Notas
Hoy escribe Antonio Piñero
Recordarán quizá los lectores que he reseñado ya todos los volúmenes anteriores, si no me equivoco. El propósito de esta serie es indagar en la religión de Grecia y Roma, en la religión egipcia, en la de Israel, en el Nuevo Testamento y en la patrística cómo se entiende el concepto de filiación que tanta importancia tuvo en Jesús de Nazaret, en los escritos de Pablo y en la construcción de la teología cristiana primitiva. Este volumen contiene las Actas de las Jornadas de Estudio «La filiación en los orígenes de la reflexión cristiana» celebradas en los años 2011 y 2012 en la Facultad de Literatura Cristiana y Clásica San Justino (UESD, Madrid). Está editado por Patricio de Navascués, Manuel Crespo Losada y Andrés Sáez Gutiérrez en coedición de Editorial Trotta/Fundación San Justino, Madrid, 2014, 407 pp. 23 x 14,5 cms. Precio 30 euros. ISBN: 978-84-9879-502-8. Hay en este libro artículos muy interesantes. El primero, dentro del apartado «Cultura pagana», el estudio de Francisco L. Borrego Gallardo, se retrotrae hasta el antiguo Egipto para tratar de la filiación divina del rey egipcio en el tercer mileno a.C. Son fechas muy lejanas y a los lectores les parecerá quizás exótica, pero hay que advertir que a lo largo Dios los siglos, los conceptos esenciales de la filiación del faraón, como encarnación de Horus en a tierra, respecto a las divinidades esenciales, Isis y Osiris, no cambaron nada. Es curioso observar que en las declaraciones conservadas acerca de la divinidad de los faraones griegos, incluso hasta la época cercana al paso de Egipto a ser colonia romana, el ritual de declarar al gobernante “hijo de Dios” había variado en esencia muy poco. Cuando el cristianismo entró, probablemente por mano de mercaderes judeocristianos del grupo de Jerusalén, en la ciudad de Alejandría, al pueblo le fue muy fácil cambiar el concepto de “Hijo de Dios” de un Cristo celestial sentado a la derecha del Padre (capítulo 2 de Hechos de los apóstoles, discurso de Pedro, que Lucas atribuye a teología judeocristiana). La sección de literatura griega me parece interesantísima, pues toca temas vitales para el cristianismo primitivo, ya que cuando el concepto de “filiación” empieza a desarrollarse plenamente es en Pablo y de él depende luego la teología posterior cristiana de los siglos III al V. Sin duda, Pablo utiliza conceptos judíos, del judaísmo de Segundo Templo. Pero las especulaciones sobre los modos de Dios que se proyectan hacia el exterior, como Sabiduría, Palabra/Logos/Verbo, Presencia / Espíritu procede sin duda del transfondo de un platonismo popularizado. Miguel Herrero de Jáuregui escribe sobre “La filiación en las teogonías griegas según la literatura apologética cristiana”, en donde resalta cómo los apologistas cristianos critican duramente los conceptos de filiación “carnales” entre los dioses, o entre dioses y mortales. Opinan estos defensores de la fe que son concepciones ridículas y poco respetuosas con la divinidad. M. Herrero hace un repaso sobre las posiciones de Justino (“Los hijos de Zeus”), Atenágoras sobre los dioses nacidos al modo de los mortales; y la “antiteogonía” (generación de los dioses) en la argumentación de Teófilo de Antioquía, que critica por qué los dioses –si tienen la cualidad de generar como los seres humanos, no lo siguen haciendo en su tiempo. Ya en la época posterior, Orígenes, hacia el 250, cuando cita, comenta y critica el “Discurso verdadero” de Celso, escrito un siglo antes, da por superada la cuestión de los hiijos de los dioses paganos y opina que casi no hay que tratar más esa cuestión. Pero señala M. Herrero, el caso contrario de Lactancio que intenta integrar los hallazgos de los antiguos poetas o teólogos antiguos sobre los dioses con la teología cristiana, afirmando que aquellos hablaban imperfectamente porque aún no habían reflexionado suficientemente sobre la divinidad, o bien porque la revelación de Dios a los mortales va lenta. Lactancio argumenta que si se interpreta alegóricamente lo que dijeron los antiguos obtendríamos conceptos sobre la divinidad y sus “hijos” muy parecidos a los de la teología cristiana. Esta interesante vía no tuvo éxito entre los cristianos posteriores. Aurelio Pérez Jiménez, destacado filólogo latino, pero que domina muy bien el griego, presenta un artículo sobre Plutarco, “La filiación en las Vidas paralelas”, de este autor, que muere hacia el 120 de nuestra era. Concluye Pérez Jiménez que Plutarco tiene una concepción muy elevada de la divinidad, trascendente y providente, y que admite a duras penas el que haya personajes humanos, históricos, que puedan ser considerados hijos de los dioses (menores). En esos casos, y cuando le interesa por la argumentación, lo admite de forma casi mecánica en caso de reyes como Teseo, Rómulo, Alejandro Magno o el mismo Minos de Creta. En general somete Plutarco esas historias populares al criterio de la verosimilitud e intenta racionalizarlas. En el fondo las entiende como engaños piadosos, útiles, para volver sumiso al pueblo para que acepte reformas políticas, por ejemplo, constitucionales, de esos reyes en favor del Bien común. Además intenta buscar otras versiones, o se las inventa él mismo, según las cuales basan las explicaciones humanas. Por ejemplo, en el caso de Teseo o Rómulo, tales historias se inventaron para dar explicaciones de un embarazo extramatrimonial, y en el caso de Alejandro Magno, con claras intenciones de propaganda política. Otros casos, como el de Lisandro, el vencedor de los atenienses en la Guerra del Peloponeso, que fue declarado divinidad benefactora, utilizó esos oráculos en benefico no de los demás, sino propio. En una palabra, ya Plutarco tiene sus razones para no creer eso de que “los dioses tienen hijos entre los hombres”. El artículo de Lautaro Roig Lanzillota, profesor de Nuevo Testamento y literatura cristiana en la Universidad de Groningen, titulado “Dios como padre y artífice en las ‘Moralia’ de Plutarco, aporta conclusiones muy interesantes en su estudio, sobre todo para la época clásica de la patrología cristiana a partir del siglo III, muy influenciada en sus concepciones teológicas por el platonismo medio, del que Plutarco es un buen representante. Para Plutarco, la divinidad es tan superior que no se toca en absoluto con la materia. Pero frente al riesgo de abandonar al mundo y al hombre a un universo caprichoso y caótico, postula que existe en una ordenación del caos material preexistente por parte de la divinidad que crea el “alma del mundo”. Como el ser humano participa de esa alma puesto que está compuesto de intelecto, alma y cuerpo, jerárquicamente subordinadas, y como el alma del mundo comparte con la divinidad la inteligibilidad, el ser humano puede comprender el universo… e incluso a la divinidad de algún modo, pues su espíritu, inteligible, es en el fondo consustancial con la divinidad. Al ser Dios el padre y artífice del mundo (insisto que solo como ordenador del caos preexistente), y al afirmar que el hombre posee un elemento divino, puede considerarse “hijo y parte de Dios”. Al final de su vida en la tierra, el cuerpo vuelve a los elementos materiales y permanece en el ámbito sublunar; el alma retorna a la zona de los astros, (que albergan el movimiento = el alma es el principio el movimiento en el ser humano), y allí se disuelve. Pero el intelecto, indestructible y divino, retorna a su origen que es la esfera de la divinidad. Toda esta especulación es anterior a la teología cristiana y creo que se ve claro cuánto depende esta teología del platonismo medio. El espíritu humano acaba su transcurso en la contemplación final de Dios por medio de dos vías: la de la “eminencia” y la “imitación”…, es decir siempre por analogía, porque el ser divino permanece en sí mismo como inalcanzable. En la sección dedicada a «Religión de Israel», se presenta un estudio exegético sobre Isaías 7,14, de Enrique Farfán Navarro, que ofrece la siguiente traducción literal del texto hebreo de este pasaje: “Mirad la doncella, encinta y pariendo un hijo; y llamando su nombre ‘Con nosotros Dios’”. El autor rechaza, pues, que el texto se refiera a una “mujer joven”, sino que el almáh hebreo debe traducirse como “virgen” y que ahí está el milagro anunciado por Isaías. No existe en hebreo la palabra “virgen”, por lo que el significado pleno de almáh debe deducirse del contexto. Is 7,14 “viene a decirnos que el mesías procede de Dios, no de una simple mujer joven o estéril, sino de una virgen, directamente de Dios y de modo gratuito. Y cree que este pasaje de Isaías debe ponerse en contacto con Sal 2,7 “Hoy te he engendrado” y con Sal 110,3 que traduce así: “Del seno de la aurora te engendré como rocío”. Por tanto, los cristianos no inventaron nada, sino que las Escrituras se lo dieron todo dado. Concluye así: “Cumpliéndose el oráculo en María de Nazaret, se cumple en la Iglesia. La atemporalidad de los participios del texto hebreo (“pariendo” y “llamando”) facilita extender el cumplimiento al misterio escatológico de la Iglesia –Virgen y Madre—que, encinta de la Gracia, engendra sin cesar a «Dios con nosotros» en este tiempo de la historia”. Muy bello, pero demasiado teológico. Personalmente pienso que el autor intenta defender la historia cristiana, como verdadera y auténtica, en contra de la “calumnia” que ya se planteó en el siglo I y en el II, a saber, que los cristianos habían inventado lo del embarazo virginal para eludir la acusación de un embarazo extramatrimonial en María. Personalmente también pienso que quizás no sea necesaria esta explicación, o no esta sola, sino que los cristianos desearon positivamente igualar el nacimiento de Jesús con el de Alejandro, Platón, Pitágoras o Demócrito, y que eso llevó la concepción virginal. Dejo para mañana el comentario a tres artículos sobre el Nuevo Testamento:filiación en las cartas de Pablo; el significado de la frase “Ocuparme de las cosas de mi Padre” de Lucas 2, y el sentido de la filiación en la Primera carta de Juan. Saludos cordiales de Antonio Piñero Universidad Complutense de Madrid www.antoniopinero.com
Viernes, 21 de Noviembre 2014
Comentarios
|
Editado por
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.
Secciones
Últimos apuntes
Archivo
Tendencias de las Religiones
|
Blog sobre la cristiandad de Tendencias21
Tendencias 21 (Madrid). ISSN 2174-6850 |