Hoy escribe: Eugenio Gómez Segura
Los escenarios de las religiones agrícolas presentan una clara división del espacio según la naturaleza de la producción en el mundo rural. En principio, tres son las zonas que suelen aparecer: un núcleo urbano, la zona dedicada a la agricultura, y la parte más intrincada, dedicada al pastoreo y la explotación forestal. Estos tres conceptos se corresponden a tres necesidades imperiosas.
a) El núcleo urbano ha de ser una zona que no se utilice principalmente para cultivar, si bien la presencia de huertos es corriente. Ha de tratarse de un lugar fácil de defender, bien orientado para cada estación (pues en verano ha de haber brisa y en invierno tiene que recoger el calor que la estación permita), ha de tener un buen abastecimiento de agua potable, bien sea mediante ríos, bien mediante pozos. Estas condiciones suelen llevar a elegir colinas o mesetas más o menos escarpadas, con manantiales, riachuelos o ríos en las cercanías. En su interior, como decimos, ha de primar el uso urbano aunque no escaseen los huertos (aunque esto depende de la densidad de población, tendiendo a disminuir el terreno de labor en favor de la vivienda). La población ha de quedar orientada hacia el suroeste, y los lugares menos adecuados para la vivienda pueden ser dedicados al culto.
Esta peculiaridad se puede observar todavía hoy en muchas poblaciones de España: el crecimiento urbano se ha producido a expensas de los terrenos agrícolas más cercanos a las poblaciones, terrenos que, hasta hace unos cuarenta o cincuenta años, seguían siendo imprescindibles para la supervivencia del conjunto de la población. Muchas iglesias están localizadas en lugares no exactamente señeros por su centralidad o por su localización a distancia, que también, sino por su baja calidad para albergar viviendas.
b) Por otra parte, el terreno agrícola debía ocupar, evidentemente, el espacio exclusivamente dedicado a las labores del campo. Algunas chozas o granjas, desde luego, pero terrenos claramente destinados a la producción y no a la residencia. La clara división entre núcleo urbano y campos de labor se puede todavía encontrar en algunas ermitas que, en los pueblos, señalan precisamente el comienzo del terreno agrícola tras dejar pasar el urbano.
c) El resto de la comarca dependiente de una población era la parte incivilizada, como vimos en un post anterior. Este terreno resulta tan importante como los anteriores para la supervivencia de los grupos humanos, pues la madera, la caza mayor, los recursos hídricos, además de materiales de construcción diversos se encontraban en él. Por otra parte, estos terrenos se convertían en límite de la comarca en su totalidad, y debían ser protegidos por las divinidades tanto como lo eran las murallas o empalizadas o las puertas y ventanas de las casas.
La comunicación entre el núcleo urbano y los términos del, digamos así, municipio, debía estar (y está) claramente consolidada. El medio general para afirmar dicha comunicación fueron las procesiones o teoforías, el sacar los santos o dioses a la calle. De esa forma se afirmaban dos conceptos esenciales: por un lado, la comarca estaba lo suficientemente pacificada y dominada como para que no hubiera salteadores ni ataques de enemigos; por otro, las divinidades protegían a la población y sus posesiones y aceptaban gratamente el patronazgo, lo cual incluía la asistencia a sus fieles en caso de necesidad.
Esto significa que podemos determinar tres tipos de santuario o terreno sagrado: santuarios urbanos, santuarios extraurbanos y santuarios limítrofes; podemos también determinar tres tipos de divinidad: urbanas, agrícolas, limítrofes o selváticas.
Surgen a su vez tipos de culto o de uso religioso, con valores centrados en la sociedad en cuanto a sus distintas secciones económicas, atendiendo también a los valores propios de cada época de la vida y también una representación del espacio (como ya reflejé en un post anterior).
Un estudio particularmente interesante de estos datos fue presentado hace ya bastantes años por François de Polignac, La naissence de la cité grecque: cultes, espace et société, París, 1984. Lamentablemente, el libro no fue traducido al español. En próximas semanas analizaremos esta obra.