Reconstrucción de la
tumba de Pedro en el Vaticano . El santuario de Olimpia, en Grecia, incluía entre sus maravillas o curiosidades una tumba dedicada al héroe que fundó los Juegos Olímpicos, Pélope. Pausanias la describe así:
Dentro del Altis hay también un recinto consagrado a Pélope. Pélope es honrado con preferencia por los eleos entre los héroes de Olimpia, tanto como Zeus entre los demás dioses. A la derecha de la entrada del templo de Zeus, hacia el viento Bóreas, está el Pelopio, a suficiente distancia del templo como para que entre ellos haya estatuas y otras ofrendas, y, comenzando aproximadamente a la altura del centro del templo, se extiende hacia la parte de atrás. El Pelopio está rodeado por una cerca de piedras, y dentro crecen árboles y hay estatuas consagradas. Su entrada está hacia Occidente. Se dice que Heracles, hijo de Anfitrión, se lo asignó a Pélope, pues él era biznieto de éste, y se dice también que hizo sacrificios en el hoyo a Pélope. Pausanias V 13, 1-2 (traducción de M. C. Herrero Ingelmo).
La costumbre era muy importante porque servía para legitimar cultos, santificar lugares y atraer visitas y peregrinaciones. Era una forma de servirse de los héroes para venerar también a los dioses.
Quizá uno de los mejores ejemplos cristianos de esta costumbre sea la Basílica de San Pedro en Roma. Fundada sobre una necrópolis romana adyacente al circo de Calígula y Nerón, en sus ruinas, que se pueden visitar con estricto permiso del Vaticano, se ha excavado lo que por ahora es científicamente reconocido como tumba de San Pedro.
La necrópolis fue construida en unos terrenos cercanos a la colina Vaticana, ya en las afueras de Roma, en las posesiones campestres de los emperadores Calígula y Nerón (una especie de Buen Retiro como en Madrid).
La visita que se lleva a cabo en la actualidad incluye un recorrido por los distintos monumentos funerarios, de gran interés si no se conoce esta faceta de la arquitectura y el arte romanos, y una fugaz vista del famoso “muro rojo”. pared del monumento que conmemoró la tumba del santo cristiano.
La veneración de la tumba, una sencilla fosa que recibió una cierta monumentalización a mediados del siglo II, se identifica por una inscripción griega, PETROS ENI en transliteración, que no ha sido puesta en duda. El monumento constaba de un nicho cubierto por una lastra de travertino, sostenido por dos columnas junto a la cual había otro nicho más pequeño. Debajo había otro nicho subterráneo que rodeaba la tumba. El lugar siempre estuvo cuidado, incluso cuando, en el año 258, se trasladaron los restos del difunto a las catacumbas.
Pero no es ese el monumento que mejor guarda la costumbre pagana de venerar a los difuntos. La segunda variante de la misma es la de construir tumbas vacías conmemorativas, cenotafios. En Atenas sabemos que la costumbre era muy importante por cuanto se recordaba así a los caídos por la patria cuyo cadáver no había podido ser trasladado a su lugar de origen. El caso es que, en Cirene, la muy populosa ciudad de la costa de Libia, hay, por ejemplo, una tumba vacía dedicada a Bato, el héroe fundador de la ciudad, al que Catulo dedicó estos versos:
Tan gran número (de besos) como las arenas de Libia
se extienden por Cirene, rica en Laserpicio,
entre el oráculo del ardiente Júpiter
y el sepulcro sagrado del viejo Bato (Catulo VII 2-5, traducción de Ramón Irigoyen).
Los héroes fundadores de ciudades fueron un elemento mítico de gran calado. Su relación con los dioses era manifiesta, pues las leyendas afirmaban que los lugares idóneos para establecer nuevos centros urbanos habían sido comunicados a los fundadores mediante oráculos que certificaban el favor de los dioses. La costumbre, de esa manera, consolidaba la relación entre los vivos y los dioses mediante los difuntos.
Por curioso que parezca, la veneración a ciertos santos fundadores es muy relevante en el cristianismo. Podemos nombrar, por poner un caso nacional, la catedral de Santiago de Compostela, pero, en realidad, el máximo ejemplo corresponde a la máxima figura del cristianismo, Jesús de Nazaret, cuyo cenotafio sigue hoy siendo visitado con la mayor devoción: el Santo Sepulcro de Jerusalén.