Notas
Hoy escribe Antonio Piñero
Mis conclusiones son las siguientes A. No encuentro ni una sola frase atribuible al Jesús histórico que me obligue a pensar que éste defendía la presencia actual del Reino, a saber que el reino de Dios había llegado ya. Ni siquiera en Lucas 11,20. Estoy de acuerdo con C.C. Caragounis (Se trata de un resumen de la doctrina de Jesús para un artículo de diccionario: C.C. Caragounis, «Kingdom of God/Kingdom of Heaven», en J. B. Green-S. McKnight (eds.), Dictionary of Jesus and the Gospels, Intervarsity, Downers Grove 1992, p. 424) en que no hay un solo dicho sobre el reino de Dios en la tradición de Jesús que «exija de modo constringente ser interpretado como alusivo a un reino de Dios presente». B. No veo razón alguna convincente para que la contundente realidad del Reino futuro según Jesús quede obscurecida en tan alto grado en los tratamientos librescos tanto científicos como populares. O incluso a veces que se haga decir a Jesús implícitamente lo contrario de lo que él pensaba, comentando en muy pocas páginas el «reino de Dios futuro» y triplicando o cuadruplicando las páginas otorgadas a la presencia y venida real del reino de Dios, cuando la base textual de esta presencia es en realidad un solo pasaje… y al menos dudoso. C. Tampoco encuentro razón alguna convincente de que sistemáticamente se obscurezca, o que se interprete simbólica o metafóricamente, el aspecto en parte material, geográfico, espacial y temporal, del reino de Dios futuro según Jesús. Quien se introduzca en la mentalidad de los judíos del siglo I, sentiría que para ellos el reino de Dios -aunque se viera aún como futuro- ha de concebirse como algo bien real, un evento concreto, sensible y palpable. A quien les hablara de que es un «símbolo» o «metáfora» podrían tenerlo por loco. En lo que sigue esbozaré unos apuntes para la continuación de la perspectiva esbozada en estas notas críticas. 1. A partir de las premisas de que el reino de Dios según Jesús poseerá bienes materiales y espirituales, y que será un evento concreto, espacio-temporal, en la tierra de Israel, renovada y restaurada, el investigador de hoy puede pensar que –según esa mentalidad reconstruible del Jesús histórico- el reino de Dios futuro habría de tener dos fases: A. Una «acá abajo», en la tierra de Israel B. Una fase absolutamente supramundana /celeste, definitiva, absoluta, eterna, feliz, en un nuevo paraíso Inicio hoy este tema con la fase primera: A. Una «acá abajo», en la tierra («(Aquí) el ciento por uno y luego la vida eterna», sentencia muy clara en Mc 10,30; más difusa pero suficiente en Mt 19,29). Un Reino divino cuya «constitución» o norma de gobierno sería la ley de Moisés, cuya estructura sería teocrática (gobierno del mesías y sus discípulos); cuyos bienes serían sin duda espirituales, pero también materiales (el símbolo principal de este reino es el “banquete” y la hartura que produce), y cuya duración no se especifica nunca. En la última fase de la vida de Jesús, este Reino vendría a la tierra de Israel tras su muerte y resurrección, que habrían de operar como evento acelerador de la voluntad omnímoda de Dios (sea como fuere la exacta interpretación), que es el único que instaurará su Reino; pero será muy pronto, en vida de sus discípulos más inmediatos. Si es lícito reconstruir la duración temporal de esta primera fase del Reino según Jesús a partir de las noticias de su discípulo Juan, autor del Apocalipsis (cap. 20), este reino podría durar mil años. Estaría compuesto por los fieles a Jesús supervivientes a la destrucción de los enemigos de Israel y por los resucitados después de la resurrección del Maestro, tras la persecución y muerte sufrida en su nombre. Algunos gentiles participarán de este Reino, pero la mayoría de los paganos –de acuerdo con los profetas, Tritoisaías sobre todo- se mantendrían a prudente distancia, alejados, pero con gran respeto por el Israel restaurado. El Templo, aniquilado, sería reconstruido no por mano humana, sino por la divinidad, y sería el centro de la adoración a Dios en la tierra renovada. Los gentiles mirarán hacia él como lugar posible de adoración del Dios verdadero por todos los seres humanos que lo deseen. La duración de aproximadamente mil años se acomoda al principio apocalíptico de que el «final es una repetición de los orígenes»: antes del diluvio, la historia de los patriarcas nos cuenta que todos ellos vivieron sobre la tierra unos mil años. Sólo después del diluvio la vida de los hombres quedó limitada a ciento veinte años (Gn 6,3). En esos mil años no habría diversos nacimientos de generaciones diferentes, no habría necesidad de matrimonio alguno, porque los agraciados con ese Reino serán como ángeles (Mc 12,25; por tanto esta sentencia de Jesús no se refiere al reino supramundano, celeste, sino al material, de aquí abajo, pero en las circunstancias especiales del milenio). Los mismos que comenzaron el Reino (ya resucitados expresamente para él; o bien que entraron en el Reino aún en vida) durarían en él hasta el final, al cabo más o menos de esos mil años. Esta fase es de algún modo el «eón futuro», pero no el definitivo. Saludos cordiales de Antonio Piñero. Universidad Complutense de Madrid www.antoniopinero.com
Viernes, 21 de Junio 2013
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Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.
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