Notas
Hoy escribe Antonio Piñero
Ha caído en mis manos un libro muy interesante del que quiero hacer más bien una presentación que una reseña. El título “Focílides de Mileto (Pseudo Focílides), Sentencias”. Edición bilingüe de Miguel Herrero de Jáuregui: estudio preliminar, traducción y notas. Contiene un anexo con la traducción castellana de Francisco de Quevedo de 1609, publicada en 1635. Abada Editores, Madrid, 2018, 20x14 cms. 137 pp. ISBN: 978-84-17301-01-9. Precio¿? Miguel Herrero de Jáuregui es Profesor titular de Filología Griega en la Universidad Complutense de Madrid. Es autor de diversos estudios (entre los que destacaría Tradición órfica y cristianismo antiguo, Editorial Trotta, Madrid, 2007) de amplia difusión internacional, sobre literatura filosofía y religión antiguas, y sobra la recepción de la cultura clásica en el primer cristianismo y en la modernidad. Focílides de Mileto es un poeta semi legendario de la Grecia arcaica, de quien apenas se conservan algunos breves fragmentos de tono sapiencial. En torno al siglo I de nuestra era un autor judío profundamente helenizado le atribuyó una composición propia, didáctica en hexámetros que aunaba la tradición gnómica griega con la ética de raíz bíblica. Como el autor se sabía desconocido pensó que para dar publicidad a su obra lo mejor era atribuirla a un autor del pesado, de sobra conocido por el público, y famoso. Y lo logró. Las Sentencias son uno de los frutos destacados de una fecunda rama de la literatura judeo-helenística: la que atribuye a los antiguos poetas griegos obras que, procurando imitar su estilo y asemejarse a sus contenidos, defienden bajo esta forma helenizante doctrinas similares a las bíblicas. La finalidad de estos poemas es otorgar a la cultura y religión judías una respetabilidad dentro del ámbito cultural helenístico que viene impuesta por la cercanía a los cánones estéticos, éticos y filosóficos de la Grecia clásica. Los Oráculos Sibilinos son el resultado más conocido de esta producción en la que hay que contar también célebres poemas órficos como el Testamento de Orfeo y no pocos fragmentos de poetas trágicos. Estas Sentencias pasaron durante siglos por obra del auténtico Focílides. La nueva ola de interés por la literatura judeohelenística de hoy día (desgraciadamente no entre el gran público, pero sí entre los estudiosos, ya que este tipo de literatura nos lleva al siglo I, época en la que nace el cristianismo a partir de una raíz profundamente judía) ha devuelto la atención de los estudiosos hacia un intento muy original de fundar la identidad religiosa sobre una comunidad ética ideal, más que sobre la creencia teológica o la tradición cultural. Este intento era una gran novedad en la época. El espíritu del poema está inusualmente lejano de la apologética religiosa y revela una rara amplitud de horizonte cultural y en concreto antropológico. Surgió en un momento único en la historia cultural del Mediterráneo antiguo, en el siglo I que es una época axial, en unas condiciones propicias para el florecimiento de novedades ideológicas que ni antes eran pensables ni después serían posibles. Precisamente por el interés por la religión por parte de una gran minoría, y más concretamente por la salvación personal, encontró el cristianismo un suelo fértil en el que desarrollarse. En un siglo como el nuestro, también de excepcional apertura, variedad, e incertidumbre, es posible volver a entender las Sentencias de un modo similar al que su autor pretendió. Sabemos que se produjo en el siglo pasado, el XX, un enorme deseo de construir una ética universal que ayudara a la sociedad entera, independiente de sus credos religiosos. Estas “Sentencias” suponen un intento muy original, casi único en el mundo antiguo, de fundamentar la identidad religiosa sobre una comunidad ética ideal, más que sobre la creencia teológica o la tradición cultural. Voy a transcribir unas notas de la “Introducción” de este libro, porque explicará mejor que yo su interés para hoy. Estos versos de hace dos mil años resuenan con fuerza en el siglo XXI. Una y otra vez a lo largo de la historia, la humanidad se descubre como una comunidad ética a partir de circunstancias especiales. La mezcla de religiones, culturas e ideologías; los contrastes de clases e identidades; la reivindicación tanto del cosmopolitismo como de las tradiciones propias, no son una experiencia nueva para el mundo. Muchos hombres antes que nosotros han pasado por y pensado sobre estas situaciones, y sin la cómoda intermediación de una pantalla de plasma. Algunas de estas reflexiones pasadas pueden parecer hoy ajenas, utópicas, o bárbaras. Pero otras interpelan, precisamente hoy, igual o más que lo hicieron en su tiempo. En el siglo I d. C., un autor judío procedente de un ambiente cultural muy helenizado, probablemente Alejandría, compuso un poema didáctico en hexámetros que imitaba el estilo gnómico de Focílides de Mileto, poeta semi legendario de la Jonia arcaica. Este poema que aquí se traduce y comenta, conocido como las Sentencias en la tradición posterior, alcanzó un notable éxito de difusión y durante siglos se consideró obra del auténtico Focílides, hasta que la filología decimonónica demostró definitivamente la autoría judía y la datación en época alto imperial. En tierra de nadie entre la literatura griega clásica y la apologética cristiana, cayó en un cierto olvido, hasta que en las últimas décadas las excelentes traducciones comentadas al inglés de Pieter Van der Horst y Walter T. Wilson, y al francés de Pascal Derron han devuelto la atención de los estudiosos al poema. Las Sentencias son un eslabón de importancia capital en la cadena de combinaciones entre la tradición clásica griega y la bíblica que desde el siglo III a. C. fue delimitando el marco cultural y religioso judeohelenístico, que es la matriz fundamental para el surgimiento y expansión del cristianismo. Filosofía, poesía, ritual, ciencia, reivindicación de patrones tradicionales de conducta, y aperturas a la novedad, se conjugan en este poema sin que sea posible deslindar con nitidez en cada caso lo griego y lo bíblico. ‘Atenas y Jerusalén’ es una clásica expresión de Tertuliano que la modernidad ha adoptado como lema para designar los múltiples modos de trenzar ambas tradiciones culturales. Y entre los diversos nudos posibles, el poema del Pseudo Focílides brilla con luz propia, quizá hoy más que en ninguna otra época anterior. El empeño del poema es fundar la identidad religiosa en una ética universalista que trascendiese las lindes de judaísmo y paganismo, y este objeto constituye una aportación original que hoy resuena con inusitada modernidad. La historia de la recepción del poema a lo largo de los siglos hasta nuestros días mostrará el delicado equilibrio que sustentaba un intento ideológico fuera de lo común en la antigüedad, y por ello mal comprendido después. El espíritu del poeta está inusualmente lejano de la apologética religiosa y revela una no menos rara amplitud de horizonte antropológico. A su vez, el siglo I d. C. es un momento único en la historia cultural del mediterráneo antiguo que abona las condiciones para el florecimiento de estas novedades ideológicas, que ni antes eran pensables ni después serán posibles. Los lectores del poema en épocas posteriores, hasta hace pocas décadas, no estaban en situación de poder comprender el alcance de este intento. Quizá hoy, en un siglo de excepcional apertura, variedad, e incertidumbre ideológica, es posible volver a entender las Sentencias de un modo más cercano al que el poeta pretendió. Como ha demostrado Erich Gruen, destacado intérprete actual de la literatura judeohelenística, esta literatura no pretendía engañar a los griegos con “falsificaciones” (categoría relativamente anacrónica), sino más bien reforzar la identidad religiosa y cultural de los judíos en el ambiente de principios de época imperial dominado por el helenismo universalista. Las semejanzas entre estos poemas supuestamente griegos y la sagrada Escritura de los judíos eran fáciles de explicar como producto de la influencia bíblica sobre los poetas griegos, con el frecuente recurso de un viaje a Egipto como punto de encuentro. Su valor literario es desde luego escaso en comparación con la gran literatura griega clásica y helenística, pero todos ellos tienen enorme interés como testimonios de la confluencia de cultura hebrea y griega en nuevas formas que coligan tradiciones muy diversas en origen. El contenido del poema es el siguiente: Tras un breve prólogo que resume los preceptos generales de la Ley divina (1-8), el poema se ordena en diferentes secciones. La justicia (9-21) incluye la equidad en el reparto; el respeto de los derechos de los pobres; la imparcialidad en los juicios civiles y en el comercio, el respeto de los pactos y de la propiedad. El tratar al prójimo con humanidad (22-41) va algo más allá de los deberes de mera justicia: socorrer al necesitado de cualquier tipo, evitar las agresiones aun contra los enemigos, no discriminar a los extranjeros. Un breve interludio sobre los males que trae la riqueza (42-47) va seguido por una exhortación a las virtudes de la honestidad (48-58): la sinceridad, la humildad, la huida del duelo inútil y de la ira perniciosa. A continuación, el poeta invita a moderar las emociones en la vida cotidiana (59-69b) y a evitar específicamente la lujuria, la avaricia y la ira. Sigue una condena de la envidia (70-75), tras la cual continúa exhortando a la bondad en diferentes aspectos (76-98): la renuncia a la venganza, la generosidad con la hospitalidad y con el dinero, el apartamiento tanto del excesivo desenfreno social como de la demasiada soledad privada. La parte más original del poema es la sección sobre la muerte (99-115), entre otras cosas por la contradicción que supone proclamar la resurrección de los cuerpos y a continuación la inmortalidad del alma una vez que el cuerpo mortal se corrompe. A continuación unas reflexiones sobre la inconstancia de la fortuna (116-121) dan pie a una exhortación (122-131) a usar bien la palabra, el arma que Dios dio al hombre. Sigue una sección de normas sobre la buena conducta social (132-152): huir de la complicidad con los malhechores, moderación en la comida de carne, y otros preceptos más detallados. La siguiente sección (153-174) elogia el trabajo humano en comparaciones de inusual tono poético con las hormigas y las abejas. Continúa con una serie de indicaciones detalladas sobre vida sexual y matrimonial (175-205), seguida de otra sección sobre los tratos con los parientes, hijos, ancianos y esclavos (206-227). Un breve epílogo de tres versos exhortando a cumplir estos mandatos para mantener una vida pura cierra el poema. El próximo día haré una valoración del intento de este desconocido, pero interesante autor. Saludos cordiales de Antonio Piñero http://adaliz-ediciones.com/home/36-el-jesus-que-yo-conozco.html
Domingo, 29 de Abril 2018
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Editado por
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.
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