Denario de plata de Tiberio. Tomado de
Wikicommons.
Una reliquia puede ser, según el diccionario de la RAE, el “residuo que queda de un todo”, un “vestigio de cosas pasadas”, “objeto o prenda con valor sentimental”; y, principalmente, “parte del cuerpo de un santo, o lo que por haberle tocado es digno de veneración”.
La palabra es un derivado del latín
relinquo, “dejar”, “abandonar”, procedente a su vez de la raíz indoeuropea *leikw-, “dejar”. De su versión griega tenemos en español lipotimia, “pérdida pasajera del sentido y el movimiento”. Del latín
linquo provienen delincuente, delito, reliquia y relicario. La idea principal que da significado a nuestras reliquias es que tenemos en nuestras manos los restos de un cuerpo o algún objeto conectado directamente con una persona principal en sentido religioso. Esta costumbre tan católica tiene, pese a las apariencias, una tradición tan antigua como el neolítico, es decir, unos doce mil años de existencia.
En la ciudad de Jericó se desarrolló, durante el denominado Neolítico Precerámico A (entre el 9500 y el 7300 antes de nuestra era), un asentamiento que ha sido calificado como la primera ciudad de la historia. Construida en un promontorio, tenía casas ovaladas de adobe y una muralla que la rodeaba, a la que incluso se añadió una
torre circular de la cual se han excavado importantes restos (se conserva parte de la escalera interior).
En esta ciudad tenemos constancia de un culto a los antepasados de chocantes características. Este culto se manifiesta a nuestros ojos en el hallazgo de varias tumbas preparadas en los suelos de las casas. Si bien esta es la costumbre general del asentamiento, que alcanzó incluso unos dos mil habitantes, algunos de estos enterramientos destacan singularmente. Se trata de una serie de cuerpos cuyo cráneo fue reservado para un tratamiento ulterior sumamente notable: una vez separado, el
cráneo era remodelado cuidadosamente con una especie de yeso para reconstruir una cara que, se entiende, recordara la faz del difunto. Para los ojos se insertaban en las cuencas conchas. Además, la reconstrucción se decoraba con rojo y negro de manera que se acentuaran detalles de la persona difunta (se llegó a representar de esa manera cabellos o bigotes).
Otros yacimientos de Siria, Jordania, Israel y Palestina han proporcionado piezas de este u otros tipos, y en todos los casos esta costumbre se relaciona con el culto a los ancestros. La agricultura llevó a relacionar la siembra con el enterramiento: tal como la semilla se introducía en tierra, así era enterrado el difunto. Por otra parte, la radical característica humana que podríamos calificar como “vida consciente” debió llevar a considerar que los fallecidos mantendrían esa consciencia
post portem y que sería posible dirigirse a ellos como intermediarios entre las divinidades y los vivos. Esa forma de mediación se afirmó de dos maneras principales: el respeto hacia los enterramientos y la necesidad de mantener algún contacto más allá de lo reverencial.
No es de extrañar entonces que objetos o partes del cuerpo resultaran indicadas para realizar estas prácticas religiosas. El objetivo primordial sería que la intercesión conllevara el éxito de las labores agrícolas, pues los difuntos, en su calidad de “no vivos”, estarían en contacto con el desconocido mundo de las divinidades, tanto del espacio como de lo subterráneo: por una parte, al haber superado el tiempo mortal se encontrarían en el “no tiempo” o tiempo eterno, de manera que podrían servir para conocer el futuro; por otra, como restos en contacto con la tierra que da el alimento, su influencia sería decisiva para que los vivos pudieran sobrevivir.
Si a esto añadimos que la selección de la calavera o cráneo se corresponde con ciertas tradiciones que consideraban esta parte del cuerpo como la más sagrada o más cercana a la divinidad, la separación y embellecimiento de los cráneos intentando devolver vida a características de aquellos antepasados serviría para perfeccionar el ritual, propiciar a los difuntos y tener éxito en lo relativo a las preocupaciones humanas.
En España también tenemos una muestra de estos rituales con cabezas de difuntos. En Numancia (Soria), la bodega una casa celtíbera ha proporcionado cuatro cráneos que se relacionan o con el rito céltico de las cabezas trofeo o con la conservación del cráneo del ancestro.
Saludos cordiales.
www.eugeniogomezsegura.es logos@eugeniogomezsegura.es