FILOSOFIA: Javier del Arco

No soy un entusiasta de Peter Sloterdijk pero me voy a apoyar en algunas de sus reflexiones y en los comentarios que sobre él ha realizado muy acertadamente Adolfo Vásquez Rocca para continuar mis comentarios sobre la masa líquida en su aspecto espumoso y menos consistente.


Sloterdijk se formó en la órbita de los seguidores de la Escuela de Frankfurt y pronto se dio cuenta de que las obras de Adorno y otros no salían de lo que denominó "ciencia melancólica". Su viaje a la India para estudiar con un famoso gurú, Rajneesh (luego llamado Osho), cambió su actitud ante la filosofía. Su Crítica de la razón cínica, de 1983, estaba aún en ese estilo de crítica de la razón instrumental analizada por sus maestros, pero las obras que siguieron están imbuidas ya del nuevo espíritu transgresor. No obstante, hay que señalar en Sloterdijk dos tendencias: la ya mencionada rupturista con el pensamiento académico, y otra que se inserta en su labor como profesor universitario, y que lo lleva a cierto didactismo, por no decir enciclopedismo. Mantuvo un célebre debate con Jürgen Habermas sobre el concepto y contenido del Humanismo con motivo de las ideas expuestas en su obra “Normas para el parque humano”. Esta polémica supuso su entrada en el universo mediático, con consecuencias que no había previsto. Sus análisis de Nietzsche y del legado de Heidegger, se alternaron con otros libros más personales, en donde desarrolla una fenomenología del espacio que ha denominado esferología, en alumbra su trabajo más ambicioso hasta la fecha: Esferas, una trilogía compuesta por Burbujas, Globos y Espumas.

Los intereses de Sloterdijk son tan amplios y variados, que superan a muchos de los de sus colegas: la música, el psicoanálisis, la poesía (sobre todo la francesa), la obra de ciertos autores olvidados como Gabriel Tarde, Gaston Bachelard o poco conocidos como Thomas Macho; el arte contemporáneo, la antropología, y un largo etcétera. También se ha preocupado por asuntos políticos, que ha desarrollado tanto en obras de hace tiempo, “En el mismo barco”, como más recientes, “Si Europa despierta”, en donde se muestra partidario de una Europa sólida y no sometida a las derivas de las potencias exteriores. Frente al academicismo de otros pensadores, su apuesta por los medios de comunicación, que estudia hace tiempo y sobre los que escribe también, le ha supuesto numerosas críticas. También se distingue del resto por su escritura muy estilizada, literaria incluso, que debe algunos rasgos al impulso de Ernst Bloch o a ciertos franceses virtuosos como Gilles Deleuze, pero adoptando su propia terminología y creación de neologismos arriesgados, a los que son tan aficionados algunos filósofos alemanes.

Sloterdijk, da su versión de la postmodernidad mediante una metáfora gigante -por lo extensa- mediante esferas que se deshacen y devienen en espumas en las que se establecen complejas y frágiles interrelaciones, carentes de centro, y en constante movilidad expansiva o decreciente. Si esa metáfora del mundo físico se traslada al ámbito social, surge un intento un tanto artificioso de explicar la sociedad postmoderna, aquella de los movimientos de expansión y contracción de los sujetos en un mundo liviano, de carácter multifocal, descomprometido con el otro, egoísta hasta su máxima expresión, y en el que la banalidad del mal se expande en tanto que el amor verdadero se licua y volatiliza.
Ciertamente, la imagen de la espuma sirve para contarnos como es la sociedad de hoy. ¿Pero qué mundo? El efímero caracterizado por la emergencia rápida de las personas y objetos, un uso corto y alocado de ambos -la persona o sujeto se mimetiza y funde con el objeto- y devine en “sobjeto”, como señala Vedú-, se llega al final y vuelta a empezar. Por doquiera se multiplican relatillos, que Sloterdijk denominará pomposamente micro-relatos, que agitan el hoy para ser ceniza mañana mismo. Así se formula hoy al hombre y su mundo, así lo hace el de Karlsruhe, mediante una interpretación antropológico-filosófica del individualismo moderno de la que emerge una sociedad bobalicona, “buenista” pero preñada de perversiones, tanto en la esfera o la espuma pública, muy debilitada, como en la privada.

Así, Espumas trata de dar un sentido, una respuesta, a la naturaleza del vínculo que reúne a los individuos, el espacio interrelacional del mundo contemporáneo.

Sloterdijk, como señala su excelente interprete Vásquez Rocca que nos ha inspirado buena parte del comentario del alemán, nos indica que éste “quiere describir con su metáfora de la Espuma un agregado de múltiples celdillas, frágiles, desiguales, aisladas, permeables”, pero, y esto es lo más extraño de todo, digo yo, “sin comunicación efectiva”.
Adolfo Vásquez Roca, finaliza su análisis diciendo: “La esfera deja así de ser la imagen morfológica del mundo poliesférico que habitamos para dar paso a la espuma. Fragilidad, ausencia de centro y movilidad expansiva o decreciente son las características esta nueva estructura que mantiene una «estabilidad –precaria, añado yo- por liquidez», divisa postmoderna que refleja la íntima conformación de la espuma”.

Lo «líquido» de la modernidad, si retomamos la concepción de Baumam, se refiere a la conclusión o fin de una etapa de «incrustación» de los individuos en estructuras «sólidas», seguras, tales como el régimen de producción industrial o las instituciones democráticas, que tenían una fuerte raigambre territorial. Ahora, «el secreto del éxito reside en evitar convertir en habitual todo asiento particular». La apropiación del territorio ha pasado de ser un recurso, a convertirse en lastre, debido a sus efectos adversos sobre los dominadores: Porque lo que no es móvil está vinculado a las denominadas “inacabables y engorrosas responsabilidades que inevitablemente entraña la administración de un territorio”.

Masa espumosa y temor

Nuestras ciudades, afirma Bauman, son metrópolis del miedo, lo cual no deja de ser una paradoja, dado que los núcleos urbanos se construyeron rodeados de murallas y fosos para protegerse de los peligros que venían del exterior. Lo que Sloterdijk llamó «la ciudad amurallada» hoy ya no es un refugio, sino la fuente esencial de los peligros, porque ya no hay murallas ni físicas, ni morales ni legales. La ley es permisiva con el delincuente, los agentes de la ley están poco protegidos y la ciudad o la no-ciudad, esa mépolis de Félix Duque que tanto me interesa, es un “totum revolutum” de razas, lenguas, estilos, tribus y riegos evidentes, semejante a lo que aparece en películas afortunadas como Blade Runner o Star Wars IV, cuando se describe el garito del puerto espacial de la ciudad Mos Eisley. Lugares semejantes hay ya muchos, demasiados, aunque por decoro no los visite ni siquiera por causa de mi interés por la antropología. Prefiero la virtualidad real del cinematógrafo.

Nos hemos convertidos en ciudadanos «adictos a la seguridad pero siempre inseguros de ella» y, lejos de rebelarnos como sería lógico, lo vamos aceptando como algo inevitable, hasta tal punto que, en opinión de Zygmunt Bauman, contribuimos a «normalizar el estado de emergencia», lo que a todas luces es aberrante.

El miedo es más temible cuando es difuso, disperso, poco claro; cuando flota libre, sin vínculos, sin anclas, sin hogar ni causa nítidos; cuando nos ronda sin ton ni son; cuando la amenaza que deberíamos temer puede intuirse, percibirse por todas partes, pero resulta imposible situarla en un lugar concreto. «Miedo» es el nombre que damos a nuestra incertidumbre: a nuestra ignorancia con respecto a la amenaza y a lo que no se puede hacer para detenerla o para combatirla.

Los temores son muchos y variados, reales e imaginarios… un ataque terrorista, las plagas, la violencia, el desempleo, terremotos, el hambre, enfermedades, accidentes, el otro, los otros…Y sobre todo, miedo al nuevo poder emergente, sin rostro ni responsabilidad, violento e implacable, simultáneamente oculto y público, nuevo Armagedon, Leviatán hobbesiano, Bestia del Apocalipsis: el mercado postmoderno.

Los Estados pierden la “E” mayúscula y devienen en “estadillos” micro-feudales, burbujas malolientes de ácido sulfhídrico provenientes de la putrefacción de las sociedades líquidas, empantanadas en el fango putrefacto y cinemático donde han claudicado y muerto de inacción y ausencia de fuerza interior, individual y colectiva. Tanto el Estado democrático como la sociedad libre, fenecen en la colosal trampa tendida por el despiadado mercado postmoderno, nuevo Leviatán que nos esclavizará a todos. Y la trampa ha sido clara: una sustitución del ser por el tener, la emergencia de una perversa afirmación: tengo, luego soy. Para ello la estrategia perversa del llamado nuevo orden mundial (NOM) ha consistido en propiciar la codicia, el hedonismo y los más bajos instintos humanos. Así, de la mano de la publicidad y el consumismo ha devenido el derrumbe moral, la destrucción de la autoridad, el desprestigio de las instituciones -y España es un ejemplo de desprestigio acelerado-, la disolución de muchísimas familias, la exacerbación por el placer efímero, la disolución del sujeto en un “sobjeto” fungible, la fiebre consumista, el culto al dios cuerpo…

A eso tenemos miedo.

Gentes de muy diferentes clases sociales, sexo y edades, se sienten atrapados por sus miedos, personales, individuales e intransferibles, pero también existen otros globales que nos afectan a todos, como el miedo al miedo…Y una gran mayoría de seres humanos no han conformado mentalmente a lo que temen, no lo han elaborado; temen, viven o mal viven, ni siquiera huyen…entre otras cosas porque no saben donde ir, carecen de referencias, están perdido y solos como nuevos Zarathustra, en el pantano hediondo de la masa líquida, presintiendo el dionisiaco fragor de los “nuevos hombres superiores”: los señores del mercado

Los miedos nos golpean uno a uno en una sucesión constante y azarosa, ellos desafían nuestros esfuerzos (si es que en realidad hacemos esos esfuerzos) de engarzarlos y seguirles la pista hasta encontrar sus raíces comunes, que es en realidad la única manera de combatirlos cuando se vuelven irracionales. Pero la maldad infiltrada en la educación y la enseñanza, nos ha borrado las pistas. La humanidad está sola, desvalida, como árbol que ha perdido sus raíces. Y de ello se aprovechan esos “nuevos hombres superiores” nietzscheanos del NOM que, acostumbrados a los atajos y las vías rápidas, ni siquiera van a procurar que madure una nueva aristocracia. Van a implantar una dictadura al servicio de un nuevo concepto de Nomenklatura. Los esperpénticos hijos expósitos –no tienen origen, ignoran su genealogía intelectual- del siglo XIX, han eclosionado en las postrimerías del siglo XX y principios del XXI, convertidos en rapaces prácticas dispuestos a derruir la libertad, la democracia y el liberalismo verdadero. El verdadero propósito del capitalismo postmoderno es solo uno: el dinero por el dinero, sin pretensiones de crear riqueza, para lo que ha optado por la vía fácil que le conduce la formación de su nueva Nomenklatura, que habrá de estar integrada por hombres y mujeres sin escrúpulos, carentes de sentido moral, inclinación religiosa o sentimiento caritativo alguno. Son grandes ingenieros financieros, duros, fríos, implacables y perversos, naturalmente.

Han sido magistralmente descritos y descritas, pues hay de los dos sexos, por Juan Manuel de Prada en su artículo “Nuevo Orden Mundial” publicado por el diario ABC.

Hay miedo. Hay razones para tener miedo. Y el miedo ha hecho que el humor del planeta haya cambiado de manera casi subterránea pero ciertamente drástica.

La agonía de Europa y el miedo de los europeos.

Durante siglos nuestro continente ha sido el abanderado del progreso espiritual, político y social. La eclosión de la civilización judeo-cristiana, tras la crisis del imperio romano, significó el desarrollo de Europa y ponerse a la cabeza del mundo, superando a las que hasta entonces se consideraban culturas más avanzadas: la china y la musulmana.

El desarrollo de nuestra civilización trajo, no solo adelantos científicos y técnicos, también supuso el desarrollo de principios humanistas, tales como derechos humanos, respeto por la vida, por la integridad y hacia los sexos. A lo largo de mucho tiempo, Europa ha ido legando a toda la humanidad principios válidos para cualquier persona, así como progreso material. Pese a las crisis políticas, a la ruptura de la unidad del cristianismo o de las guerras, Europa siguió siendo señera en todos los aspectos de la evolución humana…hasta el siglo XX.

En el mismo, se desencadenaron dos brutales guerras, que llegaron a ser mundiales, pero cuyo epicentro fue nuestro continente, rompiendo la estabilidad y los equilibrios imperantes desde la derrota napoleónica, pero aun más grave fue la crisis espiritual, social y política sufrida. A la caída de los históricos imperios: el alemán, austro-húngaro o ruso, siguió el nacimiento de dos de las ideologías más terribles de la historia: el comunismo y el nazismo, que, aunque pueda parecer increíble, subyugaron a una gran parte de la población europea y a sus dirigentes. Durante más de 70 años, el comunismo, que ha generado por encima de 100 millones de muertos en todo el mundo, la mitad en Europa y el nazismo, durante 12 años, que llevaron a la horrorosa Segunda Guerra Mundial y al holocausto, fueron vistos no solo con simpatía sino con entusiasmo, por una Europa que bajó a los infiernos.

La derrota del nazismo no trajo la vuelta a los valores históricos, sino que el comunismo se quedó como el vencedor en una parte del continente, con la URSS como potencia dominante y en el resto el modelo estadounidense: Europa dejaba de contar como potencia determinante.

Pero la gravedad de la situación se hizo mayor cuando los principios, los valores que nos hicieron grandes, fueron dejándose atrás, sin que les sustituyese otra cosa que un nihilismo rampante. Pese a los esfuerzos de algunos grandes dirigentes como Schumann, De Gásperi o Adenauer, la Europa grande, de los grandes valores y de los éxitos científico-técnicos, se derrumbaba, teniendo su primera gran quiebra, tras la guerra, en el absurdo mayo del 68, cuyos “principios”, por llamarlos de alguna manera, han impregnado nuestra cultura desde entonces, conduciéndonos, cada vez más, a la debacle.

Confundiendo la libertad y los derechos humanos con el hedonismo y el libertinaje, generaciones enteras han quedado marcadas por la falta de espíritu, de esfuerzo y sacrificio, entregadas a la droga, el sexo fácil o la “cultura” del consumismo. Esas actitudes nos han llevado a la actual situación, donde una crisis económica ha destapado lo peor de nosotros mismo, pues en vez de reconocer que hemos vivido, materialmente, por encima de nuestras posibilidades y espiritualmente, en brazos de Moloch, optamos por culpar a los demás, ya sean la banca, los políticos o quién sea, quienes, no faltos de culpa ciertamente, si han actuado corrupta y usureramente –que lo hecho- ha sido por que los ciudadanos se lo hemos permitido, en un ejercicio de estupidez y frivolidad imperdonables.

Olvidándonos, cuando no burlándonos, de los valores del cristianismo y sus principios de ayuda, solidaridad, esfuerzo y sacrificio, vemos como pueblos a los que teníamos por subdesarrollados, nos desbordan y no solo en lo económico. Faltos de vigor, incapaces de enfrentarnos a nuestros enemigos o rivales, preferimos culparnos por nuestra historia y pactar con ellos, ya sean los islamistas, hinduistas o cualquier otro, que sea firme en sus convicciones.

La realidad es que Europa se desangra en medio de la cobardía y entreguismo generales y prueba de ello es el llamado movimiento de los indignados, aquí en nuestro país, que, convertidos en una turba sucia y reprobable, sin respeto por los demás y sin nada que ofrecer salvo, quizás, nuevas dictaduras, campan por sus respetos por las calles de la capital, ante la pasividad gubernamental y la diferencia ciudadana, claro ejemplo y triste epítome del fin de una civilización antigua, rica, fértil y generosa, convertida en pura vacuidad en este siglo XXI.

Juan Manuel de Prada, cuya pluma no necesita elogios, ha escrito acertadísimamente en ABC, lo siguiente:

“Hoy, señores, las vías están preparadas para un tirano gigantesco, colosal, universal, inmenso… un nuevo orden mundial tiránico que se impone sin resistencias físicas ni morales y que – ¡Oh misterio de iniquidad!- aparece a los ojos atónitos de las masas cretinizadas como la única solución posible para las catástrofes que él mismo ha originado”.

¿Y cómo opera la bestia en el siglo XXI?

“Su estrategia salta a la vista: extensión del pánico mediante mecanismos especulativos, entre los Estados debilitados, que acaban entregando su soberanía para convertirse en lacayos obedientes del NOM y acceden a someter a sus súbditos a las privaciones más ímprobas bajo la amenaza de una estampida de los inversores, que sostienen la deuda hipertrofiada de tales Estados”.

La conclusión, el mejor análisis económico que he visto, a cargo de un autor no economista: las masas aceptan:

“todo tipo de ‘cambios estructurales’ o, dicho en román paladino, aumento de los impuestos y reducción de los salarios”.

De todo esto, también tenemos miedo

El miedo justificado a los nuevos bárbaros

Pueblos que hace sólo medio siglo se postraban ante Europa, muestran una nueva sensación de seguridad y autoestima, así como un crecimiento vertiginoso de la conciencia de su propio valor y una creciente ambición para obtener y conservar un puesto destacado en este nuevo mundo multicultural, globalizado y policéntrico.

Los ssociólogos especializados en movimientos migratorios y los demógrafos, prevén que el número de musulmanes que vive en Europa puede duplicarse nuevamente para el año 2015. Gravísima predicción que esperamos no se cumpla. La Oficina de Análisis Europeos del Departamento de Estado de Estados Unidos calcula que el 20% de Europa será musulmana en el año 2050, mientras otros predicen que un cuarto de la población de Francia podría ser musulmana en el año 2025 y que si la tendencia continúa, los musulmanes superarán en número a los no musulmanes en toda Europa occidental a mediados de este siglo. Así las cosas, y si Europa no despierta, será islámica a finales de este siglo. Lo que, evidentemente no se puede tolerar. Cualquier cosa, incluso la más terrible, menos eso.

A este respecto y volviendo sobre los miedos globales, pensemos en la inestabilidad generada por los atentados de Nueva York. Allí, sin duda, tuvo lugar una mutación del terrorismo. El 11 de septiembre de 2001 marca un cambio de época en la historia del miedo. Así, el régimen del sabotaje y la lógica del pánico vino a ser el argumento central de la política y la base de justificación de una política exterior norteamericana que sembraría otros miedos que nos marcarían a fuego, como los atentados de Madrid el 11 de marzo de 2004. Y aquí conviene retomar a Sloterdijk y su concepto de atmoterrorismo (2).

Como crónica de las relaciones entre teoría y política de Estado, cabe apuntar que cuando Sloterdijk fue convocado por el canciller Schroeder para debatir sobre las consecuencias del nuevo escenario mundial en la era del atmoterrorismo y las guerras de rehenes, Sloterdijk se refirió al binomio miedo y seguridad, pues, señalo el filósofo, «vivimos en una sociedad obsesionada por la seguridad», por las pólizas y las políticas de climatización corriendo el riesgo de perder nuestra libertad. Se refirió también al miedo como un elemento clave para el desarrollo del intelecto. «El miedo -indicó Sloterdijk- está al comienzo del intelecto, el miedo de alguna manera hizo al hombre”

La amenaza fundamentalista, que parecía una amenaza periférica, se ha desplazado hacia el centro, rumbo a una hegemonía que a los ojos de muchos resulta pavorosa. Hoy un grupo, monitoreando artefactos desde las montañas más remotas y más miserables del mundo, es capaz de hacer estallar el icono más importante del poderío económico global, como son las Torres Gemelas.

Miedo, riesgo y futuro

Epicuro nos hablaba de la lucha contra los miedos que atenazan al ser humano lo que es parte fundamental de su filosofía. No en vano, ésta ha sido designada como el "tetrafármaco" o medicina contra los cuatro miedos más generales y significativos: el miedo a los dioses, el miedo a la muerte, el miedo al dolor y el miedo al fracaso en la búsqueda del bien.

Si bien Epicuro no era ateo, entendía que los dioses eran seres demasiado alejados de nosotros, los humanos, y no se preocupaban por nuestras vicisitudes, por lo que no tenía sentido temerles. Por el contrario, los dioses deberían ser un modelo de virtud y de excelencia a imitar, pues según el filósofo viven en armonía mutua, manteniendo entre ellos relaciones de amistad.

En cuanto al temor a la muerte, lo consideraba un sin sentido, puesto que “todo bien y todo mal residen en la sensibilidad y la muerte no es otra cosa que la pérdida de sensibilidad”. La muerte en nada nos pertenece pues mientras nosotros vivimos no ha llegado y cuando llegó ya no vivimos.

Por último, carece también de sentido temer al futuro, puesto que: “el futuro ni depende enteramente de nosotros, ni tampoco nos es totalmente ajeno, de modo que no debemos esperarlo como si hubiera de venir infaliblemente ni tampoco desesperarnos como si no hubiera de venir nunca”.

Hablar de riego es hacerlo de Beck. Nacido en 1944, director del Instituto de Sociología de la Universidad Ludwig-Maximilian de Munich y profesor en la London School of Economics, cursó estudios de Psicología, Sociología, Ciencias Políticas y Filosofía, disciplina en la que se doctoró en 1972 en la Universidad de Munich. Ha dedicado el grueso de su trabajo intelectual a indagar sobre las nuevas configuraciones de la sociedad contemporánea, y ha volcado sus reflexiones en numerosos libros, entre los cuales se cuentan La sociedad del riesgo. Hacia una nueva modernidad (1986), ¿Qué es la globalización? Falacias del globalismo, respuestas a la globalización (1997), La democracia y sus enemigos (1998), Un nuevo mundo feliz. La precarización del trabajo en la era de la globalización (2000), todos publicados en español por Paidós, y La invención de lo político. Para una teoría de la modernización reflexiva (1996; en castellano, Fondo de Cultura Económica, 1999).

En Ulrich Beck el rigor intelectual no excluye el apasionamiento ni el afán polémico. Un indicio cabal de su personalidad lo brinda la respuesta a su interlocutor, Johannes Willms, con la que cierra su libro de conversaciones Libertad o capitalismo (2000): «La situación intelectual es desoladora. Los muros fronterizos que se levantaron para durar eternamente se están desmoronando […]. Y ¿qué hacen actualmente los intelectuales? Los intelectuales han dejado de pensar. Los teóricos de la posmodernidad, del neoliberalismo y de la teoría de los sistemas (Luhmann), por ejemplo, que por cierto se contradicen en todo, anuncian a golpe de trompeta, sentados en el butacón de su despacho, el fin de la política. Y todos siguen este dictado. Todos, pero no la realidad. Es algo verdaderamente paradójico: darían ganas de echarse a reír si no fuera tan grave. Este enamoramiento de los propios límites mentales, que pretende encima imponerse teóricamente y erigirse en guardián de la verdadera ciencia, es algo que me saca de quicio y me deja sin voz al mismo tiempo […]. Entretanto, yo sigo en pos de mi objetivo, maravillosamente inalcanzable: pensar de nuevo la sociedad.»

Notas

2. Adolfo Vásquez Rocca, para mi el mejor intérprete de Sloterdijk en castellano, no señala que en su obra Temblores de aire1 Sloterdijk se interna en las fuentes del terror, corriendo la niebla, buscando luz en el crepúsculo de la inmunidad, Sloterdijk mueve provocadoramente su pensamiento. Este escrito se arma bajo la lógica del pánico como argumento central de la política. Escrito entre la voladura de los rascacielos de Nueva York y el secuestro por un comando checheno de los asistentes al teatro de Moscú. Asalto cuya conclusión -que todavía suscita discusiones en torno a si los gases empleados eran enervantes, anestésicos o una mezcla inodora e incolora de ambos- parece la confirmación empírica de la fantasía profética de Haslinger, citada por Sloterdijk, cuando imagina en Opernhall la ópera de Viena convertida por unos criminales en una gran cámara de gas.

Sloterdijk plantea en Temblores de aire2 algo acerca de este tipo de espanto cuando estudia detalladamente la originalidad de esta época, al considerar a la práctica del terrorismo, el concepto de diseño productivo y la reflexión en torno al medio ambiente como un tríptico organizador de un estilo de muerte: el modelo atmoterrorista y la guerra del gas. Es desde el medio ambiente, desde la necesidad elemental del respirar que proviene el cambio en los medios de agresión al semejante. Se arrebata la vida arrebatando los medios que permiten vivir, en una comedia económica de la asfixia.

Es así como Sloterdijk sindica el 22 de abril de 1915 como el comienzo, de una nueva era en nuestro presente: los alemanes derraman sobre las trincheras francesas ayudados por vientos favorables 5.700 botellas de gas mostaza. Fecha iniciática, según Peter Sloterdijk, o punto de inflexión en una genealogía de las armas de guerra que marcará la introducción del medio ambiente en la contienda entre facciones. El campo de batalla se ha ampliado hasta la atmósfera. Dos variables, desconocidas a nivel masivo -pero con algún precedente histórico- entran en juego en el gran arte de la guerra: la colaboración del individuo en su propia destrucción -a través de los procesos vitales que exigen la apropiación del medio ambiente- y una nueva dimensión, el tiempo, expresada a través de la latencia en la atmósfera de determinadas sustancias invisibles, y a través de la incubación en el cuerpo de esos mismos agentes. Tras formarse una espesa nube de seis kilómetros de ancho que el viento hacía avanzar; los soldados no podían dejar de respirar, y respirar era intoxicarse. Se inició el dominio del aire para sembrar terror.

El terrorismo asociado al paroxismo de las tecnologías de manipulación del medio ambiente amenaza con eliminar las condiciones de vida de toda la especie. Una ataque químico o bacteriológico como posibilidad de las nuevas formas del terrorismo, eliminarían de modo radical la capacidad de vivir, no apuntando ya sólo al cuerpo del enemigo según los métodos de la guerra convencional, sino estableciendo las condiciones de imposibilidad para la vida de ese cuerpo, que por respirar, actividad necesaria para la vida, aspira gas letal y se suicida. No hay pues refugio frente a esa guerra o a ese terrorismo de la misma forma que no hay abrigo en la guerra total asociada a la movilización total de Jünger.3 En ambos casos, el de la saturación del espacio y el de la movilización total, no hay ni tiempo ni lugar para reflexionar y desde el que ejercer la autonomía personal. Aplicando las categorías de la filosofía posmoderna puede señalarse que ya no hay distinción entre el interior y el exterior, no hay nada interno, latente, oculto ni por descubrir, todo está ahí fuera obscenamente alcanzable y visible, se trata como diría Baudrillard de la Transparencia del mal.

Para Sloterdijk son precisamente estas condiciones de exposición total y de vulnerabilidad lo que opera los factores de perturbación, las condiciones intelectuales de esta época requieren -como resguardo- aprender la desconfianza, pero ¿cómo desconfiar del aire?

Introducido el medio ambiente en la lucha entre facciones, las interacciones entre enemigos ponen al descubierto la vulnerabilidad de la respiración. El modelo atmoterrorista (y atmo es aire), por su alto nivel de abstracción y distancia de las víctimas, fragmenta la cadena de responsabilidades; además, es un método que se distribuye de inmediato en ambos lados del conflicto, por lo cual el terrorismo es un modo de luchar que no trata de apropiarse de la libertad del otro, sino de impedir que el otro tenga libertad de disfrutar de su medio.

Sloterdijk nos presenta el paradigma del humanismo y del terrorismo hermanados en la figura del Profesor en Química Fritz Haber (1868-1934) responsable del "Instituto Emperador Guillermo de Dahlem para la Investigación químico-física y electroquímica". Premio Nobel en 1918 fue asimismo asociado a la organización de la guerra química en la primera guerra mundial, padre de la máscara de gas y promotor de la llamada "campaña contra la eliminación de parásitos" en el campo agrícola. Todos estos laureles no impidieron que en su momento tuviese que emigrar en 1933 debido a su ascendiente judío, después de que todavía en el verano había asesorado al mando militar del Reich en cuestiones de gas tóxico. Murió en Basilea en 1934, en viaje a Palestina. Algunos de sus familiares perdieron la vida en los campos de Auschwitz, gaseados. Desinfectar con gases tóxicos a Europa de los sujetos impuros y animales fue parte de la fase atmosférica del genocidio.

Hijo de la alianza entre ciencia y aparato militar, encarnado por Fritz Haber5, el temblor del aire condensa el ideal de desinfección con el racismo (el Ciclón A se inventa en 1920 para desinfectar estancias plagadas de insectos; el Ciclón B será utilizado para exterminar judíos). La técnica permitirá diferenciar el interior del exterior, y así se hará, en 1924, la primera cámara de gas "civil", en Nevada, para ejecutar la condena a muerte; el interior puede ser un tren subterráneo, y así el gas sarín llevado en bolsas podrá ser liberado por los seguidores de una secta. La verdad suprema se baja del vagón y dejan el tóxico en las entrañas de Tokyo.

El temblor es un matadero, sea un incendio como el de Dresde, o una nube como el Napalm con el que EE.UU. envolvió a Vietnam, o un experimento como el de los rusos en una isla con cientos de monos expuestos a bombas químicas. Temblamos todos, privados de la envoltura natural del aire.

Bajo un aire cada vez más turbio y asfixiante, la ilusión de cerrar una atmósfera. La aireación, el air-design, la aromatización y el confort olfativo construyen constelaciones atmosféricas, pero apenas sólo la ilusión de amparo. Y es que, como lo señaló Canetti6, a nada se encuentra tan abierto el hombre como al aire. Somos respiradores, pero bajo una atmósfera profanada y con formas de vida desmoronadas. "El terror hace explícito qué es el medio ambiente bajo el sesgo de su vulnerabilidad; la iconoclasia hace explícito qué es la cultura al experimentarla desde su posibilidad de ser parodiada; la ciencia hace explícito qué es la naturaleza primaria bajo la perspectiva de su contingencia a tenor de los avances tecnológicos". Sloterdijk hace notar ciertas perplejidades a las que nos enfrenta el atmoterrorismo, cuestiones como que la ineludible costumbre de respirar es la que se vuelve contra aquellos que respiran, por cuanto estos, a fuerza de seguir la práctica de ese elemental hábito, se convierten en involuntarios cómplices de su propia destrucción. Después de los ataques con gas tóxico, el aire perdió su inocencia. Y los signos se cubrieron de fango. Todo podría estar latentemente contaminado o intoxicado.

Hasta el siglo XX la política y la guerra moderna tuvieron lugar en torno del Estado-nación, una entidad fija en un territorio extenso con una población relativamente repartida. Existía un campo de batalla, un escenario bélico, un terreno donde los ejércitos podían enfrentarse, para desde allí eventualmente proceder a la conquista territorial, de la cual las ciudades eran el último escenario de lucha. Las guerras mundiales, sobre todo la Segunda, marcaron un quiebre destinado a perdurar: la ciudad pasó a ser blanco de los ataques militares con bombardeos a la población civil. La estrategia militar evidentemente había tomado nota del formidable cambio por el que las poblaciones abandonaron las bastas extensiones para concentrarse en territorios pequeños como las ciudades. Atacar una ciudad sería, a partir de entonces, un hecho político. Para autores como Virilio, pero sobre todo Sloterdijk, aquí nace la lógica del terrorismo moderno y así lo expone en Temblores de aire.

Javier Del Arco
Miércoles, 14 de Diciembre 2011
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Editado por
Javier Del Arco
Ardiel Martinez
Javier del Arco Carabias es Dr. en Filosofía y Licenciado en Ciencias Biológicas. Ha sido profesor extraordinario en la ETSIT de la UPM en los Masteres de Inteligencia Ambiental y también en el de Accesibilidad y diseño para todos. Ha publicado más de doscientos artículos en revistas especializadas sobre Filosofía de la Ciencia y la Tecnología con especial énfasis en la rama de la tecno-ética que estudia la relación entre las TIC y los Colectivos vulnerables.




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