Notas
Escribe Antonio Piñero
Foto: Uno de los manuscritos de los rollos del Mar Muerto. Recuerden que escribir en una de mis postales anteriores que prometí a Richard Carrier que criticaría su libro. Y también se lo prometí a su portavoz en Chile, David Cáceres. Y lo cumpliré hasta que Ustedes digan “¡Basta! ¡Estamos hartos de este tema!”. Pues bien, una de las cosas que más cansan a la hora de dialogar o escribir es tener que presentar argumentos en pro de lo evidente. Es aburridísimo ya que debería verse y entenderse por sí mismo. Casi peor, sin embargo, es lo de las medias verdades. Contra ellas es difícil luchar Afirma Carrier que los primeros cristianos, judíos de pura cepa, que seguían yendo al Templo todos los días a rezar para que se cumpliera la vuelta de Jesús, pero ya confirmado por d como juez de vivos o muertos (Hechos 2,46: “Acudían al Templo todos los días con perseverancia y con un mismo espíritu, partían el pan por las casas y tomaban el alimento con alegría y sencillez de corazón” defendían que Jesús, sí Jesús, vivía en espacio exterior. Yo creo que jamás sostuvieron eso. Lo que sí mantuvieron era que Jesús fue un hombre en el que en vida entró en su cuerpo el Espíritu divino. Así se expresa en el documento judeocristiano del siglo III (el escrito básico), titulado “La novela de Clemente” / La pugna de Pedro con Simón Mago. En él dice Pedro al sumo sacerdote Caifás (en la versión latina, llamada “Reconocimientos”) que los judíos con Caifás a la cabeza “rogaban que hablásemos con ellos de Jesús, si él era el profeta que Moisés predijo… pues en esto solamente estriba la diferencia entre nosotros los que hemos creído en Jesús frente a los incrédulos judíos”. Pedro acabará explicando que una vez que entró en el hombre Jesús el Espíritu de divino de la Profecía, este se convirtió en el “mesías eterno”. Pero primero fue un hombre, conocido por algunos de los viejos del lugar. Es claro para quien sepa algo del judaísmo del siglo I, antes y después, que –como creo que he dicho más de una vez– los judíos creían firmemente que había cosas que habían sido “creadas” (es decir, prexistían en la mente divina, antes de d creara el Universo). Y destacaban siete cosas: “El Templo, el trono de gloria, la gehenna, el arrepentimiento, la ley de Moisés, el paraíso y el mesías” (La fuente principal se halla en el Talmud de Babilonia tratado Nedarim 39b). Por influencia probablemente del platonismo vulgarizado –al igual que la moral estoica vulgarizada– que había alcanzado a Israel desde dos siglos antes de Jesús, esas “cosas preexistentes” eran las ideas ejemplares, perfectas, de la mente divina que servían de modelo para la realización terrestre, cuando llegara su momento. En el templo real de Jerusalén se concretó esa idea divina, o en la ley de Moisés, o en el mesías igualmente, que era necesariamente humano. De lo contrario no era mesías. Por tanto, no es correcto decir con Carrier (p. 31) que los primeros cristianos creían que “Jesús” residía desde siempre en el espacio exterior, sino que era un hombre inhabitado en un momento de su vida por el Espíritu divino. Decir eso “habitar en el espacio exterior” es no entender en nada la mentalidad judía. Deseo que quede claro que para un judío del siglo I el mesías era necesariamente un ser totalmente humano, realmente existente, en el que penetraba la idea divina de mesías, del mismo modo que el espíritu profético divino (que los judíos llamaban el Espíritu Santo) había penetrado en el cuerpo de un hombre concreto, Elías, por ejemplo, y lo había transformado en profeta…¡Pero no por eso Elías dejaba de ser humano… y jamás ningún judío pensó que antes de presentarse en la tierra Elías viviera en el espacio exterior…¡Pues de Jesús tampoco! Según los primeros cristianos, Jesús era un hombre corriente hasta que le invadió, en el momento que Dios quiso (según Marcos en el bautismo); según Lucas y Mateo en el mismo vientre de su madre, según Juan en un momento indeterminado de la vida de Jesús en el que penetra en él El Verbo divino. Y según Pablo, el mesías en un hombre casi “normal y corriente”, aunque descendiente físicamente de David” (Romanos 1,3). Y en él entró el espíritu/concepto divino de “mesías” y lo hizo eso, mesías. Según algunos cristianos tal cosa había ocurrido en la vida misma terrenal de Jesús (Marcos). Según Pablo, la constitución de Jesús como mesías pleno y total que incluye la función de juez no tuvo lugar hasta la resurrección. Pero de ningún modo Pablo pensó jamás que antes de morir y resucitar Jesús fuera un “dios solar o astral” y que Jesús vivía en el espacio exterior, y que era un ángel y no un hombre (Carrier). ¡Nunca! Si Jesús, para Pablo hubiese sido un ángel, no tendría sentido alguno su evangelio, a saber que un hombre, el segundo Adán (y Adán fue un hombre y no un ángel), Jesús, murió en la cruz y resucitó. ¿Cómo iban a pensar Pablo los primeros cristianos que Jesús como ángel que era tomó cuerpo humano y murió en la cruz y resucitó? Carrier cae en la cuenta de esta dificultad y aduce como prueba de que era así Filipenses 2,6-8: 6El cual, existiendo en forma de Dios, no consideró rapiña ser igual a Dios. 7Sino que se anonadó a sí mismo tomando forma de esclavo, llegando a ser en semejanza de hombres y fue hallado en condición de hombre; 8y se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte y muerte de cruz”. Este texto es muy difícil por ser un himno poético (sea de Pablo o no, es decir, Pablo lo copia, no importa ahora para el argumento). El transfondo, de modo obscuro y casi implícito, al tratarse de una composición semipoética, de esta comparación sería doble. Por un lado, el relato de la creación según el Génesis en la que se dice que el hombre, hecho a imagen y semejanza de Dios es semejante a éste (Gn 1,27: tendría la forma de Dios). El mesías sería el paradigma del ser humano perfecto, y podría haber vivido una vida excelente en este mundo. Por otro, el trasfondo sería la concepción de un mesías humano que se apoya en el paradigma de la contraposición entre el primer Adán y Jesús como segundo Adán, que en principio son ambos humanos. Tal esquema se halla en textos como Romanos 5,14-15: “Pero reinó la muerte desde Adán… Pues si por el delito de uno (solo) murieron todos ¡cuánto más la gracia de Dios y el don (otorgado) por la gracia de un solo hombre, Jesucristo, se ha desbordado sobre todos!”, O 1 Cor 15,20.45: 20 “Como, pues, en Adán mueren todos, así también en Cristo serán vivificados”… 45 “Y así está escrito: Fue hecho el primer hombre, Adán, alma viviente; el último Adán, espíritu que da vida”. Pero en 1 Cor 10,4 aparece ya una idea parecida a la de Filipenses: “Todos (los israelitas en el desierto del Sinaí) bebieron la misma bebida espiritual, pues bebían de la roca espiritual que les seguía; y la roca era Cristo”. Aparentemente –según este testo– el mesías era preexistente Pienso, pues que el himno de Filipenses era una reflexión mística sobre la vida de Jesús, que no fue la existencia gloriosa, como mesías que era, de los señores, o héroes con grandes poderes, que eran aclamados como tales en los reinos de la época, sino un héroe que se abajó a una vida y muerte de esclavo. Pablo –sostienen algunos estudiosos-- estaría quizás contraponiendo las actitudes y la actuación política y humana de un gobernante malvado, Nerón en esa época, a la del Mesías que obró radicalmente al revés. Esta exégesis hace hincapié en la dificultad enorme de aceptar la preexistencia física de un ser a quien Dios luego resucita (la exaltación a los cielos es también una forma antigua del judeocristianismo para expresar la resurrección) y sitúa en una posición privilegiada. Es evidente que cualquier judío pensaba a Dios no podía resucitar a quien era “preexistente”, es decir, “había vivido desde siempre”. Imposible resucitar a un ser así. La solución tiene que estar en otro lado. Sin duda es claro que en la segunda parte del himno se habla de una divinidad suprema (Dios de Israel) y de una entidad inferior, el mesías, que es exaltada posteriormente al rango divino; de ningún modo se expresa la igualdad, por así decirlo, de sustancia divina propia de dos seres. La divinidad exalta al mesías humano hasta un rango divino tras su resurrección: hay, pues, una “apoteosis” = elevación al rango divino. Sin embargo dice que “existiendo en forma de Dios, no consideró rapiña ser igual a Dios” Probablemente lo que ocurre es que el himno está equiparando al mesías, una vez constituido como tal por el Espíritu divino, con la Sabiduría divina que es naturalmente preexistente, puesto que es un modo de Dios. Esa equiparación es propia de un judaísmo místico y visionario, en nada racional, ya –por lo menos– desde el siglo III antes de Cristo. La interpretación que estoy ofreciendo de un texto dificilísimo es congruente con el pensamiento global de un Pablo judío y practicante, aunque debo confesar que el v. 6 se las trae. No es lo mismo en griego ser un “eikôn”, una “imagen” de Dios, que “existir en forma de” (griego “en morphéi theoû hypárchein”) de Dios, que apunta hacia la unidad de forma y sustancia. Estaríamos en uno de los casos difíciles de imprecisión retórica, mística, visionaria en los que Pablo, que está pensando siempre en el Cristo celestial, que no le importa para nada el lado humano del Mesías, retroproyecta poéticamente al Jesús humano cualidades divinas, como henos visto en 1 Cor 10,4 arriba citado. En síntesis, a partir de este texto difícil, en contra de otros muy claros, no se puede decir que todos los cristianos creían que “Jesús” (insisto: Carrier escribe “Jesús” p. 31) residía solamente en el espacio exterior antes de venir a la tierra. Añade Carrier que a lo mejor este Jesús imaginario jamás vino a la tierra, puesto que la idea de que Jesús “estuvo en la tierra” no aparece nunca en Pablo. Y deduce: A lo mejor Pablo nunca oyó nada en verdad de la existencia en la tierra del predicador de Galilea. ¿Acaso fue esa idea una ficción posterior? (Carrier: p. 31). No entiendo como dice esto Carrier cuando Pablo mismo dice en 2 Corintios 5,16 “En adelante, ya no conocemos a nadie según la carne. Y si conocimos a Cristo según la carne, ya no le conocemos así”, lo que significa bastante claramente –pienso– que aunque él, Pablo, conoció a Jesús como hombre, ese conocimiento no le interesa. Ese es un conocimiento carnal. A él solo le interesa el conocimiento espiritual del evento final de la vida de ese hombre, su muerte y su resurrección. Y dese ese momento final retroproyecta a la vida humana de Jesús lo que se piensa solo tras su resurrección Todo esto es teología judía pura y dura. Algunos pensaron lo mismo de Henoc, el “sétimo varón después de Adán” (Génesis 5,21-24) a quien imaginaron siempre como un ser humano, no como un ángel. Perdonad esta larga y abstrusa disquisición…, pero no quiero escaparme de ningún argumento de Carrier, aunque personalmente considere que este, por causa de no haberse metido en la piel de los judíos de la época, es muy posible que no entienda el Nuevo Testamento (los Evangelios en especial) de la manera como los judíos de la época lo habrían entendido. Pienso que muchos paganos que procedían de los “temerosos de Dios”, que frecuentaban el contacto con los judíos, sobre todo los sábados también eran capaces de entender los Evangelios al modo judío, como lo que son obras judías. Para eso no hay que leer solo el Nuevo Testamento, sino también la literatura judía de la época para entenderlos. Síntesis de nuevo: para entender el Nuevo Testamento a fondo y de verdad, un Nuevo Testamento que es un libro judío de cabo a rabo, hay que pensar como un judío. Saludos cordiales de Antonio Piñero http://adaliz-ediciones.com/home/36-el-jesus-que-yo-conozco.html DOS NOTAS: 1. Una entrevista en video que me hizo Jesús Bastante, subdirector de “Religión Digital” (la transcribirán y publicarán dentro de unos días): https://www.youtube.com/watch?v=TUEqaLb5wms 2. Enlace audio de una entrevista que me hizo José Rafael Gómez (programa “Universo de Misterios”): https://www.ivoox.com/215-aproximacion-historica-a-figura-de-audios-mp3_rf_64639054_1.html Saludos de nuevo
Jueves, 4 de Febrero 2021
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Editado por
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.
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