Bitácora
El Estado Palestino otra vez ante la ONU
José Rodríguez Elizondo
La movida de Mahamoud Abbas para que la ONU reconozca un Estado Palestino pleno, es el capítulo en desarrollo de una paradoja histórica. Según ella, la Autoridad Palestina hoy lucha por ese Estado que la propia ONU diseñara en 1947 y que los gobiernos árabes vecinos no quisieron considerar. Para éstos, lo primero era impedir, por las armas, que se formara y consolidara el Estado Judío de Israel.
Desde entonces, el conflicto luce como un callejón sin salida. En 1986, Javier Pérez de Cuéllar, Secretario General de la ONU, lo describió como “un largo historial de oportunidades perdidas”. Luego, los palestinos se dividieron entre quienes asumen la correosa negociación con Israel –con inicio en la Conferencia de Madrid de 1991- y quienes, con Hamas como paradigma actual, perseveran en la estrategia liquidacionista de 1947. Los israelíes, por su parte, tienen un Estado tecnológicamente de vanguardia y juegan el juego de las naciones con asiento en la ONU. Biniamin Netanyahu, su actual Primer Ministro, luce cómodo en el crispado statu quo y, a la inversa del visionario Presidente Shimon Peres, descarta la idea de que un Estado Palestino pueda ser funcional a la seguridad israelí. Por eso, justifica la expansión de los asentamientos en territorios palestinos y, temerario, ha desairado en este tema incluso a Barack Obama, líder de su aliado más estratégico.
Agréguese que, en un recodo de esta historia, Yasser Arafat ya había tratado, en 1998, de ponerse bajo la sombrilla de la ONU, como factor de presión en las negociaciones. Al efecto, amenazó al mismo Netanyahu –que ejercía su primer gobierno- con una declaración unilateral de estadidad ante la Organización Mundial. El gobernante israelí aplicó, entonces, una clásica estrategia de disuasión: sin decirlo, sugirió que, en tal caso, Israel incorporaría a su soberanía los territorios ocupados y recuperaría aquellos de los cuales ya se había replegado, en los términos del Proceso de Paz de Oslo de 1993. En definitiva, Arafat retrocedió. Liquidar ese proceso era demasiado para quien se movía, como nadie, en ese escenario de "paz imposible, guerra improbable", según definición de Raymond Aron. Sus criticos internos, más duros, dijeron que valoraba demasiado los privilegios de su jefatura.
Trece años después, el contexto internacional luce favorable para Abbas, aunque los EE.UU veten su proyecto en el Consejo de Seguridad y Hamas mantenga su política antinegociadora. Ese mejor aspecto viene desde la casa de su adversario, pues los israelíes ya no se resignan a que Netanyahu siga invocando la unidad contra el peligro externo, para acallar las críticas contra sus políticas internas. Esa vieja tolerancia se agotó y, pese al incrementado aislamiento estratégico del país –en conflicto actual con Turquía y Egipto- y a la poca simpatía de Obama hacia el Primer Ministro, han aparecido los “indignados” por doquier. Acampando en calles y plazas, impugnan las políticas económicas y sociales vigentes, mientras claman contra los privilegios de los sectores religiosos, fruto de una concesión fundacional de David Ben Gurión.
Esto tiene efectos externos: nuevas miradas sobre viejos problemas; comportamientos más flexibles y, por tanto, más idóneos para gatillar negociaciones con mejor pronóstico. En suma, un acercamiento a la visión de Peres, expresado en cierta resignación para sacar la estadidad, en cuanto básicamente simbólica, de las negociaciones directas. De hecho, muchos israelíes dicen que es aceptable una decisión onusiana sobre un Estado Palestino sin límites determinados y con estatus de “observador”. Al fin y al cabo, es la geografía la que cuenta y ¿no es el mismísimo Vaticano un Estado observador ante la ONU?
El Consejo de Seguridad enfrenta, así, un dilema más creativo que negativo. El veto de los EE.UU puede inducir una declaración de Estado Palestino observador, por parte de la Asamblea General y –más importante aún- convertirse en plataforma de lanzamiento de nuevas y mejores negociaciones entre las partes. Estas volverían escarmentadas a la mesa y habría un mayor “empoderamiento” de los “facilitadores” internacionales.
Es que, como expresa un dicho israelí, cuando se enfrenta un callejón sin salida, la única salida está en el callejón.
Publicado en La Segunda, 23.9.2011
Desde entonces, el conflicto luce como un callejón sin salida. En 1986, Javier Pérez de Cuéllar, Secretario General de la ONU, lo describió como “un largo historial de oportunidades perdidas”. Luego, los palestinos se dividieron entre quienes asumen la correosa negociación con Israel –con inicio en la Conferencia de Madrid de 1991- y quienes, con Hamas como paradigma actual, perseveran en la estrategia liquidacionista de 1947. Los israelíes, por su parte, tienen un Estado tecnológicamente de vanguardia y juegan el juego de las naciones con asiento en la ONU. Biniamin Netanyahu, su actual Primer Ministro, luce cómodo en el crispado statu quo y, a la inversa del visionario Presidente Shimon Peres, descarta la idea de que un Estado Palestino pueda ser funcional a la seguridad israelí. Por eso, justifica la expansión de los asentamientos en territorios palestinos y, temerario, ha desairado en este tema incluso a Barack Obama, líder de su aliado más estratégico.
Agréguese que, en un recodo de esta historia, Yasser Arafat ya había tratado, en 1998, de ponerse bajo la sombrilla de la ONU, como factor de presión en las negociaciones. Al efecto, amenazó al mismo Netanyahu –que ejercía su primer gobierno- con una declaración unilateral de estadidad ante la Organización Mundial. El gobernante israelí aplicó, entonces, una clásica estrategia de disuasión: sin decirlo, sugirió que, en tal caso, Israel incorporaría a su soberanía los territorios ocupados y recuperaría aquellos de los cuales ya se había replegado, en los términos del Proceso de Paz de Oslo de 1993. En definitiva, Arafat retrocedió. Liquidar ese proceso era demasiado para quien se movía, como nadie, en ese escenario de "paz imposible, guerra improbable", según definición de Raymond Aron. Sus criticos internos, más duros, dijeron que valoraba demasiado los privilegios de su jefatura.
Trece años después, el contexto internacional luce favorable para Abbas, aunque los EE.UU veten su proyecto en el Consejo de Seguridad y Hamas mantenga su política antinegociadora. Ese mejor aspecto viene desde la casa de su adversario, pues los israelíes ya no se resignan a que Netanyahu siga invocando la unidad contra el peligro externo, para acallar las críticas contra sus políticas internas. Esa vieja tolerancia se agotó y, pese al incrementado aislamiento estratégico del país –en conflicto actual con Turquía y Egipto- y a la poca simpatía de Obama hacia el Primer Ministro, han aparecido los “indignados” por doquier. Acampando en calles y plazas, impugnan las políticas económicas y sociales vigentes, mientras claman contra los privilegios de los sectores religiosos, fruto de una concesión fundacional de David Ben Gurión.
Esto tiene efectos externos: nuevas miradas sobre viejos problemas; comportamientos más flexibles y, por tanto, más idóneos para gatillar negociaciones con mejor pronóstico. En suma, un acercamiento a la visión de Peres, expresado en cierta resignación para sacar la estadidad, en cuanto básicamente simbólica, de las negociaciones directas. De hecho, muchos israelíes dicen que es aceptable una decisión onusiana sobre un Estado Palestino sin límites determinados y con estatus de “observador”. Al fin y al cabo, es la geografía la que cuenta y ¿no es el mismísimo Vaticano un Estado observador ante la ONU?
El Consejo de Seguridad enfrenta, así, un dilema más creativo que negativo. El veto de los EE.UU puede inducir una declaración de Estado Palestino observador, por parte de la Asamblea General y –más importante aún- convertirse en plataforma de lanzamiento de nuevas y mejores negociaciones entre las partes. Estas volverían escarmentadas a la mesa y habría un mayor “empoderamiento” de los “facilitadores” internacionales.
Es que, como expresa un dicho israelí, cuando se enfrenta un callejón sin salida, la única salida está en el callejón.
Publicado en La Segunda, 23.9.2011
Editado por
José Rodríguez Elizondo
Escritor, abogado, periodista, diplomático, caricaturista y miembro del Consejo Editorial de Tendencias21, José Rodríguez Elizondo es en la actualidad profesor de Relaciones Internacionales de la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile. Su obra escrita consta de 30 títulos, entre narrativa, ensayos, reportajes y memorias. Entre esos títulos están “El día que me mataron”, La pasión de Iñaki, “Historia de dos demandas: Perú y Bolivia contra Chile”, "De Charaña a La Haya” , “El mundo también existe”, "Guerra de las Malvinas, noticia en desarrollo ", "Crisis y renovación de las izquierdas" y "El Papa y sus hermanos judíos". Como Director del Programa de Relaciones Internacionales de su Facultad, dirige la revista Realidad y Perspectivas (RyP). Ha sido distinguido con el Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales (2021), el Premio Rey de España de Periodismo (1984), Diploma de Honor de la Municipalidad de Lima (1985), Premio América del Ateneo de Madrid (1990) y Premio Internacional de la Paz del Ayuntamiento de Zaragoza (1991). En 2013 fue elegido miembro de número de la Academia Chilena de Ciencias Sociales, Políticas y Morales.
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