Ya hemos perfilado brevemente como es el crecimiento de los holones individuales, desde átomos a células, organismos pluricelulares hasta llegar a los animales complejos y también hemos indicado los holones sociales o medioambientales correlativos de cada nivel. Después esbozamos brevemente el crecimiento posterior del holón individual de los animales complejos hasta los de cerebro trino, desde el reptil, al mamífero y al primate.
Queremos observar ahora el entorno social y los tipos de holones en los que existían los organismos de cerebro trino para facilitar sus relaciones de intercambio. Esto nos sitúa directamente en la noosfera, el reino de la evolución sociocultural, no sólo biosocial ¿Estamos añadiendo un tercer tablero al juego de damas que resultaría formado por materia, vida, mente? Veamos.
Si reparamos en la Fig. 4, observamos que los animales complejos individuales, primates incluidos –lo que incluye los seres humanos, por cierto- necesitaban holones sociales a nivel de familias/grupos, y si disponían de los recursos apropiados, los holones individuales podrían mantenerse de una forma muy adecuada asumiendo, por supuesto, que todos los niveles anteriores en el individuo compuesto existen también en un marco de relaciones equilibrado y sostenible con sus propios entornos; es decir asumiendo que toda la disposición multinivel sea ecológicamente sana en el sentido más amplio, lo que tenemos razones para creer era el caso en ese punto de la evolución.
Expresado con más sencillez, el holón social de la familia/grupo, podría haber mantenido el triple cerebro indefinidamente, de la misma manera que mantiene el triple cerebro de otros primates –que sigue existiendo en holones sociales de parentesco- el cual es bastante similar al humano. Pero el holón humano fue más allá de los holones sociales basados en entornos de parentesco –fundamentados biosféricamente- tales como la familia y comenzó a producir pueblos, ciudades, Estados...Como dijimos, un tercer tablero añadido al juego de damas de la evolución.
Obviamente somos conscientes de que, ahora sí, estamos de nuevo en el ojo del huracán. Nos hallamos ante la relación entre cuerpo y mente o expresado con más precisión, cerebro y mente y toda la cuestión relativa a si la noosfera es, como tal, una buena idea. Trataremos de resolver estos espinosos asuntos paso a paso.
En principio, no parece haber razón biológica alguna que nos haya obligado a construir pueblos, ciudades y Estados. El holón social de la familia/grupo podría haber mantenido el triple cerebro humano de la misma forma que ha mantenido el de los grandes simios hasta el presente.
Pero al igual que la materia inerte o fisiosfera eyectó de si misma la materia viva o biosfera, esta última fue capaz de eyectar algo que siendo ella, es más que ella, incluyéndola y trascendiéndola, algo capaz de crear símbolos y herramientas que, simultáneamente, creaban y dependían de nuevos de nuevos niveles de holones sociales en los que los usuarios de estos símbolos y herramientas podían existir y reproducirse, pero ahora la reproducción era de la cultura a través de la comunicación simbólica, no únicamente la reproducción de cuerpos a través de la sexualidad. El parentesco dio paso a la cultura, añadiendo en nuestro juego de damas, una nueva de color azul sobre la roja y la negra.
La dama azul no es otra que la mente inteligente. Sólo un reduccionista a ultranza se atrevería a decir que no hay dama azul y que esta no es sino una solapada redisposición de las damas rojas y que la noosfera no es sino un giro más de la biosfera. Pero de la misma forma que la fisiosfera no está en la biosfera –no hay damas rojas en ningún lugar del nivel 1-, la biosfera no está en la noosfera –no hay damas azules en el nivel 2- ya que no hay conceptos lingüísticos autorreflexivos; hay prototipos, pero un prototipo deviene en un tipo real a través de una nueva emergencia.
Como vimos anteriormente el cerebro del Homo Sapiens ha permanecido inalterado durante cientos de miles de años. Y sin embargo, durante todo ese tiempo, el cerebro trino ha producido una extraordinaria serie de logros y, a la vez, de desastres culturales.
Nada realmente nuevo le ha ocurrido al cerebro durante ese periodo de tiempo, no ha habido ninguna evolución biosférica importante, y sin embargo toda la majestad y la catástrofe de la cultura ha desfilado por la escena, toda ella con la misma base biológica; no obstante, la majestad y la catástrofe no pueden ser totalmente reducidas ni están contenidas en esa base.
En la noosfera –el dominio de la cultura, los símbolos y las herramientas- los holones individuales evolucionan, de manera que cada holón sucesivo se construye sobre las propiedades y experiencias del nivel o niveles anterior o anteriores y, a su vez, contribuye con sus nuevas cualidades emergentes que adoptan la forma de nuevas estructuras sociales y tecnológicas que van acompañadas por nuevas formas de percepción de la relación entre el ser el humano y sus nuevos entornos.
Podemos advertir la existencia de desarrollos de complejidad y heterogeneidad crecientes. Recordemos que todos estos conceptos han de sernos bastante familiares por estar contenidos en los veinte principios estudiados con anterioridad.
Podríamos incluir una enorme cantidad de componentes en la noosfera evolutiva de los holones sociales, desde tipos de utensilios hasta diferentes visiones del mundo; desde modas hasta la creación de códigos legislativos.
La evolución de los holones es “dura”, incluso en ciertos casos puede llegar a ser traumática. El hecho inexorable de una mayor complejidad estructural –individual o social- significa que hay más cosas, luego será mayor la probabilidad de que algunas vayan mal.
Los átomos no tienen cáncer, los animales si. Pero la conclusión de que la mayoría de la evolución es degeneración, tampoco es cierta, al menos no lo es en muchos casos. La existencia del cáncer no condena la existencia de los animales per se.
El hecho de que la evolución siempre produzca mayor trascendencia y mayor diferenciación, significa que existe la posibilidad de que integre un factor patológico en cada paso evolutivo; la trascendencia puede ir demasiado lejos y convertirse en represión: lo superior no niega ni preserva lo inferior, sólo trata de negar o reprimir lo inferior, lo que supone una evidente disfunción.
De la misma manera, la diferenciación puede ir demasiado lejos y convertirse en disociación; es el fracaso que se produce al intentar integrar adecuadamente las nuevas diferencias emergentes en una totalidad coherente que, al mismo tiempo, esté encajada interiormente y hacia fuera esté en armonía con sus holones correlativos y con todos componentes inferiores.
Cuando una nueva diferenciación no está emparejada con una nueva e igual integración, donde quiera que haya negación sin preservación, el resultado será una enfermedad de uno u otro tipo, una patología que, cuando es suficientemente grave, la evolución se dispone seriamente a erradicar.
Esta situación se agudiza de manera especial en la noosfera –en la evolución cultural-, simplemente porque el holón humano contiene muchos niveles de profundidad –fisiosfera, biosfera y noosfera- y hay algo que puede trastocarse e ir mal en cada uno de ellos.
Cuando comenzó a emerger la biosfera, la evolución de las primeras células y colonias debieron sufrir toda suerte de procesos de inicio, fracaso, detención y aporía por lo que sus adaptaciones a las condiciones impuestas por la fisiosfera no fue en modo alguno empresa fácil. Cualquier comienzo que no estuviese en consonancia con la fisiosfera era eliminado.
A través de toda la evolución biológica, a medida que la biosfera misma comenzó a añadir superficies y superficies de nueva profundidad, cada uno de esos niveles debió adquirir la necesaria armonía tanto con sus predecesores como con sus iguales –holones del mismo nivel-; una tarea ni fácil ni trivial, como nos enseña el ejemplo impresionante de los dinosaurios.
Todo lo dicho es válido para el Homo Sapiens pero añadiéndole una enorme carga adicional: ensamblar la noosfera no sólo con sus iguales –holones del mismo nivel- sino con todos sus predecesores, desde los minerales a las plantas, reptiles, mamíferos, los cuales siguen ocupando el mismo espacio medioambiental y existen tambien como componentes de la propia individualidad compuesta que es el ser humano. El ser humano como individualidad compuesta ¿no resulta una mala definición del todo, verdad?
Cuando McLean dijo que los humanos se tumban en el diván del psicoanalista junto a un cocodrilo y un caballo, se quedó bastante corto; nos tumbamos con los planetas y estrellas, los lagos y los ríos, el plancton y las encinas, las lagartijas y los pájaros, los conejos y los simios, y lo repetimos no sólo porque son nuestros vecinos en el universo, sino porque los componentes de nuestro propio ser, son literalmente nuestros huesos y nuestra sangre, nuestra médula y nuestras vísceras, nuestros sentimientos y nuestros temores.
De la misma manera que la biosfera tuvo que encontrar un hueco aceptable en la fisiosfera –y más allá-, la noosfera tuvo que encontrar su propio lugar armónico en –y más allá- de la biosfera.
Evolución de la noosfera
La noosfera evolucionó, y a medida que fueron emergiendo diversos estadíos de desarrollo político, lingüístico y técnico, incorporando y trascendiendo sus predecesores, estos estadíos de desarrollo cultural superior no sólo podían alienar y reprimir sus propias conexiones previas en la noosfera –como veremos-, sino que también podían acercarse peligrosamente a cercenar sus conexiones con la biosfera, hasta un punto de vista tan alarmante que, actualmente, los seres humanos se han ganado con mucho esfuerzo y trabajo el “privilegio y la posibilidad” de ser los primeros dinosaurios culturales en la frágil noosfera.
En vez de trascendencia, represión; en vez de diferenciación, disociación; en vez de profundidad, enfermedad. Debido a la misma naturaleza de la evolución, este tipo de disociación puede ocurrir en cualquier estadío del crecimiento y desarrollo.
La noosfera ni es diferente ni goza de ningún privilegio en este sentido. Si violamos las posibilidades dadas por la biosfera, simplemente esta se deshará de nosotros como si fuésemos parásitos. Y no se sentirá peor después de haberlo hecho.
De la misma manera que la existencia del cancer no niega la existencia de los animales per se, la existencia de enfermedades sociales no niega la evolución cultural misma. Esto es aplicable a los sucesivos estadíos de la misma evolución cultural, desde la caza y la recolección, hasta la ganadería y el cultivo; desde la máquina de vapor y los motores de gasolina hasta los ordenadores y la energía nuclear.
Cada estadío nuevo aporto nueva información, nuevos potenciales, nuevas esperanzas pero también nuevos temores; trajo mayor complejidad, mayor diferenciación, mayor autonomía relativa y la posibilidad de una nueva y mayor patología sino a un avance no le seguía la integración correspondiente. La historia de la evolución cultural es la historia de los nuevos logros pero también de todas las nuevas enfermedades sociales. Cuando la evolución produce una diferenciación y esa diferenciación no es integrada, el resultado es una patología. Hay dos maneras de tratarla:
-Una de ellas esta ejemplificada por la noción freudiana –introducida por Ernst Kris- de “regresión al servicio del ego”. La estructura superior relaja su control consciente, regresa al nivel previo donde ocurrió la integración fallida, repara los errores reviviéndolos en un entorno favorable y curativo, y después integra ese nivel, -abarca ese nivel, que antes era “sombra”- en el nuevo y superior holón egoico o sistema del yo total.
El problema del ego fue que, durante su crecimiento y formación, allí donde hubiese debido trascender e incluir sus impulsos inferiores –como sexo o agresión- los trascendió pero los reprimió, los dividió y los alienó; esta es una de las prerrogativas de la estructura superior que tiene mayor autonomía relativa, prerrogativa que se adquiere siempre al precio de sufrir una patología. La cura es: regresión al servicio de una mayor integración; una regresión que permita que la evolución avance más armónicamente al curar y totalizar el holón previamente alienado.
-El otro planteamiento general es el llamado retrorromántico que recomienda la regresión a secas. Este planteamiento confunde diferenciación y disociación por un lado y, trascendencia y represión por el otro. Así, cuando la evolución produce una diferenciación, y esa diferenciación se convierte en disociación patológica, el planteamiento retrorromántico propone literalmente “ir hacia atrás”, hasta el punto en el que se ha producido la emergencia, el momento anterior a la diferenciación; no al anterior a la disociación –en eso todos podemos estar de acuerdo- sino hasta antes de la diferenciación misma.
Evidentemente, este procedimiento nos librará de la nueva patología, pero pagando un precio muy alto por ello; un precio que no es otra cosa que prescindir de la nueva profundidad, de la nueva creatividad, de la nueva conciencia. Para la lógica retrorromántica, la única manera de librarnos de la patología es librarnos de la diferenciación misma, lo que en último extremo sería afirmar que, tras el Big Bang, todo ha sido un gran error.
Dentro del planteamiento retrorromántico, aún resulta más preocupante el problema generado por “el corte”, es decir en que lugar temporal deciden los teóricos del retrorromanticismo detener su proceso regresivo.
Determinados autores piensan hoy, ante la alienación que suscita entre los humanos un mundo de máquinas omnipresentes, que nunca debiéramos haber ido más allá del cultivo de la tierra y la cría de ganado al par que realizan un elogio encendido de la sociedad agraria, la que reside o más bien residió en el entorno E1 definido por Javier Echeverría.
Poco importa que estas sociedades introdujeran los sacrificios humanos, extendiesen la guerra como Incas, Aztecas o Hititas, llevaran la estratificación de géneros al límite como los semitas o hiciese esclavos a la gran mayoría de los pobladores como todos... Otros van aún más allá, atribuyendo los actuales males de la Tierra a la sedentarización, es decir a la aparición de las antedichas sociedades agrarias; y ello porque presuponen que así el hombre comenzó a utilizar la biosfera en su propio beneficio produciendo una figura como el “excedente agrario”, causa de la riqueza de unos –los menos- y de la pobreza y esclavización de otros –los más-, y la subyugación generalizada de la mujer.
Además, esta situación permitió la existencia de un lenguaje escrito capaz de “esconder poder” a causa de la dificultad de acceso al mismo por la mayoría y, por la dificultad interpretativa de los textos dogmáticos reservada a las castas de magos y sacerdotes. Es cierto que, siguiendo un riguroso análisis marxista, la generalización de la agricultura trajo consigo esas consecuencias y muchos ecologistas de izquierda, en el fondo, están todavía muy apegados a estas ideas.
Alguna sociedad de esta época añorada es cierto que podía ser pacífica y tendiente a la igualdad, pero como ya hemos visto otras –la mayoría- no lo eran en modo alguno. Y si nos retrotraemos aún más, quizá no habríamos debido de pasar de nuestro ancestro arborícola que se alimentaba de frutos y brotes de hojas tiernas, que no sacrifica deliberadamente a sus semejantes, ni practicaba la esclavitud y tampoco se enzarzaba en guerras vengativas o sufría alienaciones. Claro que...
Nuestra posición es que una cosa es recordar, respetar y asumir nuestras raíces y nuestra historia y otra cosa muy distinta es talar nuestras hojas y ramas y pensar que esa es la solución a la enfermedad que tienen las hojas. Por tanto celebraremos siempre las nuevas posibilidades de la evolución, incluso en medio del horror, e intentaremos redirigir la multiplicidad de nuevas patologías.
Pero reiteremos nuestro punto de acuerdo con los románticos en general: hemos añadido tal profundidad –altura- a la noosfera, que está en peligro de deslizarse fuera de la biosfera. Mientras que sólo supondría un rodeo para la biosfera y no detendría en absoluto su camino, que seguiría su camino con o sin nosotros, esto supone la catástrofe para el animal que no sólo trasciende sino reprime.
El cerebro humano es también algo más
¿Por qué somos tan diferentes de los otros mamíferos en cuanto a capacidad intelectual? Si no hay diferencias cualitativas, la respuesta habría que buscarla en diferencias cuantitativas: la mayor superficie cortical del cerebro del hombre contiene un número tres o cuatro veces mayor de neuronas que el chimpancé.
Aumento del volumen del cerebro humano, sin proporción con la variación de las dimensiones del cuerpo. De hecho, según últimas novedades, lo que parece haber sucedido es que fue eliminada una instrucción, a saber la que determinaba la producción de una proteína que daba gran fuerza a los músculos mandibulares en los precursores de nuestra especie.
Esos músculos son todavía así de fuertes en el gorila, por lo que requieren una cresta ósea para amarrarse encima de la cabeza. Este anclaje muscular, si bien garantizaba mejores mandíbulas, constituía un obstáculo insalvable para un crecimiento mayor del cerebro. Suprimido el obstáculo, el cerebro pudo continuar creciendo más allá de sus límites anteriores (Terrence W. Deacon).
También una parte importante del desarrollo cerebral del organismo individual humano, ocurre después del nacimiento lo que supone que el nuevo ser sea expuesto a estímulos sociales considerables por parte del entorno, especialmente en el orden de la comunicación afectiva y el aprendizaje del lenguaje.
Por otro lado, el aspecto cuantitativo que tenemos que tener en cuenta no es solamente el tamaño de la corteza o número de neuronas, sino también su conectividad o número de enlaces de neurona a neurona. Ante esta jerarquización cuantitativa, algunos prefieren hablar más bien de propiedades emergentes.
Muchas de las conexiones entre grupos de neuronas de las áreas corticales de nuestro cerebro son de ida y vuelta, hecho este que se da mucho más en nuestra especie que en el de otros primates Aquí también existe la opción de calificar esta circunstancia como cualitativa en vez de cuantitativa, a pesar de que los tipos de elementos constructivos –recuérdese el paradigma del meccano- de los cerebros comparados sigan siendo los mismos.
Finalmente la intensidad de la expresión genética -cantidad de diferentes proteínas producidas por los mismos genes- es muy distinta en diversos cerebros y definitivamente mayor en el cerebro humano (Svante Pääbo, del Instituto Max Plank de Antropología Evolutiva en Leipzig, Alemania).
Aunque no lo menciona, el mecanismo que origina esta mayor productividad proteica de los genes de las áreas cerebrales de Homo sapiens está muy probablemente relacionado con la mayor capacidad de la célula humana para hacer episajes alternativos en el momento de crear los mensajes de ARN que sirven de fundamento a la creación de proteínas.
Los genes son las unidades de material genético propias de cada especie y se transmiten de generación en generación. Además, constituyen el plano o programa de construcción que da origen tipo característico de cada organismo. Por los mensajes que emiten constantemente, dirigidos a la maquinaria celular, determinan qué somos y cómo somos en cada instante de nuestra vida. Están alojados en el núcleo de cada una de las células bajo la forma de acido dexorribonucleico, generalmente conocido como ADN.
Un porcentaje muy pequeño de nuestro material genético nos diferencia del chimpancé, uno de nuestros hermanos grandes simios. Nuestra sorpresa ante esta repentina revelación puede mitigarse algo si tenemos en cuenta el hallazgo comentado en el apartado anterior, a saber que la corteza cerebral está formada por los mismos componentes tanto en el hombre, como en el chimpancé y en todos los demás mamíferos.
Lo que si debemos explicar es el hecho de porqué nuestra corteza cerebral es considerablemente más grande que la del chimpancé. A priori, esta cuestión no debiera revestir dificultad alguna, pues determinados cambios en las circunstancias del desarrollo embrionario han podido contribuir a que el crecimiento del cerebro continuara o no más allá de cierto límite.
Por lo demás, las diferencias que pueden observarse entre constructos ya terminados, pueden no ser tan grandes si el parámetro que tomamos como referencia es solo en la cantidad de instrucciones (como el número de genes) necesarias para realizarlos. Podemos necesitar más piezas, pero básicamente de la misma clase.
Sería como preparar dos órdenes de compra cualitativamente iguales pero cuantitativamente distintas, una de piezas para realizar un cerebro de chimpancé y otra de piezas de naturaleza similar para construir un cerebro humano. Usaríamos formularios iguales, hasta con el mismo número de letras, siendo la única diferencia cifras para expresar las cantidades en los correspondientes formularios.
En la práctica, como es fácil de suponer, la genética molecular no es tan simple, pero si se aplica el mismo principio.. De este modo solo un porcentaje muy pequeño de nuestro material genético nos diferencia del chimpancé. Esto es lo que han comprobado en los últimos años los investigadores, trabajando con el mismo material que usan los jueces para obligar a un padre a reconocer a su hijo.
Lo cual quiere decir que el chimpancé no es ni más ni menos que nuestro pariente, nuestro primo más cercano, dentro de la gran familia que formamos -o mejor dicho deberíamos formar, por nuestro evidente parentesco- todas las especies hoy vivientes.
De acuerdo con esto, lo que más puede contribuir a explicar diferencias genéticas no es una diferencia cualitativa directa, puesto que los dos tipos de cerebro, humano y chimpancé, están construidos por los mismos componentes. Lo que entonces debe ser aclarado es que nuestra corteza cerebral presenta un tamaño considerablemente mayor que la del chimpancé.
Esto no debiera ser tan difícil de explicar pues algún cambio en las circunstancias del desarrollo embrionario pudo contribuir a que el crecimiento del cerebro continuara o no más allá de cierto límite. Por lo demás, diferencias considerables en un producto terminado pueden no ser tan grandes si en lo que nos fijamos es solo en la cantidad de instrucciones -como el número de genes- necesarios para "encargarlas".
Según nuevos descubrimientos, lo que parece haber sucedido es que fue eliminada una instrucción, a saber la que determinaba la producción de una proteína que daba gran fuerza a los músculos mandibulares en los precursores de nuestra especie.
Esos músculos son todavía así de fuertes en el gorila, por lo que requieren una cresta ósea para fijarse encima de la cabeza. Este anclaje muscular, si bien garantizaba mejores mandíbulas, constituía un obstáculo insalvable para un crecimiento mayor del cerebro.
Suprimido el obstáculo, el cerebro pudo continuar creciendo más allá de sus límites anteriores. Podemos necesitar más piezas del meccano, pero básicamente de las mismas clases. Sería como preparar dos órdenes de compra en el departamento de producción de una empresa, una de piezas para un cerebro de chimpancé y otra de las piezas para un cerebro humano. Podríamos usar incluso formularios iguales, hasta con el mismo número de letras.
La única diferencia estaría en las cifras para expresar las cantidades en los correspondientes formularios, el número de piezas que necesitamos en uno y en otro caso. Después de todo este análisis, se comprenderá que en la parte ética seamos absolutamente partidarios de los presupuestos morales de Peter Singer, nos adhiramos con entusiasmo al “Proyecto gran simio” y pidamos un estatuto especial para estos grandes simios, nuestros parientes cercanos.
El organismo adulto es resultado de algo más que pura genética: además de génesis hay epigénesis -lo que va “encima” de la genética-. Y no nos referimos al aprendizaje, que nunca podría explicar por qué somos distintos de los chimpancés como demuestran los fracasos tenidos por diversos psicólogos que han querido enseñar lenguaje simbólico a estos simios.
Entre herencia y aprendizaje, hay un tercer término de gran trascendencia: las incidencias del desarrollo, las circunstancias con que las que tropieza el organismo emergente, y cada una de sus partes en relación con sus vecinas, comenzando en el mismo claustro materno. Esta es hoy una cuestión tan importante que últimamente se ha creado toda una ciencia independiente para estudiarla: la topobiología.
La herencia es algo así como el plano de un edificio; la educación o aprendizaje corresponde a su acondicionamiento final; pero entre estos dos estadios, está el proceso mismo de construcción, con todas las incidencias que se van presentando en el camino. Esto es lo que llamamos desarrollo: multitud de decisiones de detalle que sólo se ponen de manifiesto en el instante mismo de construir, porque es muy difícil prever por adelantado todas las circunstancias posibles.
Precisamente eso es lo que aporta el maestro de obras a la labor del ingeniero; el orden en que se colocan las piezas, por ejemplo, puede afectar el resultado final. Pero en el caso de un edificio, las interacciones entre las piezas durante la construcción son relativamente pocas, dado que su número es relativamente reducido.
En el caso del desarrollo biológico, en cambio, las interacciones que se producen por razón del crecimiento, se cuentan por miles de millones dado el inmenso número de los componentes básicos.
Además, para ser rigurosos, un plano biológico no es completamente comparable a un plano de ingeniero: el plano biológico, el genoma, no dice donde va cada pieza. Eso lo pone el proceso de desarrollo. Es como si en vez de haber contratado a un ingeniero para nuestra construcción hubiéramos llamado directamente al maestro de obras y le hubiéramos impartido solo unas pocas instrucciones, dejando que las circunstancias de construcción se encargasen del resto.
Cuando una neurona de la corteza cerebral comienza a desarrollarse también lo hace el resto de neuronas que cumple la misma función. Es como salir a pasear por un lugar donde hay mucha gente, por ejemplo un centro comercial muy concurrido: nunca sabemos con quién nos vamos a encontrar. ¿Con cuáles neuronas se conectará cada una de mis neuronas en crecimiento?
Eso no está escrito en los genes, simplemente ocurre. Cada neurona se conecta con una media de otras diez mil. No puede hacerlo siguiendo un programa, que no existe puesto que no hay suficientes genes donde escribirlo. Simplemente sucede porque cada neurona crece en el mismo ámbito en que crecen las otras, con ramas en todas direcciones. No está programado el encuentro entre neuronas, pero las circunstancias lo hacen inevitable.
El desarrollo o epigénesis es así independiente y posterior a la herencia. Pero en cambio puede ser bien anterior o bien simultáneo e interdependiente con el aprendizaje.
El aprendizaje humano más importante ocurre mientras el cerebro se está aún construyendo, ya que el desarrollo de la corteza se prolonga durante toda la infancia y hasta avanzada ya la adolescencia. Esta explicación vierte también luz sobre esta otra gran pregunta de carácter más general: ¿cómo es posible que un organismo se construya una y otra vez, en innumerable cantidad de ejemplares, a partir de un escaso número de instrucciones genéticas?
La respuesta la encontramos en la manera en la que el organismo se forma, en condiciones concretas de espacio y de tiempo, durante el curso del desarrollo embrionario, pero también más allá del mismo, tras el alumbramiento y mientras dure el crecimiento hasta el final de la adolescencia y el advenimiento de la edad adulta.
En el caso particular del cerebro humano, su desarrollo se prolonga mucho más allá del nacimiento. Su peso aumenta según un factor de cinco hasta la edad adulta. La gran mayoría de sus conexiones se forman tras el parto. Y esa proliferación postnatal de conexiones permite una "contaminación" progresiva del tejido cerebral por el ambiente físico y social del niño.
El antepasado que el chimpancé y nosotros tuvimos en común, vivió hace solo cinco millones de años, un tiempo corto en la escala de la evolución. Curiosamente, el mayor desarrollo de nuestro cerebro frente a nuestros antepasados no humanos, ocurre gracias a un retroceso en la evolución que nos hace nacer prematuros, con los huesos del cráneo aún suaves y todavía no clausurados.
Los antropólogos están de acuerdo en que esa inmadurez está ligada a la necesidad de nuestros ancestros de descender de los árboles y preferir andar sobre sus pies a otras formas de locomoción, por cierto un efecto del algoritmo de evolución por selección natural. La posición erecta tiene, ciertamente, efectos contraproducentes en relación con el parto: produce un estrechamiento de la abertura pélvica, que hace imposible un nacimiento con los huesos del cráneo ya cerrados y duros.
Solo es posible un nacimiento inmaduro, en que la cabeza pueda ceder a su paso por el estrecho canal vaginal. Otra diferencia con el chimpancé es que su cerebro está perfectamente adecuado para las funciones que su especie realiza; sus neuronas están todas comprometidas con las funciones esenciales de la sensibilidad y el movimiento. Lo mismo habrá pasado con nuestro antepasado común. Las tres cuartas partes que ganamos de materia gris están, desde ese punto de vista, de sobra.
Lo cual no quiere decir que haya partes de nuestro cerebro ociosas, pero si que nuestra especie puede dedicar la mayor parte de su corteza para realizar funciones de carácter simbólico que el cerebro del hermano chimpancé no cubre, como el lenguaje, la capacidad para analizar aquello que percibimos, y la elaboración cuidadosa de planes de acción.
Esa materia gris extra, nos da además la base para desarrollar el sentido moral propio de nuestra especie, pero también sirve para inventar la pólvora y saber como poder hacer explotar bombas atómicas sobre nuestros semejantes.
La gran poetisa polaca Wislawa Szymborska, premio Nóbel de literatura de 1996, dedicó al mono este hermoso poema:
Comestible en China...
dicen que tiene un sabor fino su cerebro,
al que le falta algo pues no inventó la pólvora.
En los cuentos, solitario e inseguro,
llena los espejos de muecas infelices.
Se burla de sí mismo, dándonos buen ejemplo,
pues nos conoce bien como pariente pobre,
aunque no nos saludamos.
Las formas internas de la evolución
Los diagramas presentados en este capítulo pretenden mostrar que cubren la totalidad de la realidad, desde átomos a células y animales, desde estrellas hasta planetas como Gea, desde pueblos, ciudades y naciones hasta posibles futuras federaciones planetarias. La noosfera trasciende pero abarca a la biosfera en un omniabarcante sistema que se extiende hasta los confines de lo posible.
Y, sin embargo, este planteamiento, tal y como ha sido mostrado hasta ahora, resulta parcial. Todos estos diagramas representan cosas que se pueden percibir con los sentidos físicos o sus extensiones –ya sean microscopios o bien telescopios-.
Problema central de este planteamiento: Todos los diagramas mostrados representan como se ve el universo desde fuera; todos ellos muestran formas externas de la evolución, y ninguno de ellos representa cómo esta se ve desde dentro, es decir, como el holón individual siente, percibe y conoce el mundo en sus diferentes estadíos.
Consideremos la siguiente progresión: irritabilidad, percepción, impulso, imagen, símbolo, concepto…Podemos creer que las células muestran irritabilidad citoplásmica; que las plantas tienen sensaciones rudimentarias; que los reptiles muestran percepción; los paleomamíferos, imágenes; los primates, símbolos; y los seres humanos, conceptos.
Esto puede ser verdad –y en nuestra opinión es verdad- pero si nos fijamos bien, ninguno de estos elementos aparece en los diagramas expuestos. Hasta ahora, los diagramas presentados sólo nos muestran formas externas de la evolución, y no las “aprehensiones internas” que corresponden a esas mismas formas –sensación, impulso…-. Los diagramas en sí no están equivocados –una vez que se hayan subsanados algunos errores- pero son parciales: dejan sin considerar el “interior” del universo.
Hay una razón para que esto sea así. Las ciencias sistémicas persiguen el carácter empírico y fundamentarse en las evidencias sensoriales obtenidas directamente o por extensión, y por eso se ocupan cómo a partir de las células se forman organismos complejos y como esos organismos generan e integran un determinado entorno ecológico. Todos ellos pueden ser observados y por lo tanto investigados empíricamente.
Pero hasta hace poco las ciencias sistémicas no tenían interés en investigar –porque su método empírico no lo contempla- como es que a partir de las sensaciones se llega a las percepciones, y estas dan lugar a impulsos y emociones, y estas emociones se plasman en imágenes y estas se expanden en símbolos… Las ciencias sistémicas empíricas contemplan todas las formas externas, y las explican muy bien, pero prescinden de su vertiente interior.
Consideremos la mente y el cerebro –el núcleo central de la primera parte de esta obra-; decidamos lo que decidamos sobre ellos, una cosa seguirá siendo cierta: la apariencia del cerebro, su forma externa, corresponde a cualquiera de las imágenes que aparecen que hemos introducido en este texto, pero ¿y las de las sensaciones, sentimientos, imágenes e ideas? ¿Podemos conocer esas cosas desde fuera, desde una perspectiva observable? Evidentemente, resulta muy difícil dar una respuesta positiva a estos interrogantes.
La mente conoce “desde dentro”, de manera cognitiva, mientras que el cerebro se conoce “desde fuera”, y este conocimiento “desde fuera” es eminentemente descriptivo. Curiosamente, esta propiedad permite a un determinado individuo humano contemplar su propia mente pero no su propio cerebro, aunque ahora, con las operaciones cerebrales realizadas sin anestesia general, y con la ayuda de un espejo, esto puede, si el estómago lo permite, subsanarse. De todas formas sospechamos que serán pocos los que tengan tal curiosidad y menos aún capacidad de observación en este trance…Pero aún en esa situación, la mente no podrá ser vista y, sin embargo, si percibida por este individuo o por otro, incluso ciego.
Todas estas consideraciones no significan que la mente y el cerebro sean dos entidades físicas distintas. Todo lo contrario. El cerebro es la parte externa, visible, el hardware por entendernos aunque detestamos llamarlo así; y la mente es la parte interna, algo así como el software, pese a lo inapropiado de la semejanza; como veremos este tipo de exterioridad/interioridad semejante es verdad para cada holón de la evolución.
Y las ciencias sistémicas empíricas o las ciencias ecológicas, aunque afirman ser holísticas, cubren exactamente la mitad del Kosmos. Esto es lo que hace que, sin ser falsa, sea tan parcial la teoría de la trama de la vida: ve solamente campos dentro de campos, pero sólo son superficies dentro de otras superficies; sólo contemplan la mitad externa de la realidad.