Un holón funciona no sólo como una totalidad autopreservadora, sino también como parte de otro holón mayor, y precisamente esta última propiedad le conduce a adaptarse o acomodarse a otros holones -no autopoiésis sino alopoiésis; es decir, más que ausencia de asimilación, acomodación. El aspecto “parcialidad del holón”, se manifiesta en su capacidad de acomodarse, de registrar la presencia de otros holones, de encajar en el entorno existente.
Un ejemplo clásico: La capacidad de los electrones para acomodarse en un orbital en el que ya hay una determinada cantidad de esas mismas partículas. Lo que han hecho es registrar su entorno y reaccionar con él. Esto no implica intencionalidad por parte del electrón, tan solo la capacidad de reaccionar a las acciones de lo que le rodea. Como totalidad sigue siendo él mismo; como parte debe acoplarse con otros.
Podemos llamar a estas dos tendencias opuestas, individualidad y comunión del holón. Su individualidad -tendencias autoasertivas, autopreservadoras, asimiladoras- expresan su totalidad, su autonomía relativa. Su comunión por el contrario, concretada en sus tendencias participativas, conectivas y unificadoras, expresan su parcialidad, su relación con algo más grande.
Estas dos tendencias son absolutamente cruciales e igualmente importantes: el exceso de una de ellas destruirá al holón por desaparición de su patrón identificativo. Incluso un pequeño desequilibrio, le llevará a una deformación estructural, ya estemos hablando del crecimiento de una planta o de la evolución del patriarcado. Y anteriormente ya hemos sugerido que un desequilibrio de estas tendencias, se expresa como individualidad patológica, es decir alienación y represión, o comunión patológica, lo que supone fusión e indisociación.
Esta polaridad primordial está presente en todos los dominios de la existencia manifestada y fue expresada arquetípicamente como los principios taoístas del Yin (comunión) y Yang (individualidad). También serán aplicables estas tendencias a las teorías políticas de derechos individualidad, y responsabilidades, comunión.
Autotrascendencia o autotransformación
Cuando dos átomos de hidrógeno y uno de oxígeno se unen en unas determinadas condiciones, emerge un nuevo holón, en cierta manera sin precedentes: la molécula de agua. No se trata simplemente de asociación, autoadaptación o comunión de tres átomos; es una transformación cuyo resultado es un nuevo emergente: distintas totalidades se unen para producir una totalidad diferente. Creo sinceramente que es la única definición ejemplificada clara que ahora se me ocurre sobre una cuestión tan importante en filosofía de la ciencia.
Esto supone un giro creativo sobre lo que había ocurrido hasta ahora. Whitehead, en “Category of the Ultimate”, denomina Creatividad la “categoría última”, o la categoría necesaria para entender cualquier otra. En este libro, el filósofo norteamericano incluye tres conceptos fundamentales: creatividad, muchos y uno. En cierto sentido, hubiera podido reducirlo a creatividad y holón, ya que holón es uno/muchos, porque como bien sabemos, “muchos” y “uno” no pueden existir por separado.
La unificación aprehensiva de Whitehead es el holón presente, subjetivo, que pasa a ser objeto del holón subjetivo siguiente, de forma que cada holón aprehende su Universo real completo y sigue presente en la unificación aprehensiva de todos sus descendientes (causalidad). Por supuesto, toda la serie presenta distintos grados (jerarquía) dependiendo del grado de creatividad que se insufle en el flujo, en un momento dado.
El principio de la realidad
Conozco lo arriesgado de citar a Whitehead en estos tiempos. Y hacerlo además cuando sólo nos interesan ciertos aspectos de su filosofar. Pero estos artículos pretendo tengan algún contenido didáctico y este pensador, un tanto hermético y extraño cuando filosofa, presenta algunas facetas bastante poco conocidas pero a mi juicio interesantes
Hablar de Whitehead fuera del ámbito de la lógica matemática, es hacerlo de la llamada “filosofía del proceso”. Sir Alfred North Whitehead fue uno de los grandes intelectuales ingleses de la primera mitad del siglo XX. Murió en 1947 en Boston, ya que se había acogido a la jubilación en la universidad de Harvard, donde había trabajado desde 1924. Aunque era un eminente físico y matemático (con Russell publicó los Principia Mathematica de 1910 a 1913), desarrolló una complejísima ontología físico-metafísica, llena de términos nuevos, originales, que producen en el lector un fuerte efecto hermético.
Las ideas que iremos mencionando a continuación se derivan de la lectura de las obras de Whitehead, Process and Reality en la que este autor trata de entender la ontología de la realidad y de Science and theModern World también de este autor anglo-americano. El punto de partida de Whitehead no es la constatación de objetos o entidades estables, sino una referencia al “evento” (su terminología varía: acontecimiento, ocasión actual...).
El evento surge y se produce en el campo de la realidad: es el comienzo mismo de la constitución de la realidad. Pero el evento es un fluir, un acontecer temporal (no es un átomo o partícula como una entidad cerrada y estable). Los eventos deben ser entendidos más como campos que como puntos en un espacio discontinuo y métrico. El evento dinámico constituye lo que llama “prehensión” que origina la constitución de las entidades actuales (las prehensiones producen la relación de unos eventos a otros y de unas entidades a otras).
La organización de los eventos por prehensiones produce el mundo real, el mundo de los objetos que conocemos en toda su variedad. La forma y naturaleza de las prehensiones deriva a la variedad de entidades actuales en el universo: cada entidad tiene dos momentos, la interioridad y la exterioridad. Todas las entidades, incluso las más simples (partículas o átomos) tienen un factor de interioridad que se desarrolla a través de la jerarquía de los seres, células, organismos, hasta llevar a la conciencia humana superior.
El origen de las sensaciones
Las sensaciones se originan en las prehensiones. Pero plantas desintegradas o rocas, por ejemplo, no tienen, sin embargo, interioridad. El universo es así un sistema, una coordinación de estructuras integradas jerárquicamente, que se ha producido como un “estado momentáneo” del proceso universal de cambio y transformación fundado básicamente en el fluir de eventos primordiales. El universo, y sus objetos, no son substancia, sino proceso.
Por ello, permanecen momentáneamente las entidades actuales (diríamos las estructuras en proceso pero temporalmente estables), pero no los eventos primordiales que son puro proceso, puro fluir (aunque llenando en su lugar preciso las estructuras), en una línea de pensamiento heracliteana pero coordinada con la imagen científica del mundo microfísico.
Pero este mundo evolutivo en proceso siempre abierto necesita la referencia a una dimensión fundamental desde la que pueda producirse: esta exigencia de fundamento es lo que llama el “principio ontológico”. La realidad fundante, que nosotros denominamos Uno en honor de Plotino, pero que cada filósofo puede denominar como desee, incluso azar, aparece así como fundamento ontológico del proceso cósmico. Somos conscientes que al utilizar la senda neoplatónica del Uno nos apartamos de Whitehead el habla directamente de Dios.
En principio, desde la ontología del Uno podrían producirse muchas dinámicas procesuales; la teoría de los objetos eternos nos habla de las posibilidades creativas. Pero el Uno marca un camino productivo concreto: El Uno, en tanto que primer acontecimiento de todo, es eterno, distinto al mundo, pero es causa del acontecimiento eidético-matemático que concretado físicamente origina el universo.
Libertad de acción
La Naturaleza del Uno no participa –como pretende Whitehead- de la creación realizada y el Uno no prehende las entidades actuales producidas en el proceso continuo del mundo y, las novedades emergentes, son partes del proceso en el que él no participa pero que si desencadena.. El Uno, o lo que éste sea, ha puesto en movimiento el proceso para que dicho proceso se construya a sí mismo, el proceso es autoconfigurante, autocreador. Y en este sentido el Uno está abierto a lo que el proceso haga consigo mismo.
Hasta este punto nuestro acuerdo con Whitehead es claro. A partir de aquí él dice que este Dios –ya no decimos Uno, como puede verse, porque no tiene los atributos del Uno que es inmutable y por lo tanto inafectable- está afectado por el proceso del mundo, es un Dios dinámico abierto a la novedad que el mismo funda y que en alguna manera le limita. Así, según Whitehead, Dios tendría como dos naturalezas, una intemporal y la otra involucrada radicalmente en el tiempo. Parece también que Whitehead entendió que el mundo siempre había co-existido con Dios, aunque no en un sentido panteísta. Mi posición es otra, la plotniana, presentada en las Énneadas, que más adelante explicaremos.
Whitehead consideraba que el diálogo y conciliación ciencia/religión era esencial en el progreso de la humanidad. Pero esto no podía hacerse sin que la religión progresara en el mismo modo teológico de entender la religión; es decir, la experiencia religiosa presente diversificadamente en las tradiciones religiosas. Su filosofía de procesos era precisamente un esquema conceptual del mundo ofrecido por la ciencia que permitiría a la religión reformularse en términos propios de la cultura moderna. Barbour ha pretendido modelos científicos/religiosos.
Azar, necesidad, caos, estadística...
La referencia a la Causa Primera en el marco de Whitehead, pone en relación la estructura de eventos fluentes que supuestamente nacen del trasfondo de la divinidad, con una dinámica que confluye en prehensiones que producen un complejo nexo de entidades interrelacionadas en proceso continuo de transformación. Es el proceso de creación en que emerge el mundo microfísico como diseño especifico en que Dios se ha autolimitado haciendo una opción en el mundo de los objetos eternos.
Dios ha diseñado el proceso de interacciones para que éste se haga a sí mismo: la autocreación de cada entidad, en proceso evolutivo siempre abierto en que el azar, la necesidad, los grandes números, el caos, la estadística y la probabilidad juegan un papel específico (Hefner, Peacoke). Como plotino-wilberiano, no nos encontramos lejos de esta posición pero nos preocupa la expresión “estructura de eventos nace del trasfondo de la divinidad”.
Nosotros atribuimos al Uno -entidad filosófica que podemos asumir a una entidad matemática de orden superior no conocido- las atribuciones de ser simultáneamente generadora e inmutable, eidética, exacta, incorruptible impasible e inmutable y fuente del resto de las identidades de la proceden el nous o espíritu primero, y el alma en sentido global, después.
Mientras que el concepto de Uno es nuclear y filosófico, su primera e hipotética etapa consecuencial no ha podido ser verificada, pero si que puede su segunda etapa, partir de la gran explosión, re-interpretarse en una más panteísta Spinoziano ya que si el ente matemático Uno tiene atributos divinos, lo que de él proceda también habrá de tenerlos. Desde luego, nosotros con Hawking afirmamos un único acto físico generativo probado con consistencia matemática fue la gran explosión o Big-Bang.
Whitehead dice que Dios influye en el mundo, pero sin determinarlo. Nosotros limitaríamos esa influencia al ente primordial de los entes matemáticos que posibilitaron el que parece fuera el primer evento físico: el big-bang. No obstante, Whitehead dice que este un mundo con libertad autocreativa por su misma dinámica procesual; estamos de acuerdo, claro está. Pero también nos, al mismo tiempo, dice que Dios subyace al mismo proceso y puede controlar los eventos cuánticos, y sus indeterminaciones. Nosotros esta afirmación no la compartimos
Límites de la emergencia
Esta es la razón por lo que la “emergencia” en el sentido que la utiliza la ciencia convencional de originaria de los siglos XVII, XVIII y XIX, no explica realmente nada, sólo describe lo que ocurre de hecho. La explicación debe residir en algo similar a la “categoría última” de Whitehead, un rasgo de la realidad misma que explica la emergencia y que, en sí mismo, no puede ser explicado.
Este tema será recurrente en los artículos que seguirán a éste y se irá siendo matizado cada vez. Pero está claro que algún tipo de Eros atractivo, subyugador, está implicado en el proceso, porque si no, éste no habría podido comenzar.
Jantsch y Waddington denominaron a este giro creativo, autotrascendencia, por la que algo se convierte en una nueva totalidad que tiene sus propias formas nuevas de individualidad y comunión.
En su obra Self-organizing universe, Jantsch escribe: “No es suficiente caracterizar a estos sistemas simplemente como abiertos, adaptativos, sistemas del no-equilibrio, o sistemas con capacidad de aprendizaje –comunión-; son eso y más: son auto trascendentes, lo que nada menos significa que son capaces de transformarse a sí mismos. Los sistemas autotrascendentes son el vehiculo de la evolución para producir un cambio cualitativo y de esta forma asegurar su continuidad; a su vez, mantiene a los sistemas autotrascendentes que sólo pueden existir en un mundo de independencia. Para los sistemas autotrascendentes el ser se une al devenir.....”
Como dice Ilya Prigogine, premio Nóbel y renovador de las ciencias físicas, los distintos niveles y estadíos de la evolución son irreducibles unos a otros porque las transiciones entre ellos están caracterizadas por rupturas de simetría lo que significa simplemente que no son equivalentes a nuevas disposiciones del mismo material -sea lo que sea ese material-, sino que en parte son una trascendencia significante, un nuevo giro creativo.
Jantsch lo resume así: En el paradigma de la autoorganización, la evolución es el resultado de la autotrascendencia a todos los niveles.
Saltos evolutivos
En otras palabras, esto introduce una dimensión vertical que corta en ángulo recto, por así decirlo, con la horizontal de individualidad y comunión. En la autotrascendencia, la individualidad y la comunión no solo interactúan; más bien surgen nuevas formas de individualidad y comunión a través de rupturas de simetría, a través de la introducción de giros nuevos y creativos dentro de la corriente interactiva. En la evolución no sólo habría continuidad, sino importante discontinuidades, saltos, puntuaciones.
La naturaleza podría evolucionar tal vez a través de saltos repentinos y transformaciones profundas más que por la vía de pequeños reajustes -tesis que como ya hemos visto, también sostiene Gould-. El diagrama abierto del árbol de la vida ya no se parecería a las uniones en forma de “Y” de la teoría sintética sino que se representaría en forma de abruptos cambios... Habría pruebas, acumuladas en muchos campos de la ciencia empírica, por las que los sistemas dinámicos no evolucionan suavemente y con continuidad en el tiempo sino que lo hacen a través de saltos y estallidos comparativamente repentinos.
El paleontólogo George Simpson llamó a esto “evolución cuántica” porque estos estallidos, como se señala en el resumen de Murphy sobre los puntos de vista de Simpson, descritos en The future of the body, “implicaron alteraciones relativamente abruptas de la capacidad adaptativa o de la estructura corporal y dejaron muy pocas o ninguna prueba en el registro fósil de las transiciones entre ellas”.
Esta evolución cuántica condujo al “modelo puntuacional” de Niles Elgredge y de Stephen Jay Gould que discutimos anteriormente -todo lo que previamente se ha dicho guarda una conexión con lo que vendrá después; aunque parezca lo contrario, no nos perdemos en alardes eruditos innecesarios-. Michael Murphy lo resumió como “trascendencia evolutiva”.
Asimismo, Murphy señala que: “los teóricos evolutivos, T. Dobzhansky y Francisco Ayala les han llamado [...] sujetos que ejemplifican la trascendencia evolutiva porque de cada uno de ellos surgió un nuevo orden de existencia”.
Autotrascendencia
Ledyard Stebbins, uno de los principales arquitectos de la moderna teoría evolutiva, describió ciertas diferencias entre los pasos grandes y los pequeños dentro de la evolución orgánica, estudiando los avances de mayor o menor grado en plantas y animales. El término grado es usado por los biólogos para señalar una serie de características o habilidades que de manera clara dan a los descendientes de una especie ciertas ventajas sobre sus antecesores.
Según Stebbins, el desarrollo de las capacidades de polinización del algodoncillo y de las orquídeas, es un ejemplo de pequeños avances de grado, mientras que la aparición del tubo digestivo del sistema nervioso central, de los órganos de los sentidos, de los miembros en los vertebrados y del comportamiento social elaborado, representan grandes avances de grado. Él estimó que ha habido 640.000 de los pequeños y entre 20 y 100 de los grandes, durante los cientos de millones de años de la evolución de los organismos eucarióticos.
La cuestión es que no hay nada que sea especialmente metafísico y oculto en todo esto. La autotrascendencia es simplemente la capacidad que tiene un sistema para llegar más allá de lo dado e introducir en cierta medida algo innovador; una capacidad sin la cual, parece probable que la evolución no hubiese siquiera podido comenzar. La autotrascendencia, que llega a todos los rincones del Universo, significa nada más y nada menos que el Universo tiene la capacidad intrínseca de ir más allá de lo que fue anteriormente.
Autodisolución
Los holones que se van construyendo a través de la autotransformación vertical, también se pueden destruir. Obviamente, cuando los holones se “disuelven” o se “despegan”, tienden a hacerlo a lo largo de la misma secuencia vertical según la cual fueron construidos, aunque, como es natural en sentido opuesto. Como señala Jantsch en la obra citada anteriormente,
“si una estructura se ve forzada a retroceder en su evolución, mientras no haya fuertes perturbaciones, lo hace siguiendo el mismo camino por donde ha progresado [...]. Esto implica la existencia de un primitivo “sistema de memoria holística” que ya aparece en los niveles pertenecientes a las reacciones químicas”.
Esto es cierto en todo el recorrido, incluidos los holones psicológicos y lingüísticos que hemos convenido en llamar noosféricos. En el libro de Gardner, “Quest for mind”, se recoge una cita de Roman Jakobson en la que indica que:
“.....esos fenómenos estratificados que la psicología moderna descubre en distintas áreas del reino de la mente. Nuevas adiciones se superponen sobre las anteriores y la disolución comienza en los estratos superiores: El acuerdo sorprendentemente exacto entre la sucesión cronológica de estas adquisiciones y las leyes generales de solidaridad irreversible que gobiernan la sincronía de todas las lenguas del mundo”.
Para que se entienda: Lo que se construye verticalmente hacia arriba, puede desmoronarse verticalmente hacia abajo, y las rutas en ambos casos son básicamente las mismas.
Consideradas de forma conjunta, estas cuatro características: autopreservación o individualidad, comunión o autoacomodación, autotrascendencia y autodisolución, pueden ser representadas en un sistema de ejes cartesianos X e Y. El eje de abscisas –horizontal- tiene dos opuestos, individualidad y comunión; el eje de ordenadas –vertical- contiene otros dos opuestos, autotrascendencia y autodisolución. Si a partir del punto de origen O, suponemos que cada semieje es un vector fuerza, tendremos cuatro fuerzas, que en circunstancias normales, se hallaran en tensión constante y su resultante será nula.
Si aumenta el “vector individualidad”, disminuirá en módulo del “vector comunión” y viceversa. Cuanto más intensamente un holón preserva su propia individualidad, su propia totalidad, tanto menos contribuye a sus comuniones o a su parcialidad dentro de totalidades más amplias. Y viceversa naturalmente. Tomemos como ejemplo un elemento químico inerte como el Helio. Sabemos que se resiste tozudamente a unirse con otros elementos para formar compuestos debido a que su composición electrónica es muy estable. Este elemento, considerado como un holón, retiene su individualidad y resiste a la comunión. Sin embargo, el Cloro y el Sodio tenderán a la comunión para formar un holón superior que es la sal común.
Tensión constante
Esta es una tensión constante a lo largo de todos los dominios de la evolución y aparece en todas partes, desde la batalla entre la autopreservación y preservación de la especie hasta el conflicto entre derechos –individualidad- y responsabilidades –comunión-; identidad individual y afiliación; persona y comunidad; coherencia y correspondencia; autonomía y heteronomía... En resumen, ¿Cómo puedo ser simultáneamente mi propia totalidad y una parte de algo mayor sin sacrificar lo uno ni lo otro?
Como veremos, parte de la respuesta se halla en todos los estadios de la evolución, incluido el humano, e implica la autotrascendencia hacia nuevas formas de individualidad y comunión que integren e incorporen ambas partes, superponiéndolas: No solo se trata de una totalidad más amplia - expansión horizontal - sino de una totalidad más elevada o profunda, la emergencia vertical. Por esta razón la evolución es el resultado de una autotrascendencia a todos los niveles y es autorrealización a través de esa trascendencia.
Esta constante batalla entre individualidad y comunión, se extiende incluso a las formas de patología de cualquier nivel dado. Cuando hay un exceso de individualidad este lleva a cortar -léase reprimir y alienar- las ricas redes de comunión que mantienen esa misma individualidad; Por otra parte demasiada comunión, lleva a la pérdida de integridad individual, a la fusión con otros, a la indisociación, a borrar los límites y a fundirse perdiéndose la autonomía.
Si hemos hablado de batallas horizontales, la batalla vertical se encuentra entre la autotrascendencia y la autodisolución, las tendencias que construyen o destruyen. Y estas fuerzas interactúan con la individualidad y la comunión en cualquier nivel dado (recordemos que trabajamos sobre cuadrantes creados por ejes de coordenadas).
Riesgo de autodestrucción
Por ejemplo, demasiada individualidad y demasiada comunión, conducen a la autodestrucción y esto representa un problema constante en los asuntos humanos, donde el deseo de encontrar un “significado más amplio” a menudo lleva a un exceso de comunión o fusión con una “causa mayor”, y esa fusión es confundida con la trascendencia cuando se trata solo de una pérdida de autonomía, un abandono de responsabilidades.
Hemos dado ejemplos quizá complicados, especialmente en el ámbito humano, pero estas cuatro fuerzas operan también en los holones más simples. Cada holón es un holón dentro de otros, transfinitamente: Cada holón es simultáneamente un subholón -parte de otro holón- y un supraholón -que contiene otros holones-. Como holón, debe preservar su propio patrón o individualidad en el tiempo, y debe registrar y reaccionar a su entorno -sus comuniones en el espacio-. Si no responde adecuadamente es borrado: demasiada individualidad o demasiada comunión destruyen el patrón que le identifica.
Dado que cada holón es también un supraholón, cuando es borrado -cuando se autodisuelve en sus subholones- tiende a seguir el mismo camino descendente que estos han seguido en el camino ascendente: Las células se descompones en moléculas, que a su vez se descomponen en átomos y estos en partículas que desaparecen en las probabilísticas nubes transfinitas de la virtualidad. Burbujas dentro de burbujas...
Preservarse o acomodarse, trascenderse o disolverse. He aquí las cuatro tendencias a las que está sometido cada holón en el Kósmos.
Lo holones emergen
Emergen nuevos holones debido a la capacidad de autotrascendencia. Partículas subatómicas, átomos, moléculas, polímeros, células, y así sucesivamente. Los holones emergentes presentan cualidades que no pueden ser estricta y totalmente deducidas de sus componentes; por lo tanto, y esto es muy importante en el sistema que proponemos, ellos y sus descripciones no pueden ser reducidos simplemente a las partes que los componen.
Hofstadter lo expresa así: “Los niveles organizativos implican, ontológicamente, nuevas entidades más allá de los elementos de los que procede su proceso de autoorganización”. Y continúa: “Es importante darse cuenta que la ley de nivel superior no puede ser descrita en los términos que describe el nivel inferior”.
Y señala que esto es cierto tanto para las partículas de una gas como para las especies biológicas, los programas de ordenador o las réplicas de ADN, tanto para las escalas musicales como para las reglas lingüísticas.
Emergencia significa también que la indeterminación -y una de sus consecuencias, el grado de libertad- está enhebrada en el tejido mismo del Universo, porque emergencia sin precedentes significa no determinado por el pasado -aunque reconocemos que algunas partes del Universo pueden colapsar de forma determinista, como en la mecánica clásica-.
Los holones están fundamentalmente indeterminados en muchos aspectos, precisamente porque son autotrascendentes. Técnicamente esto puede expresarse así: La selección de entre el conjunto de estados estables alternativos y dinámicamente funcionales no está predeterminada. El nuevo estado no es decidido ni por las condiciones iniciales del sistema ni por cambios en los valores críticos de los parámetros ambientales; cuando un sistema dinámico es desestabilizado fundamentalmente, actúa de forma indeterminada.
Actualmente, parece prácticamente seguro que el determinismo surge solo como un caso límite cuando la autotrascendencia del holón se aproxima a cero o cuando esta misma hace pasar la situación de indeterminación a un holón superior.
Emergencia frecuente
La emergencia no es un fenómeno raro o aislado. Varela, Thompson y Rosch, resumen las pruebas disponibles de esta forma: “Esta claro que las propiedades emergentes han sido halladas en todos los dominios: Vórtices y láseres, oscilaciones químicas, redes genéticas, patrones de desarrollo, genética de poblaciones, sistemas inmunológicos, ecología y geofísica. Lo que todos estos fenómenos tienen en común es que en cada caso una red produce nuevas propiedades... La emergencia de patrones o configuraciones globales en sistemas de elementos interactuantes no es una rareza que solo se da en casos aislados. De hecho parece difícil que cualquier agregado densamente conectado escape a las propiedades emergentes” (Véase Francisco Varela y colaboradores, The embodied mind).
Ernst Mayr lo expresa así en su exhaustivo trabajo El desarrollo del pensamiento biológico (The growth of biological thought): “Los sistemas casi siempre tienen la particularidad de que las características de la totalidad no pueden ser deducidas, ni siquiera en teoría, del conocimiento profundo de los componentes tomados por separado o en combinaciones parciales. La aparición de nuevas características en las totalidades recibe el nombre genérico de emergencia. Esta ha sido invocada a menudo para explicar fenómenos tan difíciles como la vida, la mente, o la conciencia. Realmente, la emergencia es igualmente característica de los sistemas inorgánicos...es Universal, y como dijo Popper: vivimos en un Universo de novedad emergente”.
Todas las ciencias son reconstructivas. No podemos predecir el comportamiento de cualquier holón en el instante siguiente al de su consideración, ya que la emergencia autotrascendente conlleva siempre un cierto grado de incertidumbre. He aquí otra palabra mágica e importante: Incertidumbre.
Ciencias reconstructivas
Sin embargo, cuando la autotrascendencia de un holón se acerca a cero, o lo que es lo mismo, su creatividad es mínima, las ciencias reconstructivas se transforman en ciencias predictivas. Afirmación terrible, porque las ciencias empíricas comenzaron estudiando precisamente aquellos holones que mostraban una creatividad mínima -un montón de rocas en movimiento- y de esa forma, trastocaron la auténtica naturaleza de la ciencia haciéndola esencialmente predictiva y por lo tanto inexacta.
Las ciencias físicas Newtonianas fueron involuntariamente responsables de que el Kósmos se convirtiera y colapsara en Cosmos, de que la Gran Holarquía del Ser se redujera a las criaturas más simples y al estudio individualizado de estas, y del también tuvieron que ver con el aplastamiento de una realidad multidimensional hasta reducirla a un paisaje chato, plano y descolorido, máximamente predecible y mínimamente creativo.
Hizo falta que llegara el Principio de Indeterminación de Heisemberg para recordarnos que ni siquiera los componentes de las rocas, partículas subatómicas, son tan predecibles y tan simples como pretendían los reduccionismos ingenuos. He ahí el verdadero comienzo de la nueva y verdadera física y, como señala Ilya Prigogine, fue la mecánica cuántica la primera ciencia que se vio obligada a dejar de lado la descripción determinista.