CRISTIANISMO E HISTORIA: A. Piñero
Hoy escribe Gonzalo Del Cerro

Homilía III

El debate entre Pedro y Simón gira en torno al concepto de Dios reflejado en su obra de la creación. Hablaba de la categoría de Adán y su sabiduría al aplicar a los animales el nombre más idóneo a su naturaleza. Para él creó Dios a la mujer como cónyuge. En su presentación, deja aparecer el autor su concepto un bastante antifemenino. Su naturaleza es, dice Pedro, “muy inferior a Adán, como el accidente lo es de la sustancia, la luna del sol, el fuego de la luz” (H III 22,1). Ella domina el mundo actual como mujer que es semejante a él, mientras que el varón domina el mundo futuro. Ambos son profetas de alguna manera, pero Adán profetiza cosas mejores.

Adán y Eva en la regla de los pares

En la regla de los pares, la profecía de Adán es la primera, pero viene detrás de la de Eva. Pedro la denomina “directora del mundo actual”, que “promete dar como dote la riqueza terrena”. Es presentada como falsa profetisa, que se atreve a enumerar y a escuchar a muchos dioses. Y la verdad es que deseando ella misma ser como Dios, pierde lo que tiene sin ganar lo que pretendía. Como hembra que es, en sus períodos menstruos contamina con su sangre a cuantos la tocan. Pero cuando concibe, da a luz a reyes temporales que provocan guerras con derramamiento de sangre. Para el autor de la obra, Eva es causa y motivo de decepciones.

A cuantos buscan la verdad, los desvía del camino recto hasta que llegan a la muerte buscando siempre sin encontrar nada. Pedro persiste en presentar a Eva y su misión en la vida de la humanidad como funesta: “Desde el principio, para los hombres ciegos está puesta como motivo de muerte; pero como profetiza cosas falsas, ambiguas y retorcidas, engaña a los que la creen” (H III 24,4).

Caín y su descendencia

A su hijo Primogénito le impuso la Ley el nombre de Caín, que tiene una posible doble interpretación, es decir, posesión y envidia. No olvidemos que los nombres tienen para la mentalidad hebrea un perfil de la propiedad personal que define de alguna manera su personalidad y su destino. Por eso Caín fue “homicida y mentiroso; y no quería estar en paz en medio de sus pecados ni siquiera para ser el jefe”. Y sus características personales se las transmitió a sus descendientes, entre los cuales abundaron los adúlteros y los reales inventores de las armas de guerra. Hombres apellidados por Tibulo “fieros y férreos” los que introdujeron las espadas en la vida de la humanidad (Tibulo, Elegias X 2).

Abel, bienhechor de la humanidad en doctrina y conducta

La historia de Caín va acompañada de la de su hermano Abel. El texto subraya y reafirma los datos bíblicos en la figura de los dos primeros hermanos nacidos en la historia de la humanidad. El mismo nombre de Llanto no es sino presagio de venturas para sus descendientes. En primer lugar porque lees proporciona la oportunidad de llorar a sus hermanos que fueron engañados. Luego porque no los engaña cuando les promete consuelo en el mundo futuro.

El texto de la Homilía contiene un verdadero canto a las virtudes y ventajas de su conducta. Éstas son las palabras concretas, abundantes en alabanzas para un bienhechor de la humanidad naciente: “Ruega a un solo Dios, y ni siquiera habla de dioses ni confía en otro que hable de ellos. Conserva lo bueno que tiene y lo acrecienta cada vez más. Odia los sacrificios, la sangre, las libaciones. Ama a los castos, los puros, los santos. Extingue el fuego de los altares. Elimina las guerras, enseña la paz. Impone la justicia. Expía los pecados. Sanciona el matrimonio, recomienda la continencia, conduce a todos a la castidad. Hace a los hombres misericordiosos. Regulariza la justicia, designa a los que son perfectos y explica el discurso del descanso. Profetiza cosas ciertas, habla las cosas claras. Recuerda con frecuencia el castigo del fuego eterno, anuncia sin cesar el reino de Dios. Alude a la riqueza celestial, promete la gloria indestructible, demuestra con hechos el perdón del pecado” (H III 26,3-6).

Abel es, pues, el paradigma del hombre perfecto a los ojos del autor de las Pseudo Clementinas. Practica la fe en la unidad de Dios, una de las obsesiones de las predicaciones de Pedro. Ve con recelo todo lo que de algún modo huele a sangre, él que murió asesinado por su propio hermano. Ama la castidad, la virtud más ensalzada en toda esta literatura. Huye de las posturas de sus férreos y feroces parientes en cuestión de guerras. Ensalza la justicia, como camino hacia la verdad, el perdón y la gloria. No se olvida del juicio que tendrá como resultado el descanso eterno o el castigo del fuego. Para Abel está clara la promesa de la gloria indestructible.

Saludos cordiales. Gonzalo Del Cerro





















Domingo, 26 de Enero 2014


Editado por
Antonio Piñero
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.





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