Bitácora
EL PERÚ POLÍTICO DESDE SU CRUDA REALIDAD
José Rodríguez Elizondo
Como suele suceder en nuestra región, la decisión de Martín Vizcarra de cerrar el Congreso peruano, dominado por el fujimorismo, chocó de inicio con una interpretación plana del derecho de las instituciones. Algunos hablaron de un quebrantamiento de la institucionalidad, sin asumir que ésta nunca se repuso de la fractura ocasionada por Alberto Fujimori con su autogolpe de 1992. La moraleja del caso es que debemos aprender a distinguir entre un Estado democrático de Derecho y una institucionalidad rota, en la cual el Derecho es un simple fetiche de conveniencia
Publicado en El Mercurio, 7.10.2019
A los chilenos nos cuesta procesar los fenómenos internacionales en sus propios méritos. Ante el “vizcarrazo” de fin de mes, muchos buscaron precedentes que iban desde el golpe de Estado en Chile de 1973, hasta la anulación de la Asamblea Legislativa dispuesta por Nicolás Maduro, en Venezuela. El Presidente peruano Martín Vizcarra sería otro golpista de la serie (visión maximalista) o un reprochable rupturista de la institucionalidad jurídico-política (versión minimalista).
Es fácil analizar así, pero tiene el doble riesgo de convertir cualquier institucionalidad en un fetiche y de alejarnos de la realidad de los fenómenos. Y éste nos dice que las instituciones políticas peruanas nunca sanaron del autogolpe de Alberto Fujimori, de 1992. Por tanto ética y moralmente no cabe subestimar el legado de un gobierno que los cientistas sociales califican como “mafioso” o como “destructor del país”, según el eminente académico Julio Cotler, Uno donde, para el antropólogo Carlos Iván Degregori, “la corrupción se convirtió en la institución”. Entonces, hasta las Fuerzas Armadas llegaron a niveles alarmantes de degradación, como reconocieron los históricos generales Edgardo Mercado Jarrín y Francisco Morales Bermúdez.
Fugado Fujimori el año 2000, lo que vino, por parte de los demócratas peruanos, fue un dramático intento de salvataje de la institucionalidad, con el recordable Valentín Paniagua con Presidente provisional. Desgraciadamente, los politicos que siguieron no fueron eficientes y/o no perseveraron en el empeño. Así lo demuestran un Congreso hasta ayer dominado por los fujimoristas y el prontuario de los cinco presidentes que sucedieron a Paniagua, incluído el de Pedro Pablo Kuczinski… cuyo primer vicepresidente era Vizcarra. El gran mérito del provinciano Vizcarra, como sucesor de PPK, fue asumir la historia reseñada y levantar la bandera de la anticorrupción. Esto hizo que su coexistencia con un Congreso de fuerte mayoría fujimorista, fuera inviable desde el inicio.
Su alternativa, entonces, no era sencilla: o se resignaba a administrar una institucionalidad insanablemente rota, o trataba de construir una institucionalidad nueva, con dirigentes probos y con congresistas que (por lo menos) no trataran de sobornar jueces para sostener su impunidad. Por otra parte, en lugar de contar con una vicepresidenta de confianza, tenía al frente a Mercedes Aráoz, excandidata presidencial, ministra destacada en el gobierno de Alan García y, por tanto, una rival con intereses políticos propios.
Los hechos indican que, al clausurar el Congreso y convocar a nuevas elecciones parlamentarias en cuatro meses más, Vizcarra avanzó sin transar. Dio un salto corajudo hacia la segunda alternativa, jugándose su propio cargo, ajustándose a una interpretación razonable de la Constitución, con el respaldo de una gran mayoría ciudadana y la obediencia del estamento militar.
Con ello, el Perú está empezando a zafar del punto muerto de la corrupción y los peruanos de a pie sólo critican a Vizcarra por haber demorado el salto. No se sabe de alguien que se haya cortado las venas por los congresistas clausurados. Periodistas políticos top, como Gustavo Gorriti, Rosa María Palacios y Augusto Alvarez desestiman, como absurda, la acusación de “golpe de Estado”. Y, por cierto, nadie escuchable dice que el Congreso peruano estaba aportando a la reconstrucción de la institucionalidad democrática.
Lo que corresponde ahora, a nivel nacional y regional, es sacar las lecciones de este caso paradigmático, recordando que en todas partes se cuecen habas.
Es fácil analizar así, pero tiene el doble riesgo de convertir cualquier institucionalidad en un fetiche y de alejarnos de la realidad de los fenómenos. Y éste nos dice que las instituciones políticas peruanas nunca sanaron del autogolpe de Alberto Fujimori, de 1992. Por tanto ética y moralmente no cabe subestimar el legado de un gobierno que los cientistas sociales califican como “mafioso” o como “destructor del país”, según el eminente académico Julio Cotler, Uno donde, para el antropólogo Carlos Iván Degregori, “la corrupción se convirtió en la institución”. Entonces, hasta las Fuerzas Armadas llegaron a niveles alarmantes de degradación, como reconocieron los históricos generales Edgardo Mercado Jarrín y Francisco Morales Bermúdez.
Fugado Fujimori el año 2000, lo que vino, por parte de los demócratas peruanos, fue un dramático intento de salvataje de la institucionalidad, con el recordable Valentín Paniagua con Presidente provisional. Desgraciadamente, los politicos que siguieron no fueron eficientes y/o no perseveraron en el empeño. Así lo demuestran un Congreso hasta ayer dominado por los fujimoristas y el prontuario de los cinco presidentes que sucedieron a Paniagua, incluído el de Pedro Pablo Kuczinski… cuyo primer vicepresidente era Vizcarra. El gran mérito del provinciano Vizcarra, como sucesor de PPK, fue asumir la historia reseñada y levantar la bandera de la anticorrupción. Esto hizo que su coexistencia con un Congreso de fuerte mayoría fujimorista, fuera inviable desde el inicio.
Su alternativa, entonces, no era sencilla: o se resignaba a administrar una institucionalidad insanablemente rota, o trataba de construir una institucionalidad nueva, con dirigentes probos y con congresistas que (por lo menos) no trataran de sobornar jueces para sostener su impunidad. Por otra parte, en lugar de contar con una vicepresidenta de confianza, tenía al frente a Mercedes Aráoz, excandidata presidencial, ministra destacada en el gobierno de Alan García y, por tanto, una rival con intereses políticos propios.
Los hechos indican que, al clausurar el Congreso y convocar a nuevas elecciones parlamentarias en cuatro meses más, Vizcarra avanzó sin transar. Dio un salto corajudo hacia la segunda alternativa, jugándose su propio cargo, ajustándose a una interpretación razonable de la Constitución, con el respaldo de una gran mayoría ciudadana y la obediencia del estamento militar.
Con ello, el Perú está empezando a zafar del punto muerto de la corrupción y los peruanos de a pie sólo critican a Vizcarra por haber demorado el salto. No se sabe de alguien que se haya cortado las venas por los congresistas clausurados. Periodistas políticos top, como Gustavo Gorriti, Rosa María Palacios y Augusto Alvarez desestiman, como absurda, la acusación de “golpe de Estado”. Y, por cierto, nadie escuchable dice que el Congreso peruano estaba aportando a la reconstrucción de la institucionalidad democrática.
Lo que corresponde ahora, a nivel nacional y regional, es sacar las lecciones de este caso paradigmático, recordando que en todas partes se cuecen habas.
Editado por
José Rodríguez Elizondo
Escritor, abogado, periodista, diplomático, caricaturista y miembro del Consejo Editorial de Tendencias21, José Rodríguez Elizondo es en la actualidad profesor de Relaciones Internacionales de la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile. Su obra escrita consta de 30 títulos, entre narrativa, ensayos, reportajes y memorias. Entre esos títulos están “El día que me mataron”, La pasión de Iñaki, “Historia de dos demandas: Perú y Bolivia contra Chile”, "De Charaña a La Haya” , “El mundo también existe”, "Guerra de las Malvinas, noticia en desarrollo ", "Crisis y renovación de las izquierdas" y "El Papa y sus hermanos judíos". Como Director del Programa de Relaciones Internacionales de su Facultad, dirige la revista Realidad y Perspectivas (RyP). Ha sido distinguido con el Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales (2021), el Premio Rey de España de Periodismo (1984), Diploma de Honor de la Municipalidad de Lima (1985), Premio América del Ateneo de Madrid (1990) y Premio Internacional de la Paz del Ayuntamiento de Zaragoza (1991). En 2013 fue elegido miembro de número de la Academia Chilena de Ciencias Sociales, Políticas y Morales.
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