Notas
Hoy escribe Francisco Socas
El posterior éxito del cristianismo se debe a que era una religión racional y moralmente superior al paganismo y a factores políticos. Las conversiones en masa ocurren siempre a impulsos de un rey o emperador poderoso que impone el cristianismo a la nobleza y ésta a su vez lo impone a sus súbditos; nunca por una virtud milagrosa de la palabra. Como complemento a la crítica de este relato fundamentador que va de Abraham hasta Pablo de Tarso, en secciones intercaladas Seidel defiende su interpretación basada en el recto sentido de los originales del Antiguo Testamento, ofreciendo una relación de testimonios que ponderan la autoridad y el valor del texto hebreo sobre cualquier versión (aquí Josefo, Filón, Justino, Jerónimo y Agustín). El argumento papístico de la infalibilidad, que podría tranquilizarnos respecto a todo problema interpretativo de las Escrituras, no es válido, porque la iglesia de Dios puede apartarse del buen camino tal como lo hizo con frecuencia el pueblo escogido de Israel. Aduce luego una serie de pasajes del Antiguo Testamento que, por el afán cristiano de hacerlos pasar por pruebas de las doctrinas propias, han sido invariablemente mal traducidos. Y establece un dictamen terminante: “Que aprendan, pues, la lengua hebrea quienes quieran saber la verdad de los textos hebreos, no sea que tomen por falso lo verdadero”. La sección que lleva el largo título de Naturalis, vera, divina, antiquissima, certissima et perfectissima doctrina de Deo et voluntate eius (“Doctrina natural, verdadera, divina, cierta y perfectísima acerca de Dios y su voluntad”) propone, como hemos apuntado, un credo escueto y sencillo (hay un Dios creador que premia y castiga) y una propuesta moral (adorar a Dios y cumplir el Decálogo). Y es que el Decálogo mosaico equivale a la ley natural, inculcada por Dios en las mentes. El carácter subsidiario del orden político instaurado por Moisés caduca cuando todos los pueblos aceptan esa ley natural y la incorporan. Sobran los menudos preceptos y ceremonias de las religiones positivas. Seidel propone una religión sin rito iniciático, -ni bautismo ni circuncisión-, y mantiene el domingo como día de descanso. El culto semanal se limita a una asamblea donde tiene lugar una invocación a la divinidad (precatio) y a una exhortación moral (contio), todo ello dirigido por particulares, pues hay que evitar la formación de un clero. Quedan todavía algunos epígrafes que parecen notas destinadas a completar la obra, abordando los temas de la razón y el pecado original. Seidel hace una defensa del racionalismo sin fisuras. Si se da algún crédito a las palabras del Antiguo Testamento es porque el Decálogo concuerda con la razón y constituye una revelación muy antigua. En cambio, las fábulas del Nuevo Testamento, urdidas para probar que Jesús es el Mesías no valen ni se corroboran con los milagros de Jesús, pues no se documentan en ninguna otra fuente contemporánea no-cristiana. La razón humana no está corrompida, como pretenden los teólogos cristianos. Dios es la luz de nuestro entendimiento, que se pervierte cuando se deja influir por las costumbres y el entorno, no porque sea inservible o corrupto. Los cristianos hacen trampa: apelan a la razón para reforzar conceptos evidentes como la unidad o eternidad de Dios y reniegan de ella a la hora a abordar dogmas absurdos como el Dios trino o el pecado original. En ello proceden, dice, como quien, teniendo moneda auténtica y legal, la muestra a la luz del día y guarda luego la moneda falsa para hacerla correr por sitios oscuros. Cuando aborda la cuestión del pecado original, base de toda la historia cristiana de caída y redención, objeta de entrada que “si el hombre transmite a su prole el pecado que le viene de Adán (quod habet ab Adam), con más razón le trasmitirá sus propios pecados”. En relación al castigo del pecado rechaza de plano el consabido argumento en favor de las penas eternas, que dice que la responsabilidad de la culpa se mide por la categoría del ofendido. No es así, hay que considerar no tanto el rango del ofendido como la propia dimensión de la ofensa, "pues es más grave pecado”, dice textualmente, “matar a un porquero (subulcum) que no descubrirse la cabeza (aperire caput) en presencia de un rey". Estas últimas palabras del tratado, demoliendo una de los pretendidos pilares racionales del Infierno y sus terrores, permiten incluso una lectura política. Frente al antirracionalismo y el fatalismo moral, que Lutero acentúa en contra de la actitud más instrumental y condescendiente de la tradición católica y escolástica, Seidel muestra una confianza completa en la razón, que es la única facultad que permite al hombre discernir las falsas creencias de las verdaderas y a la vez controlar sus pulsiones desordenadas. Y es que estas no derivan de un pecado original o una naturaleza esencialmente corrupta, sino, a lo más, de una destemplanza humoral (dyscrasia) heredada de los progenitores. En la historia de los debates religiosos e ideológicos de la Europa moderna Seidel es el primer deísta con nombre propio. Esta edición ha querido dar a conocer su figura y su obra, que en siglos pasados actuó sobre el pensamiento de muy pocos por vía manuscrita y clandestina. Los editores, Francisco Socas (redactor de esta reseña) y Pablo Toribio, han trabajado con la sensación de reparar una vieja injusticia. Saludos cordiales de Francisco Socas
Viernes, 25 de Septiembre 2020
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Editado por
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.
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