Notas
Hoy escribe Gonzalo Del Cerro
HOMILÍA XI Urgencia del tiempo Una de las obsesiones de Pedro en su magisterio en Trípolis es la importancia de aprovechar el tiempo, porque la vida es breve. Nadie sabe cuándo llegará el final de su vida. Lo que debe tener en cuenta es que cuando llegue el final, se encuentre preparado para el encuentro con Dios. Otra de las preocupaciones de Pedro es la importancia de la nueva vida cristiana, que comienza con el bautismo. El agua es el gran regalo de Dios a la humanidad. La trascendencia del agua tiene su realización en el bautismo y sus consecuencias. El bautismo debe ir acompañado de buenas obras. Eso es el cristiano, un bautizado para el perdón de los pecados, practicante de obras buenas según los criterios de Dios y su justicia. Existencia del mal Lo que es una realidad en la vida del hombre es la existencia del mal. El hombre, creado para la felicidad, se desvió hacia caminos equivocados. Muchos hombres piensan en la necesidad de que el mal esté por sistema fuera de la esfera del hombre libre. Querrían que Dios lo eliminara sin otras razones. Pero es también una realidad que el mal tiene alguna misión que Dios reconoce y hasta protege. Lo que la Biblia más censura y critica es la idolatría. Pero Dios la permite bajo muchas formas. Recuerda Pedro que “algunos adoran al sol, otros a la luna, otros al agua, otros a la tierra, otros a las montañas, otros a los árboles, otros a las semillas, y otros incluso al hombre, como en Egipto” (Hom XI 6,3). Dios es testigo de estos sucesos y los soporta. La paciencia de Dios La idolatría es una conducta errónea, merecedora de un castigo ejemplar. Pero Dios tiene paciencia para esperar la conversión del impío. Frente a los que exigirían a Dios la destrucción de los idólatras, Dios sabe perfectamente lo que hace. Tiene paciencia con todos los que viven en la impiedad, como padre compasivo y filántropo, pues sabe que los impíos se vuelven piadosos. Y muchos de los que veneran a los seres infames e insensibles, volviéndose moderados, cesan de venerarlos y de pecar; y acudiendo al Dios verdadero con oraciones obtienen la salvación, incluidos los de mentalidad pagana, como los griegos. El libre albedrío Otro de los principios fundamentales de la doctrina de Pedro es la creencia en la libertad humana. Es uno de los dones con los que Dios ha distinguido al ser humano. El libre albedrío es la base de su conducta responsable. Una responsabilidad que lo convierte en dueño de sus actos y en sus consecuencias naturales y lógicas. Detrás de esa responsabilidad está la seguridad de un juicio justo de parte de Dios. Pues el libre albedrío es para los hombres la simple posibilidad de ser realmente buenos. “Porque el que es bueno por propia decisión es realmente bueno; pero el que lo es por imposición de otro, no es bueno en realidad, porque no es lo que es por decisión propia” (Hom XI 8,2). Sin libre albedrío no hay posibilidad de responsabilidad personal. Dios es un Dios celoso Pedro sigue afirmando que Dios es un Dios celoso. Pero al ser autosuficiente, no necesita nada de nadie ni es capaz de sufrir daño. Propio del ser humano es el poder ser ayudado y dañado. Pues de la misma manera que el César, ni cuando se habla mal de él, sufre daño, ni cuando es objeto de gratitud, reporta utilidad, sino que el que es agradecido se libra de peligro, y el que habla mal de él, perece, así también los que hablan bien de Dios en nada le favorecen, sino que se salvan a sí mismos, igualmente también los que blasfeman de él no le causan daño, sino que perecen. Como autosuficiente, Dios no necesita ser alabado, pero exige que se le atribuyan los honores que merece. Solidaridad de la creación con Dios Y ello no porque Dios se defienda a sí mismo, sino porque toda la creación se irrita contra el impío y naturalmente se venga de él. La creación adopta una actitud de solidaridad con su Creador. Por esa razón, el sol no dará su luz al blasfemo, ni la tierra sus frutos, ni la fuente su agua, ni en el Hades concederá descanso al alma el que allí está constituido gobernador; incluso ahora mientras subsiste la constitución del mundo, toda la creación está indignada. Por eso, ni el cielo proporciona en absoluto lluvias, ni la tierra frutos, con lo que los hombres en su mayoría perecen. Incluso el aire mismo, sobrecalentado de cólera, se convierte en mezcla pestilente. Es la forma de reaccionar la creación frente a los desvíos ingratos de la humanidad. Saludos cordiales. Gonzalo Del Cerro
Domingo, 22 de Marzo 2015
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Editado por
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.
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