CRISTIANISMO E HISTORIA: A. Piñero
Escribe Antonio Piñero

Vamos acercándonos a una síntesis de lo dicho hasta ahora: dejando aparte la ética general de Jesús –que como escribí ya– está tomada del Antiguo Testamento y del judaísmo helenístico, que podía aplicarse totalmente a la vida diaria de un israelita del siglo I, que es la moral que todos conocemos desde el catecismo, y que es “buena”, según R. Armengol, esa otra ética, la propia de Jesús, la que vale solo para los momentos inmediatamente anteriores a la venida del Reino de Dios no es aplicable ni en el siglo I ni ahora, salvo en breves momentos y con fines específicos.

Una sociedad duradera como incluso reconoce un exegeta nada propenso a etiquetar de "interina" la ética de Jesús como Helmut Köster, en su justamente famosa Introducción al Nuevo Testamento (versión española de la Editorial Sígueme, Salamanca 1988, p. 588) no puede regirse por las normas propugnadas por Jesús el Nazoreo, puesto que no puede elevarse a categoría de ley intemporal las consecuencias de la llamada al seguimiento: el desprendimiento absoluto (¡venta!) de todos los bienes necesarios para el sustento, el sufrimiento acarreado por una no aceptación del "mundo", cargar con la cruz, etc. (cf. Mc 8,34) y la práctica disolución de los vínculos familiares significarían el fin de cualquier sociedad organizada.

Esta distinción que proponemos entre la ética del seguimiento (fundamento del anacoretismo cristiano) y la ética “normal” del Antiguo Testamento elaborada por un Jesús –que sigue, sin saberlo probablemente, las directrices del judaísmo helenístico, muy influido por la religiosidad griega– nos parece una distinción razonable y no pretende negar la evidencia de los textos evangélicos mismos. Es cierto que, aunque en el Sermón de la Montaña tales imperativos que hemos calificado de “interinos” no aparecen nunca motivados expresamente por el fin del mundo inmediato, sí es claro por todo el contexto de la predicación de Jesús –orientada al próximo advenimiento del Reino– que estos mandamientos se hallaban condicionados justamente por esa situación especial de Jesús y sus oyentes. Fuera de ella son en la práctica, como hemos afirmado, imposibles de cumplir. Y, de hecho, quienes han pretendido llevarlos a cabo al pie de la letra han debido huir del mundo y negar unas realidades que fueron creadas por Dios –según las tesis del Génesis– como buenas para el común de la humanidad.

Otras afirmaciones de Rogeli Armengol en su libro (pp. 17-19) como las que siguen a continuación me parecen muy sensatas. Así “El Maestro del Evangelio, como le llamaba Kant, fue un profeta que quiso reformar la teología y la ética judía y las hizo más humanas al acercarse siempre, en nombre de un Dios amoroso, a los pobres, desvalidos y dolidos”; según la opinión de muchos expertos con prestigio es dudoso que él se creyera el Mesías o Ungido, el Khristós dicho en griego, que esperaban los judíos creyentes”.

Es también interesante la comparación de la ética de Jesús con la moralidad que se atribuye a Buda en las fuentes: “Al decir que la doctrina de Buda es menos buena que la de Jesús estoy gobernado por mi ideología. En este caso por mi ideología que hace del dolor y el daño lo fundamental para discernir el bien y el mal. Entiendo, aunque puedo caer en el error, que Jesús, a diferencia de la mayoría de filósofos y de otros religiosos, estuvo siempre atento al dolor de sus semejantes e hizo del dolor y el daño el criterio principal de su mensaje. Jesús siempre oyó y atendió el lamento de las víctimas y de los desgraciados mientras que Buda quizá estuvo más atento al perfeccionamiento personal”.

No puede sino estar muy de acuerdo con que “Si se acepta que Platón alteró gravemente el pensamiento de Sócrates mi comentario acerca de que podríamos saber más del pensamiento de Jesús que del de Sócrates tendría fundamento. Al respecto debe recordarse que Platón, sin pestañear, atribuye a Sócrates la doctrina platónica de las Ideas o Formas y algunas afirmaciones contenidas entre otros lugares en República que es del todo imposible que Sócrates hubiera formulado. Si Platón atribuyó a Sócrates la teoría de las Ideas, pudo atribuirle otras muchas concepciones y en relación a ello lo escrito por Aristóteles en su Metafísica a mi modo de ver es una clara denuncia de Platón: «Sócrates no atribuía existencia separada a los universales ni a las definiciones. Sus sucesores, en cambio, los separaron, y proclamaron Ideas a tales entes, de suerte que les aconteció que hubieron de admitir, por la misma razón, que había Ideas de todo lo que se enuncia universalmente» [1078b30].

Igualmente opino que es sensata la observación de que “los evangelistas no fueron historiadores sino hombres de fe, teólogos que –como le sucedió a Sócrates– según manifiestan los exegetas actuales, atribuyeron a Jesús algunos dichos o concepciones que hoy en día casi nadie considera hechos históricos que se puedan a asignar al maestro de Nazaret. Debe recordarse que los evangelios fueron escritos bastantes años después que las cartas de San Pablo y los evangelistas, sobre todo, Marcos y Juan fueron muy influenciados por la teología de Pablo en lo relativo a la soteriología, la salvación de las almas. Pablo fue el primero en propagar que Dios envió al mundo a Jesús para ser sacrificado y, mediante este sacrificio, redimir a los humanos”.

No es desdeñable en absoluto el comentario de Armengol a la parábola del Buen Samaritano:

»El sencillo se dice a sí mismo: no se debe causar dolor y daño, debo ayudar al dolorido si puedo. Para entender bien lo anterior lo mejor es leer el Evangelio de Lucas [10, 29-37]. El maltratado que iba de Jerusalén a Jericó es auxiliado y salvado por un hombre, un samaritano, que seguramente no creía exactamente lo mismo que los creyentes judíos, el sacerdote y el levita, que ven al herido y pasan de largo.

»A mi juicio una gran enseñanza escondida en esta parábola radica en el tipo de persona escogida: un samaritano. El conflicto religioso y humano entre los habitantes de Judea y los de Samaría era secular, los judíos consideraban que los samaritanos eran seres algo inferiores, pero no obstante Jesús era amigo de ellos. Los judíos odiaban a los de Samaria. El templo de Jerusalén era el lugar sagrado de Israel, en su centro estaba el Debir, el Santo de los santos, el Santísimo, un recinto en forma de cubo de 10 metros de lado, siempre cerrado y completamente vacío en tiempos de Jesús donde residía la Presencia de Dios. Nadie excepto el Sumo sacerdote podía entrar en el Debir y lo hacía una sola vez al año, el gran Día de la Expiación, el Yom Kippur. Los samaritanos no reconocían la grandeza única del monte Sión en Jerusalén donde se construyó el Templo, ellos creían que el Templo verdadero debía elevarse en el monte Garizín, cerca de la antigua Siquén en Samaria. Pensaban que los sacerdotes que oficiaban en el Templo de su monte eran los legítimos de la ley mosaica y no reconocían a los sacerdotes del templo de Jerusalén. De la Biblia hebrea, el Tanaj o Antiguo testamento, compuesto por 24 libros, los samaritanos sólo aceptaban 6 como canónicos, el Pentateuco y Josué.

»La potencia de pensamiento de Jesús se muestra en este pasaje evangélico: el Maestro prescinde de la ideología, entiendo que expresamente, y pone el acento en las obras. El justo no es aquél que sostiene una buena ideología religiosa sino quien ayuda. Jesús está por encima de las creencias y los dogmas. Se salva quien ama a Dios y cumple con los mandamientos como le dice al joven rico, «si quieres entrar en la vida guarda los mandamientos» (entre otros, Mateo 19, 17). La fuente del humanitarismo mana por caños de diferente grosor, a veces el de la compasión es el mayor y más abundante”.

Como escribí ayer, concluiremos pronto.

Saludos cordiales de Antonio Piñero
Universidad Complutense de Madrid
www.antoniopinero.com

Martes, 10 de Mayo 2016


Editado por
Antonio Piñero
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.





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