CRISTIANISMO E HISTORIA: A. Piñero
Hoy escribe Gonzalo DEL CERRO

La situación social de la mujer ha llegado afortunadamente en nuestros días a cotas desconocidas en otros tiempos. Cada vez se van logrando unos niveles de igualdad acordes con los postulados de la naturaleza. Sin embargo, como en muchos aspectos de la cultura humana, “fuit quando no erat” (hubo momentos en que no era así). Los griegos, a pesar de sus adelantos y méritos en todos los órdenes de la ciencia, no supieron descubrir los valores del “eterno femenino”. Algunos autores, como L. Goodwater, atribuyen la decadencia de Grecia al escaso aprecio en que tuvieron a sus mujeres.


Hesíodo (siglo VIII a. C.) está sin duda en la base de los criterios misóginos en Grecia. En concreto con el mito de Pandora. Como vimos en otra ocasión, el titán Promteteo engañó, o pretendió engañar, a Zeus en el sacrificio de un buey. Pero consumó sus engaños robando el fuego de los dioses para favorecer a los hombres. Zeus se irritó en su corazón y tramó contra ellos un mal, que no fue otro que “la perniciosa estirpe de las mujeres, gran desgracia para los hombres” (Teog., 570ss y 591s). Por el robo del fuego Zeus proyectó un mal encantador que los hombres amarían sin darse cuenta de que amaban su propia desgracia (Trabajos, 57s). La humanidad, que hasta entonces vivía en una felicidad imperturbable, fue víctima de todos los males. Porque Pandora, la mujer, abrió la jarra que los contenía e inundó con ellos todos los caminos de la vida.

Pero la llama de la misoginia no quedó anclada junto a la “caja de Pandora”. Se dispersó por los aires de Grecia hasta formar parte de su mentalidad social. De ella es testigo cualificado el yambógrafo Semónides de Amorgos (s. VII a. C.). En un largo poema, etiquetado por los comentaristas con el título de “Espejo de mujeres”, compara a la mujer con diferentes animales llegando a resultados clamorosamente negativos. El poema está compuesto por 118 trímetros yámbicos (tres medidas de dos yambos cada una). En el primer verso asienta la afirmación de que “Dios hizo la inteligencia al margen de la mujer”. Luego enumera a la cochina, la zorra, la perra, la burra, la comadreja, la yegua, la mona y la abeja. A su lado menciona a la mujer barro y a la mujer mar. En todos los casos la mujer reproduce los defectos propios de las hembras citadas, así como la “torpeza” o “insensibilidad” del barro y las “mudanzas” del mar. El único animal que representa a la mujer ideal es la abeja. En efecto, las mujeres abeja son las únicas “buenas y prudentes” en grado excelso. “Todas las demás, una calamidad” (pêma). Porque “Zeus ha creado el mayor mal (mégiston kakón): las mujeres” (v. 86 s), verso que repite al final del poema (v. 115). Y glosa su afirmación diciendo que las mujeres son un lazo o nudo atado en los pies.

Tales de Mileto (s. VI a. C.) compendiaba la misoginia de los griegos en el dicho famoso que nos ha transmitido la tradición: “Doy gracias a los dioses porque nací varón y no mujer, hombre y no animal, griego y no bárbaro”.

El mismo Eurípides (s. V a. C.), que trazó magníficos personajes femeninos en sus tragedias, hace decir a Medea: “Las mujeres somos por naturaleza ineptas para el bien, pero excelentes artesanas para toda clase de males” (Medea 407-409).

Y Aristóteles proclama en su Política que “el libre debe mandar sobre el esclavo; el varón, sobre la mujer; el adulto, sobre el niño” (Política 1260 a). Todo depende, dice, de la capacidad de deliberar. La mujer la tiene, pero sin autoridad (ákyron). La mujer, se dice, tiene ciertos detalles de inmadurez natural, como los niños: ni tiene barba ni padece de calvicie.

En este aspecto, los criterios griegos y los bíblicos son bastante coincidentes. El autor del libro del Eclesiástico expresa su convencimiento de que es “un castigo, una ignominia y una gran vergüenza la mujer que domina a su marido” (Eclo 25, 20 LXX). Y recuerda que “de la mujer viene el principio del pecado, y por ella todos morimos” (v. 24). Un judío tan preclaro como Flavio Josefo dice de forma un tanto descarnada: “La mujer es inferior al varón en todo” (gynè khéiron andròs eis pánta). Y argumenta diciendo que ello es porque Dios ha otorgado la fuerza y la autoridad (krátos) al varón (Contra Apión II 201).

Por eso hablan algunos (D. F. Sawer) de lo que se denomina “jerarquía sexual”, una jerarquía que parece refrendar la ley de Moisés desde el momento mismo del nacimiento. Según el Levítico (12, 1-5), el nacimiento de una niña provoca en la madre una impureza que dura dos veces la del nacimiento de un varón.

Frente a estas posturas francamente negativas, los Hechos Apócrifos de los Apóstoles representan un cambio drástico en la percepción de la mujer y su peripecia personal. Permítaseme citar la edición española, bilingüe que es la última, que sepamos, de las realizadas en ámbito científico mundial y que recoge lo mejor de ediciones anteriores:

« Hechos apócrifos de los apóstoles
Edición bilingue (greigo/latín - español) con Introducción, Traducción, Notas e Índices
de Antonio Piñero y Gonzalo del Cerro.
Madrid, B.A.C. 2004-2005.
Tomo I: Hechos de Andrés, de Pedro y de Juan
Tomo II: Hechos de Pablo y Tecla, de Tomás »


Estas obras forman parte de un contexto más amplio que procede de la actitud de Jesús en su trato con las mujeres. Ch. Seltmann cree que esa actitud contribuyó a desarrollar durante el siglo I d. C. una presión social que trataba de igualar a la mujer con el varón. En la apreciación de Schüsser Fiorenza, el Cristianismo invirtió la escala social de valores tomando partido por los habituales perdedores sociales, entre ellos, la mujer.

Según J. Donaldson, “la mujer debe su alta posición actual al Cristianismo”. Para ello fue necesaria una reacción frente a los postulados de la época. El mismo Pablo, natural de una familia hebrea y de una ciudad helenística como era Tarso de Cilicia, se vio envuelto por los aires de una mentalidad poco favorable a unas actitudes igualitarias. No obstante, dejó en su carta a los gálatas un aforismo programático sobre el tema: “Ya no hay judío ni griego, no hay siervo ni libre, no hay varón ni mujer, pues todos vosotros sois uno solo en Cristo Jesús” (Gál 3, 28).

Entre los aspectos que llaman la atención en los Hechos Apócrifos de los Apóstoles destaca de manera sorprendente la presencia de las mujeres, tanto cuantitativa como cualitativamente. En ocasiones, alcanzan un protagonismo tan evidente que llegan a dejar entre sombras a los apóstoles protagonistas. Este dato, junto con su actitud de castidad perfecta, ha hecho pensar en la posibilidad de que la postura de las mujeres en los Hechos Apócrifos fuera más que una actitud ascética la búsqueda de libertad y autonomía frente al poder totalitario y tiránico de sus maridos. Estas mujeres tienen la suficiente fuerza y personalidad como para desafiar la autoridad de sus poderosos maridos o pretendientes. Es la tesis, por ejemplo, de Virginia Burrus, vista con buenos ojos por otros colegas americanos.

Entre otros casos variados recordamos aquí las figuras señeras de Maximila en los Hechos de Andrés, de Drusiana en los de Juan, de Tecla en los de Pablo y de Migdonia en los de Tomás. Estas mujeres presentan datos y aspectos comunes:

1) Son mujeres de la alta sociedad, casadas con personajes importantes en la vida política y social de sus ciudades.

2) Son personas hermosas, capaces de despertar profundas pasiones, pero para quienes hay algo más importante que la belleza corporal.

3) Se convierten a una existencia de castidad perfecta gracias a la predicación de los apóstoles protagonistas.

4) Al margen de esta decisión maximalista, suelen ser piadosas, generosas y discretas.

5) Los autores presentan a estas mujeres como personalidades más firmes y consistentes que sus respectivos maridos, entre los que hay reyes, generales, procónsules y otras altas magistraturas del Estado.

La mujer no es ya la persona pobre, sumisa e ignorante. Muchas féminas de los Hechos Apócrifos son realmente “mujeres de armas tomar”. Maximila, por ejemplo, no tiene reparo en buscarse una hermosa y disoluta joven para que la sustituya en el lecho conyugal. Una joven que trata de sacar provecho material a su situación bajo la protección de su silencio. Su señora puede así practicar tranquilamente una vida de castidad absoluta a la sombra del apóstol Andrés. Sólo la ambición y la intemperancia de la sustituta dio al traste con el proyecto encratita, es decir de absoluta contiencia sexual, de Maximila.

Saludos de Gonzalo DEL CERRO

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Hoy en el “Blog de Antonio Piñero” se trata del siguiente tema:

“El águila y el león / El Hijo del Hombre sobre las nubes”

Manera de entrar, si a alguien le interesare: pinchar en el enlace que se halla en la página presente, abajo en la derecha.

Saludos de nuevo.


Domingo, 26 de Abril 2009


Editado por
Antonio Piñero
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.





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