CRISTIANISMO E HISTORIA: A. Piñero
La teología en la literatura apócrifa (II)
Hoy escribe Gonzalo del Cerro

La Asunción de María al cielo en cuerpo y alma (y 2)


Un tercer apócrifo asuncionista, falsamente atribuido a José de Arimatea, ofrece una versión de la Asunción que denomina Transitus beatae Mariae uirginis. Los sucesos que en los textos griegos llevan el epígrafe de koímesis (Dormición), en los latinos van preferentemente etiquetados como Transitus. La narración describe la llegada del apóstol Juan transportado en una nube. Llegaron después los demás con el mismo medio de transporte. A la cita no llegó “Tomás, el llamado Dídimo”. Durante el traslado del cadáver hasta el sepulcro, situado en el valle de Josafat, según el texto de este apócrifo, tuvo lugar el conocido episodio del judío, aquí llamado Rubén, que quiso derribar el féretro de la Virgen y perdió los brazos hasta que fue curado por Pedro (Tránsito de la bienaventurada Virgen María, XIV).

El Apócrifo termina con el caso de Tomás. Lo mismo que en los días, que siguieron a la Resurrección de Jesús, también ahora estuvo apartado de la compañía de sus condiscípulos en un momento importante. Pero desde el capítulo XVII hasta el final es el protagonista de los hechos. Transportado al monte Olivete, tuvo la oportunidad de contemplar cómo el cuerpo de la Virgen María era llevado al cielo. Pidió a gritos a la Virgen que le diera su bendición. Ella cumplió su deseo y le arrojó desde lo alto el cinturón con que los Apóstoles habían ceñido su cuerpo.

Cuando Tomás se reunió con los demás apóstoles, Pedro le echó en cara su incredulidad, por la que Dios le había privado de la gracia de asistir al entierro de la Señora. Tomás aceptó humildemente la reprimenda y quiso saber dónde habían depositado el cuerpo. Ellos señalaron el sepulcro. Cuando Tomás les replicó que allí no estaba, Pedro volvió a reprocharle su terca incredulidad, puesta ya de manifiesto en los episodios de la Resurrección de Cristo Pero cuando comprobaron que el sepulcro estaba vacío, escucharon el relato de Tomás y vieron el ceñidor de María, le pidieron perdón por su actitud.

En la vieja catedral del Salamanca se conserva una tabla del siglo XV, en la que aparece la Virgen cuando arroja desde las nubes su ceñidor a Tomás, que está postrado junto al sepulcro. La anécdota figura en cierta manera en el Misterio de Elche, dedicado precisamente a la Asunción de la Virgen María en cuerpo y alma al cielo. El Misterio toma diversos detalles del referido Tránsito de la bienaventurada Virgen María. Uno de ellos es el tema de la palma milagrosa que debía presidir el entierro. Otro, la ausencia de Tomás, cuya tardanza explica el texto del Misterio como provocada por sus obligaciones en la India. En el segundo día de la celebración del “Misteri”, ocupa Tomás un especial protagonismo, como ocurre también en el Apócrifo. Tampoco olvida la fiesta de Elche el caso de la hostilidad de los judíos y el detalle de las manos osadas y castigadas. Refiere igualmente la conversión y el bautismo de los judíos en conformidad con los textos apócrifos del Pseudo José de Arimatea.

El autor del apócrifo mencionado acaba su obra autopresentándose como José de Arimatea, el que depositó el cuerpo del Señor en su sepulcro personal y cuidó luego de la “bienaventurada siempre virgen María”. Escribió las palabras que salieron de la boca de Dios y el modo como se realizaron los acontecimientos consignados.

Un dato registrado cuidadosamente en los Apócrifos da la noticia de que la partida de María hacia el cielo tuvo su momento en domingo. Porque ése era el día en que habían acontecido los más grandes misterios de la Historia de la Salvación. Así lo explica el Libro de San Juan Evangelista con palabras del Espíritu Santo: “Ya sabéis que en domingo recibió la virgen María el anuncio del arcángel Gabriel, que en domingo nació en Belén el Salvador, que en domingo salieron los hijos de Jerusalén con palmas a su encuentro diciendo: «¡Hosanna en las alturas! Bendito el que viene en nombre del Señor» (Mt 21, 9; Mc 11, 10), que en domingo resucitó de entre los muertos, que en domingo ha de venir a juzgar a vivos y muertos, que en domingo tiene que venir desde los cielos para gloria y honor de la salida de la santa y gloriosa virgen que le dio a luz” (Libro de San Juan Evangelista sobre la Dormición de la Madre de Dios, XXXVII).

Una Carta, La carta del domingo, escrita presuntamente por “Jesucristo, señor Dios y Salvador nuestro” y enviada al sepulcro de San Pedro en Roma, habla del domingo como de un gran regalo hecho por Dios a la humanidad. La observancia del domingo es motivo de múltiples ventajas y venturas. La carta, escrita en griego, surgió en los contextos propios de la patrística española hacia el siglo VI. Abunda en la importancia del domingo, día en que Abraham recibió la visita de Dios trino en su tienda; en domingo se apareció Dios a Moisés en el Sinaí y le entregó las tablas de la Ley; en domingo bautizó Juan el Bautista a Jesús. Y termina la carta con una solemne recomendación: “Guardad y respetad el día santo del domingo y de la resurrección para que encontréis misericordia en el día del juicio en Cristo Jesús, Señor nuestro”.

Como en otros sucesos salvíficos, la tradición busca siempre un “aquí” y un “ahora” para dar al misterio dosis nuevas de emoción y estremecimiento. De las dos tradiciones sobre el lugar de la dormición de María, Éfeso o Jerusalén, los Apócrifos se decantan claramente por Jerusalén. El Libro de San Juan Evangelista refiere también la noticia de que Juan se encontraba en Éfeso cuando fue arrebatado por la nube que lo transportó hasta Belén (Ibid. VI y XVII). A continuación se produjo el traslado de la Virgen a Jerusalén donde tuvo lugar su muerte y su asunción. No lejos del jardín de Getsemaní, en el valle del Cedrón, la piedad cristiana ha venerado un edificio medieval como el lugar donde fuera depositado el cuerpo de María, que desde allí fue llevado por los ángeles al paraíso.

Saludos cordiales. Gonzalo del Cerro



Jueves, 8 de Enero 2009


Editado por
Antonio Piñero
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.





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