Notas
Hoy escribe Antonio Piñero
Deseo, en unas cuantas postales, presentarles y comentar un libro pequeño, 160 pp. sin notas, del autor que hemos mencionado en repetidas ocasiones, Daniel Boyarin. Algún estudioso ha escrito que es el libro “más rompedor” sobre temas cristianos que ha leído jamás. Adelanto mi opinión que, hoy por hoy, pienso que no es para tanto, que se exagera, pero que ciertamente la reunión de sus ideas en un pequeño volumen puede impactar. Desgraciadamente el libro no ha sido traducido al español. Su ficha es: The Jewish Gospels. The Story of the Jewish Christ, The New Press (empresa no con ánimo de lucro) New York 2012, 200 pp. con índice, bibliografía y notas. ISBN 978-1-29558-468-7. En la Introducción prepara Boyarin al lector para lo que viene a continuación. Nuestro autor es repetitivo en las ideas principales. Así que el lector no se llama luego a engaño. El tema principal del libro es demostrar que uno de los núcleos principales del cristianismo, la idea de un mesías divino y humano a la vez, no era en absoluto extraña al judaísmo del siglo I e.c. en la que vivieron Jesús, Pablo y los primerísimos cristianos. Para un judío de la época la cuestión no era “¿Va a venir a la tierra un mesías divino?”, sino “¿Es Jesús, el carpintero de Nazaret, ese mesías humano divino al que estamos esperando?”. Ni entonces ni ahora, argumenta el autor, es el judaísmo una “religión” de una ideología o dogmática inflexible. Es más ni antes ni ahora es ni siquiera una religión. Es más bien una entidad étnico-religiosa, un pueblo elegido por Dios, con el que éste hizo una alianza, que tiene unas normas para vivir y mantenerse dentro de esa alianza y para participar en el mundo futuro cuando venga. En esa entidad étnico-religiosa convivían elementos de una mentalidad teológica absolutamente dispar, como los esenios y los saduceos, cuyas creencias sobre el más allá, por ejemplo, no coincidían en casi en nada. Y ambos eran judíos al cien por cien. Boyarin pone muchos ejemplos de esta variedad: tras la destrucción del Templo en el 70 e.c. muchos judíos desearon que se reconstruyera el santuario; pero otros, igualmente judíos, aborrecieron los sacrificios; unos judíos defendían un monoteísmo súper estricto, mientras que otros pensaban que Dios se manifestaba hacia fuera por medio de entidades o emisarios, como la Sabiduría, o incluso que podía tener una suerte de “hijo”, superior a los ángeles, que podía actuar de intermediario entre la suprema divinidad y los hombres. Incluso lo que más tarde se desarrollaría como un pensamiento trinitario, en apariencia estrictamente cristiano podría encontrar refugio en el judaísmo polivalente del siglo I, y sin notable esfuerzo. Por ello, según Boyarin, conceptos como un “buen Jesús” (el Jesús histórico, judío) y un “ungido/cristo ajeno al judaísmo” (el Cristo celestial de Pablo y seguidores), según muchos, procedente ideológicamente del mundo griego y no judío, no tenía sentido en el siglo I e.c. o incluso antes en la realidad de Israel. En realidad no había propiamente rabinos, sino expertos en la Ley, de la que se discutía casi todo. Por ello la variedad de ideas era inmensa. Todas esas nociones de un mesías humano y a la vez celestial, ¡sin influjo alguno del helenismo!, eran si no moneda corriente, sí al menos una ideología defendible por algún grupo religioso judío. En otras palabras: las nociones centrales de la cristología del cristianismo acerca del cristo o ungido y su naturaleza celeste, su esencia como hijo de la divinidad, su naturaleza humano-divina no son propiamente un préstamo del mundo griego, donde los dioses tienen hijos entre los hombres, sino algo totalmente judío desde hacía siglos. Durante los siglos I y II se podía ser sin problema, según Boyarin, al menos para bastantes judíos, cristiano y judío a la vez: creer en un mesías divino y ser un observante de la ley de Moisés no era cuestión problemática alguna. Sólo con el correr de los siglos II al IV o incluso el V, las autoridades, tanto por parte de los cristianos como de los judíos, fueron las que manifestaron un interés verdadero, por motivos de control social del grupo religioso, en trazar las fronteras entre el judaísmo y el cristianismo… que eran relativamente fluidas hasta entonces. Esto supone, entre otras cosas, que el pretendido Concilio o Reunión de Yavne, hacia el 90 e.c., en el noroeste de Israel, cerca de Jaffa, donde –según se dice-- se constituyeron las bases del judaísmo hasta hoy sobre un fundamento fariseo, es una leyenda talmúdica de los siglos V o VI e.c., un cuentecillo que proyecta hacia atrás, hacia finales del siglo I e.c. una situación que reproducía en verdad sólo la de su época, por tanto cuatro o cinco siglos más tarde. Y supone que los concilios de Nicea, 325, de Constantinopla, 381, y de Calcedonia en el 451, marcaron unas diferencias entre judaísmo y cristianismo que eran en parte artificiales, pues en los dos bandos había personas que creían en una suerte de trinidad y a la vez eran fieles a la leyes de Moisés. Es esos años esa flexibilidad se acabó definitivamente. Boyarin piensa que el Evangelio de los nazarenos, del siglo II y que susbistía aún en el IV y V, criticado por san Jerónimo y luego san Agustín, cuya existencia a finales del siglo IV es evidente, demuestra que había judíos observantes que creían en Jesús como mesías, que había nacido de la virgen María, que había sufrido bajo Poncio Pilato y había luego resucitado y estaba a la derecha del Padre y a la vez observaban la ley mosaica. Sin embargo, tanto para san Jerónimo como san Agustín tales creyentes no eran ni judíos ni cristianos. Ambos querían que las fronteras se marcaran nítidamente para saber quién pertenecía a cada grupo de manera irreconciliable. En líneas generales, esta tesis, que coinciden con algunas ideas de su otro libro Border Lines, Espacios Fronterizos, son en buena parte un tanto exageradas, pero a la vez muy sugerentes, pues contienen una parte de verdad, aunque sea tangencial y se exagere su proyección al Imperio de la época. El problema es, pues esa excesiva generalización. En el pequeño libro que comentamos Boyarin defiende que no se debe buscar qué ideas hacen a uno judío o cristiano, sino aquellos espacios fronterizos, de igualdades familiares, que constituyen la familia judeo-cristiana, a saber, y por ejemplo, la creencia en que la Biblia hebrea es igualmente sagrada para los dos grupos, y que la fe, típicamente cristiana en apariencia, en el “Hijo del Hombre” era igualmente propia de los judíos. Todo ello puede probarse, argumenta, analizando algunos pasajes evangélicos, por ejemplo, Marcos 2, que demuestran que los evangelios cristianos son ante todo evangelios judíos. Seguiremos el próximo día con el tema “Del Hijo de Dios al Hijo del Hombre”. Saludos cordiales de Antonio Piñero. Universidad Complutense de Madrid www.antoniopinero.com Nota: albergo la sospecha de que –a pesar de haber indicado el vínculo o lazo con “Revistadelibros” en la postal de la semana pasada- la mayoría de los lectores no han leído la reseña y crítica valorativa de los otros libros, de Hurtado, Dunn y Boyarin. Vuelvo a repetir el vínculo porque estimo que el tema de la “divinización de Jesús” en los inicios del cristianismo es sumamente importante: http://www.revistadelibros.com/articulos/la-divinizacion-de-jesus
Viernes, 26 de Julio 2013
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Editado por
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.
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