Notas
Escribe Antonio Piñero
Foto: Bandue X de 2017. El título de esta postal reproduce parte del encabezamiento del artículo de Adolfo Roitman publicado en el número X de la revista “Bandue”, órgano de la Sociedad Española de Ciencia de las Religiones. Todo el número es en verdad interesante. Pero, para mi ámbito de trabajo, el cristianismo antiguo y la figura de Jesús especialmente el artículo de Roitman reviste un interés muy notable (pp. 199-232). Adolfo es el “curator”, podemos decir “director” de la sección de manuscritos antiguos, especialmente de los encontrados en Qumrán, del Museo de Israel en Jerusalén (The Shrine of the Book). De Roitman he publicado una reseña a su libro “Del Tabernáculo al Templo” (Edit. Verbo Divino 2016) en este medio el 28-6-2016. El interés de su artículo radica, en mi opinión, en que la figura de Melquisedec, según F. García Martínez, de Roitman y mía propia (ya desde “Biblia y Helenismo”, del 2006, republicado por Herder, Barcelona 2017, en donde cito a 11Q Melquisedec, o al personaje mismo por lo menos siete veces) es interesantísima e importante para el desarrollo de la cristología cristiana. Y lo es porque representa cómo los gérmenes que se encontraban en el seno del judaísmo mismo, y que evolucionaron por una necesidad interior llevaron a la concepción de agentes divinos (“mano derecha” de Dios para actuar en el mundo) que son humanos y al mismo tiempo participan de la divinidad. Roitman, en su artículo traza una breve historia de cómo un personaje mencionado dos veces en la Biblia hebrea (Gn 14,18-20; Salmo 110,4) y una vez en todo el Nuevo Testamento (capítulo 7 de Hebreos) sirve de antecedente del sacerdocio eterno de Jesús (según el autor de Hebreos) que sustituye a los sacrificios del templo de Jerusalén con un sacrificio único que es su cuerpo. El autor de Hebreos, en 7,3 (donde afirma que es un ser humano “Sin padre, ni madre, ni genealogía, sin comienzo de días, ni fin de vida, asemejado al Hijo de Dios, permanece sacerdote para siempre”) lo hace prácticamente un ser preexistente y eterno… y un antecedente de Jesús como Cristo celestial, sacerdote al modo de Melquisedec. La tesis de Roitman es que a partir de Hebreos 7 la figura de Melquisedec desempeña un papel significativo en las especulaciones heterodoxas de algunas sectas cristianas (por ejemplo, la herejía de los melquisedequianos, que lo consideraron un poder celestial superior a Cristo mismo; o la de Orígenes (que fue un ángel), o incluso el Espíritu Santo (así identificado por Hieracas de Leontópolis, un monje egipcio del siglo III, que defendió, entre otras ideas, la preexistencia de las almas y que la resurrección del cuerpo transformaría a este como espiritual, al estilo de Pablo de Tarso en 1 Corintios 15). En la literatura gnóstica –confirma Roitman– Melquisedec fue una figura soteriológica, es decir, de salvación, y fue considerado como una suerte de ángel. Sostiene también Roitman que para entender este paso de un rey terrenal, que recibe el diezmo de Abrahán en el libro del Génesis, a un ser sobrenatural es necesario volver los ojos al texto de Qumrán 11QMelquisedec = 11Q 13, que aclara la mutación del personaje, convertido desde un ser humano en una entidad celeste o sobrenatural. Sin duda es sí. Hay que estudiar a fondo este texto qumránico, y Roitman lo aclara maravillosamente presentando un análisis del texto hebreo, muy fragmentario (con su correspondiente versión española, muy literal), con las más interesantes reconstrucciones, con una bibliografía totalmente actual. Escribe Roitman en la p. 225 de la revista que el estudio completo de 11QMelquisedec posibilita “resolver el ‘misterio’ de este personaje” a saber cómo dentro del judaísmo, y sin poner en duda en absoluto el monoteísmo estricto del judaísmo de la época, nos ofrece uno de los eslabones perdidos para observar que no había problema alguno en la época de Jesús y dentro de ese judaísmo mismo en ver cómo un hombre– que la Biblia hebrea presenta como rey-sacerdote de Salem en Gn 14– con un carácter humano, real e histórico, se convierte en un ser angelical-celestial, incluso salvador y guerrero, en ciertos círculos del cristianismo antiguo de los siglos I-IV. El paralelismo con la divinización de Jesús es claro. En mi libro sobre Pablo (“Guía para entender a Pablo” (Trotta, 2ª edición de 2018) insisto una y otra vez en que el Apóstol jamás tuvo problemas con sus colegas judíos “normales” (no creyentes en la mesianidad de Jesús) en considerar a Jesús de Nazaret, después de su muerte y resurrección por Dios (esto es importante: Rm 1,3-4) como un ser celestial, sentado en un trono (pequeñito, naturalmente), pero a la diestra de Dios. Cito mi Guía: “No es descabellado deducir que, dentro de la historia de las religiones, el pensamiento de Pablo sobre el Mesías se enmarca en un judaísmo que no alberga duda alguna de que el agente divino para la ejecución de la redención mesiánica es humano y divino a la vez, lo que se muestra especialmente, cuando transcurrido su ciclo vital en la tierra, se halla en la cercanía de Dios en el cielo en un trono, sentado cerca de él”. “Un primer corolario es que el Apóstol no fue un prestidigitador que sacó de su chistera la noción de la humanidad-divinidad del Mesías sabiendo que era un mero truco, ni necesitó inventar fantasiosamente nada acerca de ese Cristo celeste cuando repensó y reinterpretó la vida del Jesús de la historia, centrándose en su muerte, resurrección y exaltación /adopción y, en especial, en su función como agente divino, cuyo asiento está a la diestra de Dios. No debe, pues, pensarse que todo ello es el fruto de una desbordada fantasía de carácter único”. “En rigor, Pablo no necesitó tampoco inspirarse directamente en las apoteosis de los héroes o varones grecorromanos, contados entre los dioses ya en vida o normalmente después de su muerte. El proceso es ciertamente el mismo, pero la exaltación/apoteosis de un ser humano considerado excepcional estaba ya asimilada dentro de una tradición muy típica del judaísmo de su época, el arrebatamiento al cielo, adscrito ya a Elías y otros personajes como ha señalado J. Marcus. Pablo, pues, no hace otra cosa que asignar a Jesús lo que otros judíos anteriores o coetáneos habían aplicado a diversos personajes, “un como hijo de hombre” de Daniel, Moisés, Elías, Melquisedec, Henoc o Job” (p. 420). Añado que este pensamiento ya judío no habría sido posible en el judaísmo sin el influjo global del pensamiento griego y del platonismo vulgarizado en particular. Pero en el siglo I había sido ya totalmente asimilado y judaizado. Creo que coincido plenamente con Adolfo Roitman en su argumentación. El artículo de Bandue X, repito, es magnífico y recomiendo su lectura vivamente, porque aclara mucho. Saludos cordiales de Antonio Piñero http://adaliz-ediciones.com/home/36-el-jesus-que-yo-conozco.html
Jueves, 24 de Enero 2019
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Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.
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