Bitácora
A 40 años de otra guerra que no fue
José Rodríguez Elizondo
Hace 40 años y fracción, estalló en el Perú la noticia de un singular espionaje chileno en el estratégico puerto de Talara. Simultáneamente, fuentes militares peruanas filtraron el caso del espía Julio Vargas Garayar, suboficial de la Fuerza Aérea del Perú, procesado como informante de la embajada chilena. Es un capítulo de mis memorias (en preparación). A continuación, un extracto.
Para el general y geopolítico Edgardo Mercado Jarrín, el resultado de las elecciones para la Asamblea Constituyente peruana mostró una “tremenda potencialidad conflictiva”, altamente “peligrosa para nuestra integración nacional y para nuestra seguridad” (V. CARETAS N° 541).
En la opacidad de los movimientos políticos castrenses, aquello reflejaba una dura pugna entre el Presidente, general Francisco Morales Bermúdez y su ministro del Interior, general Luis “el Gaucho” Cisneros, quien tenía sólidos vínculos con los generales de la terrorífica dictadura argentina. Cisneros postulaba una especie de “democracia parametrada”, idónea para proyectar “las conquistas” del poder militar y apoyar a Argentina (y Bolivia, por añadidura) en una casi segura guerra contra Chile.
Como suele suceder en las pugnas intracastrenses, el gobernante no se atrevía a despedir a un contrincante respondón y éste, a sabiendas de lo que se jugaba, se hizo entrevistar por El Comercio. Ahí dijo, desafiante, que su cargo no era de la sola confianza del Presidente. También dependía del comando del Ejército.
En ese contexto, el 13 de diciembre de 1978 estalló la noticia de un singular espionaje chileno, en el estratégico puerto de Talara. Según la información, filtrada por militares del sector crítico, el petrolero Beagle (notable nombre), al mando del capitán de navío Sergio Jarpa Gerhard, fletado por la Armada de Chile para cargar combustible, tenía un objetivo sospechoso. Su dotación de 91 marinos militares no correspondía a una misión comercial. De hecho, Jarpa, su segundo y el ayudante del agregado naval de la embajada de Chile fueron capturados en un vehículo diplomático, mientras fotografiaban las instalaciones portuarias. Al parecer, la inteligencia militar peruana estaba alerta.
Se dijo, entonces, que la misión real de los marinos chilenos oscilaba entre el espionaje y el sabotaje, en función del estallido de la guerra con Argentina, la cual ya contaría con el apoyo del Perú. De ser así, esa misión pudo transformarse en una profecía autocumplida. Quizás es lo que entendieron quienes filtraron la información pues, sobre la marcha, añadieron un caso previo, que se estaba tratando en el secreto diplomático. A su tenor, en el mes de octubre, el suboficial Julio Vargas Garáyar de la Fuerza Aérea del Perú, había sido sobornado por personal de la embajada de Chile, para que proporcionara información detallada sobre la base aérea La Joya.
La difusión de ambas noticias puso los pelos de punta a quienes, en el Perú, queríamos una transición pacífica a la democracia, comenzando por Morales Bermúdez. Entonces, la relación con Chile llegaba al borde de lo innombrable, con nerviosas visitas de militares argentinos, inflamados discursos de algunos constituyentes y duras críticas de la prensa parametrada contra el canciller José de la Puente. Lo acusaban de actuar con debilidad, por no haber informado sobre el caso Vargas y pedían la cabeza del embajador de Chile Francisco Bulnes. Todos ignorábamos que, en paralelo –el 22 de diciembre-, la escuadra chilena salía de sus fondeaderos en los canales magallánicos, para enfrentar a la escuadra argentina. La guerra estaba a la vuelta de la esquina.
EL LEGENDARIO ZILERI ACTUA
Fiel a su coraje humanista, el director de Caretas, Enrique Zileri, trató de poner paños pacíficos en la coyuntura. En un completo “informe especial” para la edición del 15 de enero de 1979, proporcionó a sus lectores todos los antecedentes disponibles. También adivinó que Bulnes, “cultor de la política tradicional del compromiso y la negociación”, había sido sobrepasado por los agentes secretos de Pinochet. En esa línea, llamó a “no exacerbar un sentimiento antichileno” y elucubró, con calculada ambigüedad, sobre “la excepcional cortesía de nuestro canciller de tratar la cuestión en absoluto secreto con el de Chile”.
Con lo último, Zileri aludía a la acusación contra De la Puente por haber sostenido conversaciones con su homólogo chileno Hernán Cubillos, en vez de primero aplicar medidas de retorsión. Al mismo tiempo, le daba la oportunidad de explicarse a fondo, en una entrevista notable. En ella, el canciller dio una respuesta que equivalía a una declaración de principios:
(…) establezcamos los niveles en que actúan los gobiernos. En la Cancillería se ventilan los más altos intereses de la Nación, mientras que es imposible negar que todo país, de una forma u otra, lleva a cabo actos de espionaje (…) desde tiempos inmemoriales, los actos de espionaje son llevados a cabo por agentes y ellos saben los riesgos que corren”.
Es de imaginar el escozor que causó en los militares cisneristas y velasquistas la templanza del informe de Caretas. Por ello, repusieron a la revista en su mira y, como no podían desmentir su investigación, apuntaron contra una información tomada de publicaciones extranjeras especializadas, que aludía a 12 interceptores MIG-21 “que nos ha prestado Cuba” y que podrían ser adquiridos por el Perú “en caso de un conflicto”. Publicarla se calificó como un atentado contra la seguridad nacional.
Fuertemente presionado, Morales Bermúdez, adoptó cuatro medidas de ejecución sucesiva: aceptó su renuncia a De la Puente, sometió a Consejo de Gabinete la pena de muerte para el suboficial Vargas, declaró “persona non grata” al embajador de Chile y… dispuso la clausura de Caretas.
Como De la Puente fue reemplazado por el civil Carlos García Bedoya, también diplomático de carrera, los “duros” quedaron frustrados. En un dramático consejo de gabinete se aprobó el fusilamiento de Vargas por mayoría de votos. La decisión fue ejecutada en la mañana del 19 de enero. Al día siguiente, la Cancillería informó sobre la medida contra Bulnes, pidiendo su “retiro inmediato del territorio nacional”. En esto hubo una sutileza que pasó inadvertida: la fecha coincidía con aquella en la cual el general Manuel Bulnes, antepasado del embajador, recibió en tierra peruana el título de mariscal de Ancash, por su victoria en la batalla de Yungay. En cuanto a la clausura de Caretas, quienes la impulsaron no dimensionaron el peso propio y conjunto de Doris Gibson e hijo ni la calidad de sus contactos internacionales. Pero eso merece párrafo aparte.
La historia oficial dice que esas medidas habilitaron a Morales Bermúdez para afirmarse en el poder, mantener su objetivo estratégico de transferirlo a la civilidad y resistir la presión de quienes querían incorporar al Perú a una alianza bélica contra Chile. Queda para la especulación ponderar cuánto y cómo influyó esa neutralidad peruana, para que los generales argentinos optaran por una guerra previa contra el Reino Unido.
HUESO DURO
Doris denunció urbi et orbi la clausura de Caretas y creó una revista sustituta sobre la marcha. Zileri, aprovechando que esa vez no lo deportaron, lideró una huelga de hambre, primero en la Catedral y luego en los pasillos del Congreso donde sesionaba la Constituyente. Lo acompañaron destacados periodistas de otros medios, incluidos los de Marka, una revista de izquierda con talante castrista.
Su lucha por la libertad de prensa fue noticia internacional y se convirtió en un incordio grave para los uniformados. La gestión de Mercado Jarrín como canciller de Velasco había posicionado al Perú entre los países líderes del Tercer Mundo y eso enorgullecía a todos. Se percibían internacionalmente aceptados y disfrutaban del contraste con el rechazo ecuménico que inspiraba el régimen de Pinochet.
En esa coyuntura, los pétreos militares de Cisneros y los velasquistas supérstites debieron bajar la guardia. Asumieron que ni siquiera la incautación de los diarios tradicionales había provocado tanto revuelo y que la vuelta a la democracia no tenía marcha atrás. Cuatro meses después, el astuto Morales Bermúdez pudo disponer el fin de la clausura de Caretas.
La revista reapareció el 28 de mayo de 1979, con otra de sus carátulas burlonas e históricas. Un esqueleto sonriente, sentado ante una máquina de escribir Olivetti, advertía a peruanos y extranjeros que la prensa seguía siendo UN HUESO DURO DE ROER.
En la opacidad de los movimientos políticos castrenses, aquello reflejaba una dura pugna entre el Presidente, general Francisco Morales Bermúdez y su ministro del Interior, general Luis “el Gaucho” Cisneros, quien tenía sólidos vínculos con los generales de la terrorífica dictadura argentina. Cisneros postulaba una especie de “democracia parametrada”, idónea para proyectar “las conquistas” del poder militar y apoyar a Argentina (y Bolivia, por añadidura) en una casi segura guerra contra Chile.
Como suele suceder en las pugnas intracastrenses, el gobernante no se atrevía a despedir a un contrincante respondón y éste, a sabiendas de lo que se jugaba, se hizo entrevistar por El Comercio. Ahí dijo, desafiante, que su cargo no era de la sola confianza del Presidente. También dependía del comando del Ejército.
En ese contexto, el 13 de diciembre de 1978 estalló la noticia de un singular espionaje chileno, en el estratégico puerto de Talara. Según la información, filtrada por militares del sector crítico, el petrolero Beagle (notable nombre), al mando del capitán de navío Sergio Jarpa Gerhard, fletado por la Armada de Chile para cargar combustible, tenía un objetivo sospechoso. Su dotación de 91 marinos militares no correspondía a una misión comercial. De hecho, Jarpa, su segundo y el ayudante del agregado naval de la embajada de Chile fueron capturados en un vehículo diplomático, mientras fotografiaban las instalaciones portuarias. Al parecer, la inteligencia militar peruana estaba alerta.
Se dijo, entonces, que la misión real de los marinos chilenos oscilaba entre el espionaje y el sabotaje, en función del estallido de la guerra con Argentina, la cual ya contaría con el apoyo del Perú. De ser así, esa misión pudo transformarse en una profecía autocumplida. Quizás es lo que entendieron quienes filtraron la información pues, sobre la marcha, añadieron un caso previo, que se estaba tratando en el secreto diplomático. A su tenor, en el mes de octubre, el suboficial Julio Vargas Garáyar de la Fuerza Aérea del Perú, había sido sobornado por personal de la embajada de Chile, para que proporcionara información detallada sobre la base aérea La Joya.
La difusión de ambas noticias puso los pelos de punta a quienes, en el Perú, queríamos una transición pacífica a la democracia, comenzando por Morales Bermúdez. Entonces, la relación con Chile llegaba al borde de lo innombrable, con nerviosas visitas de militares argentinos, inflamados discursos de algunos constituyentes y duras críticas de la prensa parametrada contra el canciller José de la Puente. Lo acusaban de actuar con debilidad, por no haber informado sobre el caso Vargas y pedían la cabeza del embajador de Chile Francisco Bulnes. Todos ignorábamos que, en paralelo –el 22 de diciembre-, la escuadra chilena salía de sus fondeaderos en los canales magallánicos, para enfrentar a la escuadra argentina. La guerra estaba a la vuelta de la esquina.
EL LEGENDARIO ZILERI ACTUA
Fiel a su coraje humanista, el director de Caretas, Enrique Zileri, trató de poner paños pacíficos en la coyuntura. En un completo “informe especial” para la edición del 15 de enero de 1979, proporcionó a sus lectores todos los antecedentes disponibles. También adivinó que Bulnes, “cultor de la política tradicional del compromiso y la negociación”, había sido sobrepasado por los agentes secretos de Pinochet. En esa línea, llamó a “no exacerbar un sentimiento antichileno” y elucubró, con calculada ambigüedad, sobre “la excepcional cortesía de nuestro canciller de tratar la cuestión en absoluto secreto con el de Chile”.
Con lo último, Zileri aludía a la acusación contra De la Puente por haber sostenido conversaciones con su homólogo chileno Hernán Cubillos, en vez de primero aplicar medidas de retorsión. Al mismo tiempo, le daba la oportunidad de explicarse a fondo, en una entrevista notable. En ella, el canciller dio una respuesta que equivalía a una declaración de principios:
(…) establezcamos los niveles en que actúan los gobiernos. En la Cancillería se ventilan los más altos intereses de la Nación, mientras que es imposible negar que todo país, de una forma u otra, lleva a cabo actos de espionaje (…) desde tiempos inmemoriales, los actos de espionaje son llevados a cabo por agentes y ellos saben los riesgos que corren”.
Es de imaginar el escozor que causó en los militares cisneristas y velasquistas la templanza del informe de Caretas. Por ello, repusieron a la revista en su mira y, como no podían desmentir su investigación, apuntaron contra una información tomada de publicaciones extranjeras especializadas, que aludía a 12 interceptores MIG-21 “que nos ha prestado Cuba” y que podrían ser adquiridos por el Perú “en caso de un conflicto”. Publicarla se calificó como un atentado contra la seguridad nacional.
Fuertemente presionado, Morales Bermúdez, adoptó cuatro medidas de ejecución sucesiva: aceptó su renuncia a De la Puente, sometió a Consejo de Gabinete la pena de muerte para el suboficial Vargas, declaró “persona non grata” al embajador de Chile y… dispuso la clausura de Caretas.
Como De la Puente fue reemplazado por el civil Carlos García Bedoya, también diplomático de carrera, los “duros” quedaron frustrados. En un dramático consejo de gabinete se aprobó el fusilamiento de Vargas por mayoría de votos. La decisión fue ejecutada en la mañana del 19 de enero. Al día siguiente, la Cancillería informó sobre la medida contra Bulnes, pidiendo su “retiro inmediato del territorio nacional”. En esto hubo una sutileza que pasó inadvertida: la fecha coincidía con aquella en la cual el general Manuel Bulnes, antepasado del embajador, recibió en tierra peruana el título de mariscal de Ancash, por su victoria en la batalla de Yungay. En cuanto a la clausura de Caretas, quienes la impulsaron no dimensionaron el peso propio y conjunto de Doris Gibson e hijo ni la calidad de sus contactos internacionales. Pero eso merece párrafo aparte.
La historia oficial dice que esas medidas habilitaron a Morales Bermúdez para afirmarse en el poder, mantener su objetivo estratégico de transferirlo a la civilidad y resistir la presión de quienes querían incorporar al Perú a una alianza bélica contra Chile. Queda para la especulación ponderar cuánto y cómo influyó esa neutralidad peruana, para que los generales argentinos optaran por una guerra previa contra el Reino Unido.
HUESO DURO
Doris denunció urbi et orbi la clausura de Caretas y creó una revista sustituta sobre la marcha. Zileri, aprovechando que esa vez no lo deportaron, lideró una huelga de hambre, primero en la Catedral y luego en los pasillos del Congreso donde sesionaba la Constituyente. Lo acompañaron destacados periodistas de otros medios, incluidos los de Marka, una revista de izquierda con talante castrista.
Su lucha por la libertad de prensa fue noticia internacional y se convirtió en un incordio grave para los uniformados. La gestión de Mercado Jarrín como canciller de Velasco había posicionado al Perú entre los países líderes del Tercer Mundo y eso enorgullecía a todos. Se percibían internacionalmente aceptados y disfrutaban del contraste con el rechazo ecuménico que inspiraba el régimen de Pinochet.
En esa coyuntura, los pétreos militares de Cisneros y los velasquistas supérstites debieron bajar la guardia. Asumieron que ni siquiera la incautación de los diarios tradicionales había provocado tanto revuelo y que la vuelta a la democracia no tenía marcha atrás. Cuatro meses después, el astuto Morales Bermúdez pudo disponer el fin de la clausura de Caretas.
La revista reapareció el 28 de mayo de 1979, con otra de sus carátulas burlonas e históricas. Un esqueleto sonriente, sentado ante una máquina de escribir Olivetti, advertía a peruanos y extranjeros que la prensa seguía siendo UN HUESO DURO DE ROER.
Editado por
José Rodríguez Elizondo
Escritor, abogado, periodista, diplomático, caricaturista y miembro del Consejo Editorial de Tendencias21, José Rodríguez Elizondo es en la actualidad profesor de Relaciones Internacionales de la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile. Su obra escrita consta de 30 títulos, entre narrativa, ensayos, reportajes y memorias. Entre esos títulos están “El día que me mataron”, La pasión de Iñaki, “Historia de dos demandas: Perú y Bolivia contra Chile”, "De Charaña a La Haya” , “El mundo también existe”, "Guerra de las Malvinas, noticia en desarrollo ", "Crisis y renovación de las izquierdas" y "El Papa y sus hermanos judíos". Como Director del Programa de Relaciones Internacionales de su Facultad, dirige la revista Realidad y Perspectivas (RyP). Ha sido distinguido con el Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales (2021), el Premio Rey de España de Periodismo (1984), Diploma de Honor de la Municipalidad de Lima (1985), Premio América del Ateneo de Madrid (1990) y Premio Internacional de la Paz del Ayuntamiento de Zaragoza (1991). En 2013 fue elegido miembro de número de la Academia Chilena de Ciencias Sociales, Políticas y Morales.
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Tendencias 21 (Madrid). ISSN 2174-6850
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