CRISTIANISMO E HISTORIA: A. Piñero
“La resurrección de Jesús”. Diálogo de A. Flew con N. T. Wright” Dios existe (X) (442-10)

Hoy escribe Antonio Piñero


Continúo hoy con el apéndice II al libro de Flew “Dios existe”

En segundo lugar A. Flew preguntó a Wright sobre “¿Qué pruebas hay de la resurrección de Jesús?”. Wright respondió haciendo un resumen de su libro “La resurrección del hijo de Dios” (“The Resurrrection of the Son of God, de 2003”).

Wright comienza observando, con razón, que la creencia en la resurrección de los cuerpos es muy judía, pero totalmente extraña a las nociones sobre la vida ultraterrena de griegos y romanos. Para los judíos, en cambio, la resurrección con el cuerpo incluido era la única puerta para la vida después de la muerte. En el siglo I todos los creyentes judíos estaban convencidos de que al final de los tiempos, que estaba próximo, en la era mesiánica, e inmediatamente antes de la llegada del reino de Dios habría una resurrección general de los muertos, que se levantarían para que quienes fueran justos entraran en el reino mesiánico, o bien para que los malvados sufrieran una condenación eterna (más o menos). Había también otros que sostenían que sólo resucitarían los justos, es decir, los judíos fieles y unos pocos paganos que hubieran observado perfectamente la ley natural (= El Decálogo, en líneas generales).

Los individuos, como Filón de Alejandría que sostenían un vida ultraterrena del alma sola, sin el cuerpo, eran muy raros entre los judíos y se les veía como demasiado influenciados por el helenismo.

Pero, como he indicado yo mismo otras veces, Wright señala que no entraba en las ideas de los judíos el que un ser humano justo resucitara como ser único antes de la resurrección general. Y este fue el caso de Jesús. Esto supuso una mutación notable en las creencias de los seguidores de Jesús respecto al judaísmo en general. Llegados aquí, Wright sostiene que algo asombroso hubo de ocurrir en realidad para los discípulos de Jesús sostuvieran esta idea así como otras que eran también una notable variante de la creencia general de sus paisanos.

La segunda variante fue la creencia de que la resurrección de Jesús y la de sus seguidores transformaría el cuerpo los resucitados. Pablo lo dice claramente: muere un cuerpo carnal y resucita un cuerpo espiritual (1 Cor 15).

El tercer cambio era creer que el mesías tenía que morir y resucitar. Algo insólito en el judaísmo.

La cuarta variante es según Wright que la idea de la resurrección es utilizada en relación con el bautismo, la santidad y varios otros aspectos de la vida cristiana que el judaísmo no tenía en mente.

El quinto aspecto diferente es pensar que los efectos de la resurrección de Jesús –y la futura de sus fieles—empieza a notarse de algún modo ya desde el presente.

Sexto en el cristianismo la resurrección pasa de ser un elemento de la doctrina a ser un punto importante y nuclear de la nueva fe. Wright sostiene que algo muy importante debió de pasar para que esto sucediera.

Finalmente, a pesar de ciertas tradiciones divergentes los primeros cristianos son sorprendentemente unánimes en la convicción de la resurrección de Jesús, la futura de los fieles, como se producirá y qué función desempeñará. Wright sostiene que el historiador debe deducir de aquí que algo muy concreto debió de ocurrir en los inicios para que treinta o cuarenta años después –tiempo de los evangelistas— se note esta uniformidad “que ha conformado y coloreado todo el cristianismo primitivo” (p. 160). De ello deduce Wright que “aunque fueran escritas más tarde, en los evangelios se rememoran tradiciones orales muy tempranas”.

Wright se enfrenta a una crítica seria: Puesto que en Marcos y Mateo apenas hay descripción alguna de las pariciones de Jesús y sólo en Lucas y sobre todo en Juan se encuentran relatos de un Jesús resucitado con un cuerpo craso, que come y bebe, ello significa que hacia el año 95 había cristianos que no creían en la resurrección de Jesús y hubo que inventarse tales historias (Lc y Jn).

Responde Wright que si tales historias hubieran sido inventadas a propósito jamás se habría urdido semejantes narraciones ya “que sería como meterse un gol en la propia portería” (p. 161). ¿Por qué? En su opinión porque como los que las inventan son judíos habrían acudido a copiar o urdir alguna historia en torno a Daniel 12, donde se dice que los “justos brillarán como estrellas en el cielo” tras su resurrección; jamás habrían pensado en presentar a un Jesús comiendo y bebiendo después de resucitar. Ahora bien, no encontramos nada de eso. No hay historias de Jesús brillando como un astro.

Otro argumento serio para Wright es que en el siglo I jamás unos judíos habrían utilizado a mujeres como testigos de la resurrección, porque se consideraba que su testimonio no tenía validez jurídica. Así ocurre en 1 Cor 15. Pablo no nombr a ninguna mujer, solo hombres como gentes a los que se les ha concedido una aparición precisamente para dar mayor fuerza a su testimonio. Por ello el caso de los evangelistas, a pesar del texto paulino, o sobre todo el de Juan, con su extraña aparición a María Magdalena, debieron de basarse en hechos muy reales como para atreverse a presentar a mujeres como testigos del acto fundante de la fe cristiana

Otro argumento: En Pablo, Hebreos, el Apocalipsis, Ignacio de Antioquía, Justino Mártir o Ireneo se utiliza la resurrección de Jesús como prueba de que siendo Jesús el “primogénito entre muchos hermanos” su resurrección es prenda de la posterior de sus seguidores. Sin embargo, en los Cuatro Evangelistas no encontramos nada parecido sin la siguiente afirmación “Jesús ha resucitado. Luego Jesús era en verdad el mesías”. Según Wright esta “anomalía” de las narraciones evangélicas es otra indicación de que están relatando tradiciones muy primitivas que contaban la historia de otro modo, sin sostener a la vez la resurrección de los fieles.

Por tanto, concluye, el historia debe preguntarse que hay detrás de los relatos de las apariciones y la forma que tienen las narraciones evangélicas que las transmiten? Y responde: Solo pueden explicarse porque ocurrieron dos cosas:

A) Se encontró una tumba vacía y se sabía que esa era la tumba de Jesús

B) Hubo auténticas apariciones de Jesús.

Respecto a A): Era muy fácil para los primeros cristianos primitivos saber dónde había sido enterrado Jesús. Era muy fácil también controlar la tumba. En efecto en Judea no se enterraba el cadáver, sino que se dejaba sobre una mesa delante de los nichos propiamente tales de las tumbas. Pasado el tiempo cuando la carne se había corrompido y desaparecido, se colocaban los huesos en un osario, y éste, a su vez, en un lóculus o nicho.

Y ahora viene la conclusión final: el historia debe pensar que hubo realmente una tumba vacía y que hubo avistamientos de alguien que fue identificado como Jesús. “¿Cómo en cuanto historiador puedo explicar estos dos hechos? La explicación más fácil es que estas cosas sucedieron –tumba vacía y apariciones— porque Jesús resucitó realmente y fue visto realmente” (p. 166). Por tanto “la resurrección de Jesús proporciona una explicación suficiente para esos dos hechos”. Y “habiendo examinado las hipótesis alternativas expuestas (por la crítica) pienso también que es una explicación necesaria.

Hasta aquí N. T. Wright. El próximo día finalizaré de verdad esta reseña más bien larga

Saludos cordiales de Antonio Piñero.
Universidad Complutense de Madrid
www.antoniopinero.com




Viernes, 18 de Enero 2013


Editado por
Antonio Piñero
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.





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