Notas
Hoy escribe Antonio Piñero
Seguimos con el tema cómo la imagen de Dios según Jesús nos indica la distancia óntica, de esencia, que existe entre él y la divinidad. De acuerdo con Oseas 11,9, "Yo soy Dios y no un hombre; dentro de ti yo soy santo", la predicación de Jesús destaca la profunda alteridad de Dios: Dios es otra cosa totalmente distinta del mundo y del hombre. La diferencia entre "Mi padre que está en los cielos" y la "carne y la sangre" es clara en los evangelios. Así lo expresa claramente Jesús en la denominada confesión de Pedro de Mt 16,17: “Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos”. Los paralelos de textos judíos anteriores a Jesús como Eclesiástico, o Ben Sira 14,18 y el Libro de las antigüedades bíblicas, de un autor desconocido judío, quizá del siglo I d.C., en 62,2, confirman que “carne y sangre” sirven para distinguir al ser humano en su finitud esencial y Dios, que es radicalmente diferente. En el texto presente Jesús afirma que la confesión mesiánica de Pedro (“Tú eres el mesías, el hijo de Dios vivo”) no se la revelado ni siquiera Jesús, sino alguien totalmente diferente, el Dios de los cielos Dios tiene un poder especial. En la controversia sobre la resurrección de los muertos de Mc 12,18-27, Jesús contrapone el poder de Dios al de los hombres incluido el mismo: “Jesús contestó (a los saduceos que le tendían una trampa afirmando que no existe la resurrección): «¿No estáis en un error precisamente por esto, por no entender las Escrituras ni el poder de Dios? Pues cuando resuciten de entre los muertos, ni ellos tomarán mujer ni ellas marido, sino que serán como ángeles en los cielos. Y acerca de que los muertos resucitan, ¿no habéis leído en el libro de Moisés, en lo de la zarza, cómo Dios le dijo: Yo soy el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob? No es un Dios de muertos, sino de vivos. Estáis en un gran error»”. El pasaje vuelve a destacar la diferencia entre el poder de Jesús, y el de los demás hombres, y el de Dios que otorga la resurrección Dios posee conocimientos especiales que no tiene, por ejemplo, ni siquiera Jesús. El pasaje más importante es el muy citado Mc 13,32, en el que el Nazareno afirma ante sus discípulos que él mismo no sabe cuándo llegará el fin del mundo: “Mas de aquel día y hora, nadie sabe nada, ni los ángeles en el cielo, ni el Hijo, sino sólo el Padre”. Otro pasaje interesante es Lc 16,140-15: “Estaban oyendo todas estas cosas los fariseos, que eran amigos del dinero, y se burlaban de él. Y les dijo: «Vosotros sois los que os la dais de justos delante de los hombres, pero Dios conoce vuestros corazones; porque lo que es estimable para los hombres, es abominable ante Dios.” Obsérvese de nuevo la distinción entre Dios y Jesús establecida por él mismo. Otra cualidad que Jesús atribuye constantemente a Dios es la bondad especial, que contrapone la figura divina a la de él mismo. El pasaje de Mc 10,17 nos parece especialmente interesante: Se ponía ya Jesús en camino cuando uno corrió a su encuentro y arodillándose ante él, le preguntó: «Maestro bueno, ¿ qué he de hacer para tener en herencia vida eterna?» Jesús le dijo: «¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno sino sólo Dios. En un momento en el que la teología de los evangelistas destaca con cierta claridad su idea de que Jesús es de algún modo divino, tiene especial valor esta distinción –sin duda conservada por la fuerza misma de una tradición que se impone- entre Dios y Jesús hecha por él mismo. Obsérvese cómo el evangelista Mateo, que copia de Marcos, observa cómo lo que transmite su predecesor es lesivo para la imagen de un Jesús divino y corrige el texto marcano en 19,16-17: “En esto se le acercó uno y le dijo: «Maestro, ¿qué he de hacer de bueno para conseguir vida eterna?». El le dijo: «¿Por qué me preguntas acerca de lo bueno? Uno solo es el Bueno. Mas si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos»”. Pero todo esto es más o menos normal dentro del judaísmo que vivió Jesús. La imagen de Dios más peculiar, la que se impone en la enseñanza de Jesús puede percibirse indirectamente a través de las actitudes que Aquél exige del hombre ante Dios. Estas son, principalmente tres y están relacionadas entre sí: la fe, la obediencia y la exigencia de una oración continua. Seguiremos. Saludos cordiales de Antonio Piñero.
Viernes, 2 de Enero 2009
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Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.
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