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Eduardo Costas/Victoria López Rodas
La idea de que existen diferentes razas humanas -y su corolario de que algunas de ellas son mejores que otras- es uno de los pensamientos más dañinos, perversos y deleznables que ha desarrollado la humanidad a lo largo de su ya larga historia. Simplemente por sus consecuencias en la práctica (guerras de limpieza étnica, exterminio de millones de judíos, gitanos, eslavos y otros infrahumanos en tiempos del nazismo, justificación de la esclavitud etc.) debería ser una idea absolutamente reprobable. Pero, más de 100 años de desarrollo de la genética como ciencia, han demostrado (con absoluta independencia de cualquier razón ética) que se trata de una idea total y absolutamente falsa.
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Viernes, 8 de Junio 2018
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Eduardo Costas/Victoria López Rodas
Un elegante principio, esencial en astrofísica, podría orientarnos en la respuesta.
Cataluña no alcanzará la independencia antes de 14 años, cuando las probabilidades de conseguirla empiecen a superar el 5%, según un estudio que hemos realizado y que explicamos en un artículo publicado en Tendencias21.
El estudio se ha basado en el principio copernicano y en diversos procedimientos estadísticos asociados, como la probabilidad Bayesiana, el Argumento del Juicio Final, el Argumento Delta t, o la Catástrofe de Carter, que se han aplicado por primera vez al procés iniciado por determinadas fuerzas políticas para conseguir la independencia de Cataluña.
Estos procedimientos estadísticos se han empleado en el pasado para predecir la duración más probable de eventos que preocupan a los científicos -en especial a los astrofísicos- y para predecir también la duración de acontecimientos relevantes, como el futuro de la civilización o cuánto falta para nuestra extinción. También han anticipado con éxito la caída del Muro de Berlín o el fin de la Guerra Fría.
En este estudio sobre la independencia de Cataluña hemos utilizado el argumento Delta t del Dr. Gott (y algunos otros semejantes) para hacer algunas estimaciones. Este argumento sólo es válido a nivel probabilístico y acertará en el 95% de los casos si los investigadores no son observadores privilegiados en un momento especial de la historia catalana, como consideran que es el caso.
Asimismo, antes de hacer los cálculos, hemos asumido el nivel de significación para las predicciones que es habitual en los trabajos científicos: se ha fijado en una P=0.95, es decir, que la predicción será correcta en el 95% de los casos.
La lengua, factor de identidad
El estudio ha tenido en cuenta la dificultad de una interpretación adecuada de la “realidad catalana” y de lo que puede considerarse como identidad catalana, por lo que hemos aplicado los procedimientos estadísticos al futuro de la lengua como factor esencial de la identidad nacional.
La pregunta sobre la identidad catalana que puede ser respondida mediante el principio copernicano establecida en este estudio fue: a partir de la independencia de Cataluña, ¿cuánto tiempo más durará el idioma catalán y cuánto durará el idioma español antes de extinguirse?
Las probabilidades resultantes son desoladoras para el catalán: en la mejor de las estimaciones su extensión futura será apenas 1/80 la del castellano (ochenta veces menos). Eso significa que la identidad catalana no tendrá un largo recorrido en el tiempo antes de extinguirse, según este estudio, y que la identidad española vivirá ochenta veces más tiempo que la catalana.
El estudio se ha basado en el principio copernicano y en diversos procedimientos estadísticos asociados, como la probabilidad Bayesiana, el Argumento del Juicio Final, el Argumento Delta t, o la Catástrofe de Carter, que se han aplicado por primera vez al procés iniciado por determinadas fuerzas políticas para conseguir la independencia de Cataluña.
Estos procedimientos estadísticos se han empleado en el pasado para predecir la duración más probable de eventos que preocupan a los científicos -en especial a los astrofísicos- y para predecir también la duración de acontecimientos relevantes, como el futuro de la civilización o cuánto falta para nuestra extinción. También han anticipado con éxito la caída del Muro de Berlín o el fin de la Guerra Fría.
En este estudio sobre la independencia de Cataluña hemos utilizado el argumento Delta t del Dr. Gott (y algunos otros semejantes) para hacer algunas estimaciones. Este argumento sólo es válido a nivel probabilístico y acertará en el 95% de los casos si los investigadores no son observadores privilegiados en un momento especial de la historia catalana, como consideran que es el caso.
Asimismo, antes de hacer los cálculos, hemos asumido el nivel de significación para las predicciones que es habitual en los trabajos científicos: se ha fijado en una P=0.95, es decir, que la predicción será correcta en el 95% de los casos.
La lengua, factor de identidad
El estudio ha tenido en cuenta la dificultad de una interpretación adecuada de la “realidad catalana” y de lo que puede considerarse como identidad catalana, por lo que hemos aplicado los procedimientos estadísticos al futuro de la lengua como factor esencial de la identidad nacional.
La pregunta sobre la identidad catalana que puede ser respondida mediante el principio copernicano establecida en este estudio fue: a partir de la independencia de Cataluña, ¿cuánto tiempo más durará el idioma catalán y cuánto durará el idioma español antes de extinguirse?
Las probabilidades resultantes son desoladoras para el catalán: en la mejor de las estimaciones su extensión futura será apenas 1/80 la del castellano (ochenta veces menos). Eso significa que la identidad catalana no tendrá un largo recorrido en el tiempo antes de extinguirse, según este estudio, y que la identidad española vivirá ochenta veces más tiempo que la catalana.
Eduardo Costas/Victoria López Rodas
Probablemente, lo peor del peor Trump sea su profundo desprecio por la ciencia. Martin Kallikak, la quintaesencia del pensamiento conservador norteamericano para justificar la desigualdad social, es una falacia asumida incluso por el nuevo presidente republicano con una significativa variante: los emigrantes hispanos son la fuente de los malos genes de los que los que las buenas familias WAPs (blancos, anglosajones, protestantes) deben protegerse si no quieren que los Estados Unidos desaparezcan diluidos en la estulticia genética.
A medida que se van conociendo las peculiares ideas de Donald Trump, se generaliza la preocupación. No es para menos: este curioso personaje parece tener una opinión simplista, exaltada y dogmática sobre casi todo, no muestra el menor recato a la hora de expresarla de manera radical -bordeando a menudo lo obsceno- y únicamente sus propios prejuicios avalan su verdad de iluminado.
Pero, aunque hasta ahora apenas se haya tenido en cuenta, probablemente, lo peor del peor Trump sea su profundo desprecio por la ciencia.
Con el desarrollo de la ciencia moderna –basada en la razón y el experimento- la humanidad vivió la mayor aventura intelectual de su historia, dando el paso mas importante hacia la modernidad y el progreso. Y para dar este paso tuvimos que prescindir de buena parte de nuestras creencias, dogmas, preconcepciones y, sobretodo, de nuestra arrogancia. En definitiva hubo que hacer justo lo contrario de lo que hace Donald Trump.
En particular, una parte de la ciencia, la genética, incomoda especialmente a Trump.
La genética se desarrolló como ciencia tras miles de experimentos con plantas, moscas Drosophila, ganado, animales de compañía, bacterias, virus, levaduras y humanos. Y sus resultados, en contra de nuestros deseos, nos dieron una extraordinaria lección de humildad, permitiéndonos explicar quienes somos, aunque esta explicación no gustó a muchos políticos, religiosos, sociólogos y psicólogos que, no teniendo la mas elemental idea de cómo funcionan los mecanismos de la herencia biológica, no estaban dispuestos a permitir que la genética echase por tierra sus prejuicios.
Lógicamente la polémica entre naturaleza y crianza (cuánto de lo que somos es el resultado ineludible de la herencia y cuánto es fruto del ambiente) cobró una extraordinaria relevancia.
Para quienes defienden la visión mas conservadora de la sociedad, la herencia resulta ideal para justificar la desigualdad: los mas desfavorecidos lo son porque tienen genes defectuosos; todo lo que se haga para ayudarlos a superar su situación será tirar esfuerzo y dinero, ya que su anómala genética les condena, inexorablemente, a la marginación.
El mito de la familia Kallikak
La principal prueba científica de este argumento conservador es la peculiar historia de Martin Kallikak, quintaesencia del pensamiento conservador norteamericano para justificar la desigualdad.
Martin Kallikak era un hombre de buena familia, a quien sus nobles ideales lo llevaron hasta la Guerra de Independencia de los Estados Unidos, donde luchó como un valiente. Pero ya se sabe: en ese ambiente bélico la rectitud moral se relaja y el bueno de Martin terminó tonteando durante algún tiempo con una malvada moza de taberna un tanto corta de entendimiento. Como resultado de sus ardores tuvo un hijo, Harry, que desde bien pequeño mostró una irresistible atracción por el mal. En su juventud ya era un taimado delincuente que, por sus muchas fechorías llegó a ser conocido como Harry 'el Terror'.
Para colmo, Harry 'el Terror' fue promiscuo y a su vez engendró numerosos hijos, que fueron tan malos como él, pues eran portadores de los malvados genes de la moza de taberna. Y estos infames hijos de Harry 'el Terror' siguieron con la afición a procrear y originaron nuevos descendientes a los que transmitieron los genes de su malvada abuela, lo que inexorablemente los volvió malvados y retrasados. Y así a lo largo de las generaciones.
Por lo visto, a día de hoy los numerosos Kallikak descendientes de la moza de taberna siguen siendo malvados y tontos, simple carne de presidio, o, en el mejor de los casos, de instituciones para discapacitados mentales. En todo caso ocupan los mas bajos puestos de la sociedad americana.
Pero una vez olvidado el ambiente de costumbres depravadas de la guerra, Martin Kallikak volvió al buen camino. Sus excelentes orígenes se impusieron y le arrastraron de regreso a Nueva Inglaterra. Allí se casó con una cuáquera de muy buena familia. Tuvo hijos listos, honestos y piadosos que heredaron sus buenos genes y los también magníficos genes de su piadosa madre cuáquera. Por supuesto tras casarse con parejas de genealogía impecable, le dieron nietos igualmente capaces y bondadosos. A lo largo de las generaciones, los Kallikak descendientes de la buena rama familiar, siguieron progresando por el buen camino. La almibarada historia de esta rama de los Kallikak no pudo acabar mejor: a día de hoy estos Kallikak son ilustres ciudadanos que ocupan lo más alto de la escala social norteamericana.
La lección de las dos ramas contrapuestas de la familia Kallikak está clara: la inteligencia y la bondad se heredan inexorablemente. Los hombres están hechos de genes buenos o de genes malos. Y los genes son los únicos responsables del éxito o del fracaso social. Nada se puede hacer para modificar este irremediable destino. Y nunca hay que olvidar que la mezcla entre genes siempre es pésima: los buenos genes de Martin Kallikak se malograron al mezclarse con los infames genes de la moza de taberna corta de entendimiento.
Pero, aunque hasta ahora apenas se haya tenido en cuenta, probablemente, lo peor del peor Trump sea su profundo desprecio por la ciencia.
Con el desarrollo de la ciencia moderna –basada en la razón y el experimento- la humanidad vivió la mayor aventura intelectual de su historia, dando el paso mas importante hacia la modernidad y el progreso. Y para dar este paso tuvimos que prescindir de buena parte de nuestras creencias, dogmas, preconcepciones y, sobretodo, de nuestra arrogancia. En definitiva hubo que hacer justo lo contrario de lo que hace Donald Trump.
En particular, una parte de la ciencia, la genética, incomoda especialmente a Trump.
La genética se desarrolló como ciencia tras miles de experimentos con plantas, moscas Drosophila, ganado, animales de compañía, bacterias, virus, levaduras y humanos. Y sus resultados, en contra de nuestros deseos, nos dieron una extraordinaria lección de humildad, permitiéndonos explicar quienes somos, aunque esta explicación no gustó a muchos políticos, religiosos, sociólogos y psicólogos que, no teniendo la mas elemental idea de cómo funcionan los mecanismos de la herencia biológica, no estaban dispuestos a permitir que la genética echase por tierra sus prejuicios.
Lógicamente la polémica entre naturaleza y crianza (cuánto de lo que somos es el resultado ineludible de la herencia y cuánto es fruto del ambiente) cobró una extraordinaria relevancia.
Para quienes defienden la visión mas conservadora de la sociedad, la herencia resulta ideal para justificar la desigualdad: los mas desfavorecidos lo son porque tienen genes defectuosos; todo lo que se haga para ayudarlos a superar su situación será tirar esfuerzo y dinero, ya que su anómala genética les condena, inexorablemente, a la marginación.
El mito de la familia Kallikak
La principal prueba científica de este argumento conservador es la peculiar historia de Martin Kallikak, quintaesencia del pensamiento conservador norteamericano para justificar la desigualdad.
Martin Kallikak era un hombre de buena familia, a quien sus nobles ideales lo llevaron hasta la Guerra de Independencia de los Estados Unidos, donde luchó como un valiente. Pero ya se sabe: en ese ambiente bélico la rectitud moral se relaja y el bueno de Martin terminó tonteando durante algún tiempo con una malvada moza de taberna un tanto corta de entendimiento. Como resultado de sus ardores tuvo un hijo, Harry, que desde bien pequeño mostró una irresistible atracción por el mal. En su juventud ya era un taimado delincuente que, por sus muchas fechorías llegó a ser conocido como Harry 'el Terror'.
Para colmo, Harry 'el Terror' fue promiscuo y a su vez engendró numerosos hijos, que fueron tan malos como él, pues eran portadores de los malvados genes de la moza de taberna. Y estos infames hijos de Harry 'el Terror' siguieron con la afición a procrear y originaron nuevos descendientes a los que transmitieron los genes de su malvada abuela, lo que inexorablemente los volvió malvados y retrasados. Y así a lo largo de las generaciones.
Por lo visto, a día de hoy los numerosos Kallikak descendientes de la moza de taberna siguen siendo malvados y tontos, simple carne de presidio, o, en el mejor de los casos, de instituciones para discapacitados mentales. En todo caso ocupan los mas bajos puestos de la sociedad americana.
Pero una vez olvidado el ambiente de costumbres depravadas de la guerra, Martin Kallikak volvió al buen camino. Sus excelentes orígenes se impusieron y le arrastraron de regreso a Nueva Inglaterra. Allí se casó con una cuáquera de muy buena familia. Tuvo hijos listos, honestos y piadosos que heredaron sus buenos genes y los también magníficos genes de su piadosa madre cuáquera. Por supuesto tras casarse con parejas de genealogía impecable, le dieron nietos igualmente capaces y bondadosos. A lo largo de las generaciones, los Kallikak descendientes de la buena rama familiar, siguieron progresando por el buen camino. La almibarada historia de esta rama de los Kallikak no pudo acabar mejor: a día de hoy estos Kallikak son ilustres ciudadanos que ocupan lo más alto de la escala social norteamericana.
La lección de las dos ramas contrapuestas de la familia Kallikak está clara: la inteligencia y la bondad se heredan inexorablemente. Los hombres están hechos de genes buenos o de genes malos. Y los genes son los únicos responsables del éxito o del fracaso social. Nada se puede hacer para modificar este irremediable destino. Y nunca hay que olvidar que la mezcla entre genes siempre es pésima: los buenos genes de Martin Kallikak se malograron al mezclarse con los infames genes de la moza de taberna corta de entendimiento.
Eduardo Costas/Victoria López Rodas
Hay muchas más especies de parásitos que especies no parasitarias y los parásitos que triunfan son los inteligentes: hacen tan poco daño que pasan desapercibidos. Los modelos evolutivos de parásito-hospedador se pueden extrapolar a las sociedades humanas, pero los seres humanos deben aprender teoría de juegos para saber cómo parasitar.
A mediados del siglo pasado, el Arzobispo de Canterbury, cabeza de la Iglesia Anglicana y convencido creacionista, protagonizó un acalorado debate sobre la evolución con J. B. S. Haldane, el más brillante biólogo evolutivo de su tiempo. Tras arduas discusiones, y ante la falta del más mínimo acuerdo, el arzobispo decidió poner fin a la discusión lanzándole al científico un dardo envenenado:
- Profesor Haldane, después de tantos años de estudio, algo le habrá enseñado la biología acerca del Supremo Hacedor…
Haldane no se arredró. Rápidamente recogió el guante y contestó magistralmente:
- Indudablemente: Dios siente un amor desmedido por los escarabajos.
Para entender la respuesta de Haldane debemos tener en cuenta que más del 30% de la totalidad de las especies de animales existentes sobre la Tierra son escarabajos. Y si, como sostenía el Arzobispo de Canterbury, Dios había creado el mundo en 7 días, indudablemente había demostrado un sorprendente gusto al crear más especies de escarabajos que cualquier otro ser vivo.
Pero, a pesar de su ingeniosa respuesta, Haldane no acertó del todo: está claro que lo que más le gusta al Supremo Hacedor son los parásitos. Hay muchas más especies de parásitos que de especies que viven sin dedicarse al parasitismo.
Se estima que cada especie tiene, aproximadamente, 2 parásitos exclusivos. Y aparte hay miríadas de parásitos inespecíficos (como garrapatas, pulgas, chinches, ácaros, áscaris, anisakis…), capaces de gorronear a centenares de especies diferentes. Así no hay que ser un portento de las matemáticas para inferir, acertadamente, que el número de especies parásitas supera con mucho al de especies no parásitas…
Ser parásito compensa
En el mundo de la biología, resulta evidente que el parasitismo es una estrategia evolutiva muy acertada: ser parásito compensa.
Y en estos tiempos de gran confusión parece que este hecho también se cumple en las sociedades humanas, donde -desafortunadamente- sobran ejemplos de comportamientos parasitarios que aparentemente compensan.
Pero los parásitos surgieron a partir de la evolución de organismos que inicialmente no eran parásitos. Con el tiempo, a veces poco a poco y otras veces a grandes saltos, fueron perdiendo la capacidad de vivir por sí mismos y se fueron adaptando a una vida de explotación de sus incautos hospedadores.
En principio, la vida del parasito parece una “vida muelle”. Pero no nos engañemos: ser un parásito eficiente es algo que encierra mucha dificultad. El parásito tiene que llegar a un equilibrio complicado, que le permita vivir como parásito, haciendo tan poco daño a su hospedador, que este ni siquiera se entere (o que si se entera considere que el daño sufrido es tan nimio que no le vale la pena perder el tiempo en librarse de tan despreciable criatura). Así, la gran mayoría de los hospedadores proporcionan una vida excelente a los parásitos, eso sí, siempre que estos no se pasen de la raya.
Pero cuando el parásito causa mucho daño a su hospedador, a este no le queda más remedio que reaccionar dedicando sus esfuerzos a exterminar a tan indeseable compañía. Mal asunto para el parásito. Incluso un parásito extremo, capaz de parasitar tanto que logre que el hospedador muera, está igualmente acabado: el fin de su hospedador también asegura la muerte del parásito.
Más del 99,99 % de los parásitos que han existido ya están extintos (aunque siguen apareciendo nuevos parásitos por evolución). Y los humanos estamos llevando al borde de la extinción a los parásitos más dañinos, e incluso estamos acabando con parásitos que no nos hacen demasiado daño (y que no se conocieron hasta fechas recientes, en que la ciencia los descubrió y les declaró la guerra).
- Profesor Haldane, después de tantos años de estudio, algo le habrá enseñado la biología acerca del Supremo Hacedor…
Haldane no se arredró. Rápidamente recogió el guante y contestó magistralmente:
- Indudablemente: Dios siente un amor desmedido por los escarabajos.
Para entender la respuesta de Haldane debemos tener en cuenta que más del 30% de la totalidad de las especies de animales existentes sobre la Tierra son escarabajos. Y si, como sostenía el Arzobispo de Canterbury, Dios había creado el mundo en 7 días, indudablemente había demostrado un sorprendente gusto al crear más especies de escarabajos que cualquier otro ser vivo.
Pero, a pesar de su ingeniosa respuesta, Haldane no acertó del todo: está claro que lo que más le gusta al Supremo Hacedor son los parásitos. Hay muchas más especies de parásitos que de especies que viven sin dedicarse al parasitismo.
Se estima que cada especie tiene, aproximadamente, 2 parásitos exclusivos. Y aparte hay miríadas de parásitos inespecíficos (como garrapatas, pulgas, chinches, ácaros, áscaris, anisakis…), capaces de gorronear a centenares de especies diferentes. Así no hay que ser un portento de las matemáticas para inferir, acertadamente, que el número de especies parásitas supera con mucho al de especies no parásitas…
Ser parásito compensa
En el mundo de la biología, resulta evidente que el parasitismo es una estrategia evolutiva muy acertada: ser parásito compensa.
Y en estos tiempos de gran confusión parece que este hecho también se cumple en las sociedades humanas, donde -desafortunadamente- sobran ejemplos de comportamientos parasitarios que aparentemente compensan.
Pero los parásitos surgieron a partir de la evolución de organismos que inicialmente no eran parásitos. Con el tiempo, a veces poco a poco y otras veces a grandes saltos, fueron perdiendo la capacidad de vivir por sí mismos y se fueron adaptando a una vida de explotación de sus incautos hospedadores.
En principio, la vida del parasito parece una “vida muelle”. Pero no nos engañemos: ser un parásito eficiente es algo que encierra mucha dificultad. El parásito tiene que llegar a un equilibrio complicado, que le permita vivir como parásito, haciendo tan poco daño a su hospedador, que este ni siquiera se entere (o que si se entera considere que el daño sufrido es tan nimio que no le vale la pena perder el tiempo en librarse de tan despreciable criatura). Así, la gran mayoría de los hospedadores proporcionan una vida excelente a los parásitos, eso sí, siempre que estos no se pasen de la raya.
Pero cuando el parásito causa mucho daño a su hospedador, a este no le queda más remedio que reaccionar dedicando sus esfuerzos a exterminar a tan indeseable compañía. Mal asunto para el parásito. Incluso un parásito extremo, capaz de parasitar tanto que logre que el hospedador muera, está igualmente acabado: el fin de su hospedador también asegura la muerte del parásito.
Más del 99,99 % de los parásitos que han existido ya están extintos (aunque siguen apareciendo nuevos parásitos por evolución). Y los humanos estamos llevando al borde de la extinción a los parásitos más dañinos, e incluso estamos acabando con parásitos que no nos hacen demasiado daño (y que no se conocieron hasta fechas recientes, en que la ciencia los descubrió y les declaró la guerra).
Aunque ser zurdo es algo que pueda sumir en la duda a muchos padres preocupados durante la larga fase de crecimiento de sus retoños y los chavales con zurdera incipiente sean obligados a comenzar un proceso de adiestramiento, ser diestro o zurdo está en los genes.
Utilizamos la palabra “diestro” como sinónimo de hábil y mañoso. Por el contrario el vocablo “siniestro” está lleno de connotaciones peyorativas.
Históricamente la zurdera se ha considerado un estigma social. Muchas culturas consideran a los zurdos “defectuosos” (hasta el punto que en varios países se permite repudiar a una mujer si el marido descubre que es zurda). Y sin ir más lejos, quienes ya tenemos la edad suficiente como para haber ido “al cole” en época de Franco, recordamos como en nuestra niñez se reprimía, a menudo con crueldad, a los niños zurdos.
Ser zurdo es raro; pero no tanto: aproximadamente el 15% de los niños de 10 años son zurdos. Sorprendentemente la cifra baja hasta cerca del 5% en adultos de 50 años. Y todavía cae mucho más en la vejez: apenas el 1% de los mayores de 80 años son zurdos.
Indudablemente se podría pensar que, a medida que crecen, los niños zurdos “se van adaptando” al mundo de los diestros. Pero no resulta muy convincente pensar que después de la jubilación la mayoría de los zurdos se transformen en diestros.
Lo que realmente ocurre es, en verdad, terrible: los zurdos se mueren antes que los diestros.
Los análisis comparados sobre la esperanza de vida de zurdos y diestros indican que la probabilidad de morir de un zurdo es casi un 2% mayor que la de un diestro a lo largo de toda su vida.
Analizando el Registro Civil norteamericano, se comprueba que la esperanza de vida de un zurdo es nueve años menor que la de un diestro. Y separados por sexos, los hombres zurdos fallecen de media once años antes que los diestros, y las zurdas lo hacen cinco años antes que las diestras.
De los completos registros estadísticos a los que los norteamericanos son tan aficionados, el zurdo más longevo estudiado llegó a los 91 años, frente a los 109 que vivió el diestro más anciano. Casi 18 años de diferencia.
En una obvia explicación ambientalista, la mayor mortalidad de los zurdos puede ser debida a que el mundo industrial que nos rodea está pensado para diestros. Eso hace que los zurdos tengan mayor probabilidad de morir en un accidente. Esta tendencia fue escandalosamente alta durante la Revolución Industrial, cuando era un 89% mas probable que un zurdo muriese en un accidente de trabajo en comparación con un diestro.
La biología también ayuda
Estadísticamente los zurdos muestran un ligero incremento en problemas de salud cuando se comparan con los diestros, ya desde el nacimiento. Los zurdos tiene una probabilidad algo mayor de padecer una amplia variedad de problemas médicos (desde bajo peso al nacer hasta esquizofrenia) que los diestros. En compensación parece que la proporción de zurdos entre los considerados “grades hombres” de la humanidad es ligeramente superior a la de los diestros. (Pero ojo, hay que entender, que la estadística hace predicciones sobre grandes números: si usted es zurdo, en su caso concreto, nadie puede decirle que padecerá mas problemas de salud que un diestro –ni tampoco que vaya a ser un “gran hombre” o “gran mujer”-).
Pero… ¿Por qué hay zurdos y diestros?
Debido a nuestra simetría bilateral, parece que lo normal sería ser ambidiestros. ¿Por qué una mano debería ser más hábil que la otra?
Indudablemente ser diestros o zurdos no es cosa de la educación humana. Nuestros primos chimpancés, bonobos y gorilas también son diestros y zurdos cuando usan herramientas: por ejemplo un chimpancé zurdo casi siempre usa su mano izquierda cuando hurga con un palito en un termitero para capturar hormigas (y un diestro casi siempre lo hace con la mano derecha). Y, como en los seres humanos, la mayoría de los chimpancés son diestros.
La destreza y la zurdera –con el predominio de los diestros- ya existía hace 5 millones de años en las poblaciones de los primates que fueron ancestros comunes de chimpancés y humanos.
Y la genética está aportando interesantes hallazgos para entender este fenómeno. A partir de ahora llamaremos “lateralidad“ a la destreza y zurdera. La lateralidad es lo que los genéticos llamamos un carácter poligénico. A diferencia del color y la textura de los guisantes de Mendel -o de los distintos grupos sanguíneos de los seres humanos- que están controlados por un solo gen con distintos alelos, los caracteres poligénicos como la lateralidad se deben al efecto combinado de muchos genes, que interactúan de modo complejo entre si y con el medio ambiente.
Así la lateralidad está controlada por mecanismos moleculares poligénicos que establecen que seamos diestro o zurdos muy temprano en nuestro desarrollo embrionario. La familia de los genes PCSK6 está implicada en esta regulación. Combinaciones de variantes en estos genes –y otros similares- decidirán si vamos a ser diestros o zurdos. Y no solo eso: Algunas mutaciones del gen PCSK6 pueden conseguir incluso que algunos órganos se formen en el lado equivocado del cuerpo. No es de extrañar que ser diestros o zurdos influya en nuestra esperanza de vida.
Estamos genéticamente programados para que el hemisferio izquierdo del cerebro (que manda sobre la parte derecha del cuerpo) controle el lenguaje. Así las habilidades asociadas al lenguaje (como escribir) se controlan con el hemisferio izquierdo y por eso, cuando empezamos a escribir, a la mayoría de nosotros nos resulta más sencillo hacerlo con la mano derecha, salvo que el destino nos haya dado alguna combinación de genes que nos haga ser zurdos.
No es de extrañar que las variantes genéticas de PCSK6 afecten a otros muchos caracteres, como la capacidad lectora: ciertas mutaciones de PCSK6 generan problemas que incapacitan para la lectura.
Aunque ser zurdo es algo que pueda sumir en la duda a muchos padres preocupados durante la larga fase de crecimiento de sus retoños y los chavales con zurdera incipiente sean obligados a comenzar un proceso de adiestramiento, ser diestro o zurdo está en los genes.
Que un zurdo acabe escribiendo con la derecha por obligación no va a incrementar su esperanza de vida, ni su calidad.
Históricamente la zurdera se ha considerado un estigma social. Muchas culturas consideran a los zurdos “defectuosos” (hasta el punto que en varios países se permite repudiar a una mujer si el marido descubre que es zurda). Y sin ir más lejos, quienes ya tenemos la edad suficiente como para haber ido “al cole” en época de Franco, recordamos como en nuestra niñez se reprimía, a menudo con crueldad, a los niños zurdos.
Ser zurdo es raro; pero no tanto: aproximadamente el 15% de los niños de 10 años son zurdos. Sorprendentemente la cifra baja hasta cerca del 5% en adultos de 50 años. Y todavía cae mucho más en la vejez: apenas el 1% de los mayores de 80 años son zurdos.
Indudablemente se podría pensar que, a medida que crecen, los niños zurdos “se van adaptando” al mundo de los diestros. Pero no resulta muy convincente pensar que después de la jubilación la mayoría de los zurdos se transformen en diestros.
Lo que realmente ocurre es, en verdad, terrible: los zurdos se mueren antes que los diestros.
Los análisis comparados sobre la esperanza de vida de zurdos y diestros indican que la probabilidad de morir de un zurdo es casi un 2% mayor que la de un diestro a lo largo de toda su vida.
Analizando el Registro Civil norteamericano, se comprueba que la esperanza de vida de un zurdo es nueve años menor que la de un diestro. Y separados por sexos, los hombres zurdos fallecen de media once años antes que los diestros, y las zurdas lo hacen cinco años antes que las diestras.
De los completos registros estadísticos a los que los norteamericanos son tan aficionados, el zurdo más longevo estudiado llegó a los 91 años, frente a los 109 que vivió el diestro más anciano. Casi 18 años de diferencia.
En una obvia explicación ambientalista, la mayor mortalidad de los zurdos puede ser debida a que el mundo industrial que nos rodea está pensado para diestros. Eso hace que los zurdos tengan mayor probabilidad de morir en un accidente. Esta tendencia fue escandalosamente alta durante la Revolución Industrial, cuando era un 89% mas probable que un zurdo muriese en un accidente de trabajo en comparación con un diestro.
La biología también ayuda
Estadísticamente los zurdos muestran un ligero incremento en problemas de salud cuando se comparan con los diestros, ya desde el nacimiento. Los zurdos tiene una probabilidad algo mayor de padecer una amplia variedad de problemas médicos (desde bajo peso al nacer hasta esquizofrenia) que los diestros. En compensación parece que la proporción de zurdos entre los considerados “grades hombres” de la humanidad es ligeramente superior a la de los diestros. (Pero ojo, hay que entender, que la estadística hace predicciones sobre grandes números: si usted es zurdo, en su caso concreto, nadie puede decirle que padecerá mas problemas de salud que un diestro –ni tampoco que vaya a ser un “gran hombre” o “gran mujer”-).
Pero… ¿Por qué hay zurdos y diestros?
Debido a nuestra simetría bilateral, parece que lo normal sería ser ambidiestros. ¿Por qué una mano debería ser más hábil que la otra?
Indudablemente ser diestros o zurdos no es cosa de la educación humana. Nuestros primos chimpancés, bonobos y gorilas también son diestros y zurdos cuando usan herramientas: por ejemplo un chimpancé zurdo casi siempre usa su mano izquierda cuando hurga con un palito en un termitero para capturar hormigas (y un diestro casi siempre lo hace con la mano derecha). Y, como en los seres humanos, la mayoría de los chimpancés son diestros.
La destreza y la zurdera –con el predominio de los diestros- ya existía hace 5 millones de años en las poblaciones de los primates que fueron ancestros comunes de chimpancés y humanos.
Y la genética está aportando interesantes hallazgos para entender este fenómeno. A partir de ahora llamaremos “lateralidad“ a la destreza y zurdera. La lateralidad es lo que los genéticos llamamos un carácter poligénico. A diferencia del color y la textura de los guisantes de Mendel -o de los distintos grupos sanguíneos de los seres humanos- que están controlados por un solo gen con distintos alelos, los caracteres poligénicos como la lateralidad se deben al efecto combinado de muchos genes, que interactúan de modo complejo entre si y con el medio ambiente.
Así la lateralidad está controlada por mecanismos moleculares poligénicos que establecen que seamos diestro o zurdos muy temprano en nuestro desarrollo embrionario. La familia de los genes PCSK6 está implicada en esta regulación. Combinaciones de variantes en estos genes –y otros similares- decidirán si vamos a ser diestros o zurdos. Y no solo eso: Algunas mutaciones del gen PCSK6 pueden conseguir incluso que algunos órganos se formen en el lado equivocado del cuerpo. No es de extrañar que ser diestros o zurdos influya en nuestra esperanza de vida.
Estamos genéticamente programados para que el hemisferio izquierdo del cerebro (que manda sobre la parte derecha del cuerpo) controle el lenguaje. Así las habilidades asociadas al lenguaje (como escribir) se controlan con el hemisferio izquierdo y por eso, cuando empezamos a escribir, a la mayoría de nosotros nos resulta más sencillo hacerlo con la mano derecha, salvo que el destino nos haya dado alguna combinación de genes que nos haga ser zurdos.
No es de extrañar que las variantes genéticas de PCSK6 afecten a otros muchos caracteres, como la capacidad lectora: ciertas mutaciones de PCSK6 generan problemas que incapacitan para la lectura.
Aunque ser zurdo es algo que pueda sumir en la duda a muchos padres preocupados durante la larga fase de crecimiento de sus retoños y los chavales con zurdera incipiente sean obligados a comenzar un proceso de adiestramiento, ser diestro o zurdo está en los genes.
Que un zurdo acabe escribiendo con la derecha por obligación no va a incrementar su esperanza de vida, ni su calidad.
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Eduardo Costas/Victoria López Rodas
Eduardo Costas y Victoria López Rodas son Catedráticos de Genética en la Universidad Complutense de Madrid, donde llevan casi 30 años investigando juntos en genética evolutiva y biotecnología. Han publicado mas de 200 artículos científicos, diversos libros, y dirigido mas de 100 proyectos de investigación básica y aplicada, transfiriendo tecnología a diversas empresas (Iberdrola, Acciona…), desarrollando patentes, aplicaciones industriales y promoviendo empresas de base tecnológica. Han dirigido 25 tesis doctorales –varios de sus discípulos hoy son profesores en universidades Norteamericanas-. Convencidos de que la ciencia y la educación son claves para mejorar la vida cotidiana, intentan hacer una divulgación científica divertida.
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Tendencias 21 (Madrid). ISSN 2174-6850
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