Notas
Escribe Antonio Piñero
Pregunta: Comparo los versos 32 y 33 del capítulo 2 de Hechos con Romanos 1:4 y no veo diferencias entre la cristología de Pedro y la de Pablo. ¿La diferencia que usted ve es que Pedro no menciona al Cristo celeste (preexistente) y Pablo si? ¿o cuál? Porque en todo caso el Pedro de Lucas podría estar simplemente omitiendo detalles. Usted me corrige. A propósito... ¿De dónde saca Pablo el concepto del hijo óntico de Dios? Si para él es un hijo natural, el Cristo también sería un dios. RESPUESTA: Tiene Usted respondidas, creo que bastante bien esas preguntas en mi libro “Guía para entender a Pablo. Una interpretación del pensamiento paulino”, Edit. Trotta, Madrid 2015. Y hay versión electrónica (consulte página web de la Editorial) y puede Usted adquirirla. Pero a modo de avance le transcribo: A la primera pregunta: El conjunto de estas consideraciones pueden dar cuenta, aunque no del todo, del ambiguo pensamiento de Pablo, tal como hemos presentado en los textos más arriba. Después de la muerte del Apóstol, el proceso de considerar divino a Jesús se aceleró de manera notable entre sus sucesores y discípulos, hasta llegar a los casos en los que explícitamente se nombra Dios a Jesús como en Jn 20,28; Tito 2,23; Heb 1,8 y 2 Pe 1,1 (aparte del Prólogo de Juan). La claridad con la que los últimos estratos del Nuevo Testamento afirman que Jesús es Dios no se halla en el Apóstol. Curiosamente, pero correspondiendo quizás con la realidad, podemos atisbar cuál fue el mínimo esencial del pensamiento de Pablo en el discurso lucano puesto en boca de Pedro (Hch 2,22-36), quien al menos en el incidente de Antioquía (Gál 2,11-14) chocó intelectualmente con Pablo. Señalo sólo lo que viene al caso subrayando en cursiva los términos claves: 22 Jesús Nazareno, hombre acreditado por Dios ante vosotros con acciones poderosas, prodigios y señales, que Dios realizó por medio de él entre vosotros… 23 a ese… le disteis muerte de cruz. 24 Pero Dios lo resucitó… 29 El patriarca David… como era profeta, sabía que Dios le había asegurado con juramento que uno nacido de su descendencia se sentaría sobre su trono (1 Sam 7; Sal 132,11)… 32 A este Jesús Dios lo resucitó, de lo que todos nosotros somos testigos. 33 Exaltado, pues, a la diestra de Dios… 36 En consecuencia, sepa con seguridad toda la casa de Israel que a este Jesús que vosotros crucificasteis Dios lo ha hecho Señor y Mesías. En esta cristología de primera hora de lo que sería el futuro cristianismo hay un nítido señalamiento de Jesús como mero hombre y una clara apoteosis-exaltación de Jesús. A la vez, el hecho de ser declarado Señor y Mesías, por tanto divino entiéndase como se entienda, nos sitúa en el mismo ambiente del Libro de las Parábolas de Henoc, es decir, dentro de un binitarismo judío. En síntesis: Pablo es sólo el comienzo de un rápido tránsito que avanza a toda velocidad desde una exaltación/apoteosis/binitarismo, rudimentario si se compara con Nicea, de base judía, hasta una nítida declaración de la divinidad total de Jesús manifestada por los pasajes del Nuevo Testamento que proclaman expresamente Dios a Jesús, sin matices. Entre la muerte de Pablo y algunos de estos textos (Evangelio de Juan, Tito, Hebreos, 2 Pedro) no habían pasado ni cuarenta años. Y es muy posible también que este acelerado proceso no se diera solo entre los judeocristianos sino especialmente entre los gentiles conversos. Podemos concluir también que entre los grupos apocalíptico-visionarios judíos, como los autores del Testamento de Job, IV Esdras, y los henóquicos, etc., se dio una suerte de competición teológica en el último tercio del siglo I d.C. por mostrar que el verdadero mesías humano era el señalado y venerado por su grupo y no el de los adversarios, también judíos. Para los judeocristianos era Jesús el único y verdadero mesías, hijo de Dios divino después de su muerte; para los henóquicos, el mesías, descrito como asistente divinizado junto al trono del Altísimo en el Gran Juicio, era Henoc; para el autor de IV Esdras, era el hombre celeste que sale del mar; para los qumránicos, quizás Melquisedec y algún otro más; y para otros era Elías o incluso Moisés divinizado. Se va abriendo así hacia el final del siglo I el círculo que comenzó ciertamente antes de la composición del libro de Daniel (hacia el 160 a.C.), quien recoge la visión, cronológicamente anterior, de un “como hijo de hombre” celeste que recibe poderes de Dios y se sitúa a su lado. Es el momento en el que los seguidores de Jesús están ya inmersos en un ambiente grecorromano. Para algunos paganos del entorno, tendentes hacia el monoteísmo, no existirían muchas dificultades para considerar dios a Jesús, un ser humano exaltado al empíreo, porque cumplía totalmente los requisitos exigidos por sus coetáneos para adorar a la divinidad: además de las maravillas que de él se decían, era ante todo un benefactor, que había traído la paz y la tranquilidad sobre sus seguidores, favorecía en suma la vida humana y su adoración garantizaba la bienandanza futura. Jesús, como hombre, fue algo muy superior a Hércules o Augusto divinizados. A la segunda: Para Pablo –y lo digo claramente en esa misma obra– el “Hijo” no es óntico (es imposible en una mentalidad judía), sino hijo adoptado. Léalo, por favor. Saludos cordiales de Antonio Piñero Universidad Complutense de Madrid www.antoniopinero.com
Jueves, 17 de Marzo 2016
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Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.
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