos contienen no solo material legendario, sino también contradicciones y numerosas inverosimilitudes. Si hay muchas cosas en los Evangelios de las que no podemos fiarnos, es legítimo formular la pregunta: ¿debemos creer a los Evangelios cuando nos dan a entender que Jesús fue arrestado solo?

La razón para formular esa cuestión no es solo la prevención crítica genérica, sino también otra más concreta: los cuatro Evangelios afirman que Jesús de Nazaret fue crucificado en compañía de otros hombres. Dado que en este caso no parece haber razones para dudar de la fiabilidad de esta noticia (y quizás por ello virtualmente ningún estudioso ha dudado de su carácter histórico), ésta sí parece poder darse por buena.

Ahora bien, los Evangelios no dicen una sola palabra acerca de la relación de estos individuos con
Jesús en el período previo a la crucifixión. ¿Debemos aceptar alegremente este silencio, o debemos más bien esforzarnos en encontrar un sentido, tanto al dato mismo de una crucifixión colectiva, como al silencio de los evangelistas respecto a la relación entre sí de los crucificados? La voluntad de comprensión obliga a cualquier conciencia crítica a decantarse por la segunda opción.

Pues bien, parece, si no totalmente descabellado, sí extraordinariamente improbable que quienes fueron crucificados junto a Jesús no tuvieran relación alguna con él (como los Evangelios y la práctica totalidad de la exégesis confesional quieren hacernos creer), y ello por varias razones elementales:

1ª) Porque en una época (el primer tercio del s. I) en que parece haber habido en Palestina una paz relativa (en comparación con los miles de crucifixiones del período inmediatamente anterior y posterior), es poco probable que haya habido dos episodios inconexos de sedición, en un período muy breve, en Jerusalén. Es mucho más probable pensar que hubiera solo un episodio de insurrección.

2ª) Porque los Evangelios no nos hablan de dos grupos crucificados de manera independiente, sino de un solo grupo crucificado junto.

3ª) Porque los cuatro Evangelistas nos dicen que Jesús fue crucificado <strong>en medio de ellos</strong>, y acusado de la pretensión de ser “rey de los judíos” (un cargo político que no solo no es negado por Jesús, sino que es respaldado por varios otros pasajes evangélicos). No hay razones, que sepamos, para dudar de estas noticias.

Ahora bien, la explicación más probable de la crucifixión de Jesús en medio de sediciosos es que fue considerado, y con razón, el cabecilla de un acto de rebelión con un grupo del que formaban parte los otros dos, en calidad de subordinados (así lo han concluido historiadores como S. Brandon, H. Maccoby y otros cuya capacidad de razonamiento no se ve fatalmente alterada cuando se refieren al predicador galileo). La sana lógica y el sentido común nos dicen que los individuos que fueron crucificados con Jesús fueron crucificados con él porque tenían mucho que ver con él, y en un sentido muy preciso.

En suma: que, a pesar de la impresión que los autores de los Evangelios quisieron transmitir (y que muchos estudiosos y lectores se creen), con toda probabilidad Jesús de Nazaret NO fue arrestado solo, sino que fue arrestado y crucificado con algunos de sus partidarios y secuaces, y fueron crucificados con él por la misma razón que él: porque estuvieron implicados en un acto de resistencia antirromana en el que había armas de por medio, pues los tribunales romanos no solían condenar a los delincuentes comunes a la pena capital por mors aggravata. Si no hubo más crucificados, es debido a que simplemente consiguieron huir.

[Excursus. Otros argumentos a favor de que las autoridades romanas no estaban interesadas únicamente en Jesús son: 1) Las noticias sobre la huida de los discípulos; 2) la historia de la negación de Pedro (que, si en su literalidad puede denotar intereses teológicos, en su núcleo transmite la presencia de un gran miedo en el discípulo -obviamente el miedo a acabar como él-); 3) la noticia en Jn 19 acerca de que Jesús es interrogado acerca de su doctrina y "de sus discípulos”].

Y ahora podría preguntarse: ¿y por qué los Evangelios no dicen que Jesús fue arrestado con otros? La respuesta es: por la misma razón por la que sus autores no dicen lo que realmente ocurrió en Getsemaní (un episodio que carece totalmente de sentido en la narración actual, como ponen de relieve las preguntas que se formulan –cuando se dignan formularlas– los propios exegetas confesionales –“ah, pero, un tipo al que intentan matar ¿no reacciona? ¿no reaccionan sus acompañantes?), y por la misma razón por la que no aclaran el alcance de otros episodios turbios. Por la sencilla razón de que no les interesaba, a ellos o a sus fuentes.

Y ¿por qué no les interesaba, a ellos o a sus fuentes? La respuesta es doble:

1) Porque el Evangelio de Marcos –pauta para los restantes– fue escrito en un contexto temporal y sociohistórico, que hacía necesario, para maximizar las posibilidades de supervivencia de su autor y sus destinatarios, cancelar cualquier relación de Jesús con lestai y negar su condición de resistente antirromano, en el mismo momento (¿años 69, 70, 71?) en que miles de judíos estaban siendo o acababan de ser crucificados en Palestina, en las vicisitudes de la primera Guerra Judía.

2) Porque la crucifixión de Jesús-solo-en-su-grupo respalda el mito del justo entregado voluntariamente a la muerte. La impresión que los Evangelios (y los exegetas confesionales hasta el s. XXI inclusive) intentan ofrecer es que Jesús fue un ser gloriosamente aislado entre la masa del pueblo judío. Esta idea religiosa, dictada por la piedad y la adoración, se ve reflejada en la noción de Jesús-único-justo-crucificado.

(De este modo se evitan preguntas incómodas y difícilmente contestables, del tipo: “Si la muerte de Jesús tuvo valor sacrificial, ¿la de los otros crucificados no lo tuvo?” "¿Por qué hacer de Jesús un tipo-Dios tan excepcional, si tuvo exactamente la misma muerte que otros?" Y otras por el estilo).

Dicho de otro modo: la pregunta “¿Por qué Jesús fue arrestado solo?” equivale a “¿Por qué pidieron los judíos a un gobernador romano, y con tal inquina, que crucificara a Jesús, que era un judío?” “¿Por qué odiaban tanto los fariseos hipócritas al buen Jesús?” “¿Por qué la mujer del gobernador tuvo pesadillas por causa de Jesús?” “¿Por qué el gobernador romano se lavó las manos?” “¿Por qué existía la costumbre (no atestiguada), en una provincia beligerante del Imperio Romano, de liberar a un preso durante la Pascua?” “¿Por qué los perversos judíos se burlaban de Jesús cuando estaba colgado en la cruz?” “¿Por qué los sacerdotes del Templo sentían envidia por Jesús?” “¿Por qué quienes arrestaron a Jesús no se mostraron agradecidos por la extraordinaria curación de una oreja por parte de este?”, etcétera, etcétera. Es decir, la pregunta resulta estar mal formulada, porque –al igual que todas estas- presupone que es histórico algo que, con toda seguridad –o, si se prefiere, con toda probabilidad histórica–, no lo fue.

Y esto significa –por si hace falta sacar la conclusión– que la supuesta objeción NO es una objeción válida ni convincente a la hipótesis señalada. Quod erat demonstrandum.

Posdata-acertijo. ¿Cuántos crucificados hacen falta para que uno se digne a admitir que lo que dio lugar a una crucifixión colectiva fue algo suficientemente serio? ¿Tres? ¿Cuatro? ¿Cinco? ¿Una docena? ¿Un centenar? ¿Dos mil...?

Saludos cordiales de Fernando Bermejo

Miércoles, 15 de Agosto 2012


Editado por
Antonio Piñero
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.





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