NotasLos Evangelios mismos presentan pruebas muy notables de un Jesús meramente hombre
Hoy escribe Antonio Piñero
Seguimos con las cuestiones previas, un tanto largas, pero necesarias, al tema central de esta serie: Del estudio de los evangelios sinópticos se deduce que en ellos se traslucen dos referentes esenciales: A. Un Jesús como un rabino galileo, encardinado en las coordenadas del Israel del siglo I, perfectamente situable, enmarcable y explicable en gran parte dentro de estas coordenadas, y B. Otro referente sobrenatural y sobrehumano que es ese mismo Jesús considerado como Cristo, mesías sobrenatural muerto y resucitado, y exaltado luego a la diestra de Dios. Respecto a las noticias evangélicas sobre los dos referentes, el lector atento observará que existe mucho material evangélico que se refiere al primero de los dos –A.- y que este material entra en colisión, a veces, con el segundo referente, el Cristo sobrenatural, B. Este material -que algún historiador del cristianismo primitivo como Gonzalo Puente Ojea- ha definido como “furtivo” es extraordinariamente interesante para dibujarnos una imagen del Jesús de Nazaret evangélico como un mero hombre. Gonzalo Puente lo denomina “furtivo” porque se trata de dichos y hechos de Jesús que –provenientes de la tradición oral sobe él- se han “introducido” en el evangelio con intereses ante todo biográficos por la misma fuerza de los hechos. Era material en sí que no se podía evitar y rechazar por intereses meramente teológicos -es decir, destacar la personalidad sobrenatural de Jesús- pues dibujaban intensamente el impacto de Jesús entre las gentes de su tiempo. Inmediatamente pondremos ejemplos. Un discurso de Pedro en los Hechos de los Apóstoles El mismo Nuevo Testamento nos habla de Jesús como un ser humano que únicamente tras su muerte y resurrección por Dios ha sido exaltado al ámbito de lo divino. Un ejemplo muy claro lo tenemos en el discurso de Pedro el día de Pentecostés recogido en el capítulo 2 de los Hechos de los apóstoles. Los estudiosos están de acuerdo en que esta pieza oratoria -aunque compuesto en último término por la mano del evangelista Lucas-, expone con bastante fidelidad una “cristología” (discurso sobre Jesús como Cristo o mesías) que es muy primitiva, por lo puede bien corresponderse a los primero estratos del pensamiento teológico judeocristiano. El texto dice así: «Israelitas, escuchad estas palabras: A Jesús, el Nazoreo, hombre acreditado por Dios entre vosotros con milagros, prodigios y señales que Dios hizo por su medio entre vosotros, como vosotros mismos sabéis, a éste, que fue entregado según el determinado designio y previo conocimiento de Dios, vosotros le matasteis clavándole en la cruz por mano de los impíos; a éste, pues, Dios le resucitó librándole de los dolores del Hades, pues no era posible que quedase bajo su dominio; porque dice de él David: Veía constantemente al Señor delante de mí, puesto que está a mi derecha, para que no vacile. Por eso se ha alegrado mi corazón y se ha alborozado mi lengua, y hasta mi carne reposará en la esperanza de que no abandonarás mi alma en el Hades ni permitirás que tu santo experimente la corrupción. Me has hecho conocer caminos de vida, me llenarás de gozo con tu rostro. Hermanos, permitidme que os diga con toda libertad cómo el patriarca David murió y fue sepultado y su tumba permanece entre nosotros hasta el presente. Pero como él era profeta y sabía que Dios le había asegurado con juramento que se sentaría en su trono un descendiente de su sangre, vio a lo lejos y habló de la resurrección de Cristo, que ni fue abandonado en el Hades ni su carne experimentó la corrupción. A este Jesús Dios le resucitó; de lo cual todos nosotros somos testigos. Y exaltado por la diestra de Dios, ha recibido del Padre el Espíritu Santo prometido y ha derramado lo que vosotros veis y oís. Pues David no subió a los cielos y sin embargo dice: Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi diestra hasta que ponga a tus enemigos por escabel de tus pies. «Sepa, pues, con certeza toda la casa de Israel que Dios ha constituido Señor y Cristo a este Jesús a quien vosotros habéis crucificado.» De este texto se deduce, con toda claridad, que los judeocristianos primitivos pensaban que Jesús de Nazaret había sido un mero hombre, un profeta bendecido por Dios con hechos y palabras extraordinarias, que sufrió una muerte injusta, que fue vindicado por Dios tras su muerte, resucitándolo y que sólo después de su muerte fue, -de algún modo, no se precisa exactamente cómo o quizá se dé por supuesto-, exaltado al ámbito de lo divino. Otros relatos evangélicos nos presentan también a un Jesús que –en contraposición a la imagen de la teología cristiana del siglo II que lo dibuja como un Dios omnisciente y omnipotente- ignora por completo cuándo va a venir el fin del mundo. Así: Mas de aquel día y hora, nadie sabe nada, ni los ángeles de los cielos, ni el Hijo, sino sólo el Padre: Mt 24,36 El pasaje debió de plantear un problema teológico: ¿cómo es posible que el Hijo de Dios, real y verdadero y por tanto omnisciente, ignorara algo tan importante? Y no es lícito plantear que el evangelista pensaba sólo en la faceta humana de Jesús, porque esa distinción no era procedente en el siglo I. Tal distinción teológica se elaboraría siglos después. Seguiremos. Saludos cordiales de Antonio Piñero
Viernes, 7 de Noviembre 2008
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Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.
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