Notas
Hoy escribe Fernando Bermejo
He recibido recientemente un par de preguntas de lectores, relativas a mi posición sobre la hipótesis de la implicación de Jesús en ideología y/o actividad anti-romana (lo que he denominado en ocasiones, para simplificar, el “Jesús sedicioso”). Aunque está a punto de publicarse un extenso artículo mío sobre esta cuestión en el Journal for the Study of the Historical Jesus donde explico cuál es mi posición al respecto de un modo sistemático y con abundancia de argumentos, creía haber expresado ya el núcleo de mi posición con anterioridad, en particular en algunas páginas de mi artículo “¿(Why) Was Jesus the Galilean Crucified Alone? Solving a False Conundrum”, Journal for the Study of the New Testament en 2013 (v. pp. 144-149) accesible a los lectores en la página ya facilitada: https://uned.academia.edu/FernandoBermejoRubio Aunque los argumentos serán detalladamente expuestos en el citado artículo en prensa, reformulo aquí sintéticamente algo. Si bien hay muchas cosas que ignoramos e ignoraremos acerca de Jesús (igual que acerca de otras innumerables figuras del pasado), podemos estar completamente seguros de que una parte nada desdeñable de la tradición evangélica ha sido editada y reformulada de acuerdo con ciertos intereses concretos de los transmisores y los evangelistas. La razón es –como he dicho en varias ocasiones– que un buen número de pasajes clave son incongruentes, y que la incongruencia es en todos los casos del mismo tipo: los pasajes o los hilos conductores referidos al uso de violencia, uso de armas, nacionalismo anti-romano o pretensiones regio-mesiánicas han dejado sus huellas en los textos, pero son huellas siempre truncadas. Este hecho apunta a que la tradición ha sido editada en el sentido de una despolitización –algo que es reconocido por todo estudioso que se precie, independientemente de su posición ideológica, aunque cuando esto se reconoce en ciertos ámbitos suele ser a la chita callando–. Cuando a esto se le suma la presencia –más abundante de lo que parece a primera vista– de los rastros de material en los Evangelios y Hch que apunta a una implicación de Jesús y su grupo en ideología y actividad anti-romana (predicación de la venida inminente del Reino de Dios, que implicaría automáticamente el fin de todo dominio pagano; visión displicente de los paganos; crítica de los gobernantes; pretensión regio-mesiánica de Jesús; elección de un grupo de discípulos a los que se prometen posiciones como gobernantes-jueces en el futuro Israel; probable oposición al pago del tributo; al menos en el último período, carácter armado –con espadas– del grupo; incidentes en Jerusalén durante la Pascua, etc.), la hipótesis de un Jesús que no solo fue un predicador religioso visionario sino también un nacionalista convencido se impone a las conciencias de los estudiosos. Desde Reimarus, la han mantenido gente con trasfondos ideológicos y creencias muy diferentes: Charles H. Hennell, Karl Kautsky, Robert Eisler, Samuel Brandon, Hyam Maccoby, Joel Carmichael, etc. En España la han mantenido particularmente G. Puente Ojea, J. Montserrat y -en tiempos recientes- un servidor. De lo que, sin embargo, en principio al menos no podemos estar seguros es del alcance de esa edición. Esto explica que existan al menos dos visiones diferentes sobre este asunto. Algunos autores creen que la tradición ha sido completamente remodelada, y que Jesús habría sido, además de un visionario religioso, una suerte de jefe militar que se habría hecho responsable o de una guerra de guerrillas o de un golpe de mano en Jerusalén para hacerse con el Templo. Variantes de esta posición se hallan en Eisler y recientemente en Montserrat. No me atrevo a decir que esta visión sea absurda, como hacen muchos autores que la ridiculizan sin advertir que sus propias reconstrucciones son históricamente inverosímiles y, por tanto, sí verdaderamente ridículas. Y no me atrevo precisamente porque –repito- no sabemos cuál es el alcance de la edición sufrida por la tradición (es considerable, pero no conocemos cuál es su exacto alcance). Y, sin embargo, hay algunas razones que invitan a pensar que la manipulación de la tradición no fue tan completa, y que por tanto existe una alternativa más probable a la ya expuesta. La primera es una razón de economía: esa reconstrucción de los hechos parece obligar a postular prácticamente una reescritura completa de la tradición, algo que psicológicamente es posible pero no probable. La segunda es una razón de complejidad: la tradición deja entrever que Jesús no fue solo un insurgente, sino también un predicador carismático. La tercera es que, dada la aparente itinerancia de Jesús y su aparente renuncia a contar con medios materiales autónomos, no parece plausible que haya podido tener un ejército. La cuarta es que es perfectamente posible considerar a Jesús un nacionalista anti-romano rodeado de un grupo armado sin necesidad de postular una interpretación “militar”. En efecto, Hyam Maccoby explicó los testimonios disponibles conjeturando que Jesús y su grupo esperaron la irrupción escatológica de Dios en el Monte de los Olivos, y que se armaron precisamente para secundar esa manifestación divina –de un modo parecido a como los autores y destinatarios del Rollo de la Guerra de Qumrán creyeron en una sinergia humano-divina y planearon su participación en la guerra escatológica–. Esta interpretación es la que –sin citar a Maccoby – ha sido expuesta por el respetado exegeta Dale B. Martin en un recentísimo artículo del Journal for the Study of the Historical Jesus al que he hecho referencia en un post anterior. Y es también esta interpretación la que, siguiendo a Maccoby, yo he mantenido en mis artículos. Así pues, yo no veo necesariamente a Jesús como un mata-romanos, porque no tengo constancia de que matara a ninguno, y porque no creo que su interés principal fuera ese; esta tarea de eliminar a Roma ya se la dejaba él a Dios. Desde luego, sus discípulos estaban dispuestos a hacerlo, y él fue quien eligió a sus discípulos y quien les dio órdenes. Pero que Jesús se opuso teórica y prácticamente al dominio romano de Judea, rechazando el pago del tributo, criticando a las autoridades sacerdotales colaboracionistas, enarbolando pretensiones usurpatorias, diciendo a sus discípulos que se armaran con espadas, y que estuvo dispuesto a apoyar a su Dios con armas bien reales en el momento crucial de lo que equivocadamente pensó sería su manifestación definitiva, esto me parece que es lo mínimo que se sigue de una lectura crítica de los textos. Si esta hipótesis no fuera razonable, entonces los evangelios no serían solo textos infestados de incongruencias; serían algo peor: serían cuentos contados por idiotas. Saludos cordiales de Fernando Bermejo
Miércoles, 12 de Noviembre 2014
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Editado por
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.
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