Notas
Escribe Antonio Piñero
Hace unos días me ha llegado el libro editado por Miguel Ángel López Muñoz, Emancipación e irreligiosidad. El doble compromiso silenciado de Gonzalo Puente Ojea. Publicado por Thompson Reuters Aranzadi, Madrid 2018, 201 pp. 17 x 24 centímetros. ISBN: 978-84-9177-648-2. No sé el precio. Este libro está publicado por un buen monto de lectores y amigos de G. Puente Ojea (GPO), y trata de los temas generales siguientes: Ilustración y religión en GPO; su trayectoria intelectual y diplomática; orígenes del cristianismo en el pensamiento de GPO; heterodoxia y silenciamiento por parte de la sociedad (“un espeso manto de silencio es la mejor manera de luchar contra las verdades molestas”; fe cristiana e irreligiosidad; Los fundamentos de la irreligiosidad; el mito de Cristo; libertad, emancipación y laicismo; el poder de la Iglesia Católica en España; el ateísmo; la Europa laica. Como puede verse un buena cantidad de temas de molesta reflexión para algunos. Mi amigo Xabier Pikaza ha publicado en su Blog su contribución a este volumen y se ha deshecho en elogios, con razón, de la probidad intelectual de GPO, a pesar de que sus ideas sobre la religión y Jesucristo sean diametralmente opuestas. Es este un diálogo muy cortés y civilizado. Por mi parte, voy a resumir mi contribución a este volumen, indicando las líneas esenciales de ella, con el deseo de no torpedear la lectura de la contribución en sí y del volumen en general, que considero muy interesante y útil. La actitud de GPO ante cuestiones como la existencia de Dios, el origen de la religión, la creencia en el alma y el fenómeno religioso, existencia y reinterpretación de Jesús de Nazaret, el nacimiento del cristianismo; el devenir cristiano en los siglos posteriores a su nacimiento, la Iglesia como estructura de poder ha sido de extremo sentido común: el ser humano reflexivo no puede aceptar nada que no haya sido cribado por su razón. No tiene el hombre otro instrumento de conocimiento que no sea este. La crítica severa practicada por GPO lo condujo a un cuestionamiento radical de los valores consagrados socialmente por una tradición que se vuelve, con el paso del tiempo, irreflexiva. GPO se fue rodeando de libros, muchos libros, de autores solventes que le ayudaron a madurar intelectualmente. Dotó así a su mente de herramientas heurísticas, de pautas de información y de análisis, de modo que su intención de explicar el mundo y el ser humano pudiera llegar a un puerto seguro. Su argumentación debía estar sólidamente fundada. Desde un momento temprano de su autoformación intelectual vio GPO con toda nitidez que su mejor contribución a la necesaria enmienda de la pobreza intelectual de muchos españoles era ahondar en la naturaleza de la ideología cristiana primitiva –la atmósfera intelectual que le había tocado vivir– y de nociones que la rodean, como el alma humana y su existencia. Otros temas conexos, como la posibilidad de la idea de Dios o las raíces del “yo”, vendrían engarzados ineludiblemente con el estudio del fenómeno cristiano. Sacar a la luz la génesis de esa ideología podía contribuir a liberar a las gentes de las pesadísimas cadenas de una inercia intelectual que no dejaba percibir la realidad que hay detrás de la práctica actual del cristianismo Respecto a los orígenes del cristianismo, su obra Ideología e Historia. El cristianismo como fenómeno ideológico, es básica. El fenómeno histórico y teológico cristiano no podía entenderse si no se iba al fundamento, que se halla en el Nuevo Testamento y desde donde arranca la religión cristiana. Puede presumirse, según GPO, que La personalidad de Jesús de Nazaret, no existiría históricamente, no habría habido influencia alguna de Jesús a lo largo de los siglos hasta ahora sin reinterpretación que de ella hizo Pablo de Tarso. y la potencia arrolladora de su sistema religioso, Es altamente probable que el Nazareno hubiera quedado relegado a uno más entre los personajillos que se creyeron agentes mesiánicos en Israel desde la muerte de Herodes el Grande (4 a. C.) hasta el estallido y consolidación de la primera gran guerra de los judíos contra el Imperio Romano (66-73) y su continuación a finales del siglo I (revueltas judías en tiempos de Trajano 114-117) y en la primera mitad del II (segunda guerra judía, a la que pone fin Adriano: 132-135). Puente Ojea fue el primero en España que importó de manera sistemática la crítica literaria e histórica de los Evangelios (y del conjunto del Nuevo Testamento) que había comenzado en Alemania en 1768, fecha en la E. G. Lessing publicó el importantísimo opúsculo de H. S. Reimarus “Sobre el propósito de Jesús y el de sus discípulos”. Sin una crítica radical de la historicidad de los evangelios, y de la influencia que en su teología había tenido el pensamiento de Pablo, era imposible comprender el origen de la religión cristiana. Y en segundo lugar, percibió que la base del desarrollo del cristianismo era la unión, fusión, o mezcla (Gonzalo lo llamó siempre “hibridación”) del Jesús de la historia, con el “Cristo de la fe”, teologuema fundamentado básicamente en la especulación paulina. La obra anteriormente mencionada, Ideología e Historia, supuso un vuelco radical en los hábitos de la exégesis y de la historia del cristianismo primitivo entre los estudiosos de lengua española que tuvieron la agudeza de comprender la inmensa importancia de lo que se les ofrecía en ese libro. Y quienes se opusieron a esa nueva manera de interpretar el Nuevo Testamento dieron fe igualmente de su trascendencia manifestando una enérgica repulsa…, claro indicio de la peligrosidad que suponía para la manera tradicional de pensar a Jesús y a la Iglesia en una España en gran parte ausente de las novedades exegéticas y teológicas que circulaban en Europa y en Norteamérica. Puente Ojea ayudó notoriamente a caer en la cuenta de que era inútil, ininteresante y superfluo, desde el punto de vista científico de la historiografía, empeñarse en negar la existencia histórica de Jesús de Nazaret, una vez despojado este de todos los adornos y excrecencias del Cristo de la fe unidas indisolublemente a su figura. ¿Qué provecho se obtiene –defendió Gonzalo– en meterse en la ciénaga de explicar la existencia del cristianismo negando a su vez la existencia real de un mero menestral, un maestro de obra, un carpintero de Judea metido –como antes Hillel u otros colegas de la época como Haniná ben Dosa o Rabí Honí, el trazador de círculos– a maestro de la ley de Moisés, y a “hombre de Dios”, a sanador y exorcista, un mero ser humano perfectamente situable en el magma rico del judaísmo del siglo I? No se obtiene provecho alguno (y sí muchísimos dolores de cabeza, provocados por un laberinto insoluble, como sostuvo Puente) del propósito de intentar una explicación del complejísimo y contradictorio corpus que es el Nuevo Testamento sin la existencia histórica de ese carpintero de Nazaret, repensado, idealizado y divinizado por Pablo y sus seguidores. Si se imagina, con pobres argumentos, que Jesús fue solo un mero mito literario no hay manera alguna –defendió Puente– de aclarar el nacimiento de un cristianismo que tanto nos afecta ideológica y socialmente. Contra novelerías poco fundadas y acríticas, Gonzalo fue el paladín de la defensa de una idea básica: “Jesucristo” como tal no existió nunca, ya que es la mezcla, la hibridación, de un Jesús, un personaje histórico, diminuto dentro de su época, con un glorioso y gigantesco “Cristo de la fe” como entidad divina, que es un constructo intelectual, teológico. Ese ente humano-divino compuesto, “Jesucristo” es, en su conjunto, un concepto teológico, y como tal una creación humana; una noción que, por mucha capacidad que tenga de actuar en los corazones de los hombres (piénsese, por ejemplo, en la noción de “patria”), no existe en sí mismo puesto que es solo –o al menos en gran parte– un mero producto dependiente de una mente pensante. Por el contrario, esa hibridación del Jesús de la historia con el Cristo de la fe, si se entiende bien, da cuenta perfectamente de la ideología ambivalente –“ambigua” era la expresión favorita de Gonzalo– que habilitó a la iglesia cristiana para desenvolverse en el mundo. Ese híbrido –argumentaba– permitió a sus seguidores “un calculado vaivén” entre una retórica revolucionaria, presentada a la vez como espiritual y pacifista, y una práctica de poder eminentemente conservadora, tradicional, nada revolucionaria, que sirvió, y sirve a la Iglesia, para controlar de manera inflexible al grupo de sus fieles desde el punto de vista ideológico, social e incluso económico. Y no solo al grupo interno, sino también a la sociedad exterior… si se deja. Para mí, GPO tuvo el inmenso mérito de iniciar en España la puesta en cuestión de las pretensiones de verdad (“pretensiones veritativas” era su expresión) de la revelación cristiana, como un producto humano crecido en un judaísmo helenizado desde hacía siglos cuando nació Jesús. Esa presunta revelación, según Puente, no es más que una mezcla indisoluble de historia, leyendas y mitos. Es verdaderamente impresionante el cambio de mentalidad interpretativa que propone la obra de Gonzalo, y que es incluso hoy día tremendamente novedosa para muchos que se animan a leer su obra, y para otros, escandalosa. Seguiremos el próximo día. Saludos cordiales de Antonio Piñero http://adaliz-ediciones.com/home/36-el-jesus-que-yo-conozco.html
Domingo, 14 de Enero 2018
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Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.
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