A mediados del siglo pasado, el Arzobispo de Canterbury, cabeza de la Iglesia Anglicana y convencido creacionista, protagonizó un acalorado debate sobre la evolución con J. B. S. Haldane, el más brillante biólogo evolutivo de su tiempo. Tras arduas discusiones, y ante la falta del más mínimo acuerdo, el arzobispo decidió poner fin a la discusión lanzándole al científico un dardo envenenado:
- Profesor Haldane, después de tantos años de estudio, algo le habrá enseñado la biología acerca del Supremo Hacedor…
Haldane no se arredró. Rápidamente recogió el guante y contestó magistralmente:
- Indudablemente: Dios siente un amor desmedido por los escarabajos.
Para entender la respuesta de Haldane debemos tener en cuenta que más del 30% de la totalidad de las especies de animales existentes sobre la Tierra son escarabajos. Y si, como sostenía el Arzobispo de Canterbury, Dios había creado el mundo en 7 días, indudablemente había demostrado un sorprendente gusto al crear más especies de escarabajos que cualquier otro ser vivo.
Pero, a pesar de su ingeniosa respuesta, Haldane no acertó del todo: está claro que lo que más le gusta al Supremo Hacedor son los parásitos. Hay muchas más especies de parásitos que de especies que viven sin dedicarse al parasitismo.
Se estima que cada especie tiene, aproximadamente, 2 parásitos exclusivos. Y aparte hay miríadas de parásitos inespecíficos (como garrapatas, pulgas, chinches, ácaros, áscaris, anisakis…), capaces de gorronear a centenares de especies diferentes. Así no hay que ser un portento de las matemáticas para inferir, acertadamente, que el número de especies parásitas supera con mucho al de especies no parásitas…
Ser parásito compensa
En el mundo de la biología, resulta evidente que el parasitismo es una estrategia evolutiva muy acertada: ser parásito compensa.
Y en estos tiempos de gran confusión parece que este hecho también se cumple en las sociedades humanas, donde -desafortunadamente- sobran ejemplos de comportamientos parasitarios que aparentemente compensan.
Pero los parásitos surgieron a partir de la evolución de organismos que inicialmente no eran parásitos. Con el tiempo, a veces poco a poco y otras veces a grandes saltos, fueron perdiendo la capacidad de vivir por sí mismos y se fueron adaptando a una vida de explotación de sus incautos hospedadores.
En principio, la vida del parasito parece una “vida muelle”. Pero no nos engañemos: ser un parásito eficiente es algo que encierra mucha dificultad. El parásito tiene que llegar a un equilibrio complicado, que le permita vivir como parásito, haciendo tan poco daño a su hospedador, que este ni siquiera se entere (o que si se entera considere que el daño sufrido es tan nimio que no le vale la pena perder el tiempo en librarse de tan despreciable criatura). Así, la gran mayoría de los hospedadores proporcionan una vida excelente a los parásitos, eso sí, siempre que estos no se pasen de la raya.
Pero cuando el parásito causa mucho daño a su hospedador, a este no le queda más remedio que reaccionar dedicando sus esfuerzos a exterminar a tan indeseable compañía. Mal asunto para el parásito. Incluso un parásito extremo, capaz de parasitar tanto que logre que el hospedador muera, está igualmente acabado: el fin de su hospedador también asegura la muerte del parásito.
Más del 99,99 % de los parásitos que han existido ya están extintos (aunque siguen apareciendo nuevos parásitos por evolución). Y los humanos estamos llevando al borde de la extinción a los parásitos más dañinos, e incluso estamos acabando con parásitos que no nos hacen demasiado daño (y que no se conocieron hasta fechas recientes, en que la ciencia los descubrió y les declaró la guerra).
- Profesor Haldane, después de tantos años de estudio, algo le habrá enseñado la biología acerca del Supremo Hacedor…
Haldane no se arredró. Rápidamente recogió el guante y contestó magistralmente:
- Indudablemente: Dios siente un amor desmedido por los escarabajos.
Para entender la respuesta de Haldane debemos tener en cuenta que más del 30% de la totalidad de las especies de animales existentes sobre la Tierra son escarabajos. Y si, como sostenía el Arzobispo de Canterbury, Dios había creado el mundo en 7 días, indudablemente había demostrado un sorprendente gusto al crear más especies de escarabajos que cualquier otro ser vivo.
Pero, a pesar de su ingeniosa respuesta, Haldane no acertó del todo: está claro que lo que más le gusta al Supremo Hacedor son los parásitos. Hay muchas más especies de parásitos que de especies que viven sin dedicarse al parasitismo.
Se estima que cada especie tiene, aproximadamente, 2 parásitos exclusivos. Y aparte hay miríadas de parásitos inespecíficos (como garrapatas, pulgas, chinches, ácaros, áscaris, anisakis…), capaces de gorronear a centenares de especies diferentes. Así no hay que ser un portento de las matemáticas para inferir, acertadamente, que el número de especies parásitas supera con mucho al de especies no parásitas…
Ser parásito compensa
En el mundo de la biología, resulta evidente que el parasitismo es una estrategia evolutiva muy acertada: ser parásito compensa.
Y en estos tiempos de gran confusión parece que este hecho también se cumple en las sociedades humanas, donde -desafortunadamente- sobran ejemplos de comportamientos parasitarios que aparentemente compensan.
Pero los parásitos surgieron a partir de la evolución de organismos que inicialmente no eran parásitos. Con el tiempo, a veces poco a poco y otras veces a grandes saltos, fueron perdiendo la capacidad de vivir por sí mismos y se fueron adaptando a una vida de explotación de sus incautos hospedadores.
En principio, la vida del parasito parece una “vida muelle”. Pero no nos engañemos: ser un parásito eficiente es algo que encierra mucha dificultad. El parásito tiene que llegar a un equilibrio complicado, que le permita vivir como parásito, haciendo tan poco daño a su hospedador, que este ni siquiera se entere (o que si se entera considere que el daño sufrido es tan nimio que no le vale la pena perder el tiempo en librarse de tan despreciable criatura). Así, la gran mayoría de los hospedadores proporcionan una vida excelente a los parásitos, eso sí, siempre que estos no se pasen de la raya.
Pero cuando el parásito causa mucho daño a su hospedador, a este no le queda más remedio que reaccionar dedicando sus esfuerzos a exterminar a tan indeseable compañía. Mal asunto para el parásito. Incluso un parásito extremo, capaz de parasitar tanto que logre que el hospedador muera, está igualmente acabado: el fin de su hospedador también asegura la muerte del parásito.
Más del 99,99 % de los parásitos que han existido ya están extintos (aunque siguen apareciendo nuevos parásitos por evolución). Y los humanos estamos llevando al borde de la extinción a los parásitos más dañinos, e incluso estamos acabando con parásitos que no nos hacen demasiado daño (y que no se conocieron hasta fechas recientes, en que la ciencia los descubrió y les declaró la guerra).
Parásitos inteligentes
Por eso los parásitos que triunfan son los llamados “parásitos inteligentes”, aquellos que se conforman con mantener una existencia humilde, haciendo tan poco daño que logran pasar desapercibidos. La gran mayoría de las especies de parásitos se comportan como parásitos inteligentes.
Sería de mal gusto enumerar aquí el largo listado de parásitos que cualquiera de nosotros estamos manteniendo en estos momentos (y que hemos mantenido a lo largo de nuestra vida). Lo verdaderamente sorprendente es que casi nadie conoce a esta diversidad de estos parásitos inteligentes, a los que en estos momentos estamos dando una vida de jauja. Y esto es así porque nos hacen tan poco daño que se han convertido en meras curiosidades científicas.
En este sentido, la teoría de juegos, una interesante rama de las matemáticas que permite estimar las estrategias más adecuadas para maximizar las ganancias y reducir las pérdidas, indica que la estrategia del parásito inteligente es acertada: se puede vivir perfectamente como parásito, pero siempre que causes poco daño. Pero es muy peligroso si no se hace bien.
Supongamos un imaginario parásito que infecta a un incauto hospedador. Nada más interactuar con su hospedador, el parásito es incapaz de moderarse y, por si acaso, incrementa rápidamente su beneficio explotando al máximo a su confiado hospedador. En teoría de juegos se dice que el parásito sucumbe a la tentación de “traicionar al incauto”. ¿Qué ocurrirá finalmente con el parásito?
La teoría de juegos demuestra que la mejor estrategia que puede seguir un hospedador tras descubrir al parásito es destruirlo a toda costa, dedicando todos los esfuerzos y los recursos que sean necesarios hasta conseguir que jamás vuelva a parasitar a nadie.
Durante un tiempo más o menos grande, un parásito que sigue la estrategia de “traicionar al incauto” puede ganar y su huésped perder. Pero la historia evolutiva nos enseña que los parásitos que “traicionan al incauto” acaban extinguiéndose más o menos rápido.
Parásitos humanos
Lo interesante del caso es que estos modelos evolutivos de parásito- hospedador se pueden extrapolar fácilmente a las sociedades humanas. No hay más que echar un vistazo a los medios de comunicación para ver las miríadas de parásitos que nos asolan a todos los niveles. Pero el parásito eficiente tiene que ser inteligente y cuidadoso, cosa que no siempre consiguen. A menudo caen en la tentación de traicionar al incauto y terminan haciendo demasiado daño como para no pasar desapercibidos.
Lo patético del caso es que en su mayoría podrían haber seguido parasitando a la sociedad lo suficiente como para llevar una vida excelente; pero para ello hay que tener la inteligencia necesaria para no traicionar al incauto. Porque al pasarse en su parasitismo sellaron su destino: cuando el huésped pierde, siempre puede volver a empezar; pero cuando el parásito pierde, ha perdido para siempre.
A las especies parásitas en la naturaleza la selección natural les hace evolucionar hacia “parásitos inteligentes” aunque no sepan teoría de juegos. Pero los seres humanos, donde la mente opera mucho más rápido que la selección natural, deben aprender teoría de juegos para saber cómo parasitar.
El problema radica en que los parásitos a los que les gusta jugar duro suelen ser ignorantes en teoría de juegos. Y al jugar contra hospedadores en principio incautos, pero mucho más capaces, acaban sellando su destino.
Por eso los parásitos que triunfan son los llamados “parásitos inteligentes”, aquellos que se conforman con mantener una existencia humilde, haciendo tan poco daño que logran pasar desapercibidos. La gran mayoría de las especies de parásitos se comportan como parásitos inteligentes.
Sería de mal gusto enumerar aquí el largo listado de parásitos que cualquiera de nosotros estamos manteniendo en estos momentos (y que hemos mantenido a lo largo de nuestra vida). Lo verdaderamente sorprendente es que casi nadie conoce a esta diversidad de estos parásitos inteligentes, a los que en estos momentos estamos dando una vida de jauja. Y esto es así porque nos hacen tan poco daño que se han convertido en meras curiosidades científicas.
En este sentido, la teoría de juegos, una interesante rama de las matemáticas que permite estimar las estrategias más adecuadas para maximizar las ganancias y reducir las pérdidas, indica que la estrategia del parásito inteligente es acertada: se puede vivir perfectamente como parásito, pero siempre que causes poco daño. Pero es muy peligroso si no se hace bien.
Supongamos un imaginario parásito que infecta a un incauto hospedador. Nada más interactuar con su hospedador, el parásito es incapaz de moderarse y, por si acaso, incrementa rápidamente su beneficio explotando al máximo a su confiado hospedador. En teoría de juegos se dice que el parásito sucumbe a la tentación de “traicionar al incauto”. ¿Qué ocurrirá finalmente con el parásito?
La teoría de juegos demuestra que la mejor estrategia que puede seguir un hospedador tras descubrir al parásito es destruirlo a toda costa, dedicando todos los esfuerzos y los recursos que sean necesarios hasta conseguir que jamás vuelva a parasitar a nadie.
Durante un tiempo más o menos grande, un parásito que sigue la estrategia de “traicionar al incauto” puede ganar y su huésped perder. Pero la historia evolutiva nos enseña que los parásitos que “traicionan al incauto” acaban extinguiéndose más o menos rápido.
Parásitos humanos
Lo interesante del caso es que estos modelos evolutivos de parásito- hospedador se pueden extrapolar fácilmente a las sociedades humanas. No hay más que echar un vistazo a los medios de comunicación para ver las miríadas de parásitos que nos asolan a todos los niveles. Pero el parásito eficiente tiene que ser inteligente y cuidadoso, cosa que no siempre consiguen. A menudo caen en la tentación de traicionar al incauto y terminan haciendo demasiado daño como para no pasar desapercibidos.
Lo patético del caso es que en su mayoría podrían haber seguido parasitando a la sociedad lo suficiente como para llevar una vida excelente; pero para ello hay que tener la inteligencia necesaria para no traicionar al incauto. Porque al pasarse en su parasitismo sellaron su destino: cuando el huésped pierde, siempre puede volver a empezar; pero cuando el parásito pierde, ha perdido para siempre.
A las especies parásitas en la naturaleza la selección natural les hace evolucionar hacia “parásitos inteligentes” aunque no sepan teoría de juegos. Pero los seres humanos, donde la mente opera mucho más rápido que la selección natural, deben aprender teoría de juegos para saber cómo parasitar.
El problema radica en que los parásitos a los que les gusta jugar duro suelen ser ignorantes en teoría de juegos. Y al jugar contra hospedadores en principio incautos, pero mucho más capaces, acaban sellando su destino.