CRISTIANISMO E HISTORIA: A. Piñero



Hoy escribe Antonio Piñero


La legendaria historia de los “magos” tiene un desarrollo que comienza muy pronto, pues la piedad popular se interesó por estas figuras simpáticas, pero muy poco dibujadas en la narración de Mateo. A mediados del siglo II, el evangelio apócrifo, llamado Protoevangelio de Santiago, son sólo los magos los que acuden a rendir homenaje al mesías, no los pastores del evangelio de Lucas; pero los magos lo hacen en una cueva, no en una casa, como indica expresamente Mateo. Tenemos aquí la fusión de magos con pastores, y de las noticias de Lucas con las de Mateo.

Los magos tuvieron más éxito que los pastores de Lucas. En las pinturas de las catacumbas romanas aparecen ya en el siglo II, mientras que los pastores lo harán dos siglos más tarde, en el IV. Con el éxito de las reliquias entre los cristianos, sobre todo a partir del siglo IV, cuando la madre del emperador Constantino trajo a Europa restos del lignum crucis, se propagaron también reliquias de los magos. Se dice que a finales del siglo V fueron llevadas desde Persia a Constantinopla, y una parte de ellas pasó a Milán. Posteriormente, en el siglo XII, el emperador Federico Barbarroja, que había hecho una campaña contra Italia, se apoderó de las reliquias y las trasladó a la catedral de Colonia. Todavía se conservan allí, custodiadas en una urna, a su vez en un altar magnífico, que es atracción de los visitantes.

La figura de los magos, un tanto desdibujada en la narración de Mateo fue enriquecida por la tradición popular. Dijimos antes que el texto del salmo 72 sobre el oro llevado a Jerusalén había ayudado a algunos cristianos a precisar que los magos venían de Arabia. Otros versículos del mismo salmo sirvieron para hacer de los magos unos reyes: “Que los reyes de Sabá y Arabia le ofrezcan (al rey de Israel) sus dones; que le rindan homenaje todos los reyes” (72,10-11). Parece ser que hacia el año 500 esta tradición era ya universal.

El siguiente paso fue precisar el impreciso “magos”: eran tres exactamente. Con toda probabilidad se pensó que cada uno portaba uno de los tres regalos: oro, incienso y mirra. Aquí hay también tradiciones variantes: desde dos reyes, dibujados en las catacumbas de los santos Pedro y Marcelino; cuatro, en las catacumbas de santa Domitila, hasta doce o quince, en listas medievales orientales.

Otro paso fue darles nombres: En Oriente el primer intento conocido es el de un escrito siríaco, del siglo IV, anónimo, llamado “Cueva de los tesoros”, que los llama Hormizda, rey de Persia; Yazdegerd, rey de Sabá, y Perozad, rey de Arabia. Como se ve es un intento de precisar los nombres uniéndolos a los monarcas respectivos de las posibles regiones de donde proceden los regalos. Más conocida por los cristianos es la tradición occidental que los denomina Melkón o Melchor, Gaspar y Baltasar. La primera mención aparece en una traducción al latín, del siglo VI, de una crónica griega anterior. El autor es anónimo y está recogida en el catálogo de crónicas medievales con el título de Excerpta Latina Barbari.

El Evangelio armenio de la infancia (capítulos 5 y 11; ¿fondo de los siglos VII/VIII?) confirma esta tradición occidental: los magos son tres, a saber, Melkón, rey de los persas; Gaspar, de los indios; Baltasar, de los árabes.

En un tratado denominado Excerpta et collectanea, atribuido quizá sin fundamento a Beda el Venerable, sabio y exegeta de la Biblia, anglosajón, del siglo VII, dice lo siguiente (Brown, p. 199): “Los magos fueron los únicos que entregaron regalos al Señor. Se dice que el primero fue Melchor, una anciano de cabello blanco y larga barba…, que ofreció oro al Señor como rey. El segundo, de nombre Gaspar, joven, imberbe y rubicundo…, lo honró como a Dios con su regalo de incienso, oblación digna de la divinidad. El tercer, negro y muy barbudo, llamado Baltasar…, con su regalo de mirra dio testimonio del Hijo del hombre que iba a morir (en la cruz)”. Por tanto, los regalos son símbolos de los rasgos que caracterizan a Jesús: rey, Dios, redentor sufriente.

El simbolismo de los regalos es mucho más antiguo, pues aparece en la obra de Ireneo de Lyón, Contra las herejías III 9,2, ya a finales del siglo II, y se confirma en un himno del poeta cristiano Prudencio sobre la fiesta de la Epifanía del Señor, el 6 de enero.

Más tarde se desarrolló otra interpretación alegórica de los dones, muy en consonancia con lo dicho: el oro simboliza la virtud; el incienso, la oración; la mirra, el sufrimiento.

El que adoraran a Jesús en una cueva se debe a un esfuerzo imaginativo cristiano al interpretar la noticia de Lucas de que al nacer Jesús, al no haber sitio en la posada de Belén, fue depositado por su madre en “un pesebre” (Lc 2, 7). Naturalmente, el pesebre tenía que estar en un sitio abrigado y Nazaret era conocido por sus cuevas habitadas desde el neolítico. El que en esa cueva encontraran los magos junto a Jesús a un asno y un buey, se debe a una interpretación de Isaías 1,3: “Conoce el buey a su dueño, y el asno el pesebre de su amo. Israel no conoce, mi pueblo no discierne”, en donde Dios se queja de su pueblo que no le rinde el culto debido..., pero los magos, gentiles, sí.

En la próxima nota concluiremos este tema.

Saludos cordiales de Antonio Piñero.
www.antoniopinero.com

Lunes, 25 de Enero 2010


Editado por
Antonio Piñero
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.





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