Notas
Hoy escribe Antonio Piñero
Iniciamos la presentación y breve comentario de un libro cuyo subtítulo es “Una lectura nueva de la historia de Jesús”. Puedo adelantar ya mi opinión de que este volumen contiene efectivamente muchas perspectivas novedosas derivadas de la intensa dedicación del autor al estudio, desde hace más de treinta años, a la historia de Galilea en todos sus aspectos, desde la época de Alejandro Magno (muerto en el 323 a.C.) hasta el final del reinado del emperador Adriano (muerto en el 138 d.C.), y luego orientando estos estudios hacia la comprensión del Jesús histórico. El presente es el cuarto libro fruto de tal dedicación , incluida una recopilación de artículos selectos previamente publicados sobre Galilea del año 2000. S. Freyne ha sido profesor durante muchos años de teología en el Trinity College de Dublín, y tiene fama en su tierra natal y fuera de ella de ser un buen estudioso de Jesús. He aquí la ficha completa: Jesús, un galileo judío. Una lectura nueva de la historia de Jesús (colección Ágora 22). Trad. de José P. Tosaus. Editorial Verbo Divino, Estella, 2007. ISBN: 978-84-8169-756-8. Freyne manifiesta claramente su intención de acercarse a los evangelios de un modo multidisciplinar, sobre todo recogiendo cuantos datos pueda ofrecernos la arqueología y la antropología para iluminar en los posible ese pequeño fragmento del Jesús real que es la reconstrucción científica del Jesús histórico. Dentro de este marco, el autor insiste sobre todo en el estudio de las fuentes, los evangelios más antiguos, los canónicos sobre todo, más el Evangelio gnóstico de Tomás. Respecto a ellas se ha de tener en cuenta su carácter literario –son escritos de apología o defensa de una fe-, sin olvidar tampoco su tendencia “historizante”, es decir, son obras que manifiestan su deseo de ofrecer una “biografía” de Jesús, por muy imperfecta que sea a ojos de hoy, con datos indudablemente históricos. En primer lugar, la aproximación peculiar de Freyne a los puntos más cadentes de la interpretación de Jesús consiste en considerar cómo pudo afectar al Nazareno lo que él llama la “ecología” de Galilea (todas las circunstancias geográficas y económicas y sociales de esa región), pero no sólo ella sino unida a la tradición de los libros sagrados que Jesús veneraba, su Biblia judía. Es decir. La geografía y su ámbito complejo más la tradición bíblica de quien contempla esa geografía con una tradición literaria y teológica en su mente. Freyne sostiene que los –desgraciadamente no muy numerosos- indicios recogidos en los Evangelios apuntan a que Jesús miraba a Galilea y sus gentes desde la perspectiva de su fe intensa en el Dios creador, fuente de la fertilidad de la tierra, y que esta creencia básica (tomada esencialmente por Jesús de los relatos del Génesis, Levítico y el Deuteronomio y de su desarrollo en los profetas cuyo conocimiento profundo no puede negársele), colorearon su interpretación del país. Esta “coloración” afectó a dos aspectos: a) no sólo su forma itinerante de su ministerio -como Abrahán-, b) sino también su contenido: la creación daba muestras de la sabiduría divina y la tierra y sus frutos debían ser bien tratados por las gentes, pues eran propiedad de Dios. El empleo perverso del país por los terratenientes, la pésima situación de los pobres desposeídos de sus tierras, algo contrario a la voluntad divina, condicionaron sin duda su elección de los pobres como auditorio preferido para la proclamación del Reino. También es importante para Freyne investigar cómo el conocimiento por parte de Jesús de las historias bíblicas de la conquista de la tierra prometida y el asentamiento de Israel en ellas, con tres importantes temas: a) el fracaso de las tribus a la hora de conquistar parte de las tierras del norte; b) los cananeos “expulsados” por Dios pero que aún seguían viviendo en parte de la tierra que debería ser Israel , y c) el atractivo que ejercían las ciudades fenicias especialmente por su riqueza, motivaron parte del comportamiento del Nazareno. Así, en especial, su trato con los gentiles. Freyne concluye: a) no hay signos o indicios de que Jesús tuviera una mentalidad “irredenta” es decir, que fuera partidario de que Israel conquistara la tierras que teóricamente debían formar el “gran Israel”; b) y c) no parece que Jesús fuera universalista: no visitó las tierras al norte de Israel (las regiones de Tiro y Sidón o la zona Cesarea de Filipo) para atraer a los paganos, ni para hacer proselitismo entre ellos, sino para predicar el Reino de dios a los judíos del lugar. Jesús en general se mantuvo a distancia de los no judíos, aunque sin manifestar actitudes xenófobas ni manifestarse absolutamente contrario a los gentiles. Junto con E. P. Sanders, Freyne sostiene que a pesar de que Jesús no practicó el proselitismo entre los paganos no debió de manifestarse radicalmente contrario a ello, porque el movimiento iniciado por su persona “acabó viendo la misión a los gentiles como una extensión lógica de sí mismo”. Finalmente, la parte más importante, en mi opinión, del libro está dedicada a la influencia de los profetas Daniel e Isaías –sobre todo- y de otros profetas en la “mentalidad” y acción de Jesús. Lo más interesante es la defensa de Freyne de la perspectiva de que la teología daniélica del sabio y la isaiana del “siervo de Yahvé” inspiraron el comportamiento de Jesús y de su grupo. Así en sus valores sociales: a) Jesús aparece siempre en defensa de los pobres y de los desposeídos; b) Jesús se muestra afirmando la identidad religiosa del pueblo judío y oponiéndose a las exigencias absolutas de obediencia del Imperio Romano (Freyne sostiene que Jesús se opuso sibilinamente al pago del tributo al César); c) Jesús aparece también como partidario decidido de la restauración de Israel. Pero no es amigo de la violencia: al igual que los “sabios” que se hallan en el Libro de Daniel (empezando por este mismo) Jesús adoptó, por un lado, una figura de profeta sapiencial: se dedicó a instruir a todos los que pudo en la verdadera justicia, pero dejó la venida del Reino absolutamente en manos de Dios. En Nazareno evitó la atracción de la revolución violenta y practicó una resistencia frente al poder, pero siempre confiado en la intervención divina como desencadenante e instaurada del Reino. e) Jesús se inspira en los Cantos del Siervo de Yahvé de Isaías (40-53) para modelar el entendimiento de sí mismo y de su grupo. La acción de Jesús contra el Templo debe interpretarse como un acto profético y simbólico, tanto a la luz de Isaías como del Apocalipsis de los animales del Libro I de Henoc, obra que Jesús seguramente conocía. El Santuario de Jerusalén debía ser ante todo la casa de Dios, un lugar de oración (quizá no de sacrificios) en el que podrían congregarse en el futuro las naciones extranjeras para rogar a Yahvé, aunque esto no signifique necesariamente su conversión. De algún modo con ese intento subversivo de renovación del Templo Jesús afirmaba, como su maestro Juan Bautista, que así como podían perdonarse los pecados –por el bautismo de Juan- independientemente del Templo, igualmente cabía la posibilidad de un acceso más directo a lo divino independientemente del Templo y de sus prácticas religiosas (= Jesús implícitamente pone los fundamentos para la teología “helenista” de Esteban y seguidores). Finalmente, Jesús –que, como hemos dicho, se inspiraba en la figura del sabio de Daniel y en el “siervo de Yahvé” de Isaías- pudo entender su muerte como una necesidad de su misión. Jesús pudo tener clara consciencia de que podría no ser el primer judío que iba a tener un fin violento por propugnar opiniones religiosas disidentes. Ejemplos había: así la había ocurrido a muchos profetas; el rey judío Alejandro Janneo, descendiente de los Macabeos, había crucificado a 800 fariseos que se oponían a que los macabeos fueran a la vez sumos sacerdotes; Honí, u Onías, el trazador de círculos, el justo, fue apedreado por negarse por pedir a Dios venganza contra unos adversarios, etc. Con otras palabras, Jesús pudo entender su final, como algo previsto por Dios: a) al igual que el sabio (Daniel) que tiene tribulaciones, muere y luego va aser vindicado por Dios, o b) como profeta-siervo-mártir (Isaías), que igualmente acepta heroicamente su muerte fundado en una firme esperanza de que Dios acabaría haciéndole justicia. En una palabra: la tesis de Freyne es tender puentes entre la posible mentalidad del Jesús histórico --obtenida de la también posible influencia en él de las Escrituras-- y la teología posterior del grupo que se reunió en su nombre tras su muerte y exaltación a los cielos. En la próxima postal manifestaremos algunas dificultades de estas interesantes perspectivas de Sean Freyne sobre Jesús como un judío galileo muy influenciado por su procedencia geográfica y por sus lecturas de su Biblia que podía contener libros -como el I de Henoc- que más tarde no serían admitidos en el canon. Saludos cordiales de Antonio Piñero. www.antoniopinero.com
Martes, 16 de Febrero 2010
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Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.
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