Bitácora
EL MURO POR MADURO: LA OFERTA DE TRUMP
José Rodríguez Elizondo
El objetivo real o principal del Secretario de Estado Rex Tillerson, en su reciente gira latinoamericana, fue parchar los puentes rotos. Esto es, reducir el daño geopolítico que está significando la gestión de Donald Trump, para los Estados Unidos,
Seguramente, Tillerson no volvió diciendo “misión cumplida”, porque era una “misión Imposible”. Aunque se hubiera disfrazado de Metternich, las señales de Trump sobre nuestra región eran y siguen siendo disfuncionales al cariño. Para ese improbable líder de Occidente somos, más bien, “países de mierda”, que llenamos a su gran país de drogas, crímenes y malhechores de razas inferiores. De ahí que su gran issue, simbólico y de concreto armado, sea un Gran Muro, de reminiscencias honeckerianas, para mantenernos lejos, desde México hasta el Polo Sur.
Y un muro, como cualquiera sabe, es todo lo contrario de un puente:
MADURO POR EL MURO
Por eso, avispándose, el Secretario de Estado quiso disimular, consonantemente, el Muro con Maduro. Según él, lo que nosotros necesitábamos era llamar dictadura a la dictadura venezolana y unirnos para derribarla. Este bombón diversionista suponía ambientar una "intervención" hemisférica, con militares en la vanguardia -venezolanos o no-, con el fin de iniciar una transición democrática en ese arruinado país petrolero.
No le fue bien. Pero no porque en los gobiernos visitados -México, Argentina, Perú, Colombia y Jamaica- se crea que Maduro es un dictador ilustrado, convertible a regañadientes a la democracia, sino porque nunca ha sido creíble un diablo vendiendo cruces. Trump está demasiado lejos de Jefferson, Lincoln y Obama y demasiado cerca del Gran Dragón del Ku Klux Klan, para impresionar como apóstol de la Carta Democrática Interamericana. De hecho, la consigna tácita de la gira de Tillerson fue poner atajo a la creciente influencia regional de China y Rusia. Un objetivo estratégico y geopolítico que Trump fraseó a su modo: “América Latina no necesita de nuevos poderes imperiales que solo miran por su interés".
Bastaría con el poder imperial retrógrado, representado por él mismo.
NO SOMOS MENSOS
Desde esa perspectiva, impulsar la caída violenta de Maduro, vía intervención foránea, sería una maniobra antihistórica transparente. Un engañamuchachos.
Aunque el dictador venezolano sea un violador conspicuo de los derechos humanos, los demócratas de la región no pueden -no podemos- aceptar una “intervención militar” de los Estados Unidos, tradicional o a la panameña, como en el caso de Manuel Noriega. Una transición democrática para Venezuela es asunto de los civiles y militares venezolanos, quienes -dicho sea de paso- debieran repasar el legado de Bolívar en sus textos originales.
En definitiva, está bastante claro que una democracia para Venezuela, invocada por Trump, es más falsa que un billete de 113 dólares. La doctrina del “destino manifiesto” de la gran potencia del norte requiere un mínimo de estilo para ser reinvocada.
Todo lo cual indica que América Latina debe seguir abriéndose al mundo y que, como correlato, Vladimir Putin y Xi Jinping no tienen por qué preocuparse del viejo Monroe.
Gracias a Trump, tienen el plato servido en la región.
Seguramente, Tillerson no volvió diciendo “misión cumplida”, porque era una “misión Imposible”. Aunque se hubiera disfrazado de Metternich, las señales de Trump sobre nuestra región eran y siguen siendo disfuncionales al cariño. Para ese improbable líder de Occidente somos, más bien, “países de mierda”, que llenamos a su gran país de drogas, crímenes y malhechores de razas inferiores. De ahí que su gran issue, simbólico y de concreto armado, sea un Gran Muro, de reminiscencias honeckerianas, para mantenernos lejos, desde México hasta el Polo Sur.
Y un muro, como cualquiera sabe, es todo lo contrario de un puente:
MADURO POR EL MURO
Por eso, avispándose, el Secretario de Estado quiso disimular, consonantemente, el Muro con Maduro. Según él, lo que nosotros necesitábamos era llamar dictadura a la dictadura venezolana y unirnos para derribarla. Este bombón diversionista suponía ambientar una "intervención" hemisférica, con militares en la vanguardia -venezolanos o no-, con el fin de iniciar una transición democrática en ese arruinado país petrolero.
No le fue bien. Pero no porque en los gobiernos visitados -México, Argentina, Perú, Colombia y Jamaica- se crea que Maduro es un dictador ilustrado, convertible a regañadientes a la democracia, sino porque nunca ha sido creíble un diablo vendiendo cruces. Trump está demasiado lejos de Jefferson, Lincoln y Obama y demasiado cerca del Gran Dragón del Ku Klux Klan, para impresionar como apóstol de la Carta Democrática Interamericana. De hecho, la consigna tácita de la gira de Tillerson fue poner atajo a la creciente influencia regional de China y Rusia. Un objetivo estratégico y geopolítico que Trump fraseó a su modo: “América Latina no necesita de nuevos poderes imperiales que solo miran por su interés".
Bastaría con el poder imperial retrógrado, representado por él mismo.
NO SOMOS MENSOS
Desde esa perspectiva, impulsar la caída violenta de Maduro, vía intervención foránea, sería una maniobra antihistórica transparente. Un engañamuchachos.
Aunque el dictador venezolano sea un violador conspicuo de los derechos humanos, los demócratas de la región no pueden -no podemos- aceptar una “intervención militar” de los Estados Unidos, tradicional o a la panameña, como en el caso de Manuel Noriega. Una transición democrática para Venezuela es asunto de los civiles y militares venezolanos, quienes -dicho sea de paso- debieran repasar el legado de Bolívar en sus textos originales.
En definitiva, está bastante claro que una democracia para Venezuela, invocada por Trump, es más falsa que un billete de 113 dólares. La doctrina del “destino manifiesto” de la gran potencia del norte requiere un mínimo de estilo para ser reinvocada.
Todo lo cual indica que América Latina debe seguir abriéndose al mundo y que, como correlato, Vladimir Putin y Xi Jinping no tienen por qué preocuparse del viejo Monroe.
Gracias a Trump, tienen el plato servido en la región.
Editado por
José Rodríguez Elizondo
Escritor, abogado, periodista, diplomático, caricaturista y miembro del Consejo Editorial de Tendencias21, José Rodríguez Elizondo es en la actualidad profesor de Relaciones Internacionales de la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile. Su obra escrita consta de 30 títulos, entre narrativa, ensayos, reportajes y memorias. Entre esos títulos están “El día que me mataron”, La pasión de Iñaki, “Historia de dos demandas: Perú y Bolivia contra Chile”, "De Charaña a La Haya” , “El mundo también existe”, "Guerra de las Malvinas, noticia en desarrollo ", "Crisis y renovación de las izquierdas" y "El Papa y sus hermanos judíos". Como Director del Programa de Relaciones Internacionales de su Facultad, dirige la revista Realidad y Perspectivas (RyP). Ha sido distinguido con el Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales (2021), el Premio Rey de España de Periodismo (1984), Diploma de Honor de la Municipalidad de Lima (1985), Premio América del Ateneo de Madrid (1990) y Premio Internacional de la Paz del Ayuntamiento de Zaragoza (1991). En 2013 fue elegido miembro de número de la Academia Chilena de Ciencias Sociales, Políticas y Morales.
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