CRISTIANISMO E HISTORIA: A. Piñero

Trato, o profundizo, en el tema de si se puede llamar verdadera tradición a los recuerdos sobre Jesús, palabras y acciones, y si estos recuerdos pasaron sin más a los Evangelios o fueron súper interpretados en algunos casos.

1265.- 11-11-2022


Escribe Antonio Piñero 
 
El tema, muy importante,  fue tratado en una primera perspectiva el 4-11-22. Complemento con consideraciones que creo sustanciales.
 
 
Recuerdo que para reforzar la idea de que la tradición evangélica canónica acerca de dichos y hechos de Jesús es fiable históricamente en los evangelios –Mc-Mt-Lc-Jn–, S. Guijarro, con otros intérpretes confesionales, ha emprendido la tarea de demostrar que la tradición postpascual (es decir, después de que el grupo de discípulos de Jesús creyera firmemente que este había resucitado y había sido exaltado a los cielos, junto al Padre (al principio era esta una idea “global”, sin contornos ni precisiones) se asienta firmemente en el tiempo en el que Jesús estaba aún en vida sobre la tierra.
 
¿Por qué razón? Porque la Escuela, protestante, de la Historia de las formas (“formas”, “modos” o “maneras” cómo se transmitió la tradición de Jesús condicionada por la fe en la resurrección de este) sostenía y sostiene que esa fe “pascual”, tras la resurrección después de la pascua judía en la que murió Jesús, había determinado absolutamente el surgimiento de la tradición evangélica. Dicho con las palabras de un discípulo de R. Bultmann, muy influyente, Günther Bornkamm, en su obra Jesús de Nazaret (5ª edic. 1996, Edit. Sígueme. Salamanca):
 
“No poseemos ni una sola “sentencia” ni un solo relato sobre Jesús –aunque sean indiscutiblemente auténticos—, que no contenga al mismo tiempo la confesión de fe de la comunidad creyente, o que al menos no la implique. Esto hace difícil o incluso lleva al fracaso la búsqueda de los hechos brutos de la historia” (p. 15). Esta afirmación siega la hierba bajo os pies de la creencia de que los Evangelios nos transmiten historia verdadera y solo verdadera”.
 
Sostiene S. Guijarro (En el libro “Los cuatro Evangelios” que llevamos tiempo comentando), que esta afirmación tiene alguna parte de verdad, pero que eso no significa que “sus discípulos no hubieran recordado y comentado antes de la muerte de Jesús sus palabras y sus acciones” (p. 123). “Es impensable”, añade en la misma página, que no es creíble “que las enseñanzas que habían escuchado y las acciones de las que habían sido testigos hubieran quedado almacenadas en la memoria para salir a la luz solo en esos momentos tras su muerte”.
 
Es evidente que esto hubo de ser así. Pero… hay en el fondo de la argumentación de S. Guijarro un concepto de “tradición” que en mi opinión no es correcto tal como él la entiende, a saber: la “tradición” (sin más explicación de que él entiende por este vocablo) existe ya entre los diversos grupos que seguían a Jesús, masas de oyentes ocasionales; amigos personales de Jesús; discípulos íntimos, es decir, los Doce y alguno que otro más. Opino: no hay verdadera tradición tal como se entiende esta palabra, lo que hay, evidentemente, son recuerdos que pueden ser la base de una futura “tradición” tras la muerte del Maestro. Pero en vida de éste nada hay que pueda llamarse auténticamente “tradición”, sino meras acumulaciones  de material en la memoria.
 
¿Por qué? Porque el concepto de “tradición” (del latín traditio, “transmisión”, substantivo del verbo tradere, “entregar”, “transmitir”, implica por sí mismo la transmisión a otros de algo que debe conservarse, y en la mayoría de los casos por generaciones. Y esto no iba a ocurrir en la mentalidad de Jesús sobre el futuro próximo ni en la sus discípulos.
 
En efecto, si tenemos en cuenta de que la idea central del pensamiento de Jesús era la absoluta inminencia de la llegada del Reino de Dios, no había propiamente ningún deseo de  “transmitir para conservar” a generaciones futuras, ya que los que entraran en el Reino de Dios proclamado de él mismo, como profeta que era ante todo, serían introducidos en algo totalmente nuevo.  Sería la materialización de una renovación de la alianza de Dios con Israel: todos sus miembros tendrían la ley de Dios como impresa en sus corazones cuando entraran en ese Reino futuro.
 
Esta sería así, sin duda, el pensamiento de Jesús, que expresado con palabras de Jeremías 31,3-34 sonaría del siguiente modo: «Pondré mi ley dentro de ellos, y sobre sus corazones la escribiré. Entonces yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo.   No tendrán que enseñar más cada uno a su prójimo y cada cual a su hermano, diciéndole: “Conoce al Señor”, porque todos me conocerán, desde el más pequeño de ellos hasta el más grande». En el Reino de Dios las enseñanzas morales de Jesús, y las interpretaciones de la ley de Moisés por su parte, no serían más que recordatorios sobre cómo vivir en el Reino de acuerdo con la susodicha ley de Moisés entendida en profundidad, como enseñaba él mismo, Jesús.
 
En esta hipótesis, que era la del Jesús histórico, los discípulos recordarían que se habían cumplido las predicciones de Jesús, inspiradas por la divinidad. Pero no más. No habría estrictamente tradición alguna para luego redactar una “biografía de Jesús” = un evangelio escrito en una generación futura. La misión encomendada por Jesús a sus discípulos era en realidad que la forma del mundo presente iba acabarse inmediato y que comenzaría una nueva etapa de la historia.
 
Señala además S. Guijarro que “Jesús no actuó como los maestros de la Ley de su tiempo, que eran elegidos por sus discípulos para recibir de ellos una enseñanza, sino que él tomó la iniciativa (“Llamó a los que quiso: Mc 3,13) y eligió a sus propios seguidores” (p. 124). Esto es verdad según relatan los Evangelios…, aunque con algunas inverosimilitudes, sobre todo en Marcos, ya (en apariencia y según la literalidad de su relato: Mc 1,16-2; 2,14), por ejemplo, que Jesús llamó a sus primeros discípulos sin  conocerlos previamente. Es impensable que sí fuera. Lucas 5,1-11 y Juan 1,35-51 corrigen a Marcos y aseguran que Jesús ya había comenzado su actividad plena cuando eligió a sus discípulos y por tanto conocería a algunos de ellos.
 
Y en la p. 125 señala Guijarro cómo en ocasiones la actitud de Jesús se pareció en algo a la de los maestros de la Ley, puesto que aceptó como discípulos, en amplio sentido, “a algunos que se acercaban a él”, es decir, estos elegían a Jesús como maestro y no al revés. Un ejemplo: Mc 5,18-20: «Al entrar Él en la barca, el que había estado endemoniado le rogaba que lo dejara ir con Él.  Pero Jesús no se lo permitió, sino que le dijo: “Vete a tu casa, a los tuyos, y cuéntales cuán grandes cosas el Señor ha hecho por ti, y cómo tuvo misericordia de ti”.  Y él se fue, y empezó a proclamar en la Decápolis cuán grandes cosas Jesús había hecho por él; y todos se quedaban maravillados». 
 
Jesús era exigente y radical con sus discípulos más inmediatos: les conminaba a dejar su trabajo y su familia y a llevar, junto con él, una vida itinerante y pobre predicando la inminencia del Reino, en el cual, como acabo de decir, todo iba a cambiar. Por ello me parecen desacertadas las frases de Guijarro en la p. 124: “Las dos finalidades de la llamada de Jesús a sus discípulos, el seguimiento de su persona y la entrega a la misión (predicar el reino de Dios), fueron determinantes para el surgimiento de una tradición sobre él en el grupo de sus discípulos”. Me parece evidente que Guijarro está empleando aquí el vocablo “tradición” de una manera no usual, cuya forma dentro del cristianismo primitivo indica que la tradición es la base histórica de palabras y acciones de Jesús transmitida por una o dos generaciones más allá de la vida terrenal del Maestro (en el futuro, tras la muerte de Jesús, en la forma que más tarde adoptará el vocablo “evangelio”, que pasó de la “buena nueva oral” de la inminente venida del Reino a “evangelio escrito” como una biografía de las de la época).
 
Así que vuelvo a sostener que en estos recuerdos de las masas, amigos o discípulos de Jesús, mientras este vivía, no pueden definirse como el inicio expreso de una tradición, sino como recuerdos que (eso sí) serán la base de una verdadera tradición, pero solo tras la muerte de Jesús  de modo que nosotros hoy –repito– “no poseemos ni una sola “sentencia” ni un solo relato sobre Jesús –aunque sean indiscutiblemente auténticos—, que no contenga al mismo tiempo la confesión de fe de la comunidad creyente, o que al menos no la implique. Esto hace difícil la búsqueda de los hechos brutos de la historia”…
 
Jesús invitaba a seguirle. El seguimiento de Jesús implicaba una convivencia continuada, compartir su modo de vida, ver lo que hacía y oír atentamente sus enseñanzas para que luego sus discípulos, en su proclamación por los pueblos de Israel a los que no llegaba la misión directa de Jesús (o no podía llegar porque los esbirros de Herodes Antipas lo hubieran detenido de inmediato), pudieran  anunciar lo mismo que Jesús proclamaba, la inminente llegada del Reino.
 
En síntesis, hay que admitir un “recuerdo”  prepascual de acciones y palabras de Jesús por parte de sus discípulos íntimos. ¡Por supuesto! Hay que admitir que Jesús debió de causar un gran impacto en algunos de sus discípulos. Tal recuerdo es ciertamente parte, y solo parte, de las tradiciones de Jesús recogidas en los Evangelio.
 
Así pues, me parece que hay que admitir en líneas generales la doctrina de la Historia de las Formas: no hay tradición antes de la  muerte de Jesús sino “recuerdos” que luego serán más o menos transformados por la fe postpascual que tendrá su plasmación por escrito en los evangelios.
 
Item más: No puedo suscribir totalmente la sentencia de Guijarro tras analizar la elección de los discípulos por parte de Jesús: “Existió una tradición prepascual sobre Jesús en el grupo de los discípulos íntimos y no solo eso sino también que la adhesión a Jesús y la fe en él jugaron un papel determinante en el proceso de la tradición desde el comienzo”. La suscribo en tanto que no es tradición sino solamente recuerdos que luego serán transformados en fe comunitaria decenas de años tras la muerte de Jesús.
 
Y por último comentar el final de S. Guijarro en esta sección: “El hecho de que estos discípulos íntimos fueran enviados a anunciar el mismo mensaje que Jesús anunciaba presupone que habían asimilado sus enseñanzas y podían dar razón de ellas” (p. 127). De acuerdo en una cosa: de ningún modo podemos dibujar a los discípulos como zoquetes que no entendían al Maestro, puesto que este artilugio exegético solo sirve para dar cuenta de que Jesús era una entidad sobrenatural, cuya profundidad solo podría ser comprendida tras la resurrección y con la ayuda del Espíritu Santo. ¿Cómo explicaría, pues, S. Guijarro los siguientes pasajes evangélicos, teniendo en cuenta que según él los discípulos habían asimilado bien el mensaje de Jesús?:
 
Lc 18,34: “Pero ellos no comprendieron nada de esto. Este dicho les estaba encubierto, y no entendían lo que se les decía”; Jn 8,27: “Ellos no comprendieron que les hablaba del Padre”; Jn10, 6:  “Jesús les habló por medio de esta comparación, pero ellos no entendieron qué era lo que les decía”; Jn 12,16  “Sus discípulos no entendieron esto al principio, pero después, cuando Jesús fue glorificado, entonces se acordaron de que esto se había escrito de Él, y de que le habían hecho estas cosas”. ¿Acaso el zoquete como maestro era Jesús? De ningún modo podemos afirmarlo, sino que era un tipo muy inteligente y que “enseñaba con autoridad” (Mc 1,27).
 
Seguiremos
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
www.antoniopinero.com

Viernes, 11 de Noviembre 2022


Editado por
Antonio Piñero
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.





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