Notas
oy escribe Fernando Bermejo
Querido Xabier: Ayer me encontré, de improviso después de algunas semanas, con un texto en tu blog en el que te refieres a una postal mía en este mismo blog, a pesar de que en ella yo había escrito claramente: “El texto de hoy es –excepto el excursus entre corchetes siguiente, escrito al hilo de una observación de Xabier sobre el tono “agresivo” de algunos de mis textos– del todo independiente de esa carta”. Dado que tú a la vez continúas y cierras explícitamente el diálogo en esta sede, yo haré lo mismo en el post de hoy: continúo y cierro. <!--more--> El núcleo de mi primer post partía de una afirmación tuya en tu <em>Evangelio de Marcos<em>(Verbo Divino, Estella, 2012), p. 1021, nota 100: “Los textos de Reimarus han sido publicados por G. E. Lessing […] Sobre los posibles elementos ‘armados’ del movimiento de Jesús y sus seguidores siguen siendo esenciales los libros de Brandon […] Una última defensa del carácter ‘militar’ del movimiento de Jesús ha sido defendida en castellano por X. [J.] Montserrat […] Esa hipótesis ha sido suficientemente refutada por la exégesis crítica, como muestras las obras más importantes de los últimos decenios sobre la historia de Jesús”. Dado que en tu discurso pareces meter en el mismo saco a Reimarus, Brandon y Montserrat, lo de la “suficiente refutación” parece referirse a la totalidad. Y es esto –si te he interpretado bien– lo que considero tan injusto e infundado como falso. Precisamente para abrir un diálogo al respecto, una pregunta central que te formulé es la de cuáles eran, en tu opinión, los argumentos que “refutan suficientemente la hipótesis”. Esta pregunta no fue respondida. El segundo núcleo de mi carta venía dado por el hecho de que al analizar el texto de Mc 14,47, tú construyes tu discurso afirmando en ocasiones que el individuo que saca la espada es “alguno de sus simpatizantes (a quienes él no controla)”, mientras que pocas líneas después, en la misma página, sostienes que “debe ser un discípulo importante, cabeza de grupo” (y esto no está en una nota, sino en el cuerpo del texto). Yo te pregunté si, en tu opinión, quien desenvaina y tira a matar era una cosa o la otra, porque no es lo mismo –si es un mero “simpatizante”, ¿de dónde sale, si en esta escena las fuentes nos hablan solo de discípulos?; si es un “discípulo importante”, y si Jesús era un amante y maestro tan exquisito de la paz, ¿es que no había logrado inculcar sus valores más sagrados a uno de sus discípulos íntimos?–, y porque las consecuencias no son iguales, y porque este tipo de cosas deberían dejarse claras para saber por dónde discurre realmente tu discurso, y qué juicio intelectual merece. Quizás hayas respondido y yo no lo haya visto –porque, como la Sinagoga, estoy ciego–, pero el lector que se formule estas preguntas sigue sin saber con cuál de las dos respuestas te quedas, ni a qué atenerse. Evidentemente, no era ni es mi intención reducir un monumental comentario sobre Marcos que te ha llevado mucho tiempo y esfuerzo a una contradicción, aunque parece que tú me lo achacas. Si esta es la impresión causada, lo lamento de veras: no era mi intención. Pero tan injusto como sería hacer eso lo es dar a entender a los lectores que yo cometo la injusticia de reducir el valor de tu obra a una cuestión menor o nota a pie de página. Evidentemente, no es así. La cuestión que planteo no es en absoluto baladí, porque del juicio histórico sobre el pasaje de Mc 14, 47 –junto con otros, por supuesto– depende un tipo u otro de reconstrucción histórica del personaje, y por tanto el juicio que se emita sobre las esperanzas, el carácter y la muerte de Jesús (y no me digas que te mantienes en el plano literario o la perspectiva de Marcos, porque cuando quieres, en tu comentario, saltas al plano de la historia). Con respecto a lo que digo en mi segundo escrito sobre lo que tú afirmas sobre mi tono, yo no me defendí, aunque solo sea porque creo no necesitar defensa alguna. Me limité a hacer una serie de observaciones a mi juicio elocuentes, y la referente a Jesús permite –a quien quiera verlo– detectar el doble rasero y la parcialidad de muchos (me temo que también la tuya). Por lo demás, Xabier, solo la gente que me conoce bien sabe de cuántos tonos y tonalidades yo soy capaz (lo mismo te pasará a ti, supongo). Ciertamente, en la realidad lo que para unos es plausible para otros no lo es, igual que –al parecer–lo que para unos es una respuesta para otros no lo es. Los humanos somos así. Pero que los relatos de la Pasión (y en general los Evangelios) están –en el plano de la reconstrucción histórica, que es al que obviamente me estoy refiriendo en todo momento– plagados de inverosimilitudes, y que esta sea una de las bases de la hipótesis de la que hablamos, no es algo que se invente Fernando Bermejo. Es algo que reconoce cualquiera que tenga ojos para ver, y que numerosos estudiosos (como mínimo desde Reimarus, si no nos remontamos a Celso y Porfirio) han visto. Y para detectar las incoherencias y las inverosimilitudes da igual si estás sentado en un despacho aséptico, en medio del tráfago de una urbe o en una playa atlántica cogiendo olas, con tabla o sin ella. De modo que hablar de la “coherencia de Bermejo” y de la “inverosimilitud de Bermejo” puede ser retóricamente eficaz, pero, querido Xabier, no tiene ni pies ni cabeza. (Por cierto, muy bonita la foto de la legión con el Cristo). No contento con ello, escribes a renglón seguido: “Los textos hay que estudiarlos desde su trasfondo histórico, literario, retórico y religioso (por lo menos). A no ser que se estudien así, no se pueden lanzar acusaciones generales”. Pero ¿de qué acusación me estás hablando? ¿Desde cuándo es “lanzar una acusación” afirmar algo tan elemental –pero que muchos no quieren ver– como que “El punto de partida de la hipótesis es la propia textualidad de los Evangelios canónicos, en la medida en que a) sus relatos de la Pasión están plagados de contradicciones, incoherencias e inverosimilitudes”? Pero ahora también nos enteramos de que hay “un plano” en que esta afirmación es “discutible”. Me gustaría saber cuál es, hablando de reconstrucción histórica (que es a lo que me refiero siempre), cuál es ese interesante plano… Item más. Al escribir yo “la hipótesis del Jesús implicado en la resistencia antirromana, en cualquiera de sus variantes, no goza de amplias simpatías en la exégesis neotestamentaria (mayoritariamente compuesta de creyentes cristianos), por razones obvias”, quiero decir exactamente lo que digo. Al escribir tú: “Tengo la impresión de que quiere decir que los creyentes cristianos no pueden ser ‘imparciales’ a la hora de entender el fenómeno Jesús”, esa es una deducción tuya. Sin duda, yo he afirmado a menudo y seguiré haciéndolo –demostrándolo con numerosos ejemplos (v.gr. en mi último artículo de Bandue 2011, en que muestro las contradicciones e incoherencias de Meier, Crossan, Theissen y Dunn en el tratamiento de un tema determinado)– que, con demasiada frecuencia, a los exegetas creyentes se les (os) ve el plumero, pero eso no significa que a otros no se les vea; y tampoco significa que un creyente no pueda ser crítico (o un increyente acrítico, faltaría más). Uno de mis autores más respetados del s. XIX es Johannes Weiss, que era un piadoso protestante, pero que en términos generales sabía distinguir bastante bien la historia de la teología. Otro de los autores a los que más respeto, a caballo entre el XX y el XXI es a Dale Allison, exegeta profundamente creyente y uno de los historiadores de Jesús más eruditos y sensatos. Y respeto a Dale no porque yo sea el único español al que cita, sino porque es un individuo profundo y lúcido, que distingue con delicada nitidez entre historia y teología. Los exegetas creyentes capaces de elaborar historia crítica son una especie rara, pero de vez en cuando se avistan ejemplares. De modo que, aunque sin duda afirmaciones “poco serias” se me pueden atribuir, precisamente la de la imposibilidad de un exegeta creyente crítico, no (la de su improbabilidad, sí: omnia praeclara rara). Y sobre lo que son las precomprensiones y los prejuicios, ya he dicho en este blog hace tiempo todo lo que tenía que decir. Yo no discuto –y apenas hay quien discuta – que el proyecto de Jesús incluyera una profunda espiritualidad, justicia social, y humanidad, y que estuviera conformado por conmovedores ideales (conmovedores, en algunos casos; en otros, totalmente inquietantes y desquiciados). Esto lo han reconocido Eisler, Brandon, Maccoby, y otros muchos. La presunta unilateralidad de la hipótesis del Jesús implicado en la resistencia antirromana es, al menos en varias de sus versiones, pura caricatura sin base. Estoy totalmente de acuerdo contigo en que hay que precisar el tipo de resistencia antirromana de Jesús. Pero, en primer lugar, quizás reconozcas que hay muchos exegetas y teólogos a los que se les ponen los pelos como escarpias al oír hablar de “resistencia antirromana”, ¿verdad? Y en segundo lugar, hay que ver cuál es la plausibilidad y la coherencia de la versión que se ofrece (por eso te preguntaba, por ejemplo, si según tú el individuo que asesta el mandoble en Getsemaní es un mero “simpatizante” o un “discípulo importante”, pero al parecer me voy a quedar sin saberlo). Lamento añadir que, con respecto al asunto del “militarismo” de Jesús al que te refieres mencionándome –hablas en alguna ocasión de “militante militar antirromano en plano militar” (sic)–, para decirlo en román paladino, tú te lo guisas y tú te lo comes. Nunca he afirmado ni presupuesto que Jesús fuera un militarista ni el jefe de un ejército, ni que la actividad armada haya sido lo más crucial en su trayectoria vital, ni que creyera que iba a ser una actuación armada la que haría irrumpir, como tal, el Reino de Dios. La asociación de Jesús con la resistencia antirromana –o la compatibilidad de su proyecto con esa resistencia– y con cierta medida de violencia y de ruido de armas no implica necesariamente ninguna de esas tesis. Ya Samuel Brandon tuvo que denunciar, un tanto harto, que varios sedicentes estudiosos críticos (v.gr. J. Gwyn Griffiths, ¡en New Testament Studies!) afirmaran que él había escrito que Jesús era un zelota (¡algo que Brandon negó explícitamente en su obra!). Pero bueno, a las caricaturas estamos acostumbrados. A esta luz, no necesito añadir una palabra a tus simpáticas afirmaciones sobre el carácter obsoleto de mis preocupaciones y lo desencaminado de mis respuestas. Con respecto a la valoración que efectúas de mis artículos historiográficos, como no haces referencias precisas ni críticas concretas, no sé a qué te refieres con lo de “bastante parcial”, y por tanto no puedo decidir si ese juicio tuyo es, a su vez, bastante parcial. En todo caso, tal vez te interese saber que muchos de quienes están hoy en el plano internacional en la vanguardia de la historia y la historiografía sobre Jesús (Dale Allison, A. J. M. Wedderburn, James Crossley, Anthony Le Donne, Chris Keith…) no parecen compartir tu juicio, pues están citando elogiosamente mi obra y aceptando su validez (tanto los artículos españoles como el inglés). Tampoco parecen compartir tu juicio los editores de la Encyclopedia of the Bible and Its Reception (Walter de Gruyter, Berlín y Nueva York), pues me han encargado la redacción del artículo “Quest of the Historical Jesus”… con lo cual, ciertamente, solo demuestran lo terriblemente insensatos que son. Por lo que respecta a los lugares en los que publico y a su adscripción confesional, te confieso que estoy muy contento de haber publicado donde lo he hecho –nunca me arrepiento de nada, yo soy así de (ir)responsable–, pero permíteme aclararte que lo que he publicado en editoriales confesionales –y podrías haber añadido 4 artículos en Estudios Bíblicos (el último sale en septiembre)– es solo un pequeño porcentaje del total, pues la mayor parte se edita –a menudo en inglés y en otras lenguas europeas– en sedes no necesitadas de nihil obstat. Por lo demás, te ahorraré, a ti y a los lectores, la historia de la publicación de mis dos artículos en la Revista Catalana de Teología hace 6 años, y de los intentos por cortocircuitar su publicación por parte de algunos eclesiásticos-exegetas conocidos de este país. Por supuesto, hay de todo en la viña del Señor, y ha sido un placer colaborar v. gr. con la colección de Estudios Bíblicos de la editorial Sígueme, en la que trabajan personas tan excelentes y afables. Y, para terminar, ciertamente, Xabier, no, yo no albergo el menor objetivo de “transformación mesiánica” del mundo. Yo soy así de elemental y de primario (solo en un plano, claro, en otro esta afirmación es muy discutible…). El mesianismo os lo dejo a quienes tenéis la inmensa fortuna de saber que hay un mesías, y quién es. En lo relativo a unciones con óleo, ciertamente prefiero el aceite de oliva virgen extra… pero solo para cocinar. Por lo que respecta a mi compromiso con la justicia y con una realidad menos indecente (en la medida de lo posible, que visto lo visto nunca es muy grande), no diré una palabra, porque que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha, y viceversa. Te avisaré cuando publique mis artículos –históricos en este caso, no historiográficos– sobre la hipótesis mencionada (va para largo, el principal aparecerá en inglés y ya sabes lo que tarda el peer review…), para que tengas la oportunidad, si quieres, de refutarlos suficientemente en una revista científica, donde uno sí se expone a tener que responder de sus incoherencias y sus contradicciones. Querido Xabier, lamento haberme alargado. Yo también termino este texto dándote las gracias. Por tus líneas bienintencionadas -y por las que no lo parecen tanto, pero que en el fondo también lo son porque tú tienes buen fondo-, por tus inmerecidos elogios, por ser quien eres, y desde luego por haberme invitado a Cuenca (¡no una, sino dos veces, que ya te has olvidado!). Mi afecto por ti sigue incólume. Y espero que no pasen años sin que te pueda dar otro abrazo. Siempre tuyo, Fernando
Miércoles, 29 de Agosto 2012
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Editado por
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.
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