CONO SUR: J. R. Elizondo

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Benedetti o la oficina en el corazón José Rodríguez Elizondo
Benedetti o la oficina en el corazón
A mediados del siglo pasado, entre mate y mate, los uruguayos instalaron una estupenda trinidad laica: “el paisito” democrático, la revista Marcha y el columnista Mario Benedetti. Una estimulante síntesis para quienes creíamos que la política, la poesía, la narrativa, el cine y el teatro eran similarmente importantes o perfectamente compatibles.

Para los exégetas establecidos, la clave del sistema estaba en Carlos Quijano, el legendario líder de opinión que dirigía la revista. Para los más jóvenes, ese liderazgo estaba pasando a Benedetti quien, bajo la chapa de Damocles, impartía la doctrina con la sencillez de un funcionario público que no ha hecho otra cosa en su vida.

La alusión burocrática no es gratuita. Ese columnista ya había dictaminado que Uruguay es “la única oficina del mundo que ha alcanzado la categoría de república”. Consciente de la sociología implícita, exponía en sus cuentos, poemas y novelas las pequeñas utopías o las pequeñas pesadillas de la plantilla nacional. Desde el estafeta hasta el jefe de la Oficina Gubernamental, pasando por el director del servicio, sus creaturas proyectaban “el opaco orgullo de todo ser promedio”.

Lo suyo no era adoctrinamiento político, sino una posición crítica con sede en la progresía de Montevideo. Una que exaltaba la meritocracia, no minimizaba la corrupción, aborrecía a los norteamericanos (blancos), amaba el arte y creía en la eliminación de los ejércitos. Benedetti la ejercía usando “las formas indoctas de la sinceridad” y todos lo entendían. “Entró en nuestra casa como el pan sobre la mesa, simple, fresco, imprescindible”, explicaba la hija artista de un odontólogo argentino.

En ese contexto clasemediero, el huracán verdeolivo del joven Fidel Castro le cayó como el rayo que desmontara a Saulo camino a Damasco. En un dos por tres, le desordenó los papeles, le reveló que los sudacas éramos pobres sólo porque los Estados Unidos eran ricos y lo interpeló para que se comprometiera, patria o muerte, con la revolución armada. Así cayó en la hermosa simplicidad de la teoría de la dependencia y terminó clavado en el destierro.

Desde la razón romántica, Benedetti no sospechó que las venas abiertas del antimperialismo serían la razón instrumental de un poder castrista total y eterno. Sólo a mitad de su exilio, sabiendo que en La Habana también se cocían habas impresentables, comenzó a decirlo con las formas indoctas de su bonhomía. Sí, Fidel vivía en un edificio común y corriente, pero había dirigentes que vivían “mucho mejor que la gente”. “Ojalá que todos los cambios del mundo pudieran darse sin derramamiento de sangre”. Incluso dedicó un poemario a “la estirpe martiana de Haydeé Santamaría”, esa heroína de la Sierra Maestra cuyo suicidio es, hasta hoy, uno de los temas innombrables para “el líder máximo”.

Tanta prudente imprudencia lo dejó varado entre la obsecuencia castrista de Gabriel García Márquez y la denuncia anticastrista de Mario Vargas Llosa, sus ex compañeros de ruta. Desde esa incómoda posición, confesó que “siempre seré increpado sobre Cuba, mi irredimible pecado” y decidió explicarse en tres versos: “está demás decirte que a esta altura / no creo en predicadores ni en generales / ni en las nalgas de miss universo”.

Finalmente, “desexiliado” en el Montevideo de su nostalgia, escribió el testamento que sus lectores y amigos debieran insertar en el Gran Archivo de su País Oficina. En él dispone que no será uno de esos grandes inmortales que sobreviven por mandato de un pueblo, sino uno de esos “inmortales domésticos”, que sobreviven gracias a un corazón sencillo.

Que así sea, querido Mario. Patria o heridas leves, venceremos.

Publicado en La Republica el 26.5.09

José Rodríguez Elizondo
Miércoles, 27 de Mayo 2009



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Editado por
José Rodríguez Elizondo
Ardiel Martinez
Escritor, abogado, periodista, diplomático, caricaturista y miembro del Consejo Editorial de Tendencias21, José Rodríguez Elizondo es en la actualidad profesor de Relaciones Internacionales de la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile. Su obra escrita consta de 30 títulos, entre narrativa, ensayos, reportajes y memorias. Entre esos títulos están “El día que me mataron”, La pasión de Iñaki, “Historia de dos demandas: Perú y Bolivia contra Chile”, "De Charaña a La Haya” , “El mundo también existe”, "Guerra de las Malvinas, noticia en desarrollo ", "Crisis y renovación de las izquierdas" y "El Papa y sus hermanos judíos". Como Director del Programa de Relaciones Internacionales de su Facultad, dirige la revista Realidad y Perspectivas (RyP). Ha sido distinguido con el Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales (2021), el Premio Rey de España de Periodismo (1984), Diploma de Honor de la Municipalidad de Lima (1985), Premio América del Ateneo de Madrid (1990) y Premio Internacional de la Paz del Ayuntamiento de Zaragoza (1991). En 2013 fue elegido miembro de número de la Academia Chilena de Ciencias Sociales, Políticas y Morales.





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