Bitácora
El empresario y el soldado
José Rodríguez Elizondo
Quienes aseguraban, el pasado miércoles, que Ollanta Humala y Sebastián Piñera no tocarían temas cototudos, no evaluaron la fuerza de sus genomas. En ellos dominan los genes de la audacia con pragmatismo, que se supone a los empresarios top y los del coraje con estrategia, que se exigen los jefes militares. Desde esos talantes, se las arreglaron para conversar de todo, sin melindres y hasta con humor.
Nuestro Presidente ya había lucido esa disposición cuando asumió la demanda peruana como un hecho consumado, dejando sin piso al enojo. Buena decisión, pues la enemistad -implícita en la judicialización del conflicto- había sido proclamada por el gobierno anterior sólo a nivel sub-presidencial y después de presentado el documento ante la Corte de La Haya. Es decir, cuando ya no podía cumplir ningún fin disuasivo. Luego, ni siquiera comentó la extraña carta del candidato Humala, condicionando su cariño a que Chile diera “explicaciones” por la Guerra del Pacífico. Por último, apostó grueso cuando fue el primero en saludarle la victoria, anticipándose al dictamen del ente electoral peruano. Fueron riesgos de iniciativa, en línea con lo que que predicaba ese sabio canciller que fue Carlos Martínez Sotomayor: nunca preguntes si los líderes peruanos son prochilenos o antichilenos, basta con que sean properuanos, pues así descubrirán cuánto nos necesitamos.
Piñera ambién estuvo en línea con el cambio de Humala pues, antes de su visita, éste había archivado su programa inicial, asumiendo que los indicadores económicos no son de derechas ni de izquierdas, que no hay que matar a la gallina de los huevos de oro y que ser antichileno no es rentable. Fin, ojalá definitivo, de sus dogmas sobre la superioridad de la raza cobriza, la perversidad de Chile, la creencia de que sólo el nacionalestatismo salvará al Perú y la ejemplaridad de Venezuela. Fue una mutación más rápida que las del increíble Hulk, en cuyo decurso pasó del padrinazgo escombroso de Hugo Chávez al padrinazgo prestigioso de Mario Vargas Llosa.
Así, con reflejo militar, Humala reconoció que la vanguardia no puede alejarse demasiado del cuerpo principal. O, para decirlo en peruano, que “una cosa es con guitarra y otra con cajón”. Pero, también instaló una interrogante: ¿estamos ante el comienzo de una hermosa amistad, como dijera Rick al comisario francés, al final de Casablanca?
Nunca tanto. Chilenos y peruanos hemos pasado mucho tiempo al margen de la transparencia, dejando que la desconfianza calcificara. Por eso soslayamos el rol enrarecedor que siempre ha jugado Bolivia en la relación mutua. De partida, no osamos debatir si los Acuerdos de Charaña fueron o no el big bang de la demanda peruana. Además, seguimos aceptando que la aspiración marítima boliviana sea sólo responsabilidad de Chile, como si una salida por Arica –con la prescriptiva anuencia del Perú- no fuera la solución más realista. Desde ese escapismo compartido, nos hemos negado a tres definiciones vinculadas: Una, que el opósito de bilateral no es lo multilateral, sino lo trilateral. Otra, que Chile y Perú debieran negociar una política común hacia Bolivia. Tercera, que la cesión de soberanía no es un elemento obligatorio de esa política eventual. De paso, la semana pasada Humala declaró a CNN que su gobierno no será un obstáculo para la aspiración de Bolivia, ”porque entendemos que piden una salida por Arica”. En Chile no debiéramos dar esto por no dicho.
Sumando y restando, la emergente relación Piñera-Humala permite soñar entre un mínimo y un máximo. Lo primero, porque Humala, en cuanto líder nacionalista, está en mejor pie comparativo para aceptar que el curso de colisión no está en su interés nacional. Como paradigma inverso tiene a Richard Nixon quien, valiéndose de su conservadurismo por sobre toda sospecha, inauguró una relación virtuosa con el belicoso comunista Mao Zedong.
En cuanto al sueño máximo, que sería el de mutar la competencia en integración, tiene un soporte de peso: la actividad de los empresarios chilenos y peruanos, que ha pasado de la simple cantidad a una nueva calidad. Esto hace factible proyectar un potenciamiento conjunto, superando los rehenazgos de una Historia maltratada. Los integracionistas o’higginianos tienen en ese sector a un aliado poderoso, para instalar la lógica de la paz con desarrollo.
Como ecuación de los sueños, muestras cancillerías podrían comenzar a preparar, de consuno, una buena agenda para después de La Haya.
Publicado en La Segunda, 17.6.11
Nuestro Presidente ya había lucido esa disposición cuando asumió la demanda peruana como un hecho consumado, dejando sin piso al enojo. Buena decisión, pues la enemistad -implícita en la judicialización del conflicto- había sido proclamada por el gobierno anterior sólo a nivel sub-presidencial y después de presentado el documento ante la Corte de La Haya. Es decir, cuando ya no podía cumplir ningún fin disuasivo. Luego, ni siquiera comentó la extraña carta del candidato Humala, condicionando su cariño a que Chile diera “explicaciones” por la Guerra del Pacífico. Por último, apostó grueso cuando fue el primero en saludarle la victoria, anticipándose al dictamen del ente electoral peruano. Fueron riesgos de iniciativa, en línea con lo que que predicaba ese sabio canciller que fue Carlos Martínez Sotomayor: nunca preguntes si los líderes peruanos son prochilenos o antichilenos, basta con que sean properuanos, pues así descubrirán cuánto nos necesitamos.
Piñera ambién estuvo en línea con el cambio de Humala pues, antes de su visita, éste había archivado su programa inicial, asumiendo que los indicadores económicos no son de derechas ni de izquierdas, que no hay que matar a la gallina de los huevos de oro y que ser antichileno no es rentable. Fin, ojalá definitivo, de sus dogmas sobre la superioridad de la raza cobriza, la perversidad de Chile, la creencia de que sólo el nacionalestatismo salvará al Perú y la ejemplaridad de Venezuela. Fue una mutación más rápida que las del increíble Hulk, en cuyo decurso pasó del padrinazgo escombroso de Hugo Chávez al padrinazgo prestigioso de Mario Vargas Llosa.
Así, con reflejo militar, Humala reconoció que la vanguardia no puede alejarse demasiado del cuerpo principal. O, para decirlo en peruano, que “una cosa es con guitarra y otra con cajón”. Pero, también instaló una interrogante: ¿estamos ante el comienzo de una hermosa amistad, como dijera Rick al comisario francés, al final de Casablanca?
Nunca tanto. Chilenos y peruanos hemos pasado mucho tiempo al margen de la transparencia, dejando que la desconfianza calcificara. Por eso soslayamos el rol enrarecedor que siempre ha jugado Bolivia en la relación mutua. De partida, no osamos debatir si los Acuerdos de Charaña fueron o no el big bang de la demanda peruana. Además, seguimos aceptando que la aspiración marítima boliviana sea sólo responsabilidad de Chile, como si una salida por Arica –con la prescriptiva anuencia del Perú- no fuera la solución más realista. Desde ese escapismo compartido, nos hemos negado a tres definiciones vinculadas: Una, que el opósito de bilateral no es lo multilateral, sino lo trilateral. Otra, que Chile y Perú debieran negociar una política común hacia Bolivia. Tercera, que la cesión de soberanía no es un elemento obligatorio de esa política eventual. De paso, la semana pasada Humala declaró a CNN que su gobierno no será un obstáculo para la aspiración de Bolivia, ”porque entendemos que piden una salida por Arica”. En Chile no debiéramos dar esto por no dicho.
Sumando y restando, la emergente relación Piñera-Humala permite soñar entre un mínimo y un máximo. Lo primero, porque Humala, en cuanto líder nacionalista, está en mejor pie comparativo para aceptar que el curso de colisión no está en su interés nacional. Como paradigma inverso tiene a Richard Nixon quien, valiéndose de su conservadurismo por sobre toda sospecha, inauguró una relación virtuosa con el belicoso comunista Mao Zedong.
En cuanto al sueño máximo, que sería el de mutar la competencia en integración, tiene un soporte de peso: la actividad de los empresarios chilenos y peruanos, que ha pasado de la simple cantidad a una nueva calidad. Esto hace factible proyectar un potenciamiento conjunto, superando los rehenazgos de una Historia maltratada. Los integracionistas o’higginianos tienen en ese sector a un aliado poderoso, para instalar la lógica de la paz con desarrollo.
Como ecuación de los sueños, muestras cancillerías podrían comenzar a preparar, de consuno, una buena agenda para después de La Haya.
Publicado en La Segunda, 17.6.11
Editado por
José Rodríguez Elizondo
Escritor, abogado, periodista, diplomático, caricaturista y miembro del Consejo Editorial de Tendencias21, José Rodríguez Elizondo es en la actualidad profesor de Relaciones Internacionales de la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile. Su obra escrita consta de 30 títulos, entre narrativa, ensayos, reportajes y memorias. Entre esos títulos están “El día que me mataron”, La pasión de Iñaki, “Historia de dos demandas: Perú y Bolivia contra Chile”, "De Charaña a La Haya” , “El mundo también existe”, "Guerra de las Malvinas, noticia en desarrollo ", "Crisis y renovación de las izquierdas" y "El Papa y sus hermanos judíos". Como Director del Programa de Relaciones Internacionales de su Facultad, dirige la revista Realidad y Perspectivas (RyP). Ha sido distinguido con el Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales (2021), el Premio Rey de España de Periodismo (1984), Diploma de Honor de la Municipalidad de Lima (1985), Premio América del Ateneo de Madrid (1990) y Premio Internacional de la Paz del Ayuntamiento de Zaragoza (1991). En 2013 fue elegido miembro de número de la Academia Chilena de Ciencias Sociales, Políticas y Morales.
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