CRISTIANISMO E HISTORIA: A. Piñero
Hoy escribe Fernando Bermejo

Retomamos aquí la discusión sobre el texto de Josefo en Antiquitates Judaicae XVIII 63-64 que dejamos pendiente en verano. Entonces identifiqué los argumentos presentados por los defensores de un texto original neutral, y afirmé que ninguno de ellos resulta convincente. Analizamos entonces uno de ellos. Vamos hoy con el segundo.

Según otro de los argumentos empleados habitualmente, la reconstrucción consistente en suprimir las tres frases (“si es que hay que llamarle hombre”, “este era el Cristo”, y la más larga referida a la resurrección) es probable por una cuestión de estilo: una vez que las interpolaciones son eliminadas del texto, la noticia de Josefo constituye un pasaje internamente coherente e inteligible, que se lee sin problemas y ofrece una visión “neutral” de Jesús (y los cristianos).

En realidad, aunque esta opción es seguida por numerosísimos autores –citemos, por poner solo algunos ejemplos conocidos, los de Crossan, Theissen, R. Brown o J. Dunn–, presenta muchos problemas, de los que aquí mencionaré solo algunos.

En primer lugar, no es tan evidente como parece que la expresión eige ándra autòn légein khre (“hombre”) entrañe necesariamente un cuestionamiento de la humanidad de Jesús en el sentido de una afirmación de su divinidad. Esta no es la única interpretación posible. Cabe la posibilidad de que Josefo se haya referido a la creencia cristiana en la divinidad de Jesús –ya muy avanzada a finales del s. I- de un modo sarcástico.

Tampoco es evidente que la frase “Este era el Cristo” deba ser simplemente eliminada del texto. En primer lugar, como han indicado varios autores -como Carleton Paget- contra Meier, que la frase rompa el flujo discursivo no es más que una discutible apreciación subjetiva. Es, en efecto, perfectamente concebible que el texto original haya contenido alguna cláusula que relativizase la afirmación “Este era el Mesías”, y que por tanto el proceso de edición haya consistido en este caso en suprimir tal relativización con el objeto de lograr un enunciado rotundo que respaldase sin ambages las pretensiones cristianas. Además, la ausencia de una referencia a “Cristo” haría más difícil entender la aparición del término “cristianos” en la última frase del texto. es que no habría sido necesaria explicación alguna para la derivación del término “cristiano”.

Por otra parte, la preferencia por un original que contuviera una alusión al término “Cristo” se ve respaldada por varios argumentos positivos. Uno es la existencia de una versión latina del texto de Josefo transmitida por Jerónimo, y de una versión siríaca transmitida por Miguel el Sirio, patriarca monofisita de Antioquía en el s. XII, que contienen una lectura del tipo “se creía que era el Cristo”. Es difícil creer que dos autores de tradiciones lingüísticas y culturales distintas, y además eclesiásticos, se hayan sacado simplemente de la manga la misma lectura con ecos escépticos. Es mucho más probable que el texto original de Josefo contuviera una referencia mesiánica en estilo indirecto. Además, Orígenes afirma de modo tajante en varios pasajes que Josefo no creyó que Jesús fuera el Cristo, lo cual se explica mucho mejor si su texto contenía una afirmación que explícitamente negaba o relativizaba este extremo. Estas y otras razones abogan por mantener (convenientemente modificada) la frase relativa al carácter mesiánico de Jesús –algo que varios autores defienden-.

Otro de los problemas que resulta de la “solución habitual” es que nos deja con un texto demasiado breve. Y esto es un problema al menos por dos razones. Primero, porque la supresión de las tres cláusulas equivale a la eliminación de la tercera parte del texto; ahora bien, un principio elemental de economía filológica obliga (por supuesto con la salvedad de la cláusula ceteris paribus) a aceptar como más probable una reconstrucción en la que la intervención sea mínima. Segundo, porque la supresión de todo ese texto –especialmente de la segunda cláusula- parece dejarnos sin una explicación de la crucifixión, algo nada habitual en el discurso de Josefo –que suele explicar las causas de los acontecimientos de este tipo-.

Estas y otras razones hacen que la pretensión de que la solución habitual nos deja con un texto coherente, lógico y fluido no resulte en absoluto convincente.

Saludos cordiales de Fernando Bermejo

Miércoles, 13 de Noviembre 2013


Editado por
Antonio Piñero
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.





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